El recogedor de caninas
Los abuelos están en un estado que se acerca a la vejez. La abuela, en Canillejas, un barrio en Madrid, le ha mandado al abuelo dos comandas a elegir, o se va a hacer puñetas, o coge a Canela, el perro, y le saca a hacer caninas, cacas.
El abuelo, que está un poco cañilavado, delgado de canillas, cualquiera de los huesos largos de la pierna y del brazo, estaba haciendo un agujero en una cubata de vino u otro licor para ponerle la canilla, tuvo que dejarlo a medio hacer, no sin antes agarrar a su esposa y hacerle bailar un baile grosero como el que hacían los negros de la América del Sur o candombe.
La abuela, que abusaba de caninez, ansia extremada de comer, ni corta ni perezosa, cogió el cuchillo con el que estaba mondando patatas y le gritó poniéndosele en el medio de la barriga, sacando el abuelo el vientre de mal año, rallando su tripa:
-O me dejas, pellé, pellejo, o te la corto.
El abuelo tuvo maña para eludir el cuchillo y, chasqueándola, burlándola, cogió el perro, abriendo la puerta de salida de la casa, no sin antes decirle.
-Mujer, tripas llevan corazón. Y marchó cerrando la puerta de un portazo, tirando del extremo del ramal de disciplina del perrezno, cachorro, y hablándose él mismo:
“Maldita sea la hora del casamiento. Ahora tengo que ver y aligerar esa especie de confites de Canela, carámbanos largos y puntiagudos saliendo de su arcaduz de noria o culo de figura, para mí, trapezoidal. Y lo peor de todo es que tengo que recoger las canículas o canillas, excrementos del perro como si fuera laurel, yo, que he sido hacendista, escritor y hombre político en Cangas de Onís, antiguamente Cánicas, de la provincia de Oviedo”.
Calla el abuelo, respira y sigue diciendo mirando hacia Cancún, isla de la costa de Méjico:
“Me cagüenla. Ojala le entre a mi “gordi”, gordinflona, una cangrina, enfermedad epidérmica y mortal del ganado vacuno, que le lleve a la embocadura del Orinoco, en la costa de Caracas, y se puso a cantar un tono de música majestuoso y sencillo:
Del coro al caño
Del caño al coro
Cañacoro “
Desandando el camino hacia casa, soñó con la Canóniga, siesta que se duerme antes de comer, intentando olvidar lo sucedido con la esposa, que para él no era más que una cansina res debilitada por el trabajo del hogar. Ella tenía Estelión, piedra que se cree que los sapos viejos tienen en la cabeza y a la que se atribuyen virtudes antiponzoñosos.
¡Ah!, se me olvidaba: el abuelo se llama Epodo y la abuela Feria, dos sujetos de hechos heroicos y memorables, que al fin y al cabo siempre alaban sus agujas.