El suicidio: primera causa de muerte no natural en España

El suicidio: primera causa de muerte no natural en España

¿Cuántos suicidios se producirán durante estas “entrañables” Navidades del “bienio rajoycida”?

40 suicidados a consecuencia de la actual crisis -según 15MPEDIA-, contabilizo en la lista facilitada por esta organización, solo entre el 6 de enero y el 4 de noviembre de 2013.

A esta siniestra lista de personas que, impulsadas por la actual situación, se ven abocadas a tan dramática decisión, se suman ahora los tres miembros de esa familia de Alcalá de Guadáira que el pasado sábado 14 de diciembre fallecían como consecuencia de haber ingerido alimentos de los contenedores de desechos de los supermercados.

Tres muescas más en los revólveres de estos cuatreros del siglo veinte; tres criaturas más con las que adornar el entrañable belén navideño español; tres nombres para olvidar, para no figurar ya jamás en las listas del censo para votar en ningún referéndum, en ningunas elecciones a concejal o a presidente de la Nación.

Decir que estas personas morían mientras otros tantos eran apaleados por la policía en la Puerta del Sol de Madrid por solo manifestar su frontal rechazo a unas políticas criminales, quizás no sea mucho decir; pero lo que sí es evidente es que nos vemos sumergidos en una espiral de violencia, que no es solo la quema de ese contenedor, la rotura de una luna de un escaparate o la del coche aparcado, por donde circula esa riada de indignación que se viene produciendo desde el inicio mismo de esta carnicería, no iniciada precisamente por los que destrozan una papelera o increpan a la policía

Pero, para estos canallas que aplican sin ningún escrúpulo las doctrinas de Bruselas, estos nombres no son sino cifras que agregar a costes. Nada que no justifiquen con sus palabras los numerosos muertos en sus guerras aquí y allá. Esto no es una política de ajustes; es una guerra, en la que cada uno de nosotros deberíamos posicionarnos, como se posicionaron, ni más ni menos, aquellos trabajadores bien concienciados que abandonaron sus hogares aquel verano de hace setentaisiete años, ni más ni menos que para defender su dignidad; las cuatro conquistas emanadas de aquella Constitución de 1931.

Qué se puede decir aquí que no añada más vergüenza al ciudadano que soporta estoicamente las inclemencias de estos días de horror, mientras suenan los villancicos en los centros comerciales y las ciudades se engalanan de nuevo para recibir las Pascuas navideñas.

Poco a poco, el diario goteo de estos asesinatos -se habla de 8 suicidios diarios en la España de Belén Esteban, por lo que no me voy a retractar- se va haciendo un lugar en nuestra rutina diaria. Bien parece que sea a cientos de miles de kilómetros que la gente se arroja por la ventana de la casa que le van a embargar, porque son despedidos del trabajo, por acoso en el trabajo; sin contar las otras causas que pueden llevar a una mujer o a un hombre a romper el contrato con la vida, porque una enfermedad te puede hundir en la más absoluta de las miserias.

Pero mientras hay motivos que pueden ser ajenos al Gobierno, a este sistema criminal en el que paulatinamente nos hundimos, las causas que aquí nos traen tienen que ver con medidas económicas y políticas que están dando al traste con los sueños de varias generaciones. Pues no estamos hablando aquí de jóvenes que ven truncado su futuro. Si no de personas que, con 50, 60 años o más -cuando no de adolescentes-, son borrados del mapa en virtud de un decreto, de una decisión ministerial o de la de un consejo de administración.

Uno no tiene por menos de preguntarse, una y otra vez: qué tiene que ocurrir en este país para que la poca o mucha gente decente que lo habita se eche un día a las calles, una y otra vez, mil veces, si hiciera falta, para exigir el cese de esta sangría que nos humilla a diario; no tanto como españoles que ven morir a otros españoles, como porque ésta es una guerra declarada unilateralmente. Una guerra económica de los más poderosos contra los más débiles.

LOS PADRES NO SE DIVORCIAN DE LOS HIJOS, leo en un cartel. ¿Y cuándo es que empieza realmente el divorcio entre un gobierno y su propio pueblo?

Si ya en 1986 un amplio sector de la población nos sentimos estafados por ese partido que usa ilegalmente en su título las palabras socialista y obrero; que prometió en su campaña crear 800.000 puestos de trabajo; qué podemos decir de éste de hoy que, harto de llenarse la boca prometiendo en los meses previos a las elecciones que iba a crear empleo, que iba a bajar los impuestos y nos iba a llevar directamente al cielo del bienestar.

Bien sabemos que no serán éstas las últimas víctimas de la voracidad de un sistema canallesco que nos lleva a la mendicidad, a la pobreza extrema, a la desesperación, a no poder adquirir ese tratamiento médico, que también puede ser la forma de suicidar a las gentes.

Mis palabras aquí no pueden ser si no de ira y vergüenza: por los hombres y mujeres que a diario se me acercan para que les compre un bocadillo, por esas oficinas donde la desesperación hace cola diariamente en espera de que hoy tal vez caiga un empleo… ¡de lo que sea, oiga!; por esos seres que a diario salen en las noches a bucear en los cubos de los desechos de los supermercados, por esos que se arrebujan con una manta, porque nos sumergimos directamente, como antaño, en la España del apagón, ola de la trampa en el contador, como en aquella España de la posguerra, que a tantos y tantos jamás se nos borra de la mente;por esas criaturas que van al colegio sin un buche de leche en el estómago, mientras el Rey quizás echa una mirada desganada a las mermeladas, a la mantequilla, a las rebanadas de pan recién tostado y al café recién hecho.

¡Maditos seáis; malditos y cien veces malditos!

Os maldigo en nombre de tanto poeta frustrado, de tanto médico desaprovechado, de tanta puericultora y tanto periodista malogrados.

Maldigo vuestros ejércitos, vuestros guardias de seguridad, vuestros malditos impuestos, vuestras mañanas de consejos de ministros; los bancos que ilegalmente ocupáis en el Congreso y en el Senado.

Maldigo vuestras sonrisas de felinos ahítos tras el último recorte social, el último banquete, tras la última firma.

En nombre de aquellos que no son esperados en ningún lugar, ni siquiera en Navidad, ¡os maldigo!

Por las librerías cerradas, por los deportados al pie de las criminales concertinas, por los que ya ni siquiera sueñan, o los que lo hacen en clave de pesadillas. ¡Malditos seáis, todos malditos!

Los que trepasteis sobre los sueños, con palabras engañosas, los que nos vendisteis plomo a precio de oro, en los días de la ilusión democrática; los que firmáis a diario los despidos, los que ejecutáis los desahucios, los que legisláis contra los más débiles, los que golpeáis en las calles por igual al anciano y al joven antisistema, los que vivís en suntuosos pisos, mientras mi pueblo se aloja en las cabinas telefónicas y en los quicios de las puertas de los mismos bancos que arruinaron sus vidas.

Malditos los que ensuciáis el nombre de España con vuestras babosas y vanas promesas electorales.

¡Malditos..!

Os maldigo por el que no puede hacerlo, por el que, extraviado en el infernal laberinto de la droga, arrastra una vida de fracasos.

En nombre del que tuvo que escapar del País para no morir atrapado en este cepo.

Por los que lloran su rabia: estafados o excluidos.

En nombre de aquellos que duermen en los subterráneos del metro.

Malditos vuestras corbatas, vuestros uniformes, vuestros cascos, vuestras pelotas de goma, vuestras furgonas, vuestros coches oficiales, vuestras queridas, vuestras juntas de accionistas y vuestros órganos de dirección; los cristales mismos de los despachos; vuestra vida muelle, mientras las cifras del paro rozan los cinco millones. Maldigo vuestros fabulosos sueldos, mientras os dedicáis a perseguir a inmigrantes que se buscan la vida por este infierno de ciudades en que convertisteis España.

Que mi maldición llegue hasta vuestras mesas como un vómito, una nausea que os impida eternamente el sueño, tras tanta desdicha como estáis sembrando.

Malditos vuestros relojes de marca, las sábanas que cada noche amortajan vuestros ambiciosos e inmorales sueños, las copas con las que brindáis por vuestros numerosos éxitos y los costosos zapatos que paga este puteado pueblo. Que esta maldición os persiga hasta los días en que entreguéis vuestras almas al fuego del olvido de estos pueblos.

¡¡Enseñémosles los dientes entre todos, antes de que ellos nos los echen abajo!!

Imagen: La Pietá, en versión española

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