El tambor africano y el Arca de la Alianza

El tambor africano y el Arca de la Alianza

Por Nònimo Lustre. LQSomos.

Dejando aparte el análisis de las causas más citadas de los grandes peligros que enfrenta la Humanidad (desigualdad, autoritarismo, cambio climático, superflua conquista del espacio, hegemonía del complejo militar-industrial, etc.) hoy podríamos añadir dos más: las Monarquías y las Religiones. De los reyes ya nos ocupamos regularmente. Y de las religiones, también. Por ello, hoy nos vamos a centrar en las religiones cristianas. Pero, reduciéndonos al límite, vamos a olvidar sus pletóricos ritos y sus no menos exuberantes dogmas, para centrarnos en una trama muy concreta: su sacra obsesión por artefactos a los que han ungido con altísimos valores simbólicos cuya existencia física, sin embargo, es más que dudosa.

Encontramos muchísimos -desde la Síndone o Santo Sudario hasta la lanza de Longinos pasando por los numerosos prepucios del Cristo y por el Santo Grial- que oscilan entre la adoración prescrita y la simple observancia ritual. Tantos, que, con hagiografía o sin ella, el esqueleto de los cristianísimos ritos semiprofanos está podrido por mil supuestas tradiciones inventadas y/o propaladas con fines mercantiles. Mientras no exista un internet retroactivo/arqueológico de las Cosas, asfixiados en un maremágnum inmune a la Ciencia, nos dedicaremos a uno solo de esos objetos no identificados pero sagrados: el Arca de la Alianza (Ark of the Covenant)

El Arca de la Alianza

Su historia es muy conocida… y atiborrada de secretismos: para empezar, se duda si contiene las auténticas Tablas de la Ley mosaica o si contiene una réplica pues muchos creen que las originales fueron rotas por Moisés cuando descendió del Sinaí con Ellas y encontró que el Pueblo Elegido adoraba al Becerro de Oro. Y, para prolongar, no hay unanimidad sobre si también contiene otros objetos como pudieran ser la Vara de Aarón, un Rollo de la Torá y un cuenco con maná, parecido al cilantro con sabor a hojuelas con miel -los científicos dudan entre identificarlo como resina de tamarisco o como Psylocbe spp., hongo enteógeno que quita el apetito. Sin embargo, las características físicas del Arca son archisabidas: hecho con madera de acacia, el cofre mide 111 × 67 × 67 cms, está revestido de oro puro tanto por dentro como por fuera y se porta gracias a unos varales también de acacia -lógico, en el desierto apenas hay algunas mimosáceas.

Y tampoco hay dudas bíblicas (Deuteronomio 10:1-2, Éxodo 25:10-22) de que Nabucodonosor II, rey de Babilonia, conquistó Jerusalén en el año 586 ane y desde entonces se perdió la pista del Arca. Mejor dicho, surgieron demasiados rastros. El más repetido, cree que la rescató Menelik I -hijo de Salomón y de la reina de Saba- quien la llevó hasta Etiopía donde se venera pseudo-clandestinamente en la basílica de Nuestra Señora de Sión -por cierto, a finales del año 2020, esta iglesia fue atacada por el ejército etíope y por las milicias amhara; nadie quiere saber si se llevaron el Arca, la dañaron o sólo la salmodiaron.

Sea como fuere, la iconografía habitual ha añadido unos querubines de oro y otros signos de opulencia. Y un rito: cuando los sacerdotes desmontaban el tabernáculo para levantar el campamento, el Arca debía estar cubierta con pieles y recubierta con una tela azul que hacía de velo divisorio cuya función estribaba en impedir que el pueblo la contemplara -de transgredir esta regla, los Elegidos hubieran muerto en el acto. Empecemos por lo más fácil: la apariencia externa, evidentemente egipcia:

 

Tumba del Faraón Tut

Santuario dedicado a Horus y, luego, a otros dioses tanto durante los Imperios Antiguo y Nuevo como ptolemaicos. Edfu, Alto EgiptoLocalizaciones del Arca. De este mapa, nos interesó la mención a la ‘tribu’ Lemba. ¿Cómo pudo llegar el Arca a tan remotas tierras subsaharianas?

El pueblo Lemba

Menos de 100.000 almas que habitan en Sudáfrica y Zimbabwe -donde son más conocidos como Mwenye- y en Mozambique y Malawi. Hablantes de una lengua de la extendida familia lingüística Bantú deberían ser llamados Walemba, siendo wa el prefijo de multiplicidad -como los wa/tutsi o watusi. Según su historia oral, sus antepasados fueron judíos oriundos de Sena (¿) que llegaron ‘hace cientos de años’ al África oriental. Ahora bien, ¿cuándo, cómo y porqué nació esa ‘historia oral? La más antigua a la que tenemos acceso, ¿nos enseña algo de su actual adscripción a un peculiar judaísmo? A falta de ulteriores investigaciones y olvidando de entrada los numerosos refritos internéticos -tan inconsistentes como las dudosas fuentes secundarias que repiten sin tino-, en la única monografía seria que hemos consultado (cf. infra, ficha bibliográfica), no nos dice nada directamente.

Aun así, averiguamos que el marco cultural del tambor Ngoma -luego mutado en Arca judía- refiere que los antiguos Lemba fueron conscientes de que el gran incremento en el comercio que ya representaba la incipiente colonización del siglo XVII -incrementada vertiginosamente en el siglo XIX- acarrearía el fin de su cultura. Para entorpecer la marcha de tan triste destino, los Lemba construyeron desde hace tres siglos un pueblo rodeado de poderosos reinos centralizados que, al revés de éstos, consiguió que la fuerza, la influencia política y la justicia fueran horizontales siendo crucial el sector del intercambio ceremonial, el comercio y el mercado. No tuvieron autoridad central ni ejército; las disputas locales se resolvían mediante el recurso al parentesco y gracias a los luego difamados como ‘hechiceros’. Es decir, la medicina, representada en la cultura Ngoma, constituyó la clave de la resistencia indígena (Cf. la monografía de John M. Janzen: Lemba, 1650-1930. A Drum of Affliction in Africa and the New World. 1982. Garland, NYC y Londres. Este volumen no menciona el término judío (jew) ni el Arca ni siquiera Etiopía pero sí el Ngoma, “drum of affliction”, aunque principalmente desde el punto de vista terapéutico, como herramienta de curación)

En definitiva, aunque albergáramos la esperanza de que las enseñanzas de un pueblo pequeño y poco estudiado nos ilustraran documentadamente, seguimos sin saber qué llevó a los Lemba a la adopción de un judaísmo autóctono -e incluso autónomo. Por mucho que ellos se definan como ‘pueblo migratorio’ -todos los pueblos lo son en algún momento de su historia-, algunas hipótesis sobre ese tránsito no son verosímiles. Por ejemplo, descartamos que hayan sido influenciados por el tópico de “las tribus perdidas de Israel” -leyenda para cultos occidentales. Acercándonos a la actualidad etíope, tampoco especulamos que estuvieran influidos por los Falashas -o Beta Israel, judíos etíopes cuya situación en Israel deja mucho que desear, por muy mosaicos que demuestren ser. El expansionismo sionista es posterior al Ngoma; así pues, tampoco ha sido por intervención del Estado de Israel, civil o militar. Por ahora, sólo nos quedan incógnitas, léase casualidades: ¿quizá por el azar de unos peregrinos? ¿quizá por ventajas comerciales? Algún día les preguntaremos.

Mientras tanto, siguen sosteniendo que sus ancestros acarrearon el Arca de Norte a Sur; insólita creencia en un panorama tópicamente dedicado a migraciones en sentido contrario -dañina influencia de la imagen tópica “del Rift hacia el Septentrión”- pero razonable puesto que el comercio llegaba del Norte a las costas africanas orientales y hecho clave que nos lleva a colegir que los antiguos viajaban mucho más lejos de lo que creíamos por pura inercia eurocéntrica. Y la denominaron con el mismo nombre que sus antepasados usaron para definir a la principal herramienta de sanación entre los Bantú: el Ngoma Lungundu (voz de dios en Lemba y Vanda y voz atronadora en lengua Shona), tambor ceremonial al que, enseguida de su llegada, escondieron en una profunda cueva sita en su sancta sanctorum tradicional, las montañas Dumghe -o Dumwe.

Genética

Para certificar la judeidad de los Lemba no era suficiente con su pretensión de ser Guardianes del Arca. Tampoco servía que, por ‘ancestral costumbre’ (¿qué es ancestral?) observan el Sabbath, practican la circuncisión (muchos otros pueblos, africanos o no, la hacen), aborrezcan del cerdo (como muchos otros pueblos) y sacrifiquen a los animales siguiendo el método kosher. La última palabra, había que dársela a la Genética:

En 1996, un informe comenzaba asegurando que “los resultados sugieren que el > 50% de los cromosomas Y de los Lemba son de origen semítico; aprox. el 40% son negroides y no sabemos el origen de los demás”. Y termina afirmando que los datos genéticos disponibles no apoyan la ‘estrecha relación’ entre los judíos etíopes y los Lemba (“The currently available Y chromosome genetic data do not support a close genetic relationship between the Ethiopian Jews and the Lemba”; cf. Amanda B. Spurdle y Trefor Jenkins. 1996. “The Origins of the Lemba Black Jews of Southern Africa: Evidence from p12F2 and Other Y-Chromosome Markers”; en Am. J. Hum. Genet. 59:1126-1133)

En 2014, un estudio comparó la genética y la lingüística lemba con el fin de elucidar una hipotética ‘estrecha relación’ entre la identidad y los tests de ancestralidad llegando a la conclusión de que los conjuntos genético y lingüístico evolucionaban por vías separadas. Para llegar a esa (no)conclusion se apoyaron en los servicios de 4 empresas privadas: DNA Ancestry, 23andme.com, The Genographic Project, FamilyTreeDNA. (cf. Engel, Jessica R. 2014. “Evaluating Population Origins and Interpretations of Identity: a Case Study of the Lemba of South Africa.” Thesis, Georgia State University. https://doi.org/10.57709/6424957 )

Ambos trabajos se basan en datos genéticos de los Lemba contemporáneos; es plausible suponer que no se han investigado los adn’s de los Lemba antiguos. Pero, incluso sí así lo ha sido, surge otra objeción general: quizá no huelgue informar que los medios abundan en subrayar gruesos dislates -medias verdades, las peores mentiras- como que “más del 50% del ADN lemba es semítico”. Lamentablemente, es un dislate dentro del dislate universal que suele expresarse juramentando otra media verdad: que el Homo s. comparte con los Póngidos, especialmente los chimpancés y los bonobos, el 90 y muchos por ciento de nuestro ADN -el 98% o el porcentaje que quieran. Lo cual nos recuerda el dicho popular: “sí, todos somos iguales… pero unos mucho más que otros”.

Curiosamente, fue la obra de un antropólogo judío-gringo quien puso límites al ADN. Partiendo de que esos datos genéticos demostraban mucho -falso punto de partida-, la convivencia de un año con los judíos Lemba -ellos preferían el vocablo hebreos– le llevó a señalar que el origen cromosómico dejaba más preguntas que respuestas. Tamarkin, profesor en Cornell University, publicó Genetic Afterlives: Black Jewish Indigeneity in South Africa, volumen donde se pregunta ¿por qué creemos que las antiguas migraciones iban siempre en una sola dirección?, ¿por qué creemos que lo natural es vivir siempre en el mismo sitio?, ¿por qué suponemos que de dónde venimos nos dice quiénes somos? Para, a la postre, subrayar que hay muchas historia, creencias y clases de judíos.

El Arca de la Alianza, último ‘descubrimiento’

Mejor diríamos penúltimo porque no descartamos que, en cualquier momento, se ‘descubra’ el Ark of the Covenant. Con los cineastas de Hollywood y los arqueólogos de medio mundo -sean judíos o gentiles goyim incircuncisos-, buscando el Arca, es obvio que el venerable baúl aparece regular y necesariamente. Si hasta ha aparecido custodiado en el Área 51 (Nevada, EEUU; también conocida con los sexy apodos de Dreamland o Paradise Ranch. Cf. supra mapa de localizaciones del Arca), tenía la obligación de aparecer en algún lugar donde pudiera expurgarse alguna clase de tradición oral más o menos judaica. Es precisamente lo que, ca. 2010, investigó durante 20 años Tudor Parfitt (TP; profesor de Modern Jewish Studies en la School of Oriental and African Studies de la universidad de Londres), cuando recaló en el sur del África y “descubrió el Arca” (cf. infra, foto de Parfitt) Que un académico dedique media vida laboral a perseguir un ensueño no es insólito pues las quimeras son de dos tipos: las imposibles de materializar -pero fáciles de plasmar siguiendo tal o cual tradición- y las sencillísimas de materializar -que corren el peligro de ser disueltas por la Ciencia.

TP comenzó su proceso investigativo basándose en la tradición oral lemba y concluyó que este pueblo bantú podía ser uno de los pueblos que dejaron Judea -i.e. Palestina – en tiempos bíblicos para migrar hacia Yemen y, de allí, a Etiopía y más allá. Finalmente, cristalizó el Arca en un tambor africano pero otros profesores no compartieron su entusiasmo. Por ejemplo, Ron Burnett especificó que el señor Tudor escogió el camino equivocado puesto que el tambor es ubicuo en África -sea ceremonial sea militar, ambas funciones atribuidas al Arca. Asimismo, este historiador destrozó la tesis genética explicando que “no prueba nada” puesto que, en la costa oriental de África, hubo siempre presencia de comerciantes árabes y judíos que viajaban el interior –“estos pueblos no eran célibes, crearon comunidades de sangres mixtas”, expresó. Además, yendo directamente a los primeros saqueadores europeos, nos recuerda que Harald von Sicard, el misionero sueco-ruso-teutón que, evangelizando in situ desde 1943, ‘descubrió’ y publicó en 1952 el Ngoma de marras, afirmando que semejante artefacto era demasiado fino para haber sido fabricado por los africanos. Simplemente, uno más de los prejuicios publicitados por el supremacismo blanco que llegaron al disparate -compartido por von Sicard- de negar que los negros pudieran haber erigido la ciudad fortificada llamada Great Zimbabwe -una de las colosales maravillas de la Antigüedad no occidental.

Burrett describió a von Sicard como “an old-fashioned, Old Testament” predicador racista. Estamos de acuerdo; un ejemplo: escribe este erudito colonial que los Lemba cerraban sus oraciones con un Amen; puesto que buena parte de esos rezos enumeran una lista de los antepasados, el cabalístico fonológico misionero nos da a entender que Amen es la segunda parte de Baramina, el Fundador -sólo le preguntaríamos cómo pronuncia amén, ¿con las vocales abiertas o cerradas? Y, por si no les parece escandalosamente arbitraria esa conexión semántico-fonética, añade que su culto está relacionado con Lisa (Leza), el Camaleón lo cual, a su caletre, demuestra un fuerte vínculo entre las mitologías africanas del Sur, Este y Oeste. Esperábamos una conclusión así porque es acuciante el ansia evangelizadora por unificar las mitologías de los ‘primitivos’ pero ligarla al camaleón ha superado mis expectativas (Cf. Von Sicard, H. 1953. “The Lemba ancestor Baramina”; en African Studies, 12(2), 57–61. doi:10.1080/00020185308706905)

Asimismo, el zimbabués Ken Mufuka (profesor en una universidad de Carolina del Sur) descalificó a TP tildándole de “publicity-monger” y de “charlatan”. En la raíz de estas polémicas está “el miedo de menoscabar el mito post-independencia de que somos un único pueblo no dividido por los orígenes tribales. Se niega que seamos una nación multicultural.” (Burrett) (cf. Haaretz y The Associated Press. 30.V.2010. Scholar’s Ark of the Covenant Claims Spark African Storm y CTS Ryan, 17.VII.2010)El orientalista Tudor Parfitt ante su hallazgo entre los Lemba de la (supuesta) réplica del Arca. Descubierta en los años 1940’s, se le supone unos 700 años de antigüedad pero nadie quiere comprobarlo por radio-carbono. Hasta que este profesor la elevó de rango, este cuenco estuvo almacenado desde 2007 en los sótanos del Museum of Human Sciences, en Harare, capital de Zimbabwe (antes Rodesia del Sur)

Vista del detalle ornamental del Ark of the Covenant según Parfitt.

“Hasta que la historia sea contada por un león, la caza glorificará al cazador” (proverbio africano) Entonces, ¿qué opinan del Arca los Lemba?: pues, como era de esperar, tienen varias opiniones no siempre coincidentes. Algunas son tan caprichosas como el citado amen del misionero; ejemplos: lemba es sacerdote en lengua kikongo y Malawi -el país- es levita en swahili. Otros son tildados de radicales. Pongamos por caso a los bantubibllicalisraelites.com quienes creen que los Lemba son levitas -de Levi (Lawi), los sacerdotes encargados del Arca que no recibieron ninguna tierra- sin relación con unos blancos del estado de Israel que sólo buscan robar el patrimonio histórico de los Bantú. Lamentan que el aluvión de académicos judíos que ha caído sobre el África meridional blanquea (en el sentido de whitewashing) la literatura de los negros y hasta aspiran a ubicar la Tierra Prometida -antes de la ‘solución final’, los nazis sondearon que estuviera en Madagascar. Asimismo, sostienen que, según la Biblia, los Bantú migraron desde Egipto, no desde Palestina/Israel. Y que la correlativa migración Etiopía-Sudán, se enmarca en la cautividad de Babilonia y que la fase final al África oriental, se corresponde con las huidas de Abraham o con la cautividad en Asiria. A fin de cuentas, escriben, el Arca significa pacto, acuerdo, resistencia incluso: lo mismo que el Ngoma. Y finalizan su alegato apelando a que 400 años de esclavitud no se extiendan hasta caer en el judaísmo actual -¿el sionista?- porque, en tal caso, los Bantú perderán su identidad, su espiritualidad, su idioma y sus territorios.

Gran tambor Ngoma Lungundu utilizado en ceremonias especiales

Todo ello puede resultarnos producto de un exagerado etnocentrismo bantú pero recordemos que todas las etnias son lógicamente etnocéntricas –“como todos los leones son leonistas”, poetizó García Calvo. Y los judíos están entre los que más presumen dello -aunque haya docenas de pueblos con destino manifiesto, ¿acaso no son el Pueblo Elegido? Lo cual, unido a la antes citada frustración (“aunque albergáramos la esperanza de que las enseñanzas de un pueblo pequeño y poco estudiado nos ilustraran documentadamente, seguimos sin saber qué llevó a los Lemba a la adopción de un judaísmo autóctono”), nos lleva, no a lamentarnos, sino a exigirnos más profundas investigaciones sobre el topos de los elusivos artefactos sacralizados. Quizá sea lo que nos corresponde en estos tiempos de mercantilización abusiva.

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