Entre la subutilización de la fuerza de trabajo a revolucionar la vejez y salir del capitalismo

Entre la subutilización de la fuerza de trabajo a revolucionar la vejez y salir del capitalismo

Por Eduardo Camin*

El Día Internacional de las Personas de Edad que se conmemora cada año el 1 de octubre, ha puesto de relieve la contribución de las personas mayores a nuestras comunidades y a la economía. En un reciente blog de Rosina Gamarano, Estadística Laboral Senior en la Unidad de Normas y Métodos Estadísticos del Departamento de Estadística de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), analiza la participación laboral de los mayores y la subutilización de la fuerza de trabajo para desvelar las diversas formas (a veces ocultas) que puede adoptar.

El envejecimiento de la población es una de las principales tendencias demográficas mundiales en la actualidad

La autora también profundiza en algunas interrogantes, ya que este tema brinda la oportunidad de insertarse en las pautas de la subutilización de la fuerza de trabajo de los mayores. Aunque sus índices de la desocupación suelen ser bastante bajos, ocultan otras formas más frecuentes de la subutilización de la fuerza de trabajo, como el desánimo en la búsqueda de empleo. La autora llama la atención tanto sobre las oportunidades que ofrece una mayor esperanza de vida como sobre los retos que conlleva.

Para acelerar nuestra búsqueda de soluciones a estos retos, la ONU declaró 2021-2030 Decenio del Envejecimiento Saludable. Esta iniciativa mundial, liderada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene como objetivo mejorar la calidad de vida de las personas mayores, sus familias y sus comunidades mediante acciones concertadas y catalizadoras.

No obstante, el envejecimiento de la población es una de las principales tendencias demográficas mundiales en la actualidad. En prácticamente todos los países, el tamaño y la proporción de la población de más edad están aumentando, y se espera que la tendencia continúe durante varias décadas. Este cambio está impulsado por el aumento de la esperanza de vida y el descenso de las tasas de fertilidad.

Actualmente, más del 60% de la población mundial vive en países donde las tasas de fertilidad han caído por debajo del nivel de reemplazo (2,1 nacidos vivos por mujer). A nivel mundial, la esperanza de vida aumento más de seis años entre 2000 y 2019, de 66,8 años a 73,4 años, aunque la pandemia hizo que cayera a 71,4 años en 2021.

Aun así, la población mundial de 65 años o más se ha más que duplicado en las últimas décadas, pasando de 324 millones en 1990 a 761 millones en 2021, previéndose que esta cifra vuelva a duplicarse en 2050, alcanzando los 1.600 millones. Del mismo modo, la población de 55 a 64 años está creciendo rápidamente, y la población de 80 años o más crece aún más rápido.

El envejecimiento de la población tiene importantes repercusiones en el mundo laboral, lo que plantea la cuestión de hasta qué punto los mercados de trabajo y las instituciones de protección social están preparados para apoyar a los trabajadores de más edad. Por su parte la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, promete «no dejar a nadie atrás», e incluye a las personas mayores, que merecen tener la oportunidad de un trabajo decente, una jubilación digna, bienestar y una buena calidad de vida. Ya sea por elección o por necesidad, muchos mayores siguen participando en la población activa, pero a menudo tienen dificultades para encontrar oportunidades de empleo adecuadas.

Aumento de la edad de jubilación y de la tasa de actividad

Según el último Informe sobre la Protección Social en el Mundo, en 2023, el 79,6% de las personas que superaban la edad legal de jubilación en el mundo recibían una pensión.

Aunque esta cifra global parece alentadora, la realidad es que la misma oculta grandes disparidades: sólo el 12,7% de las personas por encima de la edad de jubilación recibían una pensión en los países de renta baja, frente a una cobertura casi universal (96,8%) en las naciones de renta alta. Además, no transmite ninguna información sobre el nivel y la adecuación de estas pensiones. El aumento de la edad de jubilación se ha convertido en una medida frecuente en todo el mundo para abordar la sostenibilidad de los sistemas de pensiones. Sin embargo, para ello se requiere un enfoque global que tenga en cuenta factores sociales, económicos, laborales y sanitarios más amplios.

En 1995, las personas de 55 años o más representaban el 19% de la población mundial en edad de trabajar, frente al 24,8% en 2020. Al igual que envejece la población, también lo hace la población activa: las personas de 55 años o más representaban el 10,9% de la población activa mundial en 1995, frente al 16,3% en 2020. Este cambio se está produciendo más rápidamente que el crecimiento de su población en edad de trabajar, posiblemente como reflejo de la insuficiencia de las cuantías de las pensiones o de la prevalencia de la informalidad.

Mientras que la tasa global de participación en la población activa está disminuyendo debido a muchos factores, entre ellos la mayor y prolongada participación de los jóvenes en la educación, la tasa de participación de los casi mayores (de 55 a 64 años) aumentó 7 puntos porcentuales entre 1992 y 2022. En particular, las mujeres de este grupo de edad experimentaron un aumento de 12,3 puntos porcentuales, frente a los 1,7 puntos de los hombres casi seniors, lo que refleja el aumento de la participación femenina en la población activa hace décadas, ya que estas mujeres alcanzan ahora edades próximas a la senectud.

Zhang Peng / Getty

Recordamos que en abril de 2012, el Fondo Monetario Internacional (FMI) presentó un “Informe sobre la estabilidad financiera mundial”, en el que alertó de “las implicaciones financieras potencialmente muy grandes del riesgo de longevidad, es decir, el riesgo de que la gente viva más de lo esperado”.

Y realizaba estos señalamientos sobre el envejecimiento de la población: Vivir hoy más años es un hecho muy positivo que ha mejorado el bienestar individual. Pero la prolongación de la esperanza de vida acarrea costos financieros, para los gobiernos a través de los planes de jubilación, del personal y los sistemas de seguridad social, para las empresas con planes de prestaciones jubilatorias definidas, para las compañías de seguro que venden rentas vitalicias y para los particulares que carecen de prestaciones jubilatorias garantizadas.

Por lo tanto, las implicaciones financieras de que la gente viva más de lo esperado (el llamado riesgo de longevidad) son muy grandes. Si el promedio de vida aumentaría para el año 2050 tres años más de lo previsto hoy, los costos del envejecimiento –que ya son enormes- aumentarían 50%.

El riesgo de longevidad es un tema que exige más atención ya, en vista de la magnitud de su imperio financiero y de que las medidas eficaces de mitigación tardan años en dar fruto.

Para neutralizar los efectos financieros del riesgo de longevidad, es necesario combinar aumentos de la edad de jubilación (obligatoria o voluntaria) y de las contribuciones a los planes de jubilación con recortes de las prestaciones futuras.

Los gobiernos deben:

• reconocer que se encuentran expuestos al riesgo de longevidad,
• adoptar métodos para compaginar mejor el riesgo con los organizadores de los planes de pensiones del sector privado y los particulares,
• promover el crecimiento de mercados para la transferencia del riesgo de longevidad,
• divulgar más información sobre la longevidad y la preparación financiera para la jubilación.

El envejecimiento aparece ante los ojos del FMI como un riesgo financiero que debe ser manejado según las determinaciones del capital y del mercado capitalista, enfoque que es a su vez una concreción del paradigma que Occidente ha desarrollado sobre la vejez y que puede resumirse del siguiente modo: “la vejez (es decir, el envejecimiento de la población de entre 65 y 100 años) es una etapa de la vida caracterizada por la falta de productividad en términos cuantitativos, por el deterioro físico y mental de los ancianos, por la recurrencia de enfermedades, la apatía, la abulia, el mal genio, el abandono paulatino de las fuerzas para vivir.”

Por lo tanto la esencia de este paradigma se concentra – en la antítesis de la experta de la OIT –en el poco o ningún aporte de los viejos al incremento de la tasa de ganancia del capital, menos al trabajo, lo cual les convierte en un riesgo,un lastre para los intereses del mercado y de la sociedad de consumo. De allí a colocar el segmento de los ancianos en el sector de los descartables, marginalizarles, ridiculizarles, no hay más que un paso.

El fracaso de una civilización

Lo cierto es que para que la vejez no sea más que una simple caricatura de nuestra existencia, solo cabria una solución, que no es más que continuar persiguiendo fines que den sentido a nuestra vida; dedicación a individuos, comunidades, causas, trabajo social o político, intelectual, creador. Creemos que la vida conserva un valor siempre y cuando lo compartimos, a través del amor, la amistad, la indignación, la compasión.

Entonces sigue habiendo razones para actuar o hablar. Contrariamente a lo que aconsejan ciertos moralistas , debemos desear mantener en la edad avanzada pasiones lo suficientemente fuertes como para que nos evite volvernos sobre nosotros mismos, terminando nuestros días como una simple extensión en el paisaje de una plaza, una sombra malhumorada alimentando a las palomas.

Tal vez valga más no pensar demasiado en ella, sino vivir la vida humana lo suficientemente comprometida, lo suficientemente justificada como para seguir adhiriéndonos a ella incluso cuando se hayan perdido todas las ilusiones y se haya enfriado el ardor vital.

Los tiempos modernos aconseja a las personas que preparen su vejez. Con planes de todo tipo reformando el sistema de protección social cuyo objetivo se trata solo de reservar dinero privatizando la mayoría de las veces, para la especulación de los fondos buitres. Pero la realidad es que estas posibilidades solo les son concedidas a un puñado de privilegiados.

Simone de Beauvoir “Revolucionar la vejez y salir del capitalismo”

Entre tanta desazón recordaremos la obra de Simone de Beauvoir «La vejez en la sociedad actual», donde la autora recuerda que «la edad a la que comienza el declive senil siempre ha dependido de la clase a la que se pertenece. Hoy en día, un minero es a la edad de 50 años un hombre acabado, mientras que entre los privilegiados muchos llevan alegremente sus 80 años».

Por lo tanto, la desigualdad de las personas en la vejez no solo se debe a las posibilidades concretas que tienen en la jubilación, sino sobre todo a las consecuencias del estilo de vida que han tenido que llevar durante su existencia. Obligadas a vender su fuerza de trabajo para satisfacer sus necesidades, obligadas a tareas repetitivas y alienantes que no favorecen la imaginación ni el enriquecimiento de su persona, permanentemente ocupadas por las preocupaciones de la existencia diaria, las personas trabajadoras no tienen la oportunidad de preparar su jubilación.

Como resultado, según Beauvoir, ésta se vive con especial brutalidad: de repente, la o el pensionista «solo ve un desierto a su alrededor»; al abordar con las «manos vacías» la vejez, «la decadencia senil comienza prematuramente, es rápida, físicamente dolorosa, moralmente horrible» y los «individuos explotados y alienados, cuando sus fuerzas les abandonan, se vuelven fatalmente “residuos”, “desechos”

En resumen, como dice Beauvoir en el preámbulo del libro: «tanto en el curso de la historia como hoy, la lucha de clases determina la forma en que un hombre es atrapado por su vejez». Por lo tanto, el problema de la vejez no es, según Beauvoir, un problema particular que podría resolverse a través de otra política de vejez. Plantear el problema de la vejez es cuestionar una organización de la sociedad humana, que obliga a las personas a trabajar toda su vida simplemente para mantenerse con vida.

Como escribe Beauvoir, «por el destino que asigna a sus miembros inactivos, la sociedad se desenmascara; siempre los ha tratado como material». La incapacidad en que nuestra sociedad se encuentra para tratar a las y los ancianos humanamente es el síntoma del «fracaso de toda nuestra civilización», es decir, una civilización estructurada por el modo de producción capitalista. Beauvoir, por lo tanto, pide una transformación del modo de organización social de la humanidad y una superación del modo de producción capitalista. «Lo que hay que rehacer es el hombre entero, hay que recrear todas las relaciones entre los hombres si se quiere que la condición del anciano sea aceptable”.

En esta «sociedad ideal» poscapitalista, la vejez misma «ni siquiera existiría, por así decirlo». No porque tal o cual progreso técnico o médico hubiera permitido a la humanidad superar su condición biológica y la fatalidad de su involución, sino porque ya no sería sinónimo de un estatus social específico que disminuye las posibilidades de acción del individuo. El anciano ya no estaría condenado a vivir sus últimos años como una existencia puramente honoraria a la espera de la muerte, sino que tendría ante sí una «amplia gama de posibilidades» que podría continuar persiguiendo hasta que la muerte le alcanzara.

* Periodista uruguayo residente en Ginebra exmiembro de la Asociación de Corresponsales de Prensa de Naciones Unidas en Ginebra, CLAE
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