Esas contradicciones

Esas contradicciones

Juan Gabalaui*. LQS. Octubre 2019

El sistema capitalista ha erosionado la solidaridad, la capacidad de reconocernos en el otro y de compartir las luchas. Por eso todas las acciones que nos permitan reconocernos, compartir y relacionarnos fraternalmente son una bomba de relojería en la base del sistema

¡Vete a tu país! Le gritaba una mujer española alcoholizada que vive en la calle a una mujer rumana ciega que pedía limosna, sentada en una esquina encima de una caja de plástico y moviendo la cabeza de un lado a otro. La mujer española se inclinaba hacia ella y golpeaba violentamente sus manos cada vez que le chillaba que se largara. El acompañante de la mujer española, sentado a unos metros de distancia junto a su perro, le decía que la dejara, que si no se daba cuenta que formaba parte de una mafia. Días después la misma mujer, embotada por el alcohol, gritaba a los conductores, durante la manifestación contra el cambio climático, que esa noche dormían en el coche. Ella solía dormir en la acampada, ya desmantelada, que se encontraba en el Paseo del Prado en Madrid que ha demandado desde hace cinco meses una solución para las personas sin techo. Todos estamos llenos de contradicciones como esta mujer, que pasa del racismo más agresivo a la defensa de los derechos de las personas que viven en la calle, sin identificar la incoherencia de atacar a una persona que se encuentra en su misma situación solo por ser de otra nacionalidad. El sistema no discrimina en este sentido. Les sitúa al margen independientemente de su procedencia y origen étnico, de su deficiencia visual o de sus problemas con las drogas.

El sistema capitalista ha erosionado la solidaridad, la capacidad de reconocernos en el otro y de compartir las luchas. Por eso todas las acciones que nos permitan reconocernos, compartir y relacionarnos fraternalmente son una bomba de relojería en la base del sistema. El individualismo radical nos deja solos ante las agresiones sistémicas, nos frustra y, con el tiempo, nos inmoviliza. Nos paraliza de tal forma que permitimos el zarandeo y los golpes. Es un tipo de indefensión aprendida que nos enseña que no hay nada que hacer y prepara el terreno para la asimilación de valores y principios contrarios a nuestros propios intereses. El sistema es capaz de trasladar la indignación hacia elementos que no le hacen daño a la vez que estimula que absorbamos mensajes que ocultan su responsabilidad. Está cómodo en situaciones donde los que se encuentran en las orillas del capitalismo se enfrentan entre ellos y se empapan de mensajes que, lejos de ayudar a interpretar los hechos, confunden y distraen. El ¡vete a tu país! es una manera de ocultar quiénes son los responsables de que haya personas viviendo en la calle en condiciones indignas. La solidaridad nos permite apuntar directamente hacia aquellos que construyen realidades invivibles.

Las manifestaciones nos sirven para salvar nuestras conciencias. Después regresamos a nuestras vidas, cómodas y privilegiadas, y decidimos a qué partido votar mientras nuestros gobiernos ayudan a arruinar el planeta…

El teatro de la política es otro de los distractores favoritos ya que permiten que gastemos nuestras energías en debatir sobre candidatos y partidos, más aún cuando desde hace años proliferan espacios mediáticos dedicados a la política donde se inclinan por el sensacionalismo, la confrontación vacua y la construcción de problemas. La política es necesaria pero el sistema ha conseguido convertirla en un artificio. Los políticos se han convertido en influencers que intentan que sus frases se conviertan en trending topic mientras más de cincuenta tiendas de campañas se extendían por el Paseo del Prado, Cibeles y la Plaza de las Cortes, frente al Congreso de los Diputados, sin que haya habido ningún avance sobre la situación de las personas que viven en la calle (Un desalojo más!). Ni sobre el acceso a la vivienda. Ni sobre nada que realmente sea importante. Ahora estamos con Errejón y con la construcción de un escenario terrorista que permita seguir criminalizando el independentismo. Y también con el cambio climático. Vivimos en una sociedad donde es más importante la etiqueta “ecologista” que las medidas dirigidas a reducir el impacto medioambiental. Generamos ruido alrededor para ocultar el debate real. En las distintas cumbres sobre el clima se aprueban medidas que si se pusieran en funcionamiento empezaríamos a contener el cambio climático pero no se cumplen. Y nadie habla sobre a quiénes les interesa que no se cumplan. Mejor hablamos de Greta Thunberg.

Se producen manifestaciones multitudinarias en todo el mundo para demandar que los gobiernos tomen medidas que palien el cambio climático. Miles de personas bienintencionadas participan en las mismas y gritan indignadas porque nos estamos cargando al planeta. Pero las voces contra el capitalismo son mínimas. Esas miles de personas bienintencionadas quieren mantener su estilo de vida, propio del sistema capitalista, y salvar al planeta sin darse cuenta de que ambas cosas son contradictorias. Esas contradicciones. Demandan a los gobiernos de países que se desarrollan bajo parámetros capitalistas que tomen medidas que van en contra de sus intereses. Es evidente que esto está condenado al fracaso. Muchas de las que levantan carteles con consignas como menos plásticos y más sentido común deberían saber que hay personas asesinadas por luchar contra la deforestación o la minería que destroza y contamina el medioambiente. Asesinadas por oponerse a los intereses de grandes empresas y gobiernos. ¿Estamos dispuestos a poner en riesgo nuestra vida para salvar el planeta? ¿Para enfrentarse al capitalismo? Las manifestaciones nos sirven para salvar nuestras conciencias. Después regresamos a nuestras vidas, cómodas y privilegiadas, y decidimos a qué partido votar mientras nuestros gobiernos ayudan a arruinar el planeta, acunados por un sistema que deviene en presidio social.

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