Estados Unidos contra el mundo

Estados Unidos contra el mundo

Estados Unidos es el principal enemigo de la libertad, la democracia y la paz mundial. Ahora mismo mantiene una ofensiva simultánea contra Venezuela, Ucrania y Siria, con el objetivo de derrocar a sus gobiernos, saquear sus riquezas naturales y apropiarse de sus rutas comerciales. Las reservas de petróleo de Venezuela, los gaseoductos rusos que atraviesan Ucrania y la posición geoestratégica de Siria explican una nueva agresión imperialista, que se disfraza de protestas populares, exigiendo un cambio de régimen. Los acontecimientos siempre reproducen la misma secuencia. Los manifestantes ocupan pacíficamente calles y plazas, pero no tardan en producirse actos de violencia y pérdidas de vidas humanas. Thierry Meyssan, fundador y presidente de la Red Voltaire, afirma que no se trata de incidentes incontrolados: “…fuerzas especiales o elementos a las órdenes de Estados Unidos o de la OTAN, convenientemente ubicados, disparan a la vez contra la multitud y contra la policía. Así sucedió en Deraa (Siria) en 2011, al igual que en Kiev (Ucrania) y en Caracas (Venezuela) en los últimos días. En el caso de Venezuela, las autopsias practicadas demuestran que 2 víctimas –un manifestante de la oposición y otro favorable al gobierno– fueron baleadas con la misma arma”. Estados Unidos no deja nada al azar. Cada acto de injerencia se realiza desde un país vecino, que permite dirigir la operación desde la retaguardia, creando una zona de escape y apoyo militar, financiero y sanitario. En los casos de Siria, Ucrania y Venezuela, desempeñan ese papel Turquía, Polonia y Colombia, respectivamente. Si Estados Unidos consigue sus objetivos, ningún país podrá estar tranquilo.

La guerra contra Siria

Siria no posee grandes reservas de petróleo. En 1996, producía 600.000 barriles diarios. En 2011, su producción se había reducido a 334.000 barriles, la mayoría para consumo doméstico, un 0’5% de la oferta mundial de crudo. Las reservas de gas son más importantes, pero aún no han sido evaluadas con exactitud. La importancia de Siria no reside en sus riquezas naturales, sino en su posición geoestratégica. Se ha repetido muchas veces que controlar Siria significa controlar Oriente Medio. Tal vez por eso los gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido realizan desde hace muchos años operaciones especiales (en realidad, actividades terroristas) en Siria e Irán, el gran protagonista de la zona. Seymour Hersh, reportero de The New Yorker, reveló en 2007 que Washington actuaba conjuntamente con Arabia Saudí, Turquía y las monarquías del Golfo para debilitar el frente chiita compuesto por Teherán, Damasco y Hezbolá. El ministro francés Roland Dumas admitió algo después que Londres también participaba en operaciones encubiertas para desestabilizar Siria, Irán y Líbano. El siguiente paso consistió en organizar revueltas capaces de derrocar a sus gobiernos, armando y proporcionando instrucción militar a presuntos ejércitos de liberación. Los alauitas, una escisión del chiismo, sólo son el 12% de la población en Siria y eso explica que los Asad siempre hayan mantenido un clima de represión contra la mayoría sunita y el pueblo kurdo. Cuando Bashar se convirtió en presidente de Siria, puso en marcha un tibio reformismo e intentó mejorar las relaciones con la UE, Turquía y Arabia Saudí. Su oposición a la invasión norteamericana de Irak y sus lazos con Hamas y Hezbolá malograron sus esfuerzos diplomáticos, pero en 2007 la situación de Irak y el Líbano se habían estabilizado y Bashar estableció nuevamente relaciones con Estados Unidos, Turquía y la UE. Siria intentó explotar su posición privilegiada en las rutas comerciales del gas, pues su territorio conecta el Mediterráneo, el Caspio, el Mar Negro y el Golfo Pérsico.  Casi todos los expertos sostienen que el gas será la principal fuente de energía en el siglo XXI. Constituirá la alternativa a la reducción de las reservas mundiales de petróleo, con la ventaja de ser una fuente de energía menos contaminante. En 2009, el emir de Qatar y el presidente turco Recep Tayyip Erdogan anunciaron el proyecto de construir un gasoducto que transportará el gas catarí hasta Turquía, atravesando Siria. El pequeño emirato catarí ocupa el tercer lugar en reservas mundiales de gas natural y es el primer productor de gas licuefactado (LNG). La idea era comunicar el pozo de gas catarí de North Pars con el gasoducto Nabucco, el malogrado proyecto de la UE para combatir su dependencia energética de Rusia. Rusia produce el 32% del gas natural que consumen los hogares europeos. El gas catarí sólo representa un 9%. El proyecto turco-catarí implicaba una ruta alternativa, capaz de menoscabar la hegemonía rusa, pero Siria canceló su apoyo cuando Ankara decidió respaldar a los insurgentes y entendió que se buscaba derrocar a su régimen como un paso preliminar para destruir Irán y blindar Israel, estado número 51 de los Estados Unidos. Aunque no hace frontera con el régimen de los ayatolás, Siria es un balón de oxígeno para Irán, cercado por países hostiles (Turquía, Arabia Saudí) o intervenidos y ocupados por un amplio despliegue militar norteamericano (Irak, Afganistán, Pakistán). Las fronteras iraníes con Armenia, Azerbaiyán y Turkmenistán son irrelevantes, pues carecen de capacidad disuasoria. Después de cancelar su apoyo al gasoducto turco-catarí, Damasco firmó varios acuerdos con Teherán para trasladar el gas iraní hacia su territorio, un proyecto que le convertiría en el principal centro de almacenamiento de Oriente Medio, con acceso a las reservas del Líbano. Se ha dicho que en ese momento comenzó la guerra por el control de Siria.

Rusia intervino, apoyando al clan de los Assad, pues no podía permitir que los rebeldes sirios restablecieran el proyecto turco-catarí y, lo que no es menos grave, ocuparan la base Tartus. Tartus es la única base naval de la Armada Rusa en el Mediterráneo. Técnicamente, no es una base, sino un puerto de mantenimiento, reparación y abastecimiento, con dos talleres flotantes para realizar reparaciones y aprovisionarse de combustible, agua dulce y fruta. Dispone de un personal de 600 funcionarios rusos del Ministerio de Defensa. En marzo de 2011 comenzaron los disturbios en Siria. La insurgencia contaba con poderosos aliados: Qatar, Turquía, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia. Nueve meses más tarde, Rusia envió a la base de Tartus una flota encabezada por el portaaviones “Almirante Kuznetsov”, acompañado por el gran destructor antisubmarino “Almirante Chabanenko”. Para llegar a su destino, tuvo que rodear el continente por su parte occidental y penetrar en el Mediterráneo por el estrecho de Gibraltar. El portaaviones no pudo entrar en la base de Tartus por su gran calado. Se limitó a quedarse en la rada, mientras otros barcos entraban en el puerto para aprovisionarse. ¿Por qué este alarde de fuerza, que implicó movilizar al “Ladni”, barco de guardia de la flota del Mar Negro, obligándole a atravesar el Bósforo y el estrecho de los Dardanelos para reunirse con  el “Almirante Kuznetsov” y su escolta? Simplemente fue la respuesta a las maniobras de la VI Flota Operativa de la Marina de Guerra de los Estados Unidos, que patrullaba cerca de las costas de Siria, con varios portaaviones, incluido el “George Bush”, un modelo de última generación con armamento nuclear. Por supuesto, Estados Unidos y Rusia comunicaron al mundo que sus maniobras se habían planificado con meses de antelación y no guardaban ninguna relación con la guerra civil que devastaba Siria.

Los rebeldes sirios ya controlan los campos petrolíferos y los principales yacimientos de gas, pero sus disputas internas y la resistencia del régimen de los Assad han estancado la guerra, sin que nada insinúe un desenlace cercano. Además, el clan de los Assad sigue dominando las montañas alauíes del Oeste, su feudo natal y lugar de paso obligado para cualquier gasoducto. No sé cuál será el final de la guerra civil siria, pero es evidente que la intromisión de Estados Unidos y la UE no obedece al propósito de proteger los derechos humanos. Se acusa a Siria de haber utilizado armas químicas contra su población civil, pero lo cierto es que aún no se ha esclarecido la responsabilidad de la masacre de Guta, suburbio de Damasco. Se dijo que el régimen de Bashar al-Assad había acabado con la vida de 1.400 personas el 21 de agosto de 2013, pero Médicos sin Fronteras sólo contabilizó 355 víctimas. Las imágenes de niños agonizando conmovieron al mundo y el Presidente Barack Obama se pronunció a favor de una intervención militar norteamericana “limitada en tiempo y alcance”, sin necesidad de enviar tropas terrestres. Algunos medios de comunicación cuestionaron la versión que atribuía la execrable matanza al gobierno de Bashar al-Assad. Dale Gavlak, corresponsal de Associated Press, se entrevistó con el Ejército Libre de Siria y recogió testimonios que atribuían el ataque a los insurgentes. Presuntamente habían sufrido un accidente con las armas químicas entregadas por el príncipe Bandar bin Sultan, director de la Agencia de Inteligencia saudí Al-Mukhabarat al-’Ammah. La inexperiencia en el manejo de esta clase de armamento provocó la masacre.

En Siria se aplica la misma estrategia que en Libia, acusada por los grandes medios de comunicación de un presunto genocidio que jamás se ha probado. Al igual que en Siria, se ocultó que la OTAN llevaba meses armando y entrenando clandestinamente a desertores libios y mercenarios de Al Qaeda para derrocar al gobierno de Muamar el Gadafi. En ambos países, la OTAN puso en práctica su nuevo “concepto estratégico”, aprobado en 2010 en la Cumbre de Lisboa. Con el pretexto de proteger a los países de la Alianza de “cualquier amenaza que afecte a su seguridad”, se atribuía a la OTAN nuevas competencias que incluían una supervisión global sobre la política, la economía y el medio ambiente. La “defensa colectiva, la gestión de crisis y la seguridad cooperativa” sólo eran eufemismos para extender un cheque en blanco a las intervenciones militares en países extranjeros. Las 40.000 bombas lanzadas en Libia por la OTAN, que mataron a una buena parte de las 70.000 víctimas del conflicto y destruyeron las infraestructuras del país, respondían a intereses nada humanitarios: apoderarse de la principal reserva de petróleo de África, controlar la segunda reserva mundial de agua dulce, frustrar el proyecto libio de un Fondo Monetario y una moneda africanos, apropiarse de los 150.000 millones de dólares y las 144 toneladas de oro del Banco Central, expulsar a las 70 empresas chinas que trabajaban en la construcción de puentes, infraestructuras de transporte y gasoductos, preparar el asalto a Siria e Irán, consolidar el domino estadounidense en el Mediterráneo e imponer a la UE el embargo del crudo iraní (gracias al control de las reservas libias e iraquíes). Demonizado por la prensa, muy pocos repararon en que Gadafi había conseguido erradicar el hambre en Libia, alfabetizar al 80 por ciento de la población, universalizar el acceso a la sanidad y el agua potable, y garantizar los derechos de las mujeres, con una esperanza de vida de 79 años en un continente con un promedio de 49.

Gadafi cometió el error de ofrecer las reservas de oro del Banco Central de Libia para crear una nueva moneda de reserva mundial, alternativa al dólar. Un desafío tan intolerable como el de Saddam Hussein, cuando a finales de 2000, animado por Francia y otros países de la UE, intentó vender el petróleo iraquí en euros a cambio de alimentos.  A veces se olvida que en 1970 Estados Unidos logró imponer el dólar estadounidense como moneda única para comprar y vender crudo. El Presidente Nixon aseguró al Rey Faisal de Arabia Saudí que protegería sus campos petrolíferos de enemigos potenciales, como Irán, Iraq o la Unión Soviética, si vendía su crudo exclusivamente en dólares e invertía los beneficios en moneda, bonos y letras del tesoro estadounidenses. En 1975, todos los países de la OPEP establecieron el mismo acuerdo. El monopolio del dólar en el negocio del petróleo acentuó su condición de moneda de reserva para el comercio mundial, garantizando un enorme depósito de crédito para la economía norteamericana, pues todos los países empezaron a acumular dólares para mejorar su competitividad y fijar el precio de su propia moneda en materia de importaciones y exportaciones, de acuerdo con el cambio de divisas y la coyuntura internacional. El desafío de Saddam Hussein contra la hegemonía del petrodólar impulsó a otras naciones a imitar su ejemplo. Rusia, Irán, Indonesia, Venezuela y la UE mantuvieron conversaciones con la OPEP para analizar las consecuencias de utilizar su moneda para comprar petróleo. Estados Unidos cortó en seco esta iniciativa. En marzo de 2003 invadió Irak y el dólar recuperó sus privilegios. Todos los países entendieron el mensaje y abandonaron su tímida ofensiva contra el sistema del petrodólar. En febrero de 2011, Dominique Strauss-Kahn, director del FMI, planteó otra vez la necesidad de crear una nueva moneda de reserva global con el discreto apoyo de Angela Merkel. Un escándalo sexual defenestró a Strauss-Kahn, que se libró de la cárcel, presentando su dimisión. Si pudiera comprarse y venderse crudo en yenes, yuanes, rublos o cualquier otra moneda, el dólar se desplomaría y Estados Unidos perdería su papel de gran potencia mundial. Si Bashar al-Assad no es derrocado, será imposible extender la influencia de Estados Unidos en Oriente Medio, controlando las rutas comerciales del gas y el petróleo. El objetivo final es la caída de Irán y la seguridad de Israel. Este objetivo no se materializará mientras Siria conserve su soberanía y pueda dirigir libremente su política exterior.

La revolución gris de Ucrania

El gas se ha vuelto tan importante como el petróleo. Estados Unidos lo sabe y por eso se ha movilizado para estrangular al oso ruso, construyendo nuevos gasoductos o apropiándose de las rutas comerciales ya existentes. Rusia es el mayor exportador de gas natural del planeta y la UE es su cliente más importante, que le compra el 74% de su producción. El 50% de ese comercio se lleva a cabo mediante gasoductos situados en territorio ucraniano. Hasta ahora, Rusia controlaba la situación, no sin ciertos problemas, pero si Ucrania se integra en la UE y entra en la esfera de influencia de Estados Unidos, sufrirá un gravísimo revés comercial y será infinitamente más vulnerable, pues la OTAN extenderá su dominio hasta sus fronteras. Hace poco se filtró una conversación telefónica entre Victoria Nuland, Subsecretaria de Estado de Estados Unidos, con el embajador norteamericano en Kiev. Nuland se quejaba de que la UE no lograba derrocar al gobierno de Yanukóvich. No es un simple desliz. La presencia del senador McCain en la Plaza de la Independencia de Kiev (Maidan Nezalezhnosti) corrobora la intención de Estados Unidos de forzar un cambio en Ucrania, eliminando cualquier obstáculo para su ingreso en la OTAN y la UE. Aparentemente, las protestas nacieron para frenar la entrada en vigor de una ley represiva, que limitaba el derecho de manifestación y asociación. Enseguida, las reivindicaciones se ligaron al ingreso en la UE, supuesta tierra prometida, pese a sus millones de parados y desahuciados. Al igual que Thierry Meyssan, la periodista iraní Nazanín Armanian afirma que esta clase de disturbios no surgen espontáneamente, sino de acuerdo con una planificación exterior: “El modus operandi  de la UE y Estados Unidos ha sido aplicar el modelo de las primaveras libia y siria: Protestas pacíficas convertidas, de repente, en levantamientos armados de bandas tenebrosas con disciplina militar que provocan caos y terror para dar la impresión del peligro de masacre y guerra civil. Que los dictadores respondan con una dura represión señala que ninguno representa los intereses de los ciudadanos”. Estados Unidos siempre ha soñado con dominar Ucrania, pues de ese modo fortalecería su posición en la Nueva Europa y evitaría la creación de un eje París-Berlín-Moscú, opuesto a sus intereses. No está de más recordar que el canciller Gerhard Schröder se negó a intervenir en la invasión de Irak en 2003. A pesar de su alineamiento con Estados Unidos, Alemania nunca ha renunciado a recuperar su soberanía. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Alemania vive una situación de humillante colonización, con 227 bases norteamericanas en su territorio. En 2010, Angela Merkel firmó a su pesar un préstamo con el FMI de 750.000 millones de dólares, con el objeto de recapitalizar los bancos europeos con problemas de liquidez y solvencia. Merkel sabía que con su firma la UE cedía parte de su soberanía, pero esa opción era preferible a la caída del euro, lo cual acarrearía la suspensión de pagos de los países del Sur de Europa (sus principales deudores) y una apreciación del marco que hundiría las exportaciones alemanas. Tal vez por eso, ahora ha roto su tradicional neutralidad para apoyar a Vitali Klitschko, líder de la oposición ucraniana, con residencia en Hamburgo. Si Klitschko llega a gobernar, Alemania podría extender su influencia hasta el Mar Negro y abrir una ruta hacia Oriente Medio, pasando por los Balcanes.

Vladimir Putin también cuenta con Ucrania, pero con otras intenciones. Su deseo es crear una Unión Euroasiática capaz de competir con la Unión Europea. Ucrania sería imprescindible para plasmar un proyecto que se ha fijado para 2015. Estados Unidos intenta frustrar esos planes, impulsando un gobierno anti-ruso, que acuerde la integración de Ucrania en la UE y la OTAN. Si no es posible, Estados Unidos prefiere que Ucrania se balcanice, dividiéndose en una zona ruso-ortodoxa y otra ucraniana-católica. De ese modo, Ucrania se transformaría en una tierra de nadie, perdiendo su condición de puente entre Europa y Rusia. Rusia no puede consentir que suceda algo semejante, pues necesita los gasoductos que ha construido en Ucrania para seguir vendiendo a la UE. Tampoco puede prescindir de su base naval en Sebastopol ni perder el acceso a los abundantes productos agrícolas ucranianos. Todo apunta que Estados Unidos intenta estrechar su cerco militar y diplomático contra Rusia. Si controlara Ucrania, podría incluso desplegar en un futuro escudos antimisiles en su territorio, como ya ha hecho en Rumanía y Polonia. No es un secreto que la Revolución Gris apunta al corazón del antiguo adversario ruso. En la Plaza de la Independencia, se repite la consigna: “Ayer Kiev, mañana Moscú”.

Cuando se desintegró la URSS, Estados Unidos se apropió de casi todas sus zonas de influencia en Europa Oriental. A veces, se limitó a absorberlas, utilizando su enorme poder militar y económico, sin necesidad de recurrir a maniobras desestabilizadoras. Polonia, República Checa, Hungría, Estonia, Letonia, Lituania, Bulgaria, Rumanía, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia y Albania acabaron en sus redes, sin grandes esfuerzos. En el caso de Yugoslavia, se utilizó la misma estrategia de las “primaveras árabes”: alimentar las viejas tensiones étnicas, agitar la violencia, manipular a la opinión pública mediante los grandes medios de comunicación, aplicar una estricta censura militar para que las víctimas de los bombardeos de la OTAN se hicieran invisibles. Estados Unidos afirmó que su intervención solo pretendía frenar la violencia étnica y proteger a la población civil, pero con ese pretexto destruyó hospitales, escuelas, fábricas, vías fluviales y puentes. Yugoslavia desapareció como Estado socialista no alineado y en su lugar aparecieron mini-estados tutelados por la OTAN. Rusia perdió una de sus rutas comerciales hacia el Mediterráneo. De hecho, el proyecto de gaseoducto ruso-greco-búlgaro se sustituyó por un gaseoducto que recorrería Albania, Macedonia y Bulgaria. Estados Unidos se hizo con los Balcanes, sus recursos y sus mercados, impidiendo que Alemania se convirtiera en una potencia regional, aprovechando su estrecha relación con Eslovenia y Croacia. La independencia de Kosovo fue la jugada maestra de Estados Unidos, pues le permitió levantar Camp Bondsteel, la mayor base militar norteamericana del mundo fuera de sus fronteras. Kosovo se convirtió en un narco-estado, que empezó a distribuir por Europa la heroína producida en Afganistán bajo la protección de las fuerzas militares norteamericanas. Son muchos los que acusan a Estados Unidos de promover y proteger narco-estados como México y Colombia, y no es un secreto que Wall Street lava impunemente el dinero procedente del tráfico de drogas, inyectando liquidez -dinero real, no virtual- en sus balances. Algunos analistas apuntan que gracias a ese dinero, muchos bancos se han salvado de la quiebra desde que se inició la crisis en 2008.

Controlar Ucrania es el paso necesario para desmantelar la Federación Rusa. Si la Revolución Gris triunfa, Estados Unidos podría desestabilizar a su viejo enemigo, aprovechando su carácter multiétnico y plurinacional. La estrategia de las primaveras árabes podría ser mortífera para el país más extenso del mundo, con 21 repúblicas e importantes minorías étnicas (tártaros, ucranianos, baskires, chuvasios, chechenos, armenios y otros). Escribe Nazanín Armanian: “Demonizar a Rusia (más allá de la naturaleza de su régimen) forma parte de la propaganda de la peligrosa guerra que están cocinando. Dedicar horas en los medios de comunicación a las chicas de Pussy-Riot y ni un minuto a los continuos bombardeos de la aviación de EEUU sobre Afganistán, Pakistán, Yemen, Mali, o a la desastrosa y trágica situación que han dejado en Irak o Libia, forma parte de la Propaganda de Guerra”. Desmantelar la Federación Rusa permitiría contener el avance de China, que en un futuro podría arrebatar a Estados Unidos el papel de primera potencia mundial.

La guerra contra la Revolución Bolivariana

El tercer frente de Estados Unidos en el momento actual está en Venezuela. De nuevo, el mismo guión. Manifestaciones pacíficas que desembocan en un baño de sangre por culpa de disparos de incierta procedencia. Hugo Chávez ganó 16 elecciones democráticas en quince años, pero la prensa europea y norteamericana nunca se cansó de escarnecerlo, acusándole de dictador. Nicolás Maduro también ganó unas elecciones democráticas, cuya transparencia y limpieza reconocieron la UE, la OEA y el centro Carter. Sin embargo, las manifestaciones que se han desatado en diferentes puntos de Venezuela cuestionan la legitimidad de Maduro y exigen su dimisión. Se le responsabiliza de la inseguridad ciudadana, una inflación del 56%, los frecuentes cortes de energía eléctrica y la escasez de productos de primera necesidad, como leche, azúcar, medicinas e incluso papel higiénico. El Observatorio Venezolano de Violencia señala que en 2013 se produjeron 24.763 muertes violentas. Esto significa una tasa de 79 muertos por cada 100.000 habitantes. Dicho de otro modo, un 12% de los fallecimientos anuales están relacionados con actos de violencia, sin incluir en esa cifra los accidentes ni los suicidios. Se han denunciado excesos policiales en la represión de las protestas, pero Nicolás Maduro no se ha escudado en pretextos autocomplacientes. De hecho, ha destituido a Manuel Bernal, director del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional, después de conocer que sus tropas desobedecieron la orden de acuartelarse. Los problemas de inseguridad y escasez son reales, pero no es menos cierto que el gobierno de Maduro disfruta de un amplio apoyo popular, pues invierte grandes cifras en programas sociales. En 2013, la inversión social representó el 37’3 % del presupuesto nacional. Es decir, 23.461 millones de dólares que se dedicaron a mejorar el nivel de vida de los sectores más humildes. Sólo en vivienda y desarrollo urbano se invirtieron 939 millones de dólares. Se afirma que el gobierno reprime a la prensa, pero los periódicos no han reducido su tirada por la censura, sino por el control cambiario. En el mercado negro, un dólar vale 10 veces más que los 6’3 bolívares oficiales. Por eso, la mayoría de los periódicos no han podido importar papel. El diario El Nacional ha reducido un 40% su número de páginas por este motivo. Es cierto que Venezuela ha expulsado a tres periodistas de la CNN y a tres diplomáticos norteamericanos, pero son abrumadoras las pruebas sobre su connivencia con las fuerzas opositoras y su papel desestabilizador, incitando a la violencia. El senador republicano John McCain, que se desplaza incansablemente a todos los frentes, ha pedido una intervención militar, con el apoyo de tropas de Colombia, Perú y Chile. Por supuesto, con el objetivo de instaurar la paz y la democracia. Hasta que llegue ese momento, se utiliza la misma estrategia que en Libia, Siria o Ucrania: violencia callejera orientada a desatar la brutalidad policial, una campaña mediática internacional contra el gobierno y una hipócrita retórica sobre la necesidad de defender los derechos humanos. El 11 de abril de 2002 ya se ensayó algo parecido, con un golpe de Estado contra Hugo Chávez que fracasó en 48 horas, gracias a la oposición popular. Estados Unidos siempre ha conspirado contra la Revolución bolivariana y el socialismo del siglo XXI. El carisma de Chávez impidió que sus planes prosperaran, pero después de su muerte y la subida al poder de Maduro su impaciencia ha crecido y ya no parece dispuesto a esperar más. Considera que la revolución en su patio trasero debe acabar, frenando el avance de la izquierda en América Latina.

Bolivia, Brasil, Uruguay y El Salvador están en manos de partidos socialistas o indigenistas. Es un socialismo tímido y reformista, pero que incomoda tanto a Washington como el socialismo panarabista de los tiempos de Nasser. El objetivo primordial de Estados Unidos en Venezuela es controlar las mayores reservas de petróleo del planeta. El senador McCain no se ha mostrado ambiguo: “[hay] que proteger y garantizar el flujo de petróleo hacia Estados Unidos, cuidando esos recursos estratégicos y velando por nuestros intereses globales”. Estados Unidos posee grandes reservas de petróleo y gas no convencionales. Se trata de petróleo y gas de esquistos bituminosos (Shale Oil y Shale Gas) que se obtiene de rocas sedimentarias arcillosas. El petróleo de esquistos puede ser utilizado para los mismos fines que el crudo, pero se extrae mediante diferentes técnicas. La técnica principal consiste en inyectar presión en el sustrato rocoso que encierra el petróleo o el gas. Es lo que se llama “fracturación hidráulica”. El problema de los hidrocarburos de esquistos es que su extracción es muy costosa y afecta negativamente al medio ambiente. El proceso de extracción contamina el agua dulce, incluso en niveles muy profundos del subsuelo, y produce grandes emisiones de dióxido de carbono, agravando el efecto invernadero. Geológicamente, la “fracturación hidráulica” puede causar accidentes sísmicos. Se responsabiliza a este procedimiento de causar al menos dos temblores de tierra en Gran Bretaña y otro en Arkansas. Por estas razones, Estados Unidos necesita el crudo venezolano, que llega a las plantas de refinería de Houston en un máximo de 72 horas. En cambio, el crudo de Oriente Medio necesita 45 días de viaje.

La doctrina del destino manifiesto

Evidentemente, no es el pueblo norteamericano el que ha organizado esta ofensiva simultánea contra Siria, Ucrania y Venezuela, sino la elite que controla el poder político, militar, mediático y financiero. Hace poco, Vicenç Navarro nos recordaba que esa elite excede el 1% que se le atribuye. Es cierto que el 1% controla el 35’6% de toda la riqueza, pero un 9% controla otro 39’5%. Si sumamos ambos porcentajes, descubrimos que el 10% posee el 77’1% de la riqueza de Estados Unidos. En ese 9% hay que incluir a los directores de los grandes grupos mediáticos, los políticos y los intelectuales al servicio del poder, como Samuel Huntington, que inventó la teoría del choque de civilizaciones para justificar el imperialismo norteamericano en Oriente Medio. Se podría decir que ese 9% es la primera línea de combate contra la libertad, la democracia, la paz, la igualdad y los derechos humanos. Su trabajo consiste en manipular, desinformar y ocultar la verdad. Su agresivo y fraudulento lenguaje convierte a las víctimas en verdugos y a las guerras imperialistas en injerencias humanitarias.

Gramsci nos enseñó que la hegemonía del capitalismo no se basa tan sólo en el control de los aparatos represivos del Estado. Aunque su poder es enorme, el capitalismo podría ser derrotado. Tal vez no hoy ni mañana, pero sí en un futuro, donde la humanidad, explotada y brutalmente empobrecida, se rebelara airadamente contra sus opresores. Todos los imperios han caído antes o después y Estados Unidos no será una excepción. Sin embargo, el poder de sus clases dominantes no se basa simplemente en su poder económico y militar, sino en su hegemonía cultural. El capitalismo norteamericano controla el sistema educativo, los medios de comunicación y las instituciones religiosas. Son los instrumentos necesarios para educar a las masas en la obediencia, la pasividad y el miedo. Podemos afirmar que en Europa sucede prácticamente lo mismo. Sin apenas apreciarlo, los ciudadanos interiorizan los valores que determinan y justifican su opresión. El patriotismo es uno de esos valores. Todo indica que el 11-S fue una operación de Bandera Falsa. No sabemos si organizada desde la cúpula del poder o desde un sector del gobierno y las Fuerzas Armadas. Después de la desintegración de la URSS, las elites que dominan el país sintieron que había llegado la hora de materializar el Destino Manifiesto de los Estados Unidos, que ya no se limitaría a su formulación original por el periodista y columnista John L. O’Sullivan: “El cumplimiento de nuestro Destino Manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia” (Democratic Review, 1845). Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos pensó que sus ambiciones habían resultado demasiado modestas y que su dominio no debería restringirse al continente americano. Estados Unidos reconoce oficialmente que tiene 702 bases militares en 130 países, pero algunos afirman que el número real es mucho mayor, pues hay bases secretas con una ubicación desconocida. Es cierto que el Pentágono acaba de reducir el número de soldados de sus Fuerzas Armadas en 70.000 efectivos, pero esta modificación no afecta a sus planes de expansión. Simplemente, las intervenciones militares directas serán sustituidas por guerras civiles instigadas desde el interior de los países que se aspira a controlar. Somalizar Libia, transformando una nación próspera en un Estado fallido, o balcanizar Irán, con sus doce nacionalidades diferentes, es más efectivo a largo plazo y evita bajas norteamericanas, con su carga de impopularidad. Es posible que la crisis de Ucrania represente uno de los momentos más críticos de la historia reciente, pero un enfrentamiento militar directo entre Moscú y Washington no parece probable. De momento, Estados Unidos ha congelado sus relaciones militares y comerciales con Rusia y Putin ha declarado que se reserva el derecho a intervenir en el este de Ucrania, si bien excluye la posibilidad de anexionarse Crimea. Estados Unidos no es un aprendiz de brujo, sino un imperio con una ambición sin límites. Si queremos cambiar el rumbo de la historia, el primer paso será luchar por la verdad y no permitir que las aulas, los periódicos y los púlpitos sigan imponiendo una versión deformada de los hechos. Hay que luchar en la calle, sí, pero también en los espacios que se utilizan para forjar un relato basado en simplificaciones y mentiras. El saber no es un privilegio, sino un deber revolucionario y el verdadero fundamento de la libertad.

 * Rafael Narbona

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