Este año voy a ejercer desobediencia civil con la Navidad

Este año voy a ejercer desobediencia civil con la Navidad

Cronopio K*. LQS. Diciembre 2018

Confirmado. La Navidad la han inventado para echar más de menos a quien encuentras a faltar. De acuerdo, lo asumo, la vida es como la casa de Gran Hermano, la gente la va abandonando año tras año, y de esto te das cuenta más tarde que pronto. ¿Pero de verdad seguimos manteniendo como si nada semejante fiesta masoquista? Y da igual la edad, la cultura y hasta el partido político o el equipo de fútbol, estas fiestas democratizan sospechosamente a todo bicho viviente. Porque hasta los que están jodidos en un hospital, o los presos, o a los que la vida les muerde de verdad, tendrán que aguantarse y participar en esta pantomima de excesos.

Conoces mi República mejor que nadie y me viene mal que me metan en un “business plan” de felicidad de plástico. Yo decido. Así que este año voy a ejercer desobediencia civil con la Navidad. Me sabe mal por los niños, pero habría que repensar el tema de engañarlos con magias cada vez más complicadas de creer, en realidad casi siempre son ellos los que nos engañan porque no quieren que sepamos que “descubren el pastel”. Joder, deberíamos cambiar el guión, a estas alturas es difícil mantener la coartada con la cantidad de información que tienen a mano. Señores, propongo sentarnos e inventar nuevas magias para ellos.

¿Y qué me dices del atiborramiento de dulces, turrones y cenorrios al estilo del imperio romano?. ¿Y de los cientos de corderos que matan cada Navidad en esta parte del mundo? ¿Y si por un año los indultamos a todos? Propongo cenar huevos con patatas. Una vez alguien me enseñó la emoción de comer unos huevos fritos bien hechos. Mejor de gallinas en libertad, “que de lo que se come se cría”, decía mi abuela.

Y ya puedes pasarte un otoño entero comiéndote los mocos y tarrinas de helados de nueces de macadamia, que de repente la agenda se llena de compromisos. Comidas de ‘compis’, de departamento, de la dirección, de la empresa. Y cenas de vecinos, del gym, de la cuadrilla, de primos políticos insufribles, de cuñados brasas. ¿Y las macrofiestas familiares? Apuesto a que muchas de ellas no acaban a leches porque tienen miedo del fantasma de las navidades futuras. Este año quiero cambiar. Me apetece cenar con alguien que no conozca de nada. Alguien que me sorprenda, alguien con ojos brillantes que me cuente historias interesantes, que me saque de este micromundo organizado, que me haga reír y olvidarme de los que me faltan.

Sabes cuánto me aburren los regalos obligados. No hay época en la que compremos cosas más absurdas. Yo me aturdo año tras año. Los centros comerciales me abducen, entro en trance, me da vueltas la cabeza como a la niña del exorcista y acabo comprando una camiseta de Superman a mi madre o una taza del Real Madrid a mi compañero del Barca en el amigo invisible. Esta navidad me apetecen regalos que se sientan en la piel. Se trata de tocar, nos tocamos poco en general. Con cuidado de no crear confusiones innecesarias o de no molestar, claro. ¿Qué te parece si regalamos besos o abrazos a quien siempre has querido acercarte? La piel cuenta muchas cosas. No hay miedo, serán tocamientos amigables e inocentes, aunque los que no son tan inocentes molan más.

Y también quiero regalar palabras. Las palabras dicen mucho. Están infravaloradas. Los cronopios creen firmemente que con las palabras y también con lo que no se dice, se entregan pedacitos de alma. Eso es lo que me apetece regalar este año.

Y no quiero atragantarme de nuevo con las uvas a ritmo de un reloj casposo, ni ver a ese presentador con capa, ni todos esos programas enlatados, (aunque me río todos los años con Martes y Trece y sus empanadillas de Móstoles). Tampoco voy a enviar mensajes de “feliz año nuevo” al peso, aunque seguiré haciendo mi concurso de la felicitación más hortera, una competición muy dura.

Tampoco veré al rey, porque nunca lo he visto, y ahora menos. Cuando era pequeña, en Euskadi, donde yo vivía, ponían a su majestad en todos los canales, bueno, en “la española” que es como llamábamos a TVE, y en la UHF. Pero en la ETB ponían bertsolaris. Este año propongo el día 24 a las 9 de la noche apagar todas las televisiones del estado, y aprovechar ese ratito para tocarnos, para abrazarnos, para contarnos historias interesantes, inventar magias nuevas para los niños, para regalarnos palabras, incluso para cantar, y para beber y hasta para comer huevos fritos con esa persona de ojos brillantes mientras todos esos corderos indultados comen hierba encantados de haber salvado la vida.

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