Éste va de cine

Éste va de cine

¿Qué podemos esperar de un pueblo para el que se programan -con dineros públicos y diariamente- películas del Oeste, deplorables programas de humor, entre su variopinta y deleznable programación? Ni un programa de libros, ninguno que nos acerque a la poesía, al debate político serio o a la cultura, entendida ésta no solo desde el folclore, la parranda y la cocina local. ¿Para cuándo una televisión al servicio del pueblo y de la cultura?

Llevo en esta isla 14 años, y catorce años hace que la tele autonómica programa pelis del Oeste en la sobremesa -día tras día, año tras año-, por no contar aquellos en que yo aún no residía aquí.

Es francamente conmovedor ver cómo los responsables de la cosa mediática se esmeran día tras día en darle al pueblo aquello que realmente necesita para instruirse y al mismo tiempo distraer el tiempo.

Profundamente conmovido por la sensibilidad de quienes diseñan y programan tan importante vehiculo de difusión para con sus propios paisanos, así como por la preocupación de estos señores por difundir la cultura norteamericana entre el pueblo canario, no me cabe por menos que felicitar desde aquí a aquellos que a diario se desvelan por darnos a conocer aquí lo que acontecía hace 150 años en aquellas tierras de  EE.UU.

Agradezco sinceramenteque se pasen una y otra vez las hazañas y las lecciones morales que se desprenden de los trabajos de John Wayne, de Charles Bronson, Lee Marvin, Gleen Ford y los muchachos del general  Custer y del Séptimo de Caballería; las mil formas y maneras de llevar hasta aquellas remotas tierras la Democracia, el bienestar social y el Progreso -aunque los primitivos habitantes de aquellas tierras no lo supieran entender así-; toda esa magna epopeya que supuso la colonización de los vastos territorios de lo que actualmente es Estados Unidos de América, incluyendo los territorios amablemente cedidos por Méjico al Tío Sam.

Lo que es una lástima es que no podamos disfrutar también en la misma proporción de los trabajos de un japonés al que parece que no conocen los que manejan este prodigio de la propaganda: Me refiero al señor Akira Kurosawa y a sus magníficos trabajos Dersu Uzala, Vivir,El hombre del carrito, por no extenderme aquí en una detallada relación de todas las joyas que comprenden su filmografía.

Es desolador que, en tanto nos obsequian una y otra vez con los productos de Charly Chan, Jean Claude van Damme y toda esa fauna, las televisiones varias ignoren a Visconti, a Buñuel, a De Sica, a Antonioni, a Bergman; a aquellos directores de los años sesenta, incluyendo a Joseph Lossey, que contribuyeron con sus excelentes trabajos a hacernos comprender un poco mejor el mundo a aquellos que muy poco antes éramos pasto de las producciones del inefable Manuel Mur Oti y de Manuel Torrado.

Que nos pasen una y otra vez las formidables pelis de Clint Eastwood y de John Ford; pero que al mismo tiempo no se ignore qué está pasando en los barrios de Escaleritas, en Vallecas, o en el mismo Jinámar. Desde Los lunes al sol no he vuelto a ver un filme decente que nos informe de aquello que nos pasa a nosotros mismos, si exceptuamos una peli reciente de Antonia San Juan: Del lado del veranoCarmina o revienta, de Paco de León, y un  par de cosas más.

Estoy seguro de que no soy justo en mis valoraciones, pero se echan de menos las manos, la sensibilidad y la denuncia de aquellos realizadores de Surcos,Muerte de un ciclista,El Sur,Bienvenido, mister Marshall, por no alejarnos del terreno patrio. Pero, sobre todo, es francamente desolador encender la tele y encontrarnos a diario productos norteamericanos, por no hablar aquí de toda esa morralla nacional de series españolas y concursos que maldito lo que enseñan, ni del fútbol; la estrella, el buque insignia de las programaciones.

Evidentemente -y lo he dicho aquí en otra ocasión-, también se puede apagar ese chisme y enfrascarse en la lectura de un buen libro. Lo que ocurre es que hay casas en las que no entran más libros que los del cole, y eso donde hay críos; y en muchos casos el personal llega tan derrotado del curro, o tan somnoliento, que no da para más que para tirarse en un sillón y ver quién nos ha robado hoy o por dónde van ya los recortes sociales del Gobierno.

Hombre, no les pido yo que nos vuelvan a poner otra vez Novecento, o aquel magnífico Odio en las entrañas, que nunca más volví a ver desde los años sesenta; pero no estaría de más que, de vez en cuando, se rescataranpelis como Vivir en paz,Diario de una camarera,El río,así como el resto de pelisde Renoir, Satyajit Ray, Goddard, Lang, Fellini; todos aquellos maestros que nos enseñaron a ver buen cine en nuestra remota juventud. Sería de desear que se pasara La balada de Narayama, por poner sólo unos ejemplos de buen cine, y, sobre todo, hacerlo con un criterio: No se puede seguir programando un día una memez de Paco Martínez Soria y al siguiente un excelente trabajo de Carlos Saura, sin otro criterio que rellenar la programación. Es preciso ya, en Telecanarias, cuando menos, una política cultural. Que se nos acerque a la poesía, al teatro, a la conciencia social, de la cual tan lejos están esos jóvenes que arreglan su vieja moto al pie del bloque de viviendas donde las gentes agotan sus días a dentelladas, entre el paro y la más cruel desolación.

Es más que evidente que habrá en nuestro país miles y miles de personas, por no decir millones, que pasarán por la vida sin haber conocido un solo cuento de nuestro querido y admirado Ignacio Aldecoa, ni la poderosa novela de Gioconda Belli La mujer habitada, un sólo poema de nuestro amado Miguel Hernández; ¿quién descubrirá a estas afables gentes de las Islas, de las apartadas aldeas de la montaña, a Cesare Pavese, a Rosalía de Castro, a Jorge Amado, por sólo citar a unos pocos autores; pero es más que probable que se hayan visto media docena de veces Lo que el viento se llevó, por no extenderme aquí hablando de las mil veces que se recuperan laspelis de Hitchcok, de James Dean o de Cary Grant; pero mientras nos jartan con los sensibleros filmes de Richard Gere, y las teleseries de adolescentes en trance de enamorarse, hasta el punto de parecernos todas y cada una de ellas la misma.

Si hay algo evidente con esta crisis es que peligra el cine de autor: Mucho me temo que se va a acabar aquello de hacer aquí pelis como La caza, El espíritu de la colmena, Mambrú se fue a la guerra o El cochecito y En la ciudad sin límites.  Pero seguirán torturándonos con muchos de aquellos deleznables productos cinematográficos que se hicieron en tiempos del extinto, salvo en casos de heroicas gentes del oficio que se arriesguen a devolvernos la fe en el cine español.

De momento, la cosa del cine en la tele, salvo honrosas excepciones, nos hacen mirar casi con nostalgia a aquellos años sesenta, en los que un tal Fernando Pieri nos pasaba en las noches pelis de V. Sjöström: El viento, y de Fritz Lang y Th. Von Harbou: Las tres luces; descubriéndonos al Buñuel de Nazarín y a cantidad de realizadores que de otra manera nos hubiese sido impensable conocer.

Por último, será de agradecer que algún día la tele sea un bien verdaderamente público e independiente, y que alguien se tome la molestia de explicarnos qué lleva a nuestras gentes al suicidio, a la droga, al asesinato y al maltrato de las mujeres; porqué se roba un libro en una librería o una pieza de embutido en el súper. Pero mucho me temo que, visto lo visto, los jerarcas que actualmente tramitan la cosa cultural y política no están para hablarnos de otra moral, otros valores y otra ética que la que funcionaba en el legendario Oeste de Grupo salvaje, del maestro Sam Peckinpah.

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LQSRemix

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