Estética del coito: el orgasmo será revolucionario o nada
Preparemos el lecho que entre sus sábanas esconda un arco iris”
Picasso.
Felizmente el coito es ese territorio real y surrealista “…punto en el espíritu desde donde la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo comunicable y lo incomunicable, lo alto y lo bajo cesan de ser percibidos contradictoriamente…” [1] Canto de carnes y almas en un desplante de vida que hace fluir sus néctares sobre la faz de lo cotidiano. Coreografía de fugas que se electrizan para que estallemos como arco iris insurrectos entre orgasmo y orgasmo. El coito es revolucionario.
Entre las muchas calamidades confabuladas contra el coito hay que inventariar al empirismo y al criticismo, al simplismo, al reduccionismo, al facilismo y al oscurantismo. Ideologías de pajas en ojos ajenos sobre la mesa de las pulcritudes metafísicas que acompañan voluntariosas al autoritarismo macho, al institucionalismo ceremonioso, a la frigidez burocrática, al miedo culpígeno, al cientificismo psicoprofiláctico, al oscurantismo iluminista y al reglamentarismo del usuario feliz promovido por la moral burguesa de algunas “revoluciones sexuales” de la autoayuda. El capitalismo destruye también las fuerzas productivas del coito.
Contra el coito obran designios ideológicos interminables alimentados por cierta perversión enfebrecida que se encaramó en la historia para traicionarlo todo. Se trata de una lógica de la omisión y el ninguneo empeñada en malversar, reprimir, desfalcar, reglamentar, ocultar y vulgarizar. Lógica de la omisión para esclavizar instintos y vidas. Lógica de la barbarie que ha dejado dividendos monstruosos: un imaginario histórico del coito alienado y alienante, ignorancia, culpas, miedo, negación de los cuerpos, entumecimiento brutal de los placeres y una multiplicación descontrolada de patologías y obscenidades. Prostitución y esclavitud burguesa, la alienación coital conduce a un cogedero miserable que ha victimado a sociedades enteras. Cogedero que es la barbarie hecha negocio.
Pero el coito es una misa de cuerpos presentes con liturgias no metafísicas que entre mareas y marejadas incontrolables da resurrección a los instintos más libres. Homilía de carnes, agujeros, pelos, pliegues, sudores, olores, aguas, sístoles y diástoles. Rito concreto de los deseos donde los cuerpos son hostias mojadas en efluvios de placeres. Fiesta religiosa con inciensos abisales, confesiones cósmicas y evangelios telúricos. Piedra filosofal con revelaciones promisorias que orientan la vida durante los jadeos de la libertad coital, en viento y marea… contra viento y marea. Todos los enigmas de la naturaleza retozan en el coito para reactivase a diestra y siniestra.
El coito es psicosomático, se nota, es acto ampliador de las realidades que contiene. Acto de naturaleza y cultura tejidas con sus propios paradigmas. El coito es un lenguaje. En el coito se excitan los fundamentos humanos más francamente revolucionarios, las fusiones y correspondencias, las analogías y divergencias consustanciales del juego… del hecho lúdico. Lo distinto integrado dialécticamente para una resolución estrictamente necesaria: la vida misma. Es el habla de la libertad en una de sus modalidades más seductoras.
El coito es un lenguaje que suelta chispazos incendiarios sobre las fantasías y las emociones. Sirve para reunir incluso lo rabiosamente disociado, no con discursos de “igualdad” demagógica sino con diferencias animadas por un encuentro de lenguajes particulares. Lenguas vivas. Unión entre conjuntos de conjuros que crece según la proliferación de frases siempre nuevas. Lenguaje de intensidad y fuego nuevo. “En la vida sólo es digno de existir lo que es capaz de arder” Arqueles Vela.
El coito es un caldero de brujas donde hierven cuerpos y almas entre vocablos de lenguajes nuevos. Arte de artificios para un diálogo sin cánones en aquelarre permanente que niega todo lo que no provenga de sus magias propias. Así es, o debería ser, a pesar de los silencios y los manipuleos. Así es, o debería ser, contra las prácticas atemorizantes o torcidas. Porque cada coito ofrece puntos de fuga sobre un horizonte carnal e inmediato lleno de promesas. Sin manuales poblacionales, sin prejuicios inquisitivos, sin dogmas de convenciones sensibleras, sin chantajes nupciales, sin dictaduras de status, sin ignorancia, sin vigilancia, sin sida…
Nadie puede dar demostraciones definitivas sobre la identidad si no se pone al corriente con los coitos necesarios en cada vida, si no ahuyenta incertidumbres, sombras con fuego de coitos que son lenguajes de ojos, vientres, expresándose como principio afirmativo. Todo coito ofrece imágenes espontáneas ante las cuales la razón reconoce otras fuerzas que tienen por cometido reprimir sus facultades. Uno sabe tarde o temprano que el coito es un estado de realidad absoluta resultado de la fusión de dos estados en apariencia contradictorios. Es el automatismo real del deseo dictado por la vida en complicidad con esos controles especiales de la razón que no están al margen de los placeres estéticos e incluso morales. El coito demuestra que en la humanidad habitan ciertas capacidades creadoras que pueden ser develadas mediante lenguajes complejos que habitan, aunque se les reprima, muy en la superficie de lo cotidiano.
También el coito activa y renueva al deseo, inyecta energía al el ser y modo de ser humano porque es como la metáfora por excelencia donde se verifica en síntesis la multiplicidad de formas realmente existentes en el Universo y, aunque parezca a veces caótico o individualista, su inspiración y morfología descubren la diversidad unificada en lo biológico, en lo psíquico, en lo social, en lo cultural… para generar formas de conciencia y emoción, de sensación y emoción que en su dialéctica ganan enriquecimiento, en profundidad y en extensión, gracias a sus posibilidades cambiantes siempre. La materia en movimiento.
Debido al principio de unidad de lo diverso hacemos singular la diversidad de experiencias coitales. Incluso sus ritmos. Escenarios, personajes y acciones de un relato fantástico que renueva fetiches renovándose ellos. En sus magnificencias el rito coital emerge astucias de sobrevivencia para ponerse a salvo frente al repertorio de insatisfacciones, mercenarismos, prohibiciones y reduccionismos desatados por la todas las tácticas de la alienación.
Todo lo que rodea el coito es material inflamable.
El coito requiere una guerra de guerrillas semióticas, no didáctica, no panfletaria, no ingenua. Pide derrocar los poderes inquisitivos de las jerarquías morales, desde la ciencia hasta la subconciencia, desde el machismo hasta el reproductivismo, desde el pulpito hasta el pálpito. El amor por el coito es una forma de amor que mantiene vivo el hervidero de los instintos que transforma al logos. Su papel transformador y liberador supone estrategias que ningún régimen paternalista es capaz de enfrentar porque le teme. Su mejor pedagogía está en el uso inmoderado del estupefaciente llamado coito. Entre cómplices.
No es “coital” sólo el contacto genital. Más allá de la física coital están todas las otras físicas anteriores y posteriores que se resuelven objetivamente en cada una de las experiencias eróticas. La garantía del misterio radica en que es un juego de voluntades en búsqueda y fusión licuadas en la praxis de sus símbolos y arrebatos del deseo profundo personal o histórico. Los lenguajes de coito se distienden y contraen en saltos y asaltos que no se arderán con discriminaciones. El latigazo eléctrico del deseo isunfla descargas fosforescentes en el ser total de los llamados al coito.
Esa espontaneidad que tiene el coito se aprecia siguiendo el acercamiento repentino e insólito de ciertos arrebatos convulsivos como la belleza de cierta chispa incendiaria despótica y anhelada. Es un instante que procede de cierta mística concreta y azarosa, fulgor interior que escribe las fábulas místicas de los instintos entre moralejas épicas de placer dialéctico. El coito no es un fin, sino un medio; un medio para encender la luz interior sobre un punto donde no es posible que cierto racionalismo utilitario imponga su lógica absurda. El coito no es un fin justamente porque en su dialéctica los contrarios se concilian sólo para afirmarse en una unidad y totalidad comprensible y constante. Hacia delante y hacia atrás.
Cualquier pretexto hace contexto en las situaciones e intenciones de los individuos como respuesta y propuesta multiemocionales. La génesis de cada coito es facturada lúdicamente el repertorio de intensidades que los sujetos ponen en juego. Alguien abre un nicho que otro llena con una nueva apertura. Cara a cara. Entonces en cualquier momento, más o menos impredecible, sobreviene la danza de los horizontes encaramados entre montañas de mares inversos. Gira la ruleta blanda, tibia y húmeda de los orgasmos.
Todo coito se comporta como enjambre eléctrico en tinieblas o a pleno sol, tiene raíces de abismo, de temblor y cataclismo. Vive como un río de luz entre manos y labios con fulgor persistencia pleno de palabras impronunciadas silenciosamente pero erguidas como monumento extremo. Todo coito es enjambre eléctrico deshojado en esperas atónitas y catástrofes de olvidos. A veces el coito tiene un aspecto severo, y, sin embargo, suave con una intensidad de mutación y de ruptura ligada a la indiferencia. Pero uno no puede entregarse a la inmovilidad por cualquier causa. Se trata de una fuerza contradictorias que en sus horizontes da la sensación de cierta vehemencia del movimiento. El coito es también una penetración lírica y teorética íntimamente conectada con las fuerzas más ignotas de la creatividad y la necesidad de reordenar mundos interiores y exteriores maravillosos gracias a una investigación metódica que conduce a comprender que no se puede traicionar la vida. Por eso busca al amor.
Cuerpos con vocación de cuerpos balbucean los arrebatos arremetidas y pálpitos de los genitales representantes plenipotenciarios de los lenguajes más poderosos que son idénticos arriba y abajo. Jalones intermitentes de aguas coreógrafas cuyo tema recurrente es la búsqueda. Nada se queda quieto. Especies en intercambio de sí con espasmos rítmicos de la vida que se vuelve latigazo eléctrico en las caderas. Se atienden con urgencia los enigmas primordiales para que vengan otros nuevos. Coros de esfínteres aferrados al soplo de los instantes inéditos siempre. Vulvas, falos, miradas, tactos, líquidos enardecidos en panal de turbulencias que hacen de todo. Uno dispuesto a estallar en miles. Nada se queda quieto, adentro y afuera rachas de aliento sexual alborotan los pelos de las vulvas y las vergas mojadas. Sienten que es la vida lea habla. Nada deja de crecer entre tanto estremecimiento definitivo sobre la piel de cada milímetro y viceversa. Se recomienda su uso con frecuencia.
Cada músculo, vena pelo, gota, olor… resbalan comprimen, expanden hinchan su todo y nada en un vaivén de trasatlánticos siderales a punto de naufragio divertido entre lenguas de fuego que lamen el aire de los jadeos telúricos. Todo es cómplice de las ánimas invocadas hasta las pasiones desbocadas. Caben todas las leyes decretadas en la danza de los cuerpos que se sumergen mutuamente en las cavernas alteradas de cada cual. Es diálogo de vidas contándose maravillas entre sí para que se incendie de una vez por todas lo que ha de mantenernos vivos. Se exaltan arribazones del mar en playas con soles y lunas simultáneas. Nada queda en su sitio. El coito es portátil. Rompe las meninges del microcosmos con relámpagos de ánima exaltada que se trepa a la punta de todas las cordilleras emocionales para tirarse al vacío lleno de sentidos.
Quien atenta contra el coito atenta contra el universo.
Hay una ciencia del coito, tatuada en los ensayos de sus lenguajes y símbolos, que se repite en muchas ocasiones gracias a la sensación beatífica del orgasmo y a su necesidad de crear un orden simbólico del coito renovándose siempre mientras los fulgores de la vida se sienten urgidos de interioridad y saltos cualitativos. Esa ciencia coital no establece sólo relaciones entre "horizontales" siguiendo cánones estereotipados sino que incluye "verticales" en un mismo ritmo de correspondencias no indiferentes a la realidad por ejemplo, de los animales, plantas… son correspondencias que provienen de la unidad indisoluble del universo. Así el coito hace brotar de una conciencia infinitamente sensible una justificación objetiva, desde la carne hasta las emociones, basada en las correspondencias concretas de los cuerpos que se empujan rítmicamente con la fórmula del principio de identificación necesaria.
Nadie se hunde en el mismo coito dos veces. De ahí esa luz fosforescente que delata a quien resucita asiduamente del coito. De ahí tanta libertad de códigos secretos y tanto brillo emergente de y hacia las fantasías más creadoras y renovantes. Felizmente el coito tiene su propia multimodal estrategia clandestina, con sus apóstoles y feligreses, para descubrir siempre la vida misma, su calidad y dignidad. Por el pasado, por el presente y por el futuro. Felizmente coito eres y al coito volverás y si todo marcha bien el coito encontrará en las caderas lo que los pájaros buscan en el aire.
[1] A. Breton. "Todo conduce a creer que existe un cierto punto en el espíritu desde donde la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo comunicable y lo incomunicable, lo alto y lo bajo cesan de ser percibidos contradictoriamente. En vano se le buscaría a la actividad surrealista otro móvil que la esperanza de determinación de este punto." "Tout porte à croire qu’il existe un certain point de l’esprit d’où la vie et la mort, le réel et l’imaginaire, le passé et le futur, le communicable et l’incommunicable, le haut et le bas cessent d’être perçus contradictoriament. Or, c’est en vain qu’on chercherait à l’activité surréaliste un autre mobile que l’espoir de détermination de ce point." .