Fantasmas con tarjetas fantasmas

Fantasmas con tarjetas fantasmas

tarjetas-fantasma-caja-madrid loquesomosPura María García*. LQSomos. Octubre 2014

Siete y media de una mañana: la de hoy.

Aunque en la página oficial del ministerio de Fomento, imagino que con el criterio de (in)utilidad que caracteriza al gobierno, sus menesteres y ministerios, aparece la importantísima información de que, el según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional, el otoño de 2014 comenzó el martes 23 de septiembre a las 4h 29m hora peninsular, las calles de nuestras ciudades rezuman otoño desde hace años. Los mismos años que lleva atenazando nuestra existencia esa garra invisible llamada eufemísticamente con un nombre femenino, ¿cómo no?: la crisis.

Es un otoño de portones cerrados, de escaparates llenos de grafitis y vacíos de maniquíes, llenos de una nada desordenada y contagiosa que se esconde, cuando puede, debajo de carteles con la forma impersonal de la desesperanza: SE VENDE, SE ALQUILA, SE TRASPASA, se huye, se sobrevive, se intenta no mirar atrás sin poder tampoco mirar hacia delante.

En uno de los bares que salpican la calle mostrando un falso espejismo de normalidad, apoyados en la barra, esperan sin esperar nada, hombres con la mirada baja, frente a carajillos de ron barato, frente un día nuevo que todo lo tiene de igual al anterior. La radio escupe, y este es el verbo, el resumen del nuevo capítulo de las que llaman tarjetas fantasma.

Cuando se destapó este enésimo acto de irrespeto y terrorismo sibilino, delitos nada sibilinos y reincidentes, nos apresuramos, en los primeros instantes de shock, a denominar el nuevo-sempiterno caso de corrupción con un término inglés. Imagino que tenemos tan imbuida la estupidez consumista y el aborregamiento que nos dejamos llevar entonces por la creencia de que lo de fuera es glamouroso y quisimos adornar una vergüenza, otra más, dándole una denominación rimbombante y aparatosa. Les llamamos tarjetas black y nos frotamos los ojos y nos pellizcamos para ver si aquello, lo black, era real.

Decía antes que la crisis es una garra invisible. Nunca antes algo invisible es, a la vez, algo que tiene tantos nombres y apellidos, siluetas con traje y cargo que viven, todas, en un extraño limbo que en nada se parece a nuestro intento de vida, de vivir. Los mismos son los mismos. Situados en la zona VIP donde interseccionan los que son, los que tienen, los que sostienen la máxima SIEMPRE vigente de tanto tienes tanto vales, hoy rectificada con la de tanto robas, tanto eres. En ese limbo donde no existe un solo día de preguntarse cómo autoengañarse con una nevera semivacía o un trabajo perdido para siempre, habitan los Blesas, los Ratos, los unos y los otros. Y les va bien, les fue bien y me temo les seguirá yendo bien aunque ahora parezca que tiemblan, solo un poco, mientras se aferran a sus sillas con un No considero que el tema, aunque importante, sea motivo de mi dimisión. Lo haré si los accionistas/los empresarios/ los etc me lo piden. Pero esos etc nunca lo pedirán, están comprados con las mismas tarjetas, en una red pícara y sin límite, que se premedita con una proporción directamente inversa a la cualidad de “positivas” de las medidas que premeditan los fantasmas que hay tras las tarjetas ídem para hundirnos y carroñear.

Eran tarjetas black. Hoy son tarjetas fantasmas, guardadas en las billeteras fantasmas de delincuentes fantasmas. Eufemismos, como el eufemismo de no llamarles por su nombre: delincuentes. Eufemismo el evitar pensar que si Rato y cía tuvieran ojos más rasgados (Blesa los ha tenido siempre) podrían adjudicarse la categoría que con cierta alegría otorgamos a las mafias chinas. Mafia fantasma, fantasmas que, sin embargo, no llevan los grilletes y la bola de hierro de los clásicos fantasmas. Nada es un lastre para ellos.

Ni ellos se libran de las clasificaciones, los rankings y las tribus. Los había de oro y de plata, según el tipo de tarjeta y el límite con el que se ilimitaban los robos, en cash o en talonario.

La radio escupía esta mañana, hace unas horas, los últimos descubrimientos sobre los fantasmas con tarjeta:

no eran tarjetas de representación, esas declaran los movimientos, sino un sueldo extra, un B desmesurado que tenía, como agravante, que lo era a costa de la profundidad del agujero de la banca en el que nos han colocado sí o sí por sus delincuentes narices;

uno de los exconsejeros de Caja Madrid ha admitido que sabían perfectamente que las tarjetas no tributaban y que, en realidad, eran exactamente igual que un sobre, pero hecho de plástico que jamás caducaba; las cuentas finales no se pueden determinar a fecha de hoy, pero se calcula que entre 2003 y 2010 los fantasmas habrían robado y estafado ( a esa Hacienda que tan espabilada es cuando nos mira las pobres cuentas pobres a usted y a mí) unos 15,5 millones de euros;

los miembros del ‘plata’ de las tarjetas de Caja Madrid eran en 2003 los 20 representantes del consejo de administración, los 11 de la comisión de control, y 1 consejero nombrado por la Asamblea de Madrid, un número fue variando con los años; el límite de las tarjetas plata oscilaba entre los 2.500 euros y los 3.000 al mes, y estaban vinculadas a una cuenta común con un ‘bote’ de 93.600 euros mensuales. Es decir, 1.123.200 euros al año a su disposición que figuraban en la cuenta “gastos de órganos de Gobierno”;

Hacienda detectó durante varios ejercicios, anteriores a 2007, que muchos de esos importes no podían ser deducidos por Caja Madrid como gastos de representación en el impuesto de sociedades porque eran injustificables, y sancionó a la entidad aunque nunca se llegó a la raíz del problema y la entidad siguió con esa práctica tan productiva;

A 21 miembros de la comisión ejecutiva de Caja Madrid, entre otros Rodrigo Rato, Miguel Blesa, o Ildefonso Sánchez Barcoj, y a los directivos les tocó una tarjeta fantasma oro, además de la correspondiente tarjeta de empresa de gastos de representación que tenían por su cara bonita. Su VISA ‘Business Oro’ carecía de límite de gasto, podían sacar en efectivo 600 o 1.000 euros diarios, gastos que escapaban al control de la Agencia Tributaria ya que Caja Madrid cargaba sus gastos a una cuenta de fallos informáticos, a un error o cuenta de quebrantos que los ojos interesados de Hacienda nunca vio.

La radio escupe el (pen)último capítulo del enésimo delito de los fantasmas que se parapetan en sus cargos. Ellos, los hombres con mirada baja que están junto a mí en el bar siguen frente a un carajillo de ron barato, esperando sin esperanza. El otoño de comercios y corazones cerrados y en ruinas avanza por estas calles por las que jamás transitarán los fantasmas con tarjetas fantasmas.

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* La Mosca Roja

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