Groenlandia entre nazis y guerra fría

Por Nònimo Lustre
Decíamos ayer… que Groenlandia (GRO) corría el riesgo de ser un Estado –‘independiente’, como todos- y escribíamos la palabra clave (riesgo) porque es término neutral en el sentido que lo mismo puede ser bueno que malo. Es probable que la principal objeción a tan exótica estatalidad que surgió entre los politólogos fue la demográfica puesto que la población general de GRO sólo asciende a unos pocos miles de habitantes. Ahora bien, en la ONU, ¿cuántos Estados lo son contando con escasos ciudadanos? El primer caso que salta a la vista es del Estado Vaticano quien, desde 1929, está gobernado por una gerontocracia absolutista que dispone de un mínimo espacio y un aún menor número de habitantes (0,44 kms2 y 800 súbditos) Y después sigue una larga lista de Estados que suelen ser englobados en la categoría de microestados -por ejemplo, Mónaco y San Marino en Europa y Nauru, Tuvalu y Baréin en el resto del planeta. Ello sin contar la miríada de Estados descaradamente artificiales y sin nación que se erigen con inconfesables propósitos -por ejemplo, el Principado de Sealand, okupante de una vieja plataforma petrolífera, que quizá sea el más frecuentado electrónicamente. En cualquier caso, estos delirios estatistas son herederos de aquellos decimonónicos ‘reinos’, a cual más extravagante, como el Poyais de 1820, sito en la Costa de los Mosquitos (en Honduras) o el presuntuoso Reino de la Araucanía y Patagonia de 1860. Resumiendo: que quien no funda un Estado es porque no quiere aunque es notorio que, quien lo intente, jamás se acercará siquiera al nivel delincuencial de cualquier Estado homologado y ello por una simple razón: porque jamás monopolizará legalmente la violencia.
Pero ayer no hablábamos de los groenlandeses en general sino en la aplastante mayoría de su nación: los indígenas Inuit. Por ende, nada de lo enumerado en el párrafo anterior tiene aplicación teórica ni práctica en GRO. Sin embargo, cabe preguntarse si existen Estados regidos por indígenas. Pero, ojo, no nos sirve la presencia espectacular de algunos de sus presidentes indígenas, desde el Benemérito Juárez hasta el alambicado Evo Morales, puesto que nos referimos a que la población indígena sea realmente decisiva -léase que nazca de la autodeterminación y crezca hacia la gobernanza. En este último sentido, la cuenta es muy corta: si dejamos aparte autonomías como la actual de GRO, quizá sólo encontramos ejemplos en un puñado de Estados en Melanesia donde -lo comprobamos personalmente en Papúa Nueva Guinea, Vanuatu e Islas Salomón-, el Poder se asienta en aquellas comunidades de base que, custodiando sus grass roots (raíces del pueblo), ejercitan intermitentemente políticas de bak tu kastom – en el patois pidgin, “regreso a la tradición” (para un horizonte melanésico, cf. Wittersheim, Éric (2007) Sociedades en el Estado: antropología y situaciones poscoloniales en la Melanesia. Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=58611168001; Y, para un panorama planetario de los variables grados de gobernanza indígena, cf. IWGIA, 2024, Mundo Indígena 38º edición, ISBN: 978-87-93961-65-4, donde se citan casos (parciales) en Laos, Gabón, Sudáfrica, China, etc… y Bolivia, único país que reconoce constitucionalmente la autodeterminación indígena.
Gusanera en el hielo
También ‘decíamos ayer’ que el riesgo que sobrevuela a GRO es la amenaza imperialista de Trump-EEUU. De materializarse en según qué intensidad, GRO alcanzaría, todo lo más, el rango de los afortunadamente olvidados bantustanes de Sudáfrica: a cambio de un presidente inuit (desde 1979, lo tiene) y de una apariencia estatal, GRO pasaría a ser una colonia de Washington como lo fueron de Pretoria los arcaicos Transkei and Co. La comparanza GRO-bantustanes no fue caprichosa sino sustentada avant la lettre en el ‘detalle’ de que el ex sudafricano Elon Musk controla ahora buena parte de los EEUU (volveremos sobre Él)
Ilustramos nuestro artº con una foto del cuartel gringo de Thule, ‘el más septentrional de USA’. Completamos aquel aeropuerto con un cuartel subterráneo que, oficialmente entre los años 1959 y 1966, en plena guerra fría, gozó de un presupuesto sin límites que, seguramente, mantuvo en secreto hasta la actualidad -aunque será popularmente desclasificado en breve mediante un reportaje del National Geographic, tan tendencioso como previsible.
El amenazante y nuclearizado Proyecto Gusano de Hielo
El subterráneo Camp Century y sus científicos militares o militarizados
Camp Century (CC) fue absolutamente secreto hasta que, en 1995 y gracias a la alarma suscitada por un grave accidente en la cercana base aérea de Thule 1968, una institución danesa preocupada por la radiactividad en Europa y en sus colonias, destapó su existencia y la de sus silos de misiles nucleares. Es decir, el muy transparente reino de Dinamarca tardó 27 años en percatarse de la nuclearización de GRO lo cual significa que la Gran Isla pudo haber sido borrada del mapa sin que sus Inuit fueran advertidos del peligro -aviso a los actuales navegantes: hoy ocurriría lo mismo. Por exigencias de seguridad (conocidas fragmentariamente por Copenhague pero nunca autorizadas) que luego se demostraron erróneas, CC fue construido a 2.000 mts de altura para albergar hasta 600 misiles nucleares cuyos silos, sobre el papel, se conectarían mediante 4.000 kms de túneles. Se planeó que vivieran allí unas 200 personas alumbradas (en todos los sentidos de la palabra) por el PM-2A, una planta nuclear portátil. Huelga añadir que todo ello justificado con rutinarias excusas dizque ‘científicas’: evaluar las arquitecturas polares, observar al reactor PM-2ª, experimentar varios tópicos hiperbóreos, etc. Por supuesto, ni una palabra sobre los Inuit ni sobre el impacto medioambiental (¿qué pasará cuando se derrita el hielo y se viertan a GRO los litros de diesel, plásticos tóxicos y, sobre todo, residuos radiactivos que todavía alberga CC?) ni sobre su verdadera razón: cómo responder a un hipotético primer mazazo soviético.
Los peligros sufridos por los Inuit en los años de la guerra fría son un juego de niños comparados con los desastres que les amenazan actualmente. Volvamos a la coyuntura personificada por el nazi Elon Musk pero anotando previamente dos puntos: a) asegurar que los EEUU están ahora controlados por una “oligarquía de millonarios” es una perogrullada (truism en gringo) porque todos los Estados se rigen así desde ‘tiempos ancestrales’. b) hace añales que escribimos: “la supuesta eficacia del gobierno de las cosas es la última alharaca en la que se apoyan los propagandistas de la Tecnocracia -que sólo es una distopía literalmente inhumana. Obviamente, la susodicha Tecnocracia está otra vez de moda pero la teorización de sus ventajas, materializadas en el gobierno de los managers, directivos y/o técnicos a secas, es muy vieja. Por ejemplo, hace casi un siglo, James Burnham publicó un librito que se hizo rápidamente famoso en los USA y cuyo título lo dice todo: The Managerial Revolution, 1941.
El apartheid invade la Casa Blanca
[Permítannos unas risas: el sedicente ‘hombre más rico del mundo’, se apellida Musk, almizcle en castellano. Entonces, Elon M. puede ser tanto una rata almizclera (muskrat, Ondatra zibethicus) como un buey almizclero (Ovibos moschatus; en lengua inuit, umingmak) Es difícil escoger qué animal se parece más puesto que Elon se comporta como una rata (en su acepción más dañina) pero también arremete como un colosal buey… Que cada cual escoja]
La peripecia hodierna del Hombre-más-Rico-del-Mundo, debería comenzar analizando qué carajo significa ese autocalificativo: ¿quién lo calcula externamente además de sus notorios colegas? Se nos ocurre el símil de los pantanos de Franco: salvo el hecho banalmente incontestable de que hoy inauguraba “el pantano más moderno de Europa” asombroso eslogan que era superado por su siguiente inauguración, ¿qué criterios justificaban esa propaganda?, ¿altura del muro, volumen embalsado, energía producida y un enorme etcétera? Igual podríamos decir de la fortuna de Musk: ¿cuáles son su valor en Bolsa, sus activos inmobiliarios u otros, sus proyectos pagados de antemano por los EEUU, o incluso su bolsillo personal? -en cuanto este último, todos sabemos que tener voluminoso pocket money es de pobres porque el dinero contante y sonante no significa nada comparado con el Crédito.
Una vez considerados estos preliminares, cual probos funcionarios, veamos los antecedentes -léase, familiares. Por fortuna, hoy está acreditado popularmente que su familia era nazi y que Musk demuestra a diario que él también lo es. Pero esta evidencia sería un tema menor si olvidamos su llamativa evolución: de furibundamente ‘antisemitas’ a furibundamente sionistas. Comencemos resumidamente con el abuelo materno del tránsfuga Elon:
El fundador y sempiterno padre nutricio de la saga Musk, fue su abuelo Joshua Norman Haldeman (1902-1974), un nacido gringo-canadiense que terminó siendo un sudafricano feroz y conspiranoico militante del apartheid -puede leerse serial killer. Lo decía él mismo: “Los nativos [los sudafricanos negros], son muy primitivos y no podemos tomarlos en serio… algunos son inteligentes si su trabajo es rutinario pero los mejores entre ellos no asumen ninguna responsabilidad, amén de que abusan de su autoridad. El presente gobierno de Sudáfrica sabe cómo manejar la native question”. Durante la gran depresión de los 1930’s Haldeman fue cowboy y actor de rodeo hasta que encontró su camino en la Quiropráctica. En Canadá, fue arrestado por la Policía Montada, principalmente por su dedicación a la ilegal Technocracy Inc. cuyas neoliberales ideas, corregidas y aumentadas, pueden rastrearse en las de su nieto Elon. Item más, además de su militancia anti-judíos que tanto le unía a Hitler, publicó los Protocolos de los Sabios de Sión hasta que aquel antisemitismo le pareció muy blando (¡) comparado con la cerrada defensa de la “Civilización Blanca y Cristiana” que se estaba imponiendo en Sudáfrica. Por ello, en 1950, se mudó a Pretoria, la capital de Sudáfrica. Allí se hizo de oro y, amén de asesinar negros, continuó con su hobby como piloto de avionetas hasta que se estrelló en una dellas. Todo esto es típico de los nazis expatriados como también lo es que militara contra las vacunas, los seguros de vida y hasta la fluorización. Pero nosotros preferimos subrayar otro de sus pasatiempos: encontrar la Ciudad Perdida del Kalahari, un ejemplo más de la obsesión nazi por encontrar ciudades perdidas, shambalas en Tibet y/o Ciudad Z en Amazonas. En realidad, esa ‘ciudad perdida’ existe pero sólo es un amontonamiento de rocas doleritas mucho menos ‘citadinas’ que las columnas doleríticas de la costa de Tasmania.
Esta manía aventurera parte de creer a pies juntillas que algunos antepasados levantaron Imperios –ça va de soi, precursores del III Reich- cuyas ruinas actuales no son bien entendidas por los arqueólogos ni por los historiadores. En este caso, Haldeman tenía muy cerca los colosales vestigios del Gran Zimbabue pero no, eso lo sabía todo quisque, así que se fue al desierto del gran Kalahari donde, evidentemente, tenía que haber tesoros incalculables (cf. Joshua Benton, Elon Musk’s Anti-Semitic, Apartheid-Loving Grandfather, en The Atlantic, 20.IX.2023; un largo y sustancioso texto donde Elon describe a su abuelo como un “arriesgado aventurero”… algo más oscuro)
Por otra parte, poco que añadir a lo que cualquier enciclopedia escribe sobre Elon Reeve Musk (n. en Pretoria 1971, 12 hijos, el último por vientre de alquiler, y una hija transgénero que, obvio, detesta a su padre) A los 18 emigró a Canadá y se hizo ciudadano canadiense. Y, en 1995, otra vez emigrante pero en California donde, en 2002, sus cómplices le agenciaron la ciudadanía USA.
Resumiendo porque adoramos el denostado gerundio: estamos ante el caso común de nieto (Elon) que abjura de su padre (Errol) para idolatrar a su abuelo Joshua. Errol (n. en 1946, violento, asesino ‘en defensa propia’ de cinco o seis asaltantes dizque armados, 3 veces casado y con 7 hijos, Elon incl.) Según su hijo, Errol es un terrible human being, quizá por ser ‘algo’ tolerante en cuestiones nativas –aunque terrible no significa casi nada en inglés y tampoco en castellano. Consecuentemente, Elon le desprecia mientras venera a su abuelo -nunca sabremos si su afición a los cobetes (sic) espaciales tiene algo que ver con la muerte accidental de aquel su queridísimo aviador.
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Embebido en fruslerías como los microestados, los peligros nucleares o la fortuna real del (ojalá) último Musk, nos ha pillado el toro del espacio alfabetizado y no hemos podido cumplir la promesa señalada en el Continuará del artº anterior: perdón. Quedan para mañana (o pasado mañana) alguna peripecia de los españoles en el Polo y de los Inuit en el Madrid de 1900 pero, sobre todo, nos quedan las notas etnográficas sobre el pueblo ex esquimal.
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