Hacer posible lo imposible

Hacer posible lo imposible

Juan Gabalaui*. LQS. Noviembre 2020

La capa de pintura era pretenciosamente de izquierdas pero el contenido estaba domesticado. La aspiración se limitaba a una reforma moderada y la transformación social se empezó a tachar de radicalismo

Durante la década de los 80 del siglo 20 el partido pesoista inició un proceso de desideologización, que se produjo en un primer momento internamente, con la renuncia al marxismo en 1979, para posteriormente extenderse a la sociedad. El marxismo era un marco de interpretación de la realidad política y social, que permitía explicar los sucesos que ocurrían en el mundo, atribuyéndoles un significado. La renuncia a este marco implicó un vacío, un hueco a rellenar, que fue gradualmente cubierto por la ideología dominante del capitalismo. En una época en la que el neoliberalismo empezaba a despuntar como la principal linea vanguardista del capitalismo con Ronald Reagan y Margaret Thatcher como referentes políticos más reconocibles. Felipe González afirmó que hay que ser socialistas antes que marxistas lo cual, sin un cambio de paradigma que sostuviera ideológicamente al partido, supuso una progresiva pérdida de significado del ser socialista y, por lo tanto, una renuncia a la transformación social. Este cambio fue impulsado por la aspiración a detentar el poder y, con el tiempo, tuvo una gran influencia en el proceso de desideologización de la sociedad.

La derecha política siempre se ha sentido cómoda en contextos desideologizados. Sin marcos interpretativos es más sencillo manipular y controlar el comportamiento de las personas. Ese vacío intelectual es cubierto fácilmente por la no ideología. El capitalismo se ha considerado más un sistema económico que una ideología, lo cual ha servido para ocultar que es un sistema que condiciona y dirige nuestro comportamiento, nuestro pensamiento y nuestros deseos. El capitalismo sirve, al igual que el marxismo, para interpretar la realidad y destaca por situar en el centro de su acción al mercado, convirtiendo a las personas en meros instrumentos para alcanzar un fin. Los instrumentos son desechables y buenamente sustituido por otros, y esto es uno de los indicadores de la perversidad de la ideología capitalista. Esta no ideología, oculta y negada, era la principal candidata para rellenar el vacío y la ausencia de marcos interpretativos. Cuando el PSOE se convirtió en un partido de masas arrastró a miles de personas a un proceso de cambio ideológico que fue vendido como un regreso al socialismo pero que, en realidad, implicó la colonización mental por parte del capitalismo. La fotografía de esta deriva la tenemos en los actuales planteamientos políticos y sociales de los principales dirigentes pesoistas de la década de los 80.

Dirigentes de las Juventudes Socialistas que hablaban del Che Guevara y vestían como si fueran de Nuevas Generaciones. La capa de pintura era pretenciosamente de izquierdas pero el contenido estaba domesticado. La aspiración se limitaba a una reforma moderada y la transformación social se empezó a tachar de radicalismo. Se levantaba el puño en los mítines y se bajaba en los espacios de decisión. Esta contradicción entre discurso y acción era evidente para cualquier observador externo y es uno de los elementos que explican la desafección hacia la política y los políticos de una parte considerable de la sociedad. Personas sin formación política, aparentemente desideologizados y desengañados que han concluido que todos los políticos son iguales. Este contexto de falsa desideologización y de incoherencia entre el discurso y la acción ha sido el propicio para que proclamas como ni de izquierdas ni de derechas se vuelvan a escuchar. El propicio para la aparición de partidos de extrema derecha. Inmejorable para el cultivo de la desconfianza y el resentimiento. Sin darnos cuenta nos hemos convertido en capitalistas que niegan serlo y que sufren las consecuencias de serlo.

Seguimos sin una alternativa. La mayor parte de la sociedad sigue sin un marco alternativo de interpretación de la realidad. Un marco consciente. Los movimientos de vaivén los provoca la no ideología, que nos acelera o frena en función de intereses ajenos. Nos confunde. Nos enfada. Nos utiliza. Nos enferma. Nos adscribe a posicionamientos políticos que sitúan a las personas en los márgenes de su acción. La economía o la unidad de España son el centro y el fin y para conseguirlos las personas son meras herramientas y simples números. Cualquier ideología que no sitúe a la humanidad y a la naturaleza en el centro de su pensamiento y acción debe ser rechazada. Sin paliativos. Esta sería la fórmula más simple para empezar a posicionarse políticamente y liberarse de la llave de judo que nos comprime. En las últimas décadas se ha vivido un proceso de falsa desideologización que, en realidad, ha sido un cambio ideológico en el que se ha impuesto una única mirada sobre el mundo. Es necesario revertir este proceso. Encontrar otras miradas que nos orienten, que nos alegren y que nos sanen. Es vital que lo hagamos. Necesitamos construir otra forma de relacionarnos. Pero sin un plan, sin una estructura, que nos permita construir algo diferente será imposible. Y en hacer imposible lo posible se dedican, con todas sus fuerzas, los lacayos y esbirros del sistema.

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