¿Dónde se oculta la crisis?

¿Dónde se oculta la crisis?
La peor crisis será aquella en la que no seamos
capaces ni de reconocernos a nosotros mismos.

Hoy me eché a la calle con mi cámara con el ánimo de retratar la crisis en esta isla: la pobreza, la indignación, el desaliento; algo que expresara el índice de carencias en esta población. Y, aparte de los consabidos y numerosos rótulos de SE VENDE, SE TRASPASA, SE ALQUILA; los mendigos de siempre guardando las puertas de las iglesias, el pobre inmigrante con su cartón de mendicante a la puerta del súper, ¿queréis creer que no fui capaz de capturar nada de relieve? Ni una sola sábana tendida de un extremo a otro de un edificio diciendo, por ejemplo: ESTAMOS HASTA LOS MISMÍSIMOS HUEVOS DE ESTE GOBIERNO: QUEREMOS TRABAJO, NO LIMOSNAS. QUEREMOS UN POCO MÁS DE DIGNIDAD Y MENOS CORRUPCION. NO QUREMOS AL REY FORMOL… Qué sé yo, algo que rebele que tras esas ventanas viven seres humanos con necesidades y con coraje suficiente como para denunciar esta situación de estafa nacional. Ya en casa, llegué a la conclusión de que la explicación estaba ahí: la crisis está instalada en las conciencias de estas gentes, en el núcleo de nuestra sociedad.

El paro juvenil (el más alto de todo el Estado) alcanzó ya hace mucho tiempo el 27%, la cesta de la compra es de las más caras de España, de la vivienda, para qué hablar, las plataformas petrolíferas, esperando una orden de Madrid para iniciar las prospecciones en estas aguas…

Junto con la indignación que se expresa en las manifestaciones ciudadanas que esporádicamente se celebran en la capital de Gran Canaria, así como en alguna de las poblaciones aledañas, conviven el miedo a perder lo hasta aquí conquistado: una vivienda quizás no acabada de pagar, un coche quizás recién comprado, el colegio de pago de los niños, las posibles vacaciones –aunque solo sea una semana en una vieja ciudad de la lejana Europa, joder-, la tele de plasma y las letras del Corte Inglés o de otra firma cualquiera. Una cadena de compromisos que posiblemente se irá prolongando en el tiempo hasta que el hastío y la costumbre se instalen definitivamente en la pareja, la familia y la casa, que es de lo que se trata. Aquí no hay más realidad que: el frigorífico, esos dos cuerpos que cada día van perdiendo lozanía, las escapadas con el coche a las romerías de la Virgen del Pino, el baño en la Playa de las Canteras,  sábados de cine en los Monopol, pizza en casa, largas sesiones de tele con lo que den y, si llega el caso, una noche en el Cuyás o en Alfredo Kraus con el Serrat o Los Gofiones, si es que alcanza; el paseito dominical por Vegueta y, quizás, una cocacola en Triana. ¡Y mañana será otro día! Van pasando los años, y con ellos las utopías de la juventud, los tiempos del poster del Che en el dormitorio de los días del instituto o de la universidad, los días de reunirse con los compas en animada tertulia para hablar de libros, de posibles viajes, de lo que pasa en los campamentos de refugiados del Sáhara, de política, de la Universidad, de sindicalismo…

Es francamente demoledor asomarse a esas páginas de Facebook y ver cómo la gente se dedica insistentemente, sin desalentarse, a cazar momentos en que amanece, puestas de sol maravillosas, insectos trepando por flores y plantas de todo tipo. Recientemente un alguien colgó un hermoso paisaje al amanecer, con lo que parece una iglesia en un plano medio que hacía que se le cayera la baba a cualquiera. Como veo que la página en cuestión no expresa la menor urgencia por retratar otra cosa que lo que fotografiaban aquellos pioneros de hace cien años, mandé un comentario que aquí reproduzco:

“La foto es magnífica, eso que vaya por delante aquí. Pero también hay que decir que, en tanto nosotros nos dedicamos a hacer fotos maravillosas, ahí fuera el mundo, nuestro mundo, está saltando por los putos aíres, ante la pasividad de los que nos dedicamos a hacerles fotitos a los pajaritos, a las flores, a las embravecidas aguas, a lo gótico, a lo románico y a los jodidos charcos, que no reflejan para nada la situación por la que pasa actualmente la clase trabajadora de España. Bien sé que los procesos por los que pasa el mundo no deben interrumpir la creación de obras de arte, pero en la actual situación, si no nos mojamos todos, nos estará bien empleado si dentro de unos años, nuestro hijo, nuestra nieta, nos pregunte un día: y tú ¿qué hacías mientras la mujer aquella se arrojaba por el balcón, cuando iban a desahuciarla?; ¿cuando machacaba la policía al anciano y al niño por defender en las calles las pensiones, la sanidad pública, la educación, los servicios públicos, en general? ¿Qué hacías tú mientras se legislaba de espaldas a los intereses de la mujer que quiere interrumpir un embarazo desafortunado?, ¿qué hacías tú mientras se exigía que se procesara a los corruptos, ya fueran de sangre azul o colorada?; ¿qué hacías mientras se hacinaban en los pasillos de los hospitales, o morían a sus mismas puertas, aquellos que no tenían suscrito un seguro privado?; ¿qué hacías mientras un rey déspota se dedicaba a la caza de elefantes y de jóvenes mujeres, mientras su país se hundía más y más en la depresión, mientras él veía incrementada su fortuna? ¿Qué hacías mientras las cuchillas de Ceuta y Melilla laceraban la carne de los que huían de la miseria?; ¿qué hacías mientras los desgraciados de los campamentos de refugiados del Sáhara, los palestinos, los condenados en los campos de concentración del mundo ven pasar los años sin que su causa prospere en los foros de las NN.UU?; ¿que hacías mientras los DD.HH eran triturados, en Sol, en Rusia o Libia?

A lo mejor tú eres una persona que, además de moverte en las calles de tu ciudad contra la corrupción, dedicas unas horas a este maravilloso arte de la fotografía, con lo cual debes ignorar lo aquí escrito; pero no puedo por menos de recordar aquí al prestigioso Robert Capa, que dejó su vida en una tierra que ni siquiera era la suya, por mantener informada a la población mundial de los horrores de aquellas lejanas guerras de Vietnam, en España, en Normandía. Eso por no extenderme aquí y hablar de los numerosos informadores gráficos que mueren en acto de servicio; de ese Gervasio Sánchez, que nos pone ante imágenes que, simplemente, nos avergüenzan de pertenecer a la raza humana. Un saludo cordial de domingo para todos. Y no olviden, entre foto y foto de las bellezas de ese país exótico que visitamos, mirar con ojos un poco más críticos a nuestro alrededor, no nos estemos convirtiendo en siervos de la belleza y la estética, cómplices con nuestro silencio de vergonzosas situaciones, que no vemos o que nos negamos a ver. Perdón si me extendí, pero seguro que en esta misma hora alguien está siendo torturado en alguna cárcel del mundo, cientos de animales están siendo exterminados miserablemente, y yo miro hacia las nubes: sería de desear que allí hubiera un hombre o una mujer con conciencia suficiente para grabar aquellas imágenes y tirárselas a la cara del mundo: esto es lo que ocurre acá, mientras tú quizás fotografiabas a tu chica en la intimidad de tu cuarto.”

Lamento no tener a mano los comentarios que me cayeron, aunque, excepto el de una persona que al leer éstos dijo que abandonaba el grupo, los demás eran del tenor: “hoy no me apetece salvar el mundo”, “porqué no dejarán hacer a cada cual lo que le dé la gana”, “demagogia barata”,…

La fotografía es un arte, eso está fuera de toda duda. Pero si en estos momentos utilizamos nuestras costosas cámaras exclusivamente para huir de esta realidad que nos comprime a todos cada día un poco más, ¿de qué nos servirán todas las bellezas de ese mundo que se nos escapa, si para dentro de unos años ya seremos todos esclavos?

La impresión que tengo en este momento es que un genio maligno anda por ahí repartiendo estos artilugios para inocularnos con ellos el virus de la indiferencia ante ese pobre diablo arrastrando su carrito de desahuciado por las calles de nuestras ciudades, el que duerme en el parque, el que arrastra tras de sí una vida de fracasos y oculta sus miserias sentado en el banco público, tras las hojas del periódico que atrapó de cualquier papelera, en tanto se hace la hora de dejarse caer por el centro donde le dan un plato de comida y un plátano.

Un día acudimos a una exposición retrospectiva de uno de esos fotógrafos a los qué movió en su momento la conciencia retratar la devastación de una hambruna en un continente cualquiera, una guerra, un conflicto, un terremoto, y todos nos admiramos por la sensibilidad del fotógrafo en ese momento a la hora de recoger el documento. Pero hoy, trabajadores de distinta condición dedicamos todas nuestras energías a capturar la luz del día en sus distintas fases, en los distintos cambios de estación; mientras el mundo, nuestro mundo, se desploma a nuestros pies, como digo. Huir, huir de la realidad diaria; huir por esos maravillosos y solitarios senderos que nos brindan nuestros bosques y nuestras montañas, huir de la ciudad, aunque sea en el breve lapsus del fin de semana; huir al parque a retratar el polen sobrevolando las cabezas de los niños que juegan o pasean en bicicleta. Huir a la montaña para fotografiar el oxigeno, el otoño, el agua discurriendo por los ríos y las corredoiras. Qué bonita la foto en blanco y negro de las sarmentosas manos del anciano apoyado en la cachaba; qué demasiado, esos tipos remontando la ola con su tabla de surfing, qué dabuti la tía volando por los aires en el gimnasio, el que vuela por los aires en la pista del skating, el insecto polinizando o fornicando, mientras la paz social se apodera de los campos y la luz empieza a declinar hacia la costa de Poniente. Pero qué poco estética esa vieja mujeruca del pelo teñido de rubio gritando ante los juzgados de esta ciudad: ¡esto no es una crisis: es un desfalco!; el tipo ese que se oculta tras el pasamontañas para gritar aquí y allá, donde quieran escucharle: ¡más trabajo, menos policía!; el jubilado que confió al banco sus ahorros, y que reclama insistentemente su dinero: el que no invirtió en ese viaje al país que soñó desde chico, el que guardaba para pagarse el último viaje o para cuando ya no se valiera por sí mismo.

 A fin de cuentas, en ese afán por capturarlo todo, por fotografiar lo que ya antes tantos y tantos ya fotografiaran, por emular a los grandes maestros en esto de escribir con luz, dejamos pasar la vida por delante sin percatarnos de la gravedad del momento. Otros la verán por nosotros y, como en el apasionante arte este de la fotografía, nos diremos a nosotros mismos: ¿Cómo no lo vi yo, si pasé por allí mismo cientos de veces?

Vivimos en un mundo complicado, pero hay tantas maneras de hacerse cómplice con aquellos depredadores que a diario se afanan en destruirlo, mientras quizás tantos de nosotros escogemos inocentemente si en la pantalla del ordenador se verá mejor aquel árbol en vertical o en horizontal, si suprimimos el poste de la luz o el anuncio de refrescos, si en B/N o en color.

Otras notas  del autor 

Viñeta del Roto                                                      

LQSRemix

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Nos obligan a molestarte con las "galletitas informáticas". Si continuas utilizando este sitio aceptas el uso de cookies. más información

Los ajustes de cookies de esta web están configurados para "permitir cookies" y así ofrecerte la mejor experiencia de navegación posible. Si sigues utilizando esta web sin cambiar tus ajustes de cookies o haces clic en "Aceptar" estarás dando tu consentimiento a esto.

Cerrar