Incertidumbre provocada: ¿Verdugo de la verdad?

Por María Inés Anuch
“La verdad se robustece con la investigación y la dilación;
la falsedad, con el apresuramiento y la incertidumbre.”
Tácito
La incertidumbre ha acompañado al ser humano desde siempre. Vivir expuestos a la imprevisibilidad, a lo aleatorio, a los cambios y a los accidentes ha sido parte esencial de nuestra existencia. Esta condición —que implica deficiencia de información y comprensión incompleta— era, hasta no hace mucho, consecuencia de sucesos puntuales, acotados en el tiempo. Se trataba, podríamos decir, de una incertidumbre aleatoria, y la sociedad tradicional, sin los avances tecnológicos actuales, funcionaba con ciertas certezas como marco de estabilidad.
Sin embargo, el siglo XX marcó un punto de inflexión. Los avances científicos —desde el principio de incertidumbre de Heisenberg hasta la teoría de la relatividad de Einstein— pusieron en jaque los fundamentos filosófico-matemáticos del pensamiento moderno. Se erosionó la idea de un mundo regido por leyes fijas, previsibles y controlables. El determinismo, con sus lineales relaciones causa-efecto, comenzó a desvanecerse, y con él, la promesa de dominio absoluto del ser humano sobre la naturaleza.
Como describe Fried Schnitman, “el mundo,…, es rico en evoluciones impredictibles, lleno de formas complejas y flujos turbulentos, caracterizado por relaciones no lineales entre causas y efectos, y fracturado entre escalas múltiples de diferente magnitudes”
Así, las consecuencias del progreso comenzaron a hacerse visibles: calentamiento global, pandemias que creíamos erradicadas, guerras que traspasan fronteras, crisis económicas globalizadas, democracias debilitadas por poderes económicos no electos… Todo eso evidencia que la incertidumbre ya no es un fenómeno eventual. Es estructural.
Incertidumbre real
Hoy no se discute que vivimos en una incertidumbre constitutiva, omnipresente, compleja. Las normas resultan insuficientes frente a problemas cada vez más intrincados; el conocimiento científico —lejos de traer calma— genera más preguntas que respuestas. De una causa pueden surgir múltiples efectos, que a su vez devienen en nuevas causas imprevisibles.
La incertidumbre real se manifiesta en fenómenos naturales, políticos, sociales y económicos. Es independiente de nuestro conocimiento: existe por la propia complejidad de los sistemas.
La incertidumbre real es constitutiva de la vida actual, el hombre incorporó la contingencia, lo impredecible, el permanente cambio, como normal.
Incertidumbre provocada
Pero hay otra incertidumbre más insidiosa: la provocada. Ésta es resultado de decisiones humanas que introducen confusión de manera deliberada, muchas veces- en mi criterio- a través de la manipulación informativa. Vivimos en una era donde el conocimiento, los valores y las relaciones están siendo modelados por algoritmos, inteligencia artificial y redes sociales. Y mientras tanto, el cerebro humano sigue necesitando certezas, al menos en el ámbito de lo que cree que puede conocer.
Cuando no las encuentra, las fabrica.
La difusión de información ambigua, fragmentada y emocionalmente cargada, según mi criterio, lleva a crear falsas certezas, muchas veces sostenidas por intereses específicos. Las neurociencias lo explican: para estabilizar su visión del mundo, el cerebro forma creencias. Estas creencias surgen básicamente del procesamiento emocional, más que racional, y se refuerzan por la exposición frecuente a información percibida como “verdadera”.
En palabras de Angel y Seitz (2020): “Es importante destacar que los supuestos mecanismos para la formación de creencias son una alta tasa de exposición a información externa, la facilidad de procesar esta información y la atribución de un sentimiento de verdad a la misma”… “Las personas confían en sus percepciones y las consideran subjetivamente verdaderas…
“El aspecto clave de esta interacción cognición-emoción es la creciente evidencia de que el procesamiento cognitivo está subordinado al procesamiento emocional y funciona en paralelo con él. No se trata de creencias justificadas, que serían las certezas de la filosofía, se trata de la incorporación de conclusiones personales basadas en nuestras afinidades emotivas, con las consecuencias que ello puede generar.”
Así, la incertidumbre provocada puede ser más peligrosa que la real: instala certezas sin fundamento, sacrifica la verdad, y bloquea el pensamiento crítico.
Entre el apresuramiento y la incertidumbre
La era de la inmediatez no deja espacio para la pausa reflexiva. La verdad, que requiere tiempo y contraste, cede ante la urgencia de opinar, decidir de tener certezas. Las emociones guían la atención hacia aquello que refuerza nuestras ideas previas. Y así, “las creencias no justificadas”, “las falsas certezas” reemplazan al conocimiento.
Vivimos una profunda crisis de certezas que necesita nuevos instrumentos de pensamiento y acción. Como advierte Edgar Morin: “Hay que aprender a enfrentar la incertidumbre puesto que vivimos una época cambiante donde los valores son ambivalentes, donde todo está ligado. Es por eso que la educación del futuro debe volver sobre las incertidumbres ligadas al conocimiento.”
Hoy, más que nunca, necesitamos reaprender a convivir con la incertidumbre real, y detectar la provocada. Necesitamos una nueva ética de la verdad, que no busque calmar nuestras inseguridades con argumentaciones falaces, sino abrirnos a la complejidad del mundo tal como es.
Después de todo, quienes generan incertidumbre , conocen que a la mayoría de las personas no les interesa la verdad, lo que quieren es seguridad que se ajuste a sus creencias.
“La filosofía nos enseña a sentir incertidumbre
ante las cosas que nos parecen evidentes.
La propaganda, en cambio, nos enseña a aceptar como evidentes cosas
sobre las que sería razonable suspender nuestro juicio o sentir dudas”.
Aldous Huxley
Comparte este artículo, tus amig@s lo agradecerán…
Mastodon: @LQSomos@nobigtech.es; Bluesky: LQSomos;
Telegram: LoQueSomosWeb; Twitter (X): @LQSomos;
Facebook: LoQueSomos; Instagram: LoQueSomos;