¿Quiénes son los irregulares?

¿Quiénes son los irregulares?

Recibo un correo con un video sobre la expulsión de inmigrantes y unas palabras de Nuria Espert, Baltasar Garzón, entre otros, y venzo mi pereza, a fin, una vez más, de mostrar mi completa repulsa por esa actitud de nuestro Gobierno, sea de donde sea que proceda la acción y gobierne quien gobierne.

Ha habido en el pasado –existe aún todavía, por desgracia- un fuerte rechazo hacia lo exterior, hacia otras razas cuyos rasgos y color no coincidían con el esquema occidental, cuyos hábitos no eran los del paisano que vivía de su trabajo en el campo o en un taller de cerrajería. Cualquier tipo cargado con una cámara fotográfica y con sombrero, un negro, un chino, un homosexual, un gitano a bordo de una tartana apareciendo por la entrada de un pueblo, eran motivo para que el personal se pusiera en guardia: este pavo, qué querrá. Otra cosa era si el individuo en cuestión se bajaba de una “rubia” y pedía cerveza o sacaba unas entradas para los toros en Las Ventas, como era el caso de Ava Gardner, Frank Sinatra, Orson Wells y tantos y tantos. Luego empezaron a llegar los americanos con sus potentes coches, sus dólares, sus estudios de rodaje en Las Matas y en Almería. Todos queríamos ser americanos, menos aquel entrañable anciano de la peli Bienvenido, mister Marshall, que entendía que “todos ellos eran unos salvajes, a los cuales los españoles, en la antigüedad, habíamos contribuido a sacar del mar de la ignorancia, y que había que salvar nuestro acervo cultural de tamaños “pielesrojas”. Finalmente, el linajudo vecino, cuando el “tinglado andaluz” se viene abajo, él acude con la espada de sus antepasados para contribuir a sacar del apuro al pueblo de Villar del Rió.

Más allá del entrañable filme de Berlanga, los tiempos cambiaron: cosas que fueron a peor para la familia ibérica y cosas que mejoraron.

Pasaron los tiempos de las estaciones atestadas con campesinos –ahora ya no hay tantos sitios donde escapar- de los campos de Ávila cargados con maletas de madera y de tela; trabajadores en paro de las ciudades populosas de Madrid, de Extremadura abrazando a los suyos y tomando el camino de las minas de Bélgica, las fábricas de Alemania; mujeres de la estepa manchega camino de las confortables casas de París, donde prestarían sus servicios como cocineras, como chicas de la limpieza -qué buena película Españolas en París-. Unos volvieron pero muchos quedaron allá para siempre.

Desgraciadamente, han sido demasiadas las veces que en este país se ha expulsado, se ha perseguido a la gente. Cuando no era por que eran judíos era por ser musulmanes, liberales, masones, socialistas, republicanos, comunistas, homosexuales, anarquistas…, cualquier motivo era bueno para quemar, expropiar, fusilar o encarcelar a aquel que se opusiera a los “sagrados designios de la Santa Madre Iglesia” y de sus reyes y validos, y de paso apropiarse de sus bienes, ya fuesen una casa, unas buenas tierras o una simple biblioteca.

Aquí, sin haberlos vivido en el tiempo, tenemos memoria de días de quemas de libros, de fusilamientos en masa, de maestros de escuela perseguidos y depurados por el solo hecho de haber sido leales a una Constitución mayoritariamente respaldada por el pueblo. De aquí tuvieron que huir todos aquellos que no quisieron convertirse al catolicismo, el filósofo, el poeta, el catedrático al que se inhabilitó, el diputado que sirvió al pueblo desde unas ideas de progreso, el presidente de Gobierno y el presidente de la República liquidada por las mano asesinas  de los militares. Por encarcelar, ¡se llegó a meter en chirona al mismísimo Borrow, que vendía biblias a lomo de un borriquillo por pueblos y ciudades de la clerical piel de toro!

 No es necesario haber sufrido en carne propia las humillaciones, las palizas al homosexual, el despido al sindicalista por pertenecer a un sindicato de izquierdas, para hacer causa común con ese inmigrante que, “irregular”, trata de buscar su sitio bajo el sol, eludiendo a la misma policía que nos persigue y golpea a nosotros por exigir justicia social.

Si alguien debiera ser motivo de persecución ese es el político que cobra más de 78.000 euros, sin contar los ingresos que sigue percibiendo por no haber abandonado la plaza de su profesión anterior; la señora Aguirre, que se lleva cerca de un millón de euros al mes; el futbolista Cristiano Ronaldo, con más de un millón mensuales. Y así podríamos continuar hasta llegar al presidente de una Comunidad Autónoma, que puede llevarse en torno a 90.000 euros anuales.

Si esto no es inmoral, mientras hay jubilados sobreviviendo con poco más de quinientos euros, mientras se desmonta el “estado del bienestar” y nos acercamos a los seis millones de parados, podríamos afirmar que estamos gobernados por auténticos delincuentes. Gentes que, no haciéndose merecedores del respeto de la ciudadanía, carecen también de la autoridad que les cualifique para la magistratura del Estado.

Así pues, sin respeto mínimo por la ciudadanía ellos, así como a las leyes más elementales de la solidaridad, dicha ciudadanía tenemos el deber de instalarnos en la desobediencia civil, en la rebeldía hacia unas leyes injustas que no fueron hechas para este pueblo.

Parece ser que todo va encaminado a convertirnos, de los seres sociables y solidarios del pasado, en un pueblo de gente pesimista, amargada, sin perspectivas en un mundo en continuo cambio. Pero un cambio que, en tanto convierte en millonarios a aquellos que pasan unas legislaturas por las labores de Gobierno o simplemente por el Senado o el Parlamento, les convierte automáticamente en una raza superior, por encima de todos estos “plebeyos” que a diario se afanan en flotar en este mar de mierda en que convirtieron el País entre unos y otros.

Nos oponemos radicalmente por igual a la expulsión de extranjeros, a sus guerras, así como a sus organizaciones guerreras; a sus planes de desmontar la infraestructura industrial que permita mandar a un solo trabajador al paro. Nos oponemos a los planes para privatizar los servicios sociales que con esfuerzo logramos en el pasado: enseñanza pública y de calidad, sanidad a cargo de los presupuestos generales del Estado, así como el acceso de los más humildes a la Universidad, acceso libre y gratuito a la cultura, a los medios de difusión de las ideas. Nos opondremos por principio a esa institución arcaica de la monarquía, a una Iglesia reaccionaria y privilegiada por los favores y el apoyo incondicional del Estado. Nos oponemos a ese Ejército con el que no nos sentimos seguros ni identificados y que ha demostrado que no es capaz de defender siquiera la integridad del territorio español, como demostró en el Sáhara en 1975. Nos oponemos con todas nuestras fuerzas a todo ese mundo de privilegios que va desde la más alta magistratura del Estado hasta el notario que nos levanta una pequeña fortuna por estampar su “preciosa” firma en un papel que nos libera de la servidumbre de un matrimonio no deseado o afirma que tal propiedad es nuestra.

Y lo más curioso es que son ellos: los de los brutales recortes, los de misa diaria y peineta en los sacros espectáculos de Semana Santa; los mismos que condenan la homosexualidad, el uso de las drogas y el preservativo, los que privatizan aquí y allá. Son ellos mismos, los que se enriquecen con ese noble arte que fue hacer política, y que ellos han envilecido. Ellos son los de los yates de recreo, los de los viajes, comidas, escapadas privadas aquí y allá, móviles, coches oficiales a cuenta del erario; los mismos que están desmontando el Estado en beneficio de su casta y de su tribu. Son ellos los que se envuelven en la bandera de España para acumular fortuna, aunque el Planeta se hunda a sus pies. ¿A qué planeta escapará usted, señor ministro, cuando el País salte por los aires? Alfonso XIII, ya en el exilio, en 1936 le entregó a Franco 10 millones de dólares para apoyar su cacería de republicanos. ¿Cuánto, dónde tendrá usted el dinero asegurado cuando nos anuncie la tele que un euro nuestro en el banco no vale más allá de una de las antiguas pesetas, como le ocurrió al pueblo argentino, señor Gallardón?

No tengo por costumbre dar limosna a esa pobre mujer extranjera que pide delante del súper con un cartón donde se pide: UNA AYUDA, POR FAVOR. SOY UNA MUJER ENFERMA CON 5 HIJOS. Pero me siento más cerca de ella en su miseria que de esos que celebran el Día de las Fuerzas Armadas en las ciudades, el que pule sus palabras para hablar en la Puerta del Sol el día 2 de Mayo, mientras ves a gente recogiendo colillas del suelo; continúan los desahucios, la señora que corta un trozo de cinta en la inauguración de no sé qué cosa, mientras los estudiantes permanecen encerrados en la Universidad por la próxima subida de tasas. O mientras los mineros defienden sus puestos de trabajo en calles y carreteras, mientras policías bien pertrechados con las “golosinas” que entre todos costeamos, nos cercan y nos golpean en las manifestaciones de indignación del pueblo trabajador.

Están demasiado cerca aún las imágenes de aquellos combatientes antifascistas españoles que, en cruzando la frontera, eran conducidos como maleantes por los gendarmes a los campos de Barcarés, a Djelfa, a Prats de Mollo, Argelés–sur-mer, Saint-Cyprien; cuando no a los trenes que los llevarían sin retorno posible a Mauthausen y a Buchenwald.

Si hay algo que está en entredicho en estos momentos, no es solo la economía del País, su solvencia. Lo que realmente está en cuestión es la dignidad de todo el pueblo español, aquel que en 1936 le dio un varapalo a toda la clase política, a la banca, al clero, al fascismo, votando mayoritariamente a favor del FRENTE POPULAR. Como entonces, el pueblo trabajador tiene la última palabra.

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