Jack Lemmon, la inmensa grandeza de un tipo corriente

Jack Lemmon, la inmensa grandeza de un tipo corriente

Jack-Lemmon-loquesomosCarlos Olalla*. LQSomos. Septiembre 2016

Supo que sería actor desde que apenas levantaba dos palmos del suelo. Amaba la interpretación como pocos y eso es algo que tuvo muy claro desde las primeras representaciones teatrales que hizo en el colegio hasta la última película que rodó poco antes de morir. Billy Wilder le consideró su actor fetiche y rodó con él varias de las películas más famosas de la historia del cine.

Trabajó con los más grandes, dominó el drama y la comedia como solo los elegidos saben hacerlo. Fue capaz de hacernos reír y llorar, capaz de hacernos soñar… Y lo hizo todo desde su humilde apariencia de un tipo normal, de ese ser anónimo con el que te cruzas a diario por la calle o con quien compartes cualquier viaje en metro. No era alto, no era guapo… pero consiguió que todos le amáramos. Era una persona que caía bien a todo el mundo quizá porque irradiaba la felicidad con la que vivió toda su vida. Su sentido del humor, su generosidad con los compañeros y compañeras de rodaje, su constante proponer ideas geniales para dar vida a sus personajes, hicieron de él el actor con el que todos deseaban trabajar.


Todo en él fue atípicamente típico. Nació en el ascensor del hospital al que acudió su madre embarazada de siete meses cuando sintió las primeras contracciones. Su padre era el presidente de la Doughtnut Corporation, la fábrica de los Donuts, y le dio la mejor de las educaciones de la época. Licenciado en 1947 por Harvard en Arte Dramático, cuando Jack Lemmon le dijo a su padre que quería ser actor porque era lo que verdaderamente le apasionaba, su padre le dio un préstamo para que se fuera a Nueva York a abrirse camino y un consejo: “Sigue en eso solo mientas tengas esta ilusión”. Él lo siguió a pies juntillas. Lemmon tenía talento musical, de hecho llegó a componer más de cuatrocientas canciones a lo largo de su vida, y dio sus primeros pasos en un pequeño local de Nueva York acompañando al piano películas mudas y más tarde cantando y bailando. No tardó en empezar a trabajar en la radio y en la incipiente televisión, en la que participó en los shows más importantes y en casi todas las comedias que se grababan en vivo. En una de ellas intervino en más de quinientos episodios. A principios de los 50 ya actuaba en los escenarios de Broadway donde le vio Harry Cohn, el magnate de Columbia Pictures, que no dudó en ofrecerle un contrato y sugerirle que cambiase su apellido porque Lemmon sonaba demasiado a “limón”. La negativa de Lemmon a cambiárselo impresionó al magante y le ofreció un papel en “La rubia fenómeno”, dirigida nada menos que por George Cukor. Era 1954. Tan solo un año más tarde Lemmon ganaría su primer Oscar como mejor actor de reparto por “Escala en Hawai”, su cuarta película. Cuatro años después vino su consagración definitiva con el inolvidable papel de Jerry en “Con faldas y a lo loco”, de Billy Wilder, junto a Tony Curtis y Marilyn Monroe. Wilder volvería a dirigirle un año más tarde en otra película inolvidable: “El apartamento”.


Su carrera se había consolidado a base de papeles cómicos y Lemmon no dudó ni un momento en aceptar el papel que le ofreció Blake Edwards en una de las películas más duras que se han rodado jamás: “Días de vino y rosas”, en la que Lemmon interpretaba el papel de un ejecutivo triunfador que cae en el alcoholismo al que arrastra a su mujer, una Lee Remick excepcional. La valentía que mostró Lemmon para aceptar un papel tan alejado de lo que había hecho hasta entonces solo puede entenderse desde la perspectiva de quien sabe que puede dar más, mucho más, de lo que ha dado hasta ahora. En más de una ocasión dijo que aceptó aquel papel porque le daba miedo y porque no sabía cómo encararlo, y que eso era algo a lo que él no se podía resistir. Su interpretación, llena de matices, fue brutal, solo al alcance de muy pocos. El contraste entre aquel tipo tan normal y el drama interno que vive en su alocada carrera hacia la autodestrucción llegó a lo más hondo de muchos espectadores. Los problemas que Lemmon había tenido con la bebida y que había superado le ayudaron a crear un personaje que forma parte de la historia del cine.

En 1966 Billy Wilder volvería a llamarle para que trabajase en “En bandeja de plata”, una comedia en la que, por primera vez, Lemmon se empareja con otro monstruo de la comedia: Walter Mathau. La química entre ambos surgió desde el primer momento. Se conocieron en un bar en el que Mathau estaba tomándose una copa en la barra y Lemmon entró pidiendo una ración de gambas y un chocolate caliente. Una profunda amistad les unió toda la vida. Juntos llevaron al cine la adaptación de la obra teatral “La extraña pareja”, una comedia que les cambiaría a los dos la vida y por la que siempre serían recordados.

Pero si algo no le gustaba a Lemmon era encasillarse y unos pocos años después protagonizó una película que destrozaba la gran mentira del sueño americano: “Salvad al tigre” Ganó el Oscar al mejor papel protagonista compitiendo nada menos que con Marlon Brando, Robert Redford, Al Pacino y Jack Nicholson. Su primer Oscar premió una interpretación cómica, el segundo una dramática demostrando la versatilidad y el enorme talento de Lemmon. Sin embargo, él siempre defendió que el cine tenía que ser como la vida misma y que en la vida los momentos más dramáticos también tienen su punto de comedia, por eso le encantaba mezclar ambos géneros.

En la etapa final de su carrera Lemmon nos regaló dos interpretaciones de las que llegan al alma. Su papel del ingeniero nuclear que, consciente de que la central donde trabaja tiene un fallo que puede provocar una catástrofe, se enfrenta solo a todos en “El síndrome de China”, y el del padre del joven periodista norteamericano desaparecido en el golpe militar de Pinochet en Chile en “Missing”, un padre que poco a poco va viendo cómo su hijo, al que nunca creyó, tenía razón, y que las autoridades norteamericanas han apoyado el golpe y que han permitido que el ejército chileno haga “desaparecer” a su hijo porque lo sabía e iba a denunciarlo son personajes tan reales y sinceros que no pueden dejar a nadie indiferente.

Una muestra de lo querido que era Lemmon en la profesión se produjo en la entrega de premios de los Globos de Oro de 1998 cuando, por primera vez y quizá única en la historia, el actor que recibió el premio (Ving Rhames), tras agradecerlo, dijo que no lo merecía y se lo entregó a Lemmon. Todos, en pie, aplaudieron aquel gesto, posiblemente el que a todos les hubiera gustado hacer con un tipo tan normal y extraordinariamente corriente como Jack Lemmon, un tipo que por epitafio en su tumba tiene una frase que lo dice todo: “Jack Lemmon en…”

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One thought on “Jack Lemmon, la inmensa grandeza de un tipo corriente

  1. Gracias a tipos como éste no podemos de amar ese dichoso país, a pesar de sus políticas. Lo incorporamos a nuestra “familia” desde que lo vimos en Con faldas y a lo loco, Irma la dulce, El Apartamento.Excepcional, en Missing. Bordaba su trabajo, aún en el más elemental.

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