José Luis López Vázquez “Morito”

José Luis López Vázquez “Morito”

Por Bartolomé Salas

Nacido en el nº 8 del madrileño Paseo de las Delicias el día 11 de marzo de 1922. Hijo único de una madre modista y un padre funcionario del Ministerio de Justicia que se separan a poco tiempo de su nacimiento.

De carácter un poco introvertido, cursa cinco años de bachillerato antes de ponerse a trabajar como mecanógrafo a mediados de los años 30 en unas oficinas dependientes del Ministerio de Guerra, aunque su inclinación artística era el dibujo y la pintura, lo que le permitirá hacer muchos de los carteles de las películas que se exhibían como reclamo en las fachadas de los cines.

La guerra le sorprende en Madrid, aunque no llega a ser movilizado, y en cuanto ésta concluye se afilia a la Organización Juvenil de Falange Española, colaborando con los servicios de Prensa y Propaganda de la misma en las radiofónicas estaciones-escuela que pasarán después a llamarse Radio Juventud y posteriormente Cadena Azul de Radiodifusión. Esto le lleva a conocer a Pepe Caballero durante la representación en el Círculo de Bellas Artes de “Pliego de romances fronterizos”. Escenógrafo y pintor onubense formado en las filas de “La Barraca” que estaba destinado en las Sección Plástica y Actos Públicos, que le proporciona la oportunidad de colaborar con él en calidad de funcionario, diseñando carteles, figurines y decorados para obras de teatro clásico español.

Tiene 20 años cuando el escritor valenciano Enrique Durán le presenta al director granadino José López Rubio, al que la FOX sacó de un Madrid en guerra para instalarlo en Hollywood, y que a su regreso, tras debutar en “La malquerida” en 1940, acababa de conseguir un gran éxito con Miguel Ligero y “Pepe Conde” un año después, lo que le lleva rápidamente a adaptar la zarzuela “El niño judío” bajo el título “Sucedió en Damasco”, encargándole los carteles al joven López Vázquez y asegurándoselo para futuras realizaciones como “Eugenia de Montijo” y “Alhucemas”, aumentando paralelamente su obra como pintor y llegando a colgar sus cuadros a mediados de los 50 en exposiciones colectivas de ámbito nacional.

En el cine se inició con Berlanga haciendo un dependiente de Galerías Preciados en “Esa pareja feliz”, sorprendiéndose de que fuera un personaje cinematográfico lo que le ofreció el realizador, ya que lo que él pensó en un principio es que lo que le ofrecían era un trabajo de decoración o sastrería. Más o menos lo que le había pasado en 1940 cuando Luis Escobar lo llamó para sustituir al actor Félix Navarro en el María Guerrero en la obra “El anticuario” de Dickens, que por “chiripada” se convirtió en su debú y en tres años continuados de trabajo en el mismo escenario, ganando prestigio en la compañía hasta conseguir su primer éxito personal con el cometido de periodista en “Las maletas del más allá” de Félix Ros. Luego la gira de teatro universitario por Alemania y a la vuelta la consagración de la mano de Adolfo Marsillach en Barcelona con la obra “Bobosse” de Roussin.

A partir de aquí se hace fácil seguir su vida artística, baste con consultar cualquier libro especializado o página de internet del que está considerado (sin duda) como uno de los mejores actores de teatro, cine y televisión de todos los tiempos, que tras unos comienzos dignos estuvo a punto de perderse como gracioso oficial en las películas de muslo y pechuga de los años de la confusión. Pero tanto talento no podía pasar desapercibido para directores como Olea, Saura, Camus, Forqué o Gutiérrez Aragón que le dieron papeles que convirtió en antológicos. No se nos puede olvidar que fue el protagonista del mediometraje que Antonio Mercero con guión de José Luis Garci hizo para televisión: “La cabina”, y fue premiado con un “Emmy” de la Academia de Televisión de los Estados Unidos.

A finales de enero de 2005 recibió el “Goya de honor” que entrega la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España por el mérito a toda su carrera profesional.

Hoy, dos de noviembre de 2009, día de difuntos, ha fallecido en su domicilio de Madrid a los 87 años. Dicen los informativos del medio día que tras una larga enfermedad. Mañana, compañeros de profesión y público le rendirán homenaje, como hace ahora un año se le dieran a Fernando Fernán-Gómez en el Teatro María Guerrero.

En “Esa pareja feliz” (Bardem/Berlanga 1951) es el dependiente de la joyería que con una espléndida sonrisa, tras el mostrador, recibe a la “Pareja Feliz” (Elvira Quintillá y Fernando Fernán-Gómez) para hacerle obsequio de uno de los premios ganados en el concurso radiofónico de los “Jabones Florit”, sin tener oportunidad para decir ni una sola palabra, solo las manos y los gestos de un desconocido que no podría suponer la trayectoria que le esperaba.

En “Novio a la vista” (Luis García-Berlanga 1953) es el pintamonas cazanovias instalado en el Hotel Veramar del imaginario “Lindamar” en el verano de 1918, donde sacará a relucir todas las armas de seducción que atesora, consistentes en un apretado traje con sombrero canotié, un juego de polo y unas piruetas en la pista de patinaje para asombro y envidia de los curiosos. Aunque también salva a un bañista que se está ahogando en la idílica playa que tanto se asemeja a la de la Concha, donde se hace vida social mientras se critica al atleta que hace flexiones ante las damas, cuyas casetas son empujadas hasta la orilla del mar para que su pudor permita el baño sin estar expuestas a miradas licenciosas. Al final el “pollo” terminará hilvanando con la familia Peláez.

En “El diablo toca la flauta” (José María Forqué 1953) es el periodista amigo de Perico (Antonio Ozores) que acude al acto de entrega de medalla de la Unión Filantrópica Internacional, para escribir la nota de prensa por encargo y a comisión del potentado local Cosme Santaclara (Manolo Morán), y mientras tanto ponerse morado en el “lunch” ofrecido con tal motivo y que en realidad es lo único interesante del evento.

En “Felices Pascuas” (Juan Antonio Bardem 1954) es Felipe, el taxista amigo de Juan (Bernard Lajarrigue) y Pilar (Julita Martínez), que de mala gana se pone a su servicio la noche de Nochebuena para buscar al cordero “Bolita” que ha terminado en el matadero de Madrid. Adonde llegarán en el último momento para encontrarlo como único superviviente de los 500 que previamente han sido degollados.

Cuesta entender que se asuma con tanta naturalidad la “matanza” de los cientos de borregos y se tome justiciero partido solo por uno, claro que éste resplandece entre todos como si fuera el borreguito de “Norit”. La verdad es que Bardem maneja la historia con maestría, aun más evidente cuando se visiona la cinta 54 años después y se aprecian detalles que se nos antojan cuanto menos, atrevidos para aquellos tiempos. Uno de ellos los gitanos ilustrados hablando entre ellos como si fueran discípulos de Séneca. Otro es el villancico que acompaña los créditos, del cual solo la vanidad de los censores tontos puede hacer lectura errónea (al son de “ande, ande, ande”): “Viva el productor, viva la censura, viva el sindicato, viva el señor cura. Ya se acaban los letreros, que el cuento ya va a empezar, ahora salen los muñecos y no cantaremos más”.

Pero sobre todo, no puedo entender como dejaron pasar aquel grito que todo un pueblo oprimido deseaba dar: ¡¡Viva la libertad!!, aunque fuera en boca de un barbero que abandona la tiranía de la peluquería porque le ha tocado la lotería.

En “Esa voz es una mina” (Luis Lucia 1955) es el cura D. Fermín, asesor religioso de la mina “La confianza carbonífera S.A.” y encargado por el patrón D. Próspero (José Franco) de organizar una coral polifónica entre los mineros para presentarse en Madrid a un concurso de coros laborales. Pero ante tanto cazurro surge la desesperación, sobre todo cuando interviene un aflamencado gaznápiro llamado Rafael (Antonio Molina), que cada vez que lanza uno de sus interminables gorgoritos le da tiempo a liarse un cigarro. Por miedo al despido los acompañará a Madrid, más que para ver asombrado como se alzan con el primer premio gracias a la “calandria”, para aconsejarle que vuelva al pueblo junto a su mujer “paralítica” y sus tres hijos en vez de dejarse tentar para buscar la fortuna en América.

En “El expreso de Andalucía” (Francisco Robira-Veleta 1956) es un señor con bigotito, boina y pelliza que requiebra a Lola (Marisa de Leza) en su puesto de gafas del Rastro, hasta la llegada del “pelotari” (Jorge Mistral) que lo pone en fuga con la amenaza de que van a “llover tortas”

En “La vida en un bloc” (Luis Lucia 1956) es el “Gran Don Roberto”, el mago que en la sala de fiestas, ataviado con capa, bastón y chistera, pone su mente a disposición de su sobrina: “Miss Fanny” (Encarna Fuentes) para que con sus dotes adivine los números de teléfono de los presentes, sintiendo la burla ingeniosa de Nicomedes (Alberto Closas), que un poquito bebido se mofa del artista, por lo que terminada la actuación recibirá una invitación de la adivina a su camerino que no será más que una trampa para establecer un duelo entre el ingenio del mago y el cinismo del médico, que tras la sesión tiene que volver apresuradamente al pueblo temeroso de que trascienda la información que sobre él emana de la boca de Don Roberto.

En “El inquilino” (José Antonio Nieves Conde 1957), una de las más terribles y mutiladas películas sobre el dramatismo de la escasez de vivienda en Madrid en los años 50, es el irónico y alocado cicerone que en un destartalado autocar muestra diminutos pisos que va haciendo añicos en la ciudad de “Mundis Jauja”.

En “El aprendiz de malo” (Pedro Lazaga 1957) es el representante de polvos de talco “Fluma”, que alquila al niño para publicidad a Casto García López (José Luis Ozores) en su aprendizaje delictivo, que lo terminará secuestrando y pidiendo por su rescate 2.500 pesetas más los gastos, que es más o menos lo que le cuesta el traje para trabajar de “aparcador” de coches.

En “El fotogénico” (Pedro Lazaga 1957) es el recepcionista del Hotel Princesa de Madrid donde se alberga la actriz Carmen Reyes (Lolita Sevilla), que con toda amabilidad despacha a los periodistas mientras espera a Antonio Ramírez, cantante colombiano prometido de la artista que llega de su país para rodar una película. Pero el que se presenta es otro Antonio, Sánchez, (José Luis Ozores), al que confunde y manda acicalar en la peluquería del hotel para que esté presentable ante “su novia”.

En “Los jueves milagro” (Luis García-Berlanga 1957) es D. Fidel, el cura de Fontecilla, aburrido pueblo en retroceso donde su misión no va más allá de salvar cada mañana, clínica y espiritualmente, a Doña Paquita (Guadalupe Muñoz Sampedro) cuando se desvanece en el Balneario. Pero las fuerzas vivas del pueblo han “pasado” de su autoridad religiosa, y dispuestas a devolver la prosperidad a Fontecilla han inventado un milagro por el cual la noche de los jueves se aparece San Dimas entre música y cohetes, a lo que frontalmente se opone el cura que ante las algarabías que se montan y el histérico empeño de los feligreses de sacar a dicho santo en procesión, termina echándolos del templo como si se tratara de los “mercaderes” bíblicos.

En “Un marido de ida y vuelta” (Luis Lucia 1957) es el fotógrafo de la boda de Leticia (Emma Penella) y de Paco (Fernando Rey), a los que no les puede hacer la foto de novios porque el hombre rompe a reír en cuanto juntan sus rostros, justificando que tiene cosquillas en el cuello y que no puede parar cuando lo tocan. Exactamente lo mismo que le pasa al fotógrafo, aunque no logra comprender porque se ríe si nadie lo está tocando, sin poder intuir ni por lo más remoto que es la mano de su difunto amigo Pepe (Fernando Fernán-Gómez) que desde el más allá se manifiesta por una promesa que no cumplió.

En “El pisito” (Marco Ferreri 1958) es Rodolfo, administrativo de “colmado” que con su exiguo sueldo no puede salir de inquilino de la casa de Doña Martina (Concha López Silva), por lo que no puede consagrar los 12 años de relaciones con Petri (Mary Carrillo), que por los mismos motivos vive de acogida perpetua en la casa de su hermana Rosa (María Luisa Ponte), haciendo la situación insostenible. Ante las continuas quejas y reproches de su novia intenta buscar un piso en las afueras, en un sitio habitado por cabras donde lo lleva un kilométrico tranvía que hace rato que abandonó la ciudad. Tampoco allí será posible, las tres mil pesetas que se precisan para el traspaso son un muro demasiado alto para tan escasa economía.

Una noticia aparecida en la prensa sobre un inquilino barcelonés que se casó con la casera para quedarse con el piso alienta a su novia que le empuja al desatino, que termina cometiendo entre la confusión y el cariño por la vieja que tarda demasiado en morir. En cuyo momento Petri se convierte en déspota casera que pone en la calle a los inquilinos, y en desagradecida hermana que se venga de las humillaciones a que ha sido sometida.

Cuenta López Vázquez en “Así es Madrid….en el cine” que una mañana los citaron en el Mercado de la Cebada donde los esperaba una carroza fúnebre tirada por caballos. Tan solo con un “prepárense que vamos a arrancar” el ayudante de Ferreri los alertó y como corderos los cuatro acompañantes del duelo se situaron detrás del coche que empezó a subir por la calle Toledo. A su paso la gente se arrodillaba, rezaba o se santiguaba, y hasta un guardia municipal que dirigía el tráfico se cuadró al paso del cortejo. El mismo que montó en cólera cuando poco después oyó el grito: “¡Corten!, vamos a hacer otra toma”, por lo que indignado se fue hacia a ellos y les reclamó unos permisos de los que carecían, lo que los obligó a marcharse en medio de los abucheos de los que minutos antes les habían manifestado sus condolencias. Ni que decir tiene que en la película aparece la única toma que pudieron hacer.

Marco Ferreri, el realizador, nació en Milán el día 11 de mayo de 1928, y fallecido en el hospital Petite Salpetrie de París por paro cardiaco dos días antes de cumplir 69 años, el día 9 de mayo de 1997, mientras se celebra el Festival de Cannes, donde había levantado ampollas en 1973 con la presentación de su película “La gran bouffete”.

Estudiante veterinario de inconclusa carrera viene a España en 1956 como representante de una marca de lentes anafórmicas para cinemascope, pero ya en su país ha hecho algunas cosas para el cine, un cortometraje de publicidad, una cine-revista de original formato de la que tan solo aparecieron los dos primeros números, y un par de asuntos de inspección de producción.

Al llegar a España conoce a Rafael Azcona, un auténtico desconocido en el cine que ya había publicado un par de trabajos literarios: “La vida del repelente niño Vicente” y “Los muertos no se tocan nene”, con el que por afinidad surge una espontánea amistad que durará toda su vida, haciéndolo su guionista por excelencia. De él decide filmar “El pisito”, crítica social del acuciante problema de la vivienda en España inspirado en una noticia aparecida en la prensa barcelonesa delatando el matrimonio por interés entre una octogenaria casera y su inquilino para no perder los derechos a la vivienda. También su siguiente trabajo es con Rafael Azcona, y posiblemente su película más representativa dentro de la etapa española, “El cochecito”, integrado en la trilogía “Pobre, paralítico y muerto”, cuya idea surge una tarde a la salida del Estadio Bernabeu cuando un grupo de “paralíticos” en sus sillas de ruedas comentan sobre los futbolistas que “son una baldaos”. El tercero de sus trabajos “Los chicos”, clasificado como de tercera categoría resulta escandaloso para la moral predominante cuando se presenta en el Festival de Valladolid, tardando varios años en proyectarse en las pantallas comerciales, y difundido gracias a la voluntad cinéfila de los cine-clubs. Tras este trabajo vuelve de nuevo a Italia arremetiendo contra la moral y las costumbres como es su estilo, lo mismo que lo haría en su etapa francesa con la mencionada “La gran boufet” o paseando a un jovencísimo Gerard Depardieu en pelotas en “L’ultima donna”.

Comunista confeso alérgico a la diplomacia, los adjetivos más usuales que se le dedican a lo largo de lo encontrado en los recortes de prensa son los siguientes: Áspero, esquivo, subversivo, perverso, agresivo, inteligente, iconoclasta y viejo indecente, y en su afán por hacer amigos, dice al “Independiente” el 17 de octubre de 1990 que “el cine norteamericano está hecho por hijos ricos de pobres imbéciles”. Genio y figura.

En “Un ángel tuvo la culpa” (Luis Lucia 1959) es el airado marido de una señora muy buena que viene a pedir explicaciones a Claudio Martín (José Luis Ozores) de por qué la noche anterior le dio 20.000 “duros” a su señora. Incógnita que queda despejada cuando cuentan al “machito” que fue fruto de una borrachera y que al igual que con su esposa lo hizo con otros nueve afortunados. Por lo que mientras le agradecen el detalle por la devolución recibe un hostiazo de su “santa” Manola por tener que devolver el abrigo de garras, la pulsera y el reloj de oro. Llevándose otra de paso el beodo de su señora Eulalia (Emma Penella) por requebrar a tía tan buena aunque estuviera bebido.

En “El cochecito” (Marco Ferreri 1959) es Alvarito, tuno viejo estudiante de Derecho que no logra acabar la carrera y trabaja en un bufete de pasante, donde recibe a D. Anselmo (Pepe Isbert), al que lleva a casa de los marqueses para que vea con envidia el extraordinario cochecito de minusválido que tiene su hijo, y mientras el viejo sigue con sus fantasías motorizadas, él se hará novio de su nieta Yolandita (Chus Lampreave). Estudiante de francés que es la única que preocupada por su abuelo le pide que regrese cuando conseguido el utilitario artefacto huye por la carretera de Navalcarnero.

En “De espaldas a la puerta” (José María Forqué 1959) es Emilo Arévalo, el policía de la secreta especialista en el “cabaret”, por lo que pasa la noche alejado de su hogar creando confianzas con las coristas de los ballets y las chicas de alterne. Esa noche se ha cometido un asesinato en “La Ratonera de Oro” y se tiene que poner a las órdenes del inspector Simón (Luis Prendes) para situarlo en el escenario y someter a interrogatorio a clientes y cabareteras mientras le da la vara para que le facilite un traslado a un turno diurno, y tan bien hace su trabajo que entrada ya la madrugada le promete dar un “pésimo informe” para que así cada noche, a eso de las 11, pueda estar en la cama con su “Pitusa”.

En “Una gran señora” (Luis César Amadori 1959) es Tobías Práxedes, el chofer al que un mecenas de nombre Adolfo (Alberto Closas) ha comprado prácticamente el coche y se ha convertido en su amigo, por eso, incondicionalmente le sirve llevándolo a las fiestas de San Antonio o a Biarrit si se precisa. O desplazándose hasta Estoril vestido de uniforme para acompañar a la novia de su amigo (Zully Moreno), y demostrarle su fidelidad hasta la impertinencia interponiéndose entre ésta y su hermano gemelo Willy (Alberto Closas) que quiere “levantarle” la novia.

En “Los económicamente débiles” (Pedro Lazaga 1960) es Xavier, el señor elegante con coche que cada día manda una caja de bombones a Nuria (Maruja Bustos) y la espera a la puerta del “Instituto de Belleza Lady Doris” para invitarla a merendar, a pesar de que ella no le hace el menor caso. Pero en la espera coincide con Pepe (Tony Leblanc), el novio de Ana (Laura Valenzuela), la hermana de Nuria, entrenador de un equipo de fútbol en apuros que se fija en él como el “membrillo” que precisan para que aporte los medios que permitan modernizar el material, por lo que de la noche a la mañana se verá convertido en vicepresidente del “Casamata F.C.”. Quitándoselo de encima en primera instancia Nuria diciéndole que es Ana quien está por sus huesos, para que después ésta lo plante cuando recupera a Pepe, ya que solo era una estratagema para darle celos. Como no puede ser de otra manera termina en una ambulancia lleno de esparadrapos camino de Madrid en compañía de Paco, ya que al término del partido con el “Cantalazo”, son ellos los que sufren las iras de los paletos, porque ya se sabe que los tontos son los que pagan para que los listos se queden con la chica.

En “091, policía al habla” (José María Forqué 1960) es Lorenzo Barea, el inspector de policía juerguista y un poco mujeriego que acompaña en la patrulla al inspector Martín (Adolfo Marsillach), cuando la hija de este muere atropellada a la salida del instituto María de Molina. Al que tendrá que pedirle cordura para que no se convierta en vengador justiciero y perjudique su carrera.

En una insólita imagen tomará la metralleta para abatir a los delincuentes que han robado la caja del Palacio de los Deportes y tratan de huir en un avión de la “TWA”, persiguiéndolos por unos edificios a medio construir junto a la torre de control del aeropuerto de Barajas.

En “Usted puede ser un asesino” (José María Forqué 1961) es Enrique Picar, marido de Brigitti (Julia Gutiérrez Caba) y amigo de Simón (Alberto Closas), con cuya mujer (Amparo Soler Leal) se va la propia para pasar las vacaciones navideñas, haciendo previamente una póliza de seguro a su nombre y dejando una botella de leche envenenada en la nevera, lo que ocasionará unos cuantos “fiambres” que aparecen y desaparecen y alguna otra situación de enredo.

En “Plácido” (Luis García-Berlanga 1961) es Gabino Quintanilla, el fotógrafo organizador de la caravana navideña “Cene con un pobre”, que se pasa el día sentado junto a Plácido (Cassen) en su motocarro que lleva colgada la estrella navideña patrocinada por las ollas “Cocinex”, por lo que con tanto trajín desatiende a su novia Martina (Mari Carmen Yepes), que en cada descuido se encierra a darse la paliza con el galán cinematográfico que ha venido desde Madrid para participar en la “Subasta de estrellas”.

En “Tres de la Cruz Roja” (Fernando Palacios 1961) es Jacinto, representante de cepillos de dientes y apasionado futbolero que en compañía de sus amigos Manolo (Manolo Gómez Bur) y Pepe (Tony Leblanc) trata de colarse cada domingo en el Bernabeu con poca suerte. De donde sale a comprar tabaco su amigo Marcelino (Luis Morris), cabo de la Cruz Roja que odia el fútbol y se ve obligado a prestar servicio en cada partido, por lo que junto a sus amigos se hace voluntario de dicha organización sin más pretensiones que las de ver los partidos gratis.

Las cosas son muy diferentes de lo que piensan, por lo que terminan haciendo guardia las tardes de domingo en las cercanías del Puerto de Navacerrada, donde se estrella el coche de Laura (Mara Cruz), a la que tiene que dar su sangre por ser la única compatible cuando precisa transfusión, creando un equivoco amoroso que lo lleva al hospital con una chaqueta con manchas y un ramo de flores que esconderá en la espalda cuando la solvente familia trata de pagarle el “favor” con dinero. Menos mal que una jovencísima enfermera llamada Consuelito (Amparo Baró) estará atenta al quite y lo derretirá con su mirada bonita tras la gafas de pasta negra.

En “Vuelve San Valentín” (Fernando Palacios 1961) es Fernando Morales, atareado representante de “Amaral y Cia.” casado con Mercedes (Amparo Soler Leal), una decoradora tan atareada como su marido, por lo que solo se ven al cruce. Cuando uno llega el otro se va y así les va estupendamente hasta que San Valentín (Jorge Rigaud) decide poner fin a esa gélida situación perdiéndoles las abultadas agendas y encerrándolos en casa, donde no les queda más remedio que someterse a recuperar los mil momentos íntimos que llevan de atraso y pegándole un susto de muerte a la “chacha” (Laly Soldevila) que poco habituada a ver gente en casa cree que han entrado los ladrones.

En “Atraco a las tres” (José María Forqué 1962) es Fernando Galindo, cerebro del atraco al banco donde trabaja para el que precisa la colaboración de sus compañeros, por lo que de simples administrativos los convertirá en “compinches”: Enriqueta (Gracita Morales), que con el botín pretende pagar las letras que le quedan del televisor. Castrillo (Alfredo Landa), que no quería participar pero que pide un chalet en Torremolinos, Martínez, (Cassen) el ordenanza que acumula demasiados hijos para tan corto sueldo, el “chuleta” Benítez (Manuel Alexandre), que pide anticipos a cuenta del atraco y Cordero (Agustín González), novio repetidas veces ultrajado que no puede atracar porque la tos “ferina” lo delate detrás del pañuelo. Envalentonados contra el banco por el injusto castigo impuesto al bondadoso director (José Orjas), el plan solo triunfa medias por que se interpone en su camino una banda profesional de cuya cabecilla Katia (Katia Loritz) se queda prendado Galindo.

En “La gran familia” (Fernando Palacios 1962) es el pastelero Juan, el “paino búfalo” de los 15 niños de la megafamilia formada por Carlos (Alberto Closas) y Merche (Amparo Soler Leal). Ahijados que tiene que atender con diarias bandejas de pasteles que provocan empachos y diarreas que tienen que atajar los amigos galenos.

En el año 62 algo se mueve en la vida española. Para comenzarlo bien el Papa ha excomulgado a Fidel Castro por “abusar” de los sacerdotes católicos, aparece un grupo catalán que se llama “Els Joglars” y la apertura permite la aparición de los cines de “Arte y ensayo” que nos traen a un individuo que se llama Truffaut y a unas francesas que están muy buenas. El 15 de abril comienza a emitirse en TVE la serie Rin-tin-tin, primer héroe televisivo para una generación “de tebeos”, y por fin se pone en practica el servicio médico de urgencia en Madrid, que evita “trasponer” con los enfermos entre barrizales para que el “Dios” médico los despache en dos segundos con un diagnóstico a menudo errado. Y a la vez que el Rey Juan Carlos contrae matrimonio tras un breve noviazgo con una princesita griega, se desencadena el contubernio de Munich donde se reúne la oposición franquista para intranquilizar al bunker.

Fallece (por motivos personales como diría mi amigo Floro) la cupletista Raquel Meller, que tan bien cantaba “El relicario”, e incomprensiblemente se suicidad Marilyn Monroe. Y aunque con el Papa Juan XXIII y el Concilio Vaticano II llega la esperanza de la neutralidad de la iglesia, no logra evitar el asesinato de Julián Grimáu detenido a finales del año anterior en Madrid. Los tecnócratas del Opus Dei, “La Obra”, ocupan los puestos de responsabilidad del gobierno de Franco y se dejan sentir en la sociedad. En la primavera han inaugurado en Madrid el Instituto Tajamar, con el que aplican a la rigurosa educación cristiana, otro golpe de tuerca y de paso se instalan en el “Cerro del Tío Pío”, balcón natural de Madrid. Desde la administración se impulsa un tranquilizador desarrollismo económico que incita a la población a crecer demográficamente para proporcionar mano de obra a la creciente industria que sustituye a la España rural con el éxodo masivo de los pueblos.

“La gran familia”, con razón calificada de “Interés Nacional”, sintonizaba perfectamente con la idea que se trata de trasmitir a la sociedad, sobre todo en el terreno laboral. Nostálgicos momentos de tranquilizador paternalismo empresarial del que los patronos salen muy beneficiados, cuando desde la perspectiva histórica se compara al abuso sistemático y despiadado terrorismo empresarial actual, miope ejecutor de la gallina de los huevos de oro.

Aunque otros antecedentes cinematográficos cercanos, como “Manolo, guardia urbano” o “El día de los enamorados” cumplían la misma función, para mí ésta era el buque insignia, porque realmente cumplía su cometido, el de encandilar, el de hacerte pensar que con un comportamiento recto y honrado todo se solucionaría, y además te lo decía una familia que derrochaba alegría, con sus quince hijos con abuelo, donde el padre, único elemento productivo era capaz de mantener con su sueldo de multiempleado una casa con portero de abrigo y gorra, un miniautobús que los transportaba, dar carrera a sus hijos, salir de vacaciones un mes y comprar “enteras” las recientes Galerías Preciados y el Mercado Maravillas. Es la magia del cine en esta verdad a medias que te hace perder las referencias de la realidad. También me hubiera gustado a mí que a mi padre la vida le hubiera dado el trato que a Alberto Closas, que alguna vez su jefe le hubiera dado una gratificación inesperada, que alguna vez hubiéramos ido de vacaciones, que un padrino, un familiar o cualquier otro tipo de persona nos hubiera traído pasteles, que mi hermana hubiera hecho la comunión con el traje de Sofía de Grecia y que alguno hubiéramos estudiado mas allá de los 14 años. Pero el mundo es de otra manera, otras películas lo demuestran, las de Nieves Conde, Saura o Mur Oti, por ejemplo. Los niños como yo, en aquellos tiempos nos bañábamos en charcas, ciénagas infectas que compartían nuestro paisaje cotidiano. La única piscina visitable por precio era el Parque Sindical, donde teníamos que trasponer durante horas en inagotables autobuses y metros, y al no disponer de carné de Educación y Descanso como Alberto Closas, teníamos que mendigar en la cola a que alguien que no tuviera quince hijos como él nos quisiera sacar una entrada. Nuestros vestidos eran herencias remendadas de otros santos y nuestros zapatos nuestra tarjeta de visita. Pero no hay rencor, ni envidia, ni el consuelo de tontos de la comparación, la felicidad se construye en cualquier parte, y en mi barrio había muchos nutrientes; el rumor del viento en los trigales, el perfume de la humedad en el aire, el sonido de la lluvia en las tejas, los perros callejeros compañeros, los juegos del día, los perfumes de la noche. Por eso me alegro por la gente que es feliz de cualquier manera y me emocionan las películas con buen final, que todo el mundo merece un trocito de cielo o una mano tendida.

La gran familia, merece ser la familia feliz, porque para ello cuentan con todos los mimbres: los indestructibles padres Amparo Soler Leal y Alberto Closas, un lujo de abuelo en Pepe Isbert, un padrino “búfalo” y pastelero que es José Luis López Vázquez, una hija magnífica como Maria José Alfonso, un hijo estudioso, un “oveja negra”, una “maciza”, un “cachas”, dos gemelos, una “remilgos”, un “dinamitero”, un Chencho, y otros de oficios varios.

La película será eternamente recordada por la dramática escena de Pepe Isbert llamando a Chencho con la voz rota entre los tenderetes navideños de la Plaza Mayor, pero es todo un tratado sobre la vida madrileña y las intenciones del Régimen en los años sesenta si se sabe leer entre líneas.

En “Casi un caballero” (José María Forqué 1964) es Agustín, “Tito”, delincuente de poca monta que en compañía de Susana (Conchita Velasco) da pícaros golpes de astucia, teniendo la desgracia de encontrar en su camino a Alberto (Alberto Closas), delincuente más astuto que ellos que siempre les gana por la mano, por lo que tienen que aceptar su sugerencia y asociarse a él para hacer las labores de logística en el robo de la Dolorosa del Greco en el museo de Toledo, teniendo él que cargar con las culpas y con Gabriel Mostazo (Alfredo Landa), un delincuente de tercer nivel, mientras que el listo se queda con al chica.

En “Totó de Arabia” (José Antonio de la Loma 1964) es Paco, el inventor de artilugios de espionaje para los agentes “000” británicos aunque él es de Barcelona, entre ellos un maletín que lo hace volar por los aires junto al torpe agente “0008” (Totó), al que encontrará de nuevo con sorpresa como el moro que atiende el servicio de telégrafos de Kuwait.

En “Los palomos” (Fernando Fernán-Gómez 1964) es Emilio Palomos, el jefe de ventas que con un monigote colgado de la espalda cautelosamente desconfía de cuantas “inocentadas” tratan de darle en tan señalada fiesta de “inocentes”. Por eso no hace caso cuando lo llama D. Alberto (Fernando Rey) a dirección, donde lo engatusa con la apertura de una nueva sucursal en Barcelona a la que puede ser destinado, por lo que lo invita junto a su señora (Gracita Morales) a cenar esa noche en su casa para discutir los detalles, a lo que responderá con mil serviles reverencia que desbordan su entusiasmo.

La endemoniada noche de nevada les creará ciertas dificultades para llegar a la casa, y una vez allí, D. Alberto, su esposa Elisa (Mabel Karr) y su tía Mercedes (Julia Caba Alba) les plantearán jugar al “asesinato perfecto” mientras esperan la cena que no llega. Solo es una estratagema para matar a la vieja y cargarles con el “muerto”, mientras su jefe, en serios apuros financieros, la hereda y logra salir de atolladero. Pero la vieja asesinada se pasea de vez en cuando “achispada” por el comedor, por lo que se dan cuenta de que hay dos viejas iguales, una viva y otra muerta, y en vez de huir como tenían pensado, deciden quedarse para deshacer el entuerto.

Casi a la vez que el estreno de la obra de teatro de Alfonso Paso en enero de 1964, se encarga la adaptación cinematográfica al prestigioso Fernando Fernán-Gómez, que no logra salvar este bodrio sin sustancia que ya apunta a decadente en la trayectoria del dramaturgo, y aunque se mantiene la misma pareja protagonista por el éxito conseguido en el teatro (Gracita-López Vázquez), no logran dar el resultado esperado.

La asemeja la crítica como productos similares como “Las dos y media y veneno”, “El cianuro ¿solo con leche?” o “Usted puede ser un asesino”. A mi, pasado el tiempo, se me viene a la cabeza “La cena de los idiotas” por el abuso intelectual de los listos sobre los tontos.

En la prensa de aquellos días se podía ver el siguiente slogan de promoción: “La divertida historia de unos “palomos” a los que un “gavilán” quería cargar el “mochuelo”.

En “La visita que no tocó el timbre” (Mario Camus 1965) es Juan Villanova, soltero de vida ordenada que comparte piso en Chamberí con su hermano Santiago (Alberto Closas), soltero como él pero de comportamientos totalmente antagónicos, en cuya puerta una mañana de Navidad aparece un cesto que contiene un bebe y una grabación que dice que se llama “Santiaguito” y que se lo dejan para que estudie Ingeniero de Minas, ya que su madre no lo puede mantener. Tras acusadoras palabras a su perplejo hermano decidirán buscarle una enfermera mientras deciden que hacer con él, quedándose con la enfermera que contratan (Laura Valenzuela) y con el niño, al que Juan emocionado cuando llora le silba el “Quinto levanta” demostrando la amplia experiencia que tiene en el cuidado de niños.

En “Historias de la televisión” (José Luis Sáenz de Heredia 1965) es Eladio, que transitoriamente hace de gorila en la jaula del parque zoológico del Retiro, porque su amigo Felipe (Tony Leblanc) le ha tenido que dar el mono autentico a D. Marcelino (Antonio Garisa) como garantía del préstamo que no logra pagar, por lo que no puede recobrar la libertad y tiene que escapar clandestinamente para ver como su mujer (Gracita Morales) da a luz a su hijo, la que lo espera un poco mosqueada porque no se cree la historia del gorila.

En “Es mi hombre” (Rafael Gil 1965), basada en la obra de Carlos Arniches, es Antonio Jiménez, vendedor de pisos sin fortuna cuyo “dos caballos” es descuajaringado pieza a pieza cuando los compradores quieren lincharlo, teniendo que abandonar el coche y la venta y meterse a albañil con el orgullo herido para no intranquilizar a su hija Irene “Pitusa” (Soledad Miranda), por la se crece sacando pecho contra el casero matón que trata de intimidarlo (Roberto Camardiel), quizá por ello el padrino de la niña (Rafael Alonso) le proporciona trabajo de matón en la “Discoteca Pinky”, escondiendo sus miedos bajo el apodo de “El modoso” para bregar con la pandilla de macarras que cada tarde aterrorizan a los clientes de la discoteca y que terminará poniendo en fuga con mucha suerte y un poco de valor que le va infundiendo Sole (Mercedes Vecino), la encargada del guardarropa que le ha tomado ley y lo trata como un sultán. Para eso es “su hombre”.

En “Hoy como ayer” (Mariano Ozores 1965) es “Fortachón” el fontanero enriquecido del “hoy”, tratando de dar idea de en lo que se han convertido los oficios. Luciendo un flamante coche e impecable traje, aparca ante la puerta de la farmacia de su amigo Hipólito (Manuel Alexandre), debe ser que porque como trabaja entre tuberías anda siempre resfriado, por lo que tiene que pincharle el practicante, lo que hace que se le caigan los sudores cuando su amigo llama a “García”, pero mucho más cuando por la escalera bajan dos magníficas piernas sobre las que cabalga una bata blanca y algo más arriba una jeringuilla “gigante” que termina por descomponer al cobarde, porque no está dispuesto a que García (Perla Cristal) le vea el culo. La que le vacila diciendo que si quiere se la pone “sin aguja”, y meándose de risa junto al boticario cuando ven marchar al “valiente” sin pantalones y mostrando unos calzoncillos hasta los tobillos.

En “Un millón en la basura” (José María Forqué 1966) es Pepe Martínez, empleado del servicio de limpiezas del Ayuntamiento de Madrid que en la Nochebuena riega las calles desiertas en compañía de Faustino (Juanjo Menéndez), al que se queja de su mala estrella y de su inminente desahucio de la chabola donde vive. Momento en el que desde un automóvil arrojan una bolsa que molesto se acerca a recoger aplicándole al sucio conductor el slogan de moda: “Mantenga limpia España”.

La práctica rutinaria obliga al barrendero a deshacer el envoltorio de papel de periódicos de donde sale una cartera de plástico negra, en cuyo interior se esconde una fortuna en billetes de banco que descomponen la figura de Pepe y lo obligan a correr en la noche balbuceando alocadas palabras que no logra descifrar su compañero. En su casa lo espera Consuelo (Julia Gutiérrez Caba) que tras alarmarse por su presencia cae desmayada cuando ve el contenido de la cartera, iniciándose tras su recuperación una atropellada conversación a cuya conclusión, impulsado por la mujer se impone el criterio de devolverla a su dueño, cuyo nombre y dirección figura en la misma, cosa que aunque está dispuesto a ejecutar no logra tranquilizar al barrendero que sigue pensando como solucionaría sus problemas ese dinero. Devolver el dinero no es fácil, el destinatario es un importante hombre de negocios de difícil localización (Guillermo Marín), lo que hace que una y otra vez la cartera sea ocultada bajo el abrigo y devuelta a la chabola entre nuevas realidades y desconfianzas, la primera la de Doña María (Aurora Redondo), su suegra, que enterada del suceso quiere tomar parte en el reparto, por lo que de madrugada saca a su marido de la cama (Rafael L. Somoza) y se planta en casa de su hija rogando, exigiendo y apelando a la cordura y a la justicia, pero nada mellará los sólidos principios de padre e hija que convencerán a todos de la conveniencia de devolverlo.

Mientras tanto Pepe ha sacado de uno de los fajos dos billetes de 1.000 pesetas, uno para comprar juguetes a sus hijos y otro para saciar su hambre histórica y cancelar la trampa que tiene con el tendero, sin conseguirlo al pensar este que el billete es falso. Pero no es un dinero inocente, y cuando logra encontrar al indolente banquero lo pone en manos de su secretario (Saza), que le reclama el poco dinero que falta en presencia del comisario de policía (Carlos Lemos) mientras quita la denuncia contra el aterrorizado contable (José Orjas) que por sospechas estaba siendo interrogado.

De vuelta a casa entre la tranquilidad y la tristeza, la encontrarán invadida por sus compañeros del servicio de limpiezas que solidarios han hecho una colecta para que no los echen a la calle, y mientras lo celebran con una copita de anís aparecerá el desagradable secretario, esta vez con mejor aspecto, que le devolverá los juguetes de sus hijos y un sobre donde aparece uno de los diez fajos de billetes como recompensa su honradez.

Cuentos de Navidad con moraleja para tiempos de necesidades y esperanzas amordazadas por valores muchas veces incomprensibles.

En ella aparece un personaje de nombre Antolín, el dueño del restaurante que atiende de mala gana a Pepe, cuando vestido de barrendero devora manjares por valor de 206 pesetas en su local y que hasta el capricho de turrón se da de postre, surgiendo el drama y la discusión ya que no tiene para pagar más que 48, por lo que terminan en la comisaría donde al empleado municipal le dan 24 horas para satisfacer el resto de la deuda.

Pues este restaurador es EMILIO LAGUNA SALCEDO, el vallisoletano nacido el día 13 de mayo de 1930, del que se puede decir que es la figura del “secundario” por antonomasia, aunque en esta ocasión se une un rostro curtido en mil historias con un reconocible nombre asociado.

Fue estudiante de Derecho en Pucela y se hizo actor frecuentando el TEU (Teatro Español Universitario) mientras terminaba una carrera que no ejerció porque le tiraba más el teatro, por eso antes de la treintena se instaló en Madrid en busca de oportunidades y se encontró en el Teatro Eslava haciendo revista y comedias e incluso formando pareja con Laly Soldevila, lo que hizo de él un clásico de estos géneros y un “mariquita” de ágil verborrea que acentuó la televisión, el cine, e incluso él mismo con la obra que produjo y escribió: “Lo mío es de nacimiento”. Pero ahí lo tenemos, al borde de los ochenta años con un aspecto impecable y unos cientos de trabajos a sus espaldas.

En “Los guardiamarinas” (Pedro Lazaga 1966) es Goro “Rioseco”, el cabo del buque escuela “Juan Sebastián Elcano” que vive en continuo mareo tratando de mantener la verticalidad sobre la cubierta y pidiendo “dramaminas” a quien encuentra a su paso. Y todo por lucir el uniforme blanco de la armada que tanto atractivo parece que tiene para las mozas, sobre todo si eres de tierra dentro y el único marinero en 150 Km. a la redonda entre León y Valladolid. Total para nada, ya que tiene una novia en Verín que si algo le falta es discreción para llevar el noviazgo, avalada por un padre bruto (José Sepúlveda) que quiere poner fecha inmediata para la boda.

Con el asesoramiento naval del Comandante de intendencia de la Armada Carlos Conejero, está rodada, además del mencionado buque escuela “Elcano”, en la fragata Legazpi y en el transporte de guerra Castilla, utilizando para ello varios los puertos gallegos, el de Cádiz y el de Barcelona, donde en más de una ocasión se aprovecha para meter esos himnos guerreros a cuyas letras habría que prestar más atención: “…En Lepanto la victoria y la muerte en Trafalgar…..”

En “Operación Plus Ultra” (Pedro Lazaga 1966) es “D. Rodrigo” Rodríguez, el reportero de no se sabe de que periódico, que a última hora enganchan para cubrir la “Operación Plus Ultra” porque Echevarría hábilmente se ha ido a Mallorca, y aunque aborrece a los niños, termina haciéndose amigo de un pastor analfabeto llamado Manolo que no deja de darle la brasa por el reloj tan bonito que lleva, y que al final de la expedición se lo regalará tras una tarde de verbena aunque no le ha confesado que tampoco sabe leer la hora.

Este detalle me trae a la cabeza aquel momento mágico, casi siempre coincidente con la Primera Comunión, en que te regalaban el primer reloj. Cuando decían que te arremangabas el abrigo aunque fuera invierno para que se viera: Duwar Acuastar, Roxi Prima o Festina de impoluta esfera donde algún padre, tío o allegado te ensañaba a contar las horas, los minutos y los segundos.

En “Los chicos del Preu” (Pedro Lazaga 1967) es Manuel, el desesperado padre de “Lolo” (Camilo Blanes antes de ser Camilo Sesto), el joven que no consigue terminar el curso preuniversitario por su desmedida afición a la música, llegando a gastarse las 500 pesetas de la matrícula en una guitarra, comprendido por su profesor de literatura (José Orjas) que aconseja el cambio de actividad y defendido a muerte por la criada, (Rafaela Aparicio) que lo amenaza con llamar al 091 si tortura al niño, por lo que tras la desesperación termina canturreando las melodías de su hijo cuando da el primer concierto. Concierto donde se puede ver a una madre que zurra a una de aquellas alocadas preuniversitarias por haberle cogido sus zapatos. Esta madre de mano larga es Luisa Sala, (Luisa Sala Armayor) que aunque en el cine se prodigó poco, acudía casi a diario a su cita con los telespectadores en los espacios dramáticos de la TVE, tanto que en 1966 recibió de esta casa “La llave de la popularidad” de ese año.

Nacida en Madrid el día 4 de julio de 1923, a los seis años obligada por su abuela, la actriz Julia Sala, hace su primera aparición en escena en la obra “Virajes del corazón” en el Teatro Reina Victoria de Madrid, y con el comienzo de la Guerra Civil, marcha a Buenos Aires con su familia que en esos momentos se encontraba de gira artística.

A pesar de vivir inmersa en el ambiente artístico no llama la atención de la joven la representación y lo que le apasiona es el estudio de la Filosofía y hacerse escritora y bailarina, pero un revés familiar recién acabado el Bachillerato la obligan a cambiar la Facultad por las tablas para debutar en “El genio alegre” de los hermanos Álvarez Quintero en el teatro bonaerense Presidente Alvear, en la compañía de Mariquita Guerrero. Allí conoció a su marido, Heriberto Pastor Serrador, actor cubano con el que contrajo matrimonio en 1944 y con el que volvió a España precipitadamente en 1952 por un conflicto laboral y político de su marido en aquel país. A su llegada a España hace “Ninotska” y triunfa plenamente con “Aprobado en inocencia”, lo que la catapultó a ser primera actriz de la compañía de Tamayo.

Trabajó más de 1000 veces en televisión y sus últimos trabajos fueron para las series “Platos rotos”, donde daba vida a la simpática madre de María José Alfonso, y en “Tristeza de amor”, con preciosa sintonía de Hilario Camacho donde se la daba a la madre de un travestí.

Como homenaje póstumo TVE emitió el 31 de julio de 1987 uno de sus trabajos más importantes: “Proceso a Besteiro”, donde daba vida a Dolores Cabrían, la esposa de Julián Besteiro, testigo de su fallecimiento en la cárcel de Carmona el 27 de septiembre de 1940.

Como todas las grandes actrices de teatro su paso por el cine se puede calificar de “ridículo” si es que se quiere dar una expresión cariñosa. Mujer de arrolladora simpatía y de insospechada popularidad que cuando las cosas vinieron mal dadas trabajó durante un año y medio en una guardería infantil de Vallecas, lo que ratifican mis amigos María José Fuentes y Arturo Requena que la conocieron en esta época. La guardería era de la Obra Social de Caja Madrid y estaba en el Cerro del Tío Pío: “Javier García Pita” se llamaba.

Falleció el 16 de junio de 1986 en su domicilio de la calle Peligros de Madrid, asfixiada mientras comía en compañía de hija y su novio. En esos momentos grababa en televisión “El mendigo millonario” de Oscar Wilde. Enterrada en Carabanchel el día 18, su marido cumpliendo la maldición de los cómicos de tener que hacer reír sobre los cuerpos aun calientes de sus seres queridos, parte al día siguiente hacia Mojácar a cumplir el compromiso que tiene con la Compañía Nacional de Teatro.

En “Operación cabaretera” (Mariano Ozores 1968) es Daniel Antúnez, representante de la fábrica de artículos de broma “La chufla”, que pierde su seriedad y compostura en cuanto cierra el maletín de muestras, para volverse un juerguista empedernido visitante de cabaret en busca de compañía femenina y encontrando la inoportuna de “Lita” (Gracita Morales), la cabaretera que en su primera cita conoce a un chino que es asesinado con un puñal de broma suyo y que los envía junto a su amiga Violeta (Mara Cruz) a Marbella, cargando con el chino muerto sin saber muy bien lo que buscan. A pesar de la manifiesta antipatía que se demuestran a lo largo de la película, terminarán haciendo dúo artístico que toca en “La jaula de oro”, el reclamo que existía en la Discoteca Consulado de la calle Atocha y que era uno de los iconos del pop español.

En “Operación Mata-Hari” (Mariano Ozores 1968) es el Coronel Von Faber, el superespía que recibe importantes mensajes cifrados en el huevo de una paloma donde se puede leer: “Pío, pío…”. El que siembra el terror entre la tropa prusiana conocedora de sus ejemplares castigos, por lo que propios y extraños tratan de poner fin a su vida. Lo que no es necesario porque casi se autoasesina probando sus disfraces como si fuera Peter Sellers.

Junto a la suplantadora de Mata-Hari (Gracita Morales) recorrerá Europa en guerra buscando los planos de un tanque y dando esperpénticos alaridos en medio de un follón monumental que trata de pasar por escenas divertidas.

En “Sor Citroen” (Pedro Lazaga 1968) es “Cuchillas”, el “descuidero” cuya moral está bajo la tutela de la Hermana Tomasa (Gracita Morales) que parece que tiene un radar para pillarle cada vez que “manga” algo, dándole públicas charlas de cariño y comprensión que el delincuente escucha con la cabeza agachada esperando que pase pronto el chaparrón y pueda volver al negocio.

En “No somos ni Romeo ni Julieta” (Alfonso Paso 1968) es Nemesio Caporeto, el empleado número 4944 de la Empresa Municipal de Transportes de Madrid, como reza en la gorra de su uniforme de conductor de autobuses. Ilustrado operario que se pasa los días y las noches leyendo “normativa estructural” que rigurosamente lleva a la práctica laboral asombrando a los viajeros perpetuos que estiman su comportamiento riguroso en las puntuales salidas. Pero ese orden lo trastoca su familia, una mujer “flamencona” (Florinda Chico) que se pasa el día peleando con su vecina Trini (Laly Soldevila), y una hija que no tiene “fijeza” (Enriqueta Carballeira) y que no solo se le olvidan los recados, sino que no tiene la más mínima idea de relaciones sexuales a pesar de estar saliendo con el chulo más grande del barrio (Manuel Tejada), por lo que el conductor se desespera pidiendo ayuda a su mujer para reparar tan colosal desconocimiento, que lejos de atenuarse se acentúa cuando la niña le cuenta que quiere casarse con Roberto Negresco (Emilio Gutiérrez Caba), un vecino tan tonto como ella que además es tartamudo, y por si no fuera poco pertenece a una familia con la que se odian, por lo que el drama de Shakespeare se reproduce cuatro siglos después esta vez entre “Negrescos” y “Caporetos”.

En “¡Vivan los novios!” (Luis García-Berlanga 1969) es Leonardo Pozas, el torpe empelado de banca que acude de vacaciones a ligar a la costa y termina comprometido para casarse con Loli (Laly Soldevila), la chica de la tienda de “Souvenirs Dolors” que lo recibe con un camisón antilujuria como el de la Familia Munster, pidiéndole con pasión que le “haga algo”. Recatada mujer que pronto lo rechazará por intentar ligar con su madre que palma a continuación, dejando a Leo con un calentón que lo lleva a ligar con un negra que resulta ser un trasvesti, después con dos suecas que son lesbianas y por último de nuevo con su novia que no le abre la puerta.

En “¿Por qué pecamos a los cuarenta?” (Pedro Lazaga 1969) es Enrique “Morito”, el anticuario anticuado que en compañía de Federico (Juanjo Menéndez) va a buscar a su amigo Alejandro Quesada (Fernando Fernán-Gómez) a su regreso de América. Sintiéndose indignados no se sabe bien si porque han perdido el contacto o por la envidia que les produce ver el éxito que tiene con las mujeres desde que ha descubierto una hormona femenina que llena sus conferencias de macizas y cariñosas mujeres. Por lo que siguiendo sus consejos acude a un gimnasio a muscular el despojo que tiene por cuerpo y vestirlo de payaso ya que una argentina que dice llamarse Yoli (Rosanna Yanni) y ser Miss Universo, le ha dicho que es un “arrebato” y que tiene que volver a su país porque se agotó el premio por el concurso. Ante lo cual sintiéndose “sietemachos” se constituye en su paladín y saqueando la caja a espaldas de su mujer (Doris Coll) le monta un “nidito” para el intercambio de mercaderías: él pone la pasión y la pasta, y ella la lencería, el engaño y la burla. Que es lo que encuentra cuando escondido en un armario trata de sorprenderla, y resulta ser el sorprendido cuando un “pive” melenudo desmonta de su cama llamándolo “abuelete”.

Tiene su amigo Federico un final semejante al enamorarse de una vecinita joven que pasea sus desnudeces frente a su ventana. Con la que en un periodo de enfermedad fingida logra contactar e incluso lograr cierto grado de intimidad que le hace tapar su monda calavera con un vergonzoso peluquín que termina enganchado en el paraguas de una señora, cuando tras larga espera sale de la discoteca y sube en un “Mini” para besarse con el “greñudo” que la acompaña. Ese motivo de desvelos de nombre Lolita no es otra que Elsa Baeza, aquella mocita guapa que unos años antes hacía de novia española de Emilio Gutiérrez Caba en “Nueve cartas a Berta”, y que con esos dientes de “roer culos de melones” se hizo “objeto de deseo” mostrando unas bragas del tamaño de una carpa y un sujetador antilujúrico con el que salía a regar las macetas.

En “El astronauta” (Javier Aguirre 1970) es D. Anselmo, el viejo científico que vive abandonado en el asilo jugando al ajedrez, del que un día se acuerda Valeriano (José Luis Coll) cuando anda metido con otros amigos en la construcción de una nave espacial para competir con rusos y americanos en la conquista de la luna, por lo que deciden raptarlo y metido en una ambulancia llevarlo a la base de “Minglanillas” para que ponga orden químico y matemático en el “Cibeles I”. Lo que conseguirá solo a medias ya que de los dos astronautas que viajan, a uno (Paquito Cano) lo deja en tierra, y el otro (Tony Leblanc) aluniza en Almería para regocijo de los indios que están rodando una película.

“El jardín de las delicias” (Carlos Saura 1970) es sin lugar a duda su primer trabajo de gran calado, el que empieza a sacarlo de una brillante monotonía cómica para mostrárnoslo en toda su extensión.

En ella da vida a Antonio Cano, empresario de la construcción de 45 años que en compañía de su amante Nicole (Esperanza Roy) sufre un accidente de tráfico que lo deja postrado en una silla de ruedas, con grandes lagunas de amnesia que impiden que revele a su familia la combinación de la caja fuerte y los números secretos de la cuentas en clave, por lo que cada tarde alrededor de él montaran escenas familiares pretéritas intentando refrescar la memoria y llenando de fantasmas el jardín frente al que está sentado, aunque para ello tengan que recurrir a aterrorizar y confundir sus recuerdos infantiles rescatando de la muerte una madre tirana (Charo Soriano) que lo encerraba con los cerdos para que le comieran las manos.

Inhabilitado por los ejecutivos de su empresa terminará confundiendo la realidad y postrando a esos seres que odia en una silla como la suya, de donde solo lo sacará en algún momento su tía (Lina Canalejas) cuando acude en su ayuda desde algún lugar impreciso.

Anecdóticamente diremos que quien lo inhabilita es el joven abogado de la empresa: Juan Erasmo “Mochi”, un joven cantante que unos años antes empezó presentando aquel mítico programa musical: “Escala en HI-FI”, para el que lo traían todos los fines de semana desde Palma de Mallorca donde estaba haciendo el servicio militar.

En “Crimen imperfecto” (Fernando Fernán-Gómez 1970) es Torcuato García Peláez, sagaz investigador de prematrimoniales en la agencia de su amigo Salomón (Fernando Fernán-Gómez), con el que al más puro estilo de “Mortadelo y Filemón”, incluidos sus medios de tecnología punta, pasan momentáneamente de vigilar infidelidades a intentar descubrir un intento de estafa de 200 millones de pesetas en un complicado entramado donde aparecen y desaparecen los muertos. Su torpeza y sus esperpénticos disfraces acabarán con la banda del Tony (Ricardo Merino) con la incondicional ayuda del comisario Montero (Jesús Puente).

Persiguiendo a una novia engañosa en un asunto paralelo se ve obligado a calzarse unos patines de hielo, y con su cámara Kodak “Fiesta” meterse en la pista de hielo de Real Madrid haciendo unas piruetas que ya las quisiera para si el campeón del mundo de patinaje artístico. Esa antológica pista de hielo que la especulación engulló hace ya muchos años, servía como recreo y excusa para que miles de adolescentes las tardes de los domingos se tomaran de las manos, aunque por medio hubiera el preceptivo guante para evitar accidentes. De la que éste que les escribe guarda especial recuerdo desde que al filo de un incipiente noviazgo acudí en compañía de experimentada patinadora a dejarme llevar de la manita, justo hasta que tomé confianza y en la tercera vuelta me soltó la mano en plena curva y de impecable “fosbury” salté la valla y fui a caer sobre una señora con un abrigo que jaleaba a su retoño. Como venganza me casé con ella (con la patinadora, no con la señora del abrigo), aunque por más que me rogó no consiguió que volviera a tan endemoniado lugar.

En “Mi querida señorita” vuelve a trabajar con Carlos Saura un año después de su primer trabajo (1971), aquí da vida a Adela primero y luego a Juan cuando le cambian el sexo tras la operación.

Adela es una mujer de desahogada posición que confiesa 43 años y vive sola con su criada Isabel (Julieta Serrano), por la que mantiene un celo fuera de lo normal y llega a abofetear por unos claveles en un ataque de celos, lo que hará que la sirvienta se marche de la casa de Vigo para incorporarse en Madrid a la barra de un bar. Donde la encuentra Adela convertida en Juan Castro, frecuentándolo cada vez con más asiduidad pensando que no lo ha reconocido, permitiendo la desvalida camarera el inicio de una relación que guiará con mano diestra y que llevará a su “señorita” a perder los miedos sexuales y llenarse de confianza.

En “El bosque del lobo” (Pedro Olea 1971), basada en la novela “El bosque de ancines” de Carlos Martínez Barbeito, es Benito Freire, el buhonero que “comenzado ya el siglo”, con su mercancía recorre los caminos entre Galicia y Castilla, haciendo a la vez de cartero y “guiando a los caminantes de un pueblo a otro pueblo”.

Dicen los “saludadores” de las aldeas que de niño fue “aojado”, por lo que tiene extraños comportamientos que hasta a los caballos pone nerviosos cuando barruntan su presencia, para los que tendría que tomar bebedizos que éstos le preparan y que descuida en su administración. Ya de hombre, con su grandísimo morral aparece en Maguide en día de entierro, en el que llora compungido y ofrece sentido pésame a los familiares por sabérsele hombre piadoso, después como siempre se reunirá con el abad D. Gabriel (Antonio Casas) y con los allegados para traerles noticias de Primitiva “La trenca”, que marchó a Santander a servir y ahora reclama a su ahijada Avelina (Nuria Torray) para que pueda prosperar con ella, la que dejando a su hija al cuidado de “La Vigaira” partirá por los bosques tras el buhonero. Al caer la tarde, en un claro del bosque, el hombre sufrirá un ataque que lo llevará a ahogarla con sus propias manos y morder su cuello como si fuera un licántropo. Despedaza la enterrará junto a una cerca de piedra y guardará sus ropas en su morral para seguir camino hasta Vilouzas, donde vender sus mercancías a las puertas de la abadía, y en secreto entregar amorosa carta a Doña Pacucha (Amparo Soler Leal) de su amante astorgano. A ella también la matará cuando en ausencia de su tío le pide desesperada que la acompañe a Astorga.

También matará a Teresiña (Inma de Santis), la hija que se supone reclama Avelina desde Santander y se ofrece a acompañar, teniendo que matar también a “La Riquitina” (María Sánchez Aroca), una vieja que se empeña en acompañarlos ante la corta edad de la niña. Pero alguien en la aldea no queda satisfecho ante las evasivas del buhonero por el insistente reclamo de noticias de Avelina: Lameiro (Víctor Israel), el mozo que la amaba decide indagar sobre el paradero y encuentra su chal en los hombros de una prostituta, que al consultar al “saludador” de Veiños (Valentín Tornos) dice que ha sido muerta. También Minguiños (Pedro Luis de León), el monaguillo que se entusiasma con las historias del viajero, lo seguirá en la noche solicitando su amparo y compañía, encontrando solo su ira cuando lo despierta tras haber asesinado a sus acompañantes. Don Gabriel atará cabos y con el caballo y la escopeta saldrá al monte en busca de indicios, donde se topa con Lameiro que ya los ha encontrado, una tierra removida en la que al escarbar aparece la cadenita que Teresiña llevaba al cuello.

Sin demora se organiza la partida que tomará las antorchas para acorralar al “alobado” en la noche, que en su huída caerá en un cepo para lobos que lo mantiene preso hasta que llegan a prenderlo. Mientras a lomo de mula lo llevan por la vereda, se oye la copla del organillero que dice: “En medio los cazadores, llevan a Benito atado, el “lobishome” es la pieza, que la batida ha cobrado”.

Dice el último fotograma de la película, que está basada en hecho reales de los que tan solo se han cambiado los nombres, y que Benito fue condenado a muerte por la Audiencia Territorial de La Coruña.

Parece que esto es cierto a tenor de lo encontrado en el blog de “Dimensión Fantástica” que vincula la historia, tras hacer un breve recorrido por situación que se vivía en las zonas rurales a mediados del siglo XIX, a la figura de Manuel Blanco Romasanta, un sastre de 1,30 metros de estatura que fue condenado a 10 años de prisión por la muerte de un alguacil que trataba de embargar su negocio por 600 escudos de deuda. Pero escapó y se hizo buhonero y buscó otros horizontes lejos de su población natal. En la población gallega de Rebordechao se afincó en 1846 y cuatro años después era detenido en Toledo después de matar a 13 personas entre mujeres y niños que acompañaba por recónditas trochas, muchas veces herencia de los romanos. Parece que devorándolas a mordiscos en el cuello o degollándolas junto a la hoguera tras posibles violaciones, con o sin compañía, que se intuye que alguna vez pudo ser por encargo de gente pudiente e ilustrada. Pero lo más sorprendente es que con su cuchillo desprendía la grasa del cuerpo de las víctimas que vendía en Portugal y Galicia a “bruxas e meigas” y farmacéuticos con pocos escrúpulos porque decían tener propiedades mágicas para medicinas y brebajes.

Este macabro personaje, “El sacamantecas”, era con el que nos metían miedo a los niños un siglo después en los pueblos andaluces y en la periferia de Madrid, alimentado por historias no escritas transmitidas a la luz del candil.

Romasanta decía estar poseído por una “Fada” y fue condenado a muerte en La Coruña como explica la película, pero fue indultado, y de nuevo juzgado y de nuevo condenado a la pena capital, y una vez más indultado de por vida por la Reina Isabel II para que sirviera de estudio a doctores y científicos. Alguna versión habla de la posibilidad de que muriera en la cárcel ajusticiado en secreto por sus celadores, y otra menos “científica” de que fuera en el bosque por los guardianes que lo custodiaban que intentaban comprobar la trasformación del hombre en lobo.

En “No es bueno que el hombre esté solo” (Pedro Olea 1973) es Martín, hombre solitario que desde la muerte de su esposa el mismo día de la boda, vive encerrado en su casa en compañía de Elena, un maniquí con la que ha decidido sustituir a su amada, a la que cuida y habla como si estuviera viva. Pero a pesar de su cautela no puede impedir que entre los visillos que mueve el viento algo levante las sospechas de su vecina Lina (Carmen Sevilla), la prostituta que junto a su hija Cati (Lolita Merino) y a su chulo Mauro (Máximo Valverde) se ha instalado en la casa del al lado y no tardará en instalarse chantajistamente en la suya, burlándose del hombre que prefiera el cartón piedra de la muñeca a su carne apetecible, lo que terminara por provocar en Martín una violencia inusitada que lo convertirá en un asesino, apuñalando al chulo cuando besuquea con descaro a “Elena” y reventando a la barragana contra la pared del garaje con el coche, en el mismo lugar que había aparecido decapitada Paula, la otra muñeca que había importado de Asia para hacer compañía a “Elena”.

“No es bueno que el hombre esté solo” es la frase recogida en el apartado 2.18 del Génesis que se le atribuye a Dios cuando en la creación del mundo decidió crear a Eva ante el aburrimiento de Adán en el Paraíso: “Entonces Dios hizo caer en un sueño profundo a Adán y de su costilla formó a la mujer”

En “Habla mudita” (Manuel Gutiérrez Aragón 1973) es Ramiro, el editor madrileño que entierra en los montes cántabros su hastío hacia una sociedad mercantilista de la que cada vez se siente menos partícipe, donde pasea por las trochas hablando con los vecinos que salen al paso y escuchando el canto del cárabo bajo las ramas de los carrascos. Tranquilidad que se rompe al escuchar unos gritos que pertenecen a una joven muda (Kity Manver) que vive asilvestrada con su abuela en una cabaña del bosque, a la que piensa que puede enseñar a hablar, por lo que empleando sus conocimientos lingüísticos inicia unas improvisadas clases en las que se despiertan el interés de la muda y crean un compromiso que le obliga a quedarse cuando su familia se marcha a la capital al término de las vacaciones.

La incomprensión del entorno irá creando un extraño clima de hostilidad que desembocará en un linchamiento del que lo rescatará su familia, dejando una triste imagen de la muda en medio de la carretera pronunciando su nombre mientras el autocar se aleja.

En “La prima Angélica” (Carlos Saura 1973) hace para mí sin lugar a dudas su mejor trabajo dando vida a Luis, el hombre que traslada al pueblo los restos de su madre mientras su mente vuelve al pasado para recrear los acontecimientos vividos es ese lugar con una familia hostil. Donde le sorprendió el pronunciamiento militar que convirtió en tres años lo que iba a ser un mes de obligadas vacaciones. Allí conocerá la saña fascista contra un niño estigmatizado por la filiación republicana de su padre, con el que una tarde de verano escapó una muchacha enamorada de familia bien. Como contrapartida le quedó el primer amor de su vida, su prima Angélica, a la que dio su primer beso sobre los tejados al compás de la copla “Rocío”: “Rocío, ¡ay! mí Rocío, manojito de claveles, capullito florecío, de pensar en tus quereres voy a perder el sentío, porque te quiero mi vida como nadie te ha querío. Rocío, ¡ay! mí Rocío”.

En “Lo verde empieza en los Pirineos” (Vicente Escrivá 1973) es Serafín Requejo, solterón metido en años que vive con su tía Fermina (Guadalupe Muñoz Sampedro), empedernida beata que con sus conceptos morales le crea tal confusión que no es capaz de entablar relación con una mujer que no vea instantáneamente con una poblada barba, teniendo que recurrir como antídoto a pronunciar repetidas veces la palabra “Filomatic” (revolución tecnológica en cuchillas de afeitar), creándoles tal desconcierto que huyen despavoridas llamándole sátiro. Pero con el estreno en Europa de la película de Bertolucci “El último tango en París” miles de españoles cruzan la frontera francesa para ver las carnes magras de María Scheneider y entre ellos su amigo Pepe (Manolo Zarzo), que pone en jaque la ciudad con la foto de la tía en pelotas que le envía y que en el casino se llega a cotizar a 500 pesetas, y que con lo que cuenta a su vuelta logra atontar su cara, comprimir su bragueta y tomar la decisión de visitar tan liberal país en compañía de sus amigos Manolo (José Sacristán) y Román (Rafael Alonso), que abordo de un “SIMCA 1200” llegan a Biarritz para desatar la hilaridad de unas estupendas mozas en bikini con los gritos cavernícolas que salen de su interior.

La France le reservará algunas sorpresas y una guapísima camarera española Paula (Nadiuska), que le hace la cama y le coloca el nudo de la corbata en el hotel que le ha aconsejado su amigo Pepe, el que de nuevo monta el teatro para que regrese cuando se siente atrapado por la Segoviana, por lo que tras recibir en su presencia una llamada de la policía española que lo implica en la venta de un cuadro falso, volverá a España para lamentar la decisión, manda a tomar……a su amigo Pepe y volver a Biarrit para casarse con ella rápidamente antes de que se la “levante” otro.

En “Duerme, duerme mi amor” (Francisco Regueiro 1974) es Mario, el marido de Amparo (María José Alfonso) con la que vive una extraña relación por las crisis nerviosas en que vive sumida por la merma social y económica que le supone el nuevo cambio de casa, demostrándole su hostilidad arrojándole la taza del water desde el 7º piso, lo que lleva al hombre a alejarse de la casa y a vagabundear por locales de alterne, donde conoce a un tipo raro de nombre Paco Hernández Gil (Manuel Alexandre) que le cuenta su plan infalible sobre como hacer desaparecer los cadáveres en la trituradora del camión de la basura, lo que le enciende a Mario alguna lucecita en el cerebro.

En “Zorrita Martínez” (Vicente Escrivá 1975) es Serafín Tejón y Murrieta, “Finito”, el ventrílocuo de 56 años que se consume en un hospital madrileño esperando el final de sus días. De lo que se entera Manolo Corrales (Manolo Zarzo), el representante de artistas que está en un apuro porque la policía quiere expulsar del país a la venezolana Lidia Martínez Quintero (Nadiuska), una hembra bandera que bajo el nombre artístico de “Zorrita Martínez” trabaja para él. Por lo que ante el efímero plazo que da la policía para la repatriación solo el matrimonio puede salvar la situación. Por lo que armado de optimismo se presenta en el sanatorio para plantearle la cuestión al artista, y aunque en un principio se muestra remiso por las pocas fuerzas que le quedan, consiente en ver a la moza, que no solo lo reanima sino que arranca una cerrada ovación de todos los enfermos del pabellón que pocos días después hacen de testigos en la ceremonia.

Entusiasmado con la nueva situación se recobra rápidamente, y aunque se le recomienda cuidar el corazón, vuelve a la vida y al trabajo, e incluso a una mujer huraña que no conoce pero que ha calado en su vida a pesar de que tenga un amante (Alberto Mendoza) y alterne con clientes cuando la “variete” no aparece.

Con paciencia y ternura se irá haciendo necesario y le ofrecerá dinero para que deje el “alterne”, y después trabajo para que le ayude en el espectáculo con unos muñecos que ya la hacen reír. Inevitablemente el final está cerca y juntos.

Instalada en el centro del periodo de la confusión moral, y a mi juicio un destacado exponente, muestra unas situaciones contradictorias donde unas chicas estupendas medio en pelotas, que se hacen guiños con los clientes de unos clubs donde incongruentemente la mayoría del público son mujeres, no llegan a “consumar” porque están llenas de virtudes íberas y de decentes aspiraciones de triunfo en el mundo del “artisteo”. Máxime en el caso que nos ocupa donde la protagonista se le da el nombre de “Zorrita” y el fulano que hace la presentación con los dibujos de Summers nos va poniendo en antecedentes de como son las putas europeas. Y es que en el año 1975 este país era una encrucijada y no sabías muy bien si tomarte un té con porras o un café con un suizo.

Como siempre la presencia de López Vázquez y esos maravillosos matices de su voz salvan lo insalvable. Cosa que no se puede decir del resto, excepto de Manolo Zarzo que le mantienen su voz de botijo roto, a Nadiuska la dobló Pilar Gentil, a Bárbara Rey, que es otra de las macizas zorronas, lo hizo Delia Luna, y al empalagoso Alberto de Mendoza, Simón Ramírez.

En “La ciudad quemada” (Antoni Riba 1976) es Enriq Prat de la Riva, Director de Instrucción Pública de la Mancomunitat de Catalumya, que junto a Francés Cambó (Adolfo Marsillach), tratan de captar para su causa a principios a principios del siglo XX al Dr. Bartolomé Robert (José Vivó), alcalde de Barcelona con gran capacidad de movilización de masas y un desarrollado grado de honradez que lo lleva a implicarse personalmente en la lucha contra la corrupción municipal por la compra venta de puestos de trabajo.

La película recoge los acontecimientos previos y la justificación de la llamada “Semana trágica de Barcelona”, acaecida entre los días 26 al 31 de julio de 1909, pasando a la historia con este nombre.

Durante 6 días la ciudad sufre uno de los mayores conflictos sociales que se recuerdan. La excusa la Guerra de África con su consiguiente “impuesto”, y la llamada a filas de los reservistas de 1903 a 1905, de donde solo es posible librase con la presentación de un “personero” que sustituya al “quinto”, o la aportación de 1.500 pesetas para que sea el Estado el que se ocupe de la sustitución evitando la sangría rifeña.

El día 20 se han producido en Las Ramblas graves disturbios que parecen presagiar la Huelga General. Hay división y oportunismo en las fuerzas políticas, Esquerra Republicana, Solidaridad Obrera y el Partido Radical no aceptan promoverla, pero el día 26 ya es un hecho, los primeros piquetes se han enfrentado a las fuerzas del orden y la huelga es un éxito en Barcelona y las poblaciones industriales: Mataró, Tarrasa, Badalona, y en alguno como Sabadell se proclama la República.

Pronto las calles se llenan de barricadas y la huelga se convierte en rebelión popular. Los agitadores ponen su puntería en el clero, al anochecer del día 27 los incendios empiezan a brotar por toda la ciudad: Escolapios, Redentoristas y Magdalenas, 80 de los 112 edificios que arden son religiosos. Pero la osadía va más allá exhumando y exponiendo las momias de las religiosas enterrada en los conventos, incluso presentando irrefutables pruebas de que han sido torturadas, violadas y gaseadas. Sus lacerados cuerpos, e incluso las momias de niños lo demuestran.

La ciudad es una hoguera, los guardias de seguridad y las tropas de la guarnición de Barcelona se niegan a combatir a los insurrectos, aún así se aprecia claramente la falta de dirección y el gobierno recurre a la Guardia Civil que recibe la ayuda de tropas venidas de Burgos, Pamplona, Valencia y Zaragoza.

El día 31 la revuelta queda sofocada, 78 personas han muerto (75 civiles y 3 guardias), miles han sido detenidas y cinco condenados a muerte, entre ellos un carbonero “subnormal” y Francisco Ferrer y Guardia, pedagogo libertario, padre de “La Escuela Moderna” considerado por los políticos españoles como un peligro para la nación al que ya habían intentado implicar anteriormente en el atentado a los Reyes de España en la calle Mayor de Madrid el día de su boda, relacionándolo con Mateo Morral. A las 9 de la mañana del día 13 de octubre de 1909 en el Castillo de Montjuich los fusiles acallan sus angustiados gritos de: “Soy inocente ¡Viva la Escuela Moderna!”. Socialistas y Lerrouxistas habían sabido retroceder a tiempo.

Antoni Riba, comprometido en la lucha por la libertad, hizo esta película con tres asesores históricos: Josep Benet, Josep Termes e Isidre Molas, y no pocos políticos y artistas catalanes que aparecen en la cinta, entre ellos: Serrat, Marina Rosell, Montserrat Roig, Heribert Barrera, Joan Raventos, Jordi Sole Tura, Carles Comín, Nuria Espert, Teresa Gimpera y algún otro que se olvida. Dejando un puesto destacado para Mary Santpere, que fue la influyente madre de Juanito, marido de la jovencísima Ángela Molina, al que, a pesar de su bravura, logra salvar de la guerra de África con su disfraz “legal” de enfermera de Cruz Roja y sus influencias con el Gobernador.

Estrenada en Barcelona en septiembre de 1976 sirve para alimentar el sentimiento nacionalista, vapuleado por el régimen anterior, que la convierte en una herramienta política al margen de la extraordinaria acogida que tiene, siendo avalada internacional en los festivales de Montreal y Biarritz.

En “La escopeta nacional” (Luis García-Berlanga 1978) es Luis José, el hijo del Marqués de Leguineche (Luis Escobar), que organiza cacerías en su finca para sanear su economía mientras se establecen relaciones comerciales entre los oportunistas asistentes próximos al régimen franquista, a lo que es ajeno Luis José que vive atrincherado en los establos con un criado fiel de nombre Segundo (Luis Ciges), huyendo de su mujer (Amparo Soler Leal) mientras se “beneficia” a la guapísima Vera (Bárbara Rey), la amante del ministro (Antonio Ferrandis), a la ha tomado como rehén.

En “La verdad sobre el caso Savolta” (Antonio Drove 1979), basada en la extraordinaria novela homónima de Eduardo Mendoza, es Domingo “Pajarito” del Soto, redactor del clandestino noticiario “La voz de la justicia” comprometido con la causa de los trabajadores, que será el encargado de sacar a la luz los turbios manejos de los patronos de la fábrica de armas Savolta, cuando contratan pistoleros para acallar las reivindicaciones de los trabajadores y se les va la mano matando a uno de ellos.

Truculenta historia situada en Barcelona en 1917 cuando los patronos contrataban a los pistoleros del sindicato amarillo para matar a los anarquistas que reclamaban mejoras en los salarios.

Enrique Savolta (Omero Antonutti) es el dueño de la fábrica de arma, asistido en la dirección por su socio Claudedeu (Ettore Manni) y su yerno Lepprince (Charles Denner), que a sus espaldas venden armas a los alemanes, en los que han surgido preocupaciones de que sus actividades queden al descubierto cuando “Pajarito” difunde comprometedores documentos de la empresa, con el que Lepprince intenta un acuerdo utilizando al joven Javier Miranda (Ovidi Montllor), administrativo de la fábrica impresionado por las educadas maneras del francés. Pero pajarito se muestra cauteloso e insobornable por lo que los socios deciden eliminarle, cosa difícil ya que su previsión ha hecho que se anticipe a los acontecimientos y haya puesto a un desconcertado Savolta al corriente de la situación, ofreciendo al empresario destruir los documentos a cambio de aceptar las demandas de los trabajadores, lo que logra evitar Lepprince con su oportuna llegada que se hace cargo de la situación ofreciendo un plazo de 48 horas para encontrar la solución. Plazo que utiliza para ordenar el asesinato de varios obreros de la fábrica, dejando vivo a “Pajarito” que se encontraba entre ellos para hacerlo pasar por un chivato.

Puesto al corriente Savolta en plena fiesta de disfraces, se dará cuenta de su error y de la traición de su yerno, intentando tomar urgentes medidas que reparen el error, pero será demasiado tarde, en plena fiesta será tiroteado ante la mirada atónita de amigos y familiares.

“Pajarito” es un ser desacreditado que deambula por Barcelona acuciado por la desconfianza de los trabajadores, por lo que opta por poner en manos de Miranda los comprometedores documentos para protegerlos de una eventualidad, documentos que van a parar inmediatamente a manos de Lepprince que ya no tiene ningún obstáculo, por lo que periodista caerá asesinado en plena calle entre la certeza del administrativo de que han sido los propios trabajadores. Como prueba de su amistad Lepprince le regalará una pluma, la misma con la que ensimismado, años después, firmará los pagos a los “pistoleros” del Sindicato Amarillo al inicio de la dictadura de Primo de Rivera.

En “La familia, bien gracias” (Pedro Masó 1979) es Juan Quemada, el “paino búfalo” de la interminable familia de su amigo Carlos Alonso (Alberto Closas), al que prepara una fiesta con todos ellos por su jubilación. Engañado por Paula (Julita Martínez) con su dentista, tendrá que buscar acomodo en casa del jubilado, cuya hija menor aprovecha la coyuntura para independizarse, por lo que los dos “carcamales” se deshacen de muebles y piso buscando el calor de hijos y nietos para esa última etapa, pero todo el optimismo previo de no saber a cual de ellos escoger para no crear discordia, se va convirtiendo en un largo peregrinaje de excusas y malas caras que hará que con la maleta en la mano y bajo el brazo la foto enmarcada donde figuran todos ellos, la sonrisa se vaya convirtiendo en mueva y se les empañen los ojos justificando a tan atareados y olvidadizos hijos. De los que terminan huyendo mezclados entre una multitud de corredores de maratón sin saber a donde ir.

En “Patrimonio Nacional” (Luis García-Berlanga 1981) es de nuevo Luis José, hijo del mismo Marqués de Leguineche de la entrega anterior (Luis Escobar), aunque esta vez su paternidad también podría atribuírsele a Nacho (Alfredo Mayo), un piloto comercial que en armonía ayudaba a su padre a sobrellevar la carga matrimonial con su madre (Mary Santpere).

En tiempos de restauraciones democráticas y monárquicas acuden a la corte desde su retiro extremeño para instalados en el Palacio de Linares reclamar el lugar que le corresponde, aunque él se ve desplazado ya que su padre no quiere cederle ni un mísero título que le permita acudir a fiestas y firmar manifiestos, teniendo que pasar el tiempo acosando al servicio y a la nobleza con la ayuda de Segundo (Luis Ciges), un criado inquebrantable que parece que es su hermano aun más bastardo que él.

En “La colmena” (Mario Camus 1982) es Leonardo Meléndez, oportunista buscavidas que en tiempos de guerra tenía 14 cartillas de racionamiento, y que en la posguerra madrileña se gana la vida haciendo jabón en la pensión con la ayuda de Amparito (Marta Fernández-Muro), o robando en los paquetes que desde el pueblo le envían al estudiante Ventura (Emilio Gutiérrez Caba), mientras trapichea por el Café La Delicia vendiendo estilográficas que han viajado en el Lusitania Express y dejando a deber el tabaco a Padilla (Rafael Hernández).

En “Akelarre” (Pedro Olea 1984) es el licenciado Azevedo, inquisidor del Tribunal del Santo Oficio reclamado por el señor feudal Fermín de Andueza (Walter Vidarte) para acudir al reino de Navarra a extinguir el brote de brujería surgido en sus dominios, a los que acudirá montado en un borriquillo que guía un carro que transporta su terrorífica máquina de tortura, que sin titubeo aplica a Galazi de Ochoa (Silvia Munt) que terminará delatando como bruja a Amunia de Basterrechea (Mary Carrillo) y a 31 vecinos más del señorío, deleitándose mirando al cielo mientras escucha entre los gritos provocados por el potro de tortura las narraciones de la bella joven de 20 años de las prácticas carnales en las cuevas a la luz de las hogueras.

En “La corte del faraón” (José Luis García Sánchez 1985) es D. Vicente, el comisario de policía al que cuentan la historia a principios de la posguerra de la detención de toda la compañía artística que representa en el Teatro Gayarre la zarzuela prohibida “La corte del faraón”, porque el censor religioso de obligado cumplimiento (Agustín González) que se encontraba en la sala no se traga que aquello sea una función benéfica para recaudar fondos para el Convento de San Donato, y la obra sea “El casto José” del dueño de la compañía (Fernando Fernán-Gómez), que al final terminará convenciéndolo con vinos y comilonas en las que evidentemente también se ablanda el sacerdote.

En “Mi general” (Jaime de Armiñán 1987) es el General Federico Torres, parte de la cúpula del ejército franquista que con la llegada de la democracia se ve obligado a asistir a un curso de adaptación a las nuevas técnicas militares impartido por jóvenes oficiales, a los que tanto él como el resto de los altos mando convocados le niegan la colaboración par facilitar su trabajo, incluso aludiendo al honor y a la tradición militar de su familia se niega a entrar a clase. Solo un pretexto para tratar de ocultar a sus compañeros el tumor cerebral que le crea importantes lagunas de memoria que lo dejan en blanco. Solo el General Mendizabal (Héctor Alterio) y el General Del Pozo (Fernando Fernán-Gómez) al corriente de la enfermedad, lo acompañarán cuando durante la fiesta de fin de curso muere en un reservado un poco avergonzado porque un general no debería sentir miedo ante la muerte.

En “Esquilache” (Josefina Molina 1988) es Antonio Campos, el secretario del Marqués de Esquilache (Fernando Fernán-Gómez), al que acompaña asustado en su carroza a Palacio mientras en las calles madrileñas se producen revueltas contra las ordenanzas del Marqués.

Hombre servicial que bajo su aspecto de humildad esconde sus resentimientos hacia el italiano e intriga junto al Marqués de la Ensenada (Ángel de Andrés) para que sea sustituido, quedando al servicio de este último cuando Esquilache es desterrado, aunque ambos nobles de sobra saben que no es de fiar: “como todos los secretarios”.

En “Soldadito español” (Antonio Giménez Rico 1988) es Manolo, miembro de la junta directiva del Deportivo y dueño del restaurante “El postre”, donde cada mes levanta “medio kilo” con la ayuda de su mujer (Marisa Porcel) su hija (Maribel Verdú). A cuyo novio le toma afecto y quiere meter en el negocio por sus conocimientos informáticos y su buena mano para la cocina, a pesar de que embaraza a su hija con la pretensión de librarse de la “mili”.

En “La forja de un rebelde” (Mario Camus 1989) es el Padre Vesga, escolapio de las Escuelas Pías de San Fernando que cada día destila su mala leche en el confesionario intentando arrancar a los niños del colegio confesiones contra el sexto mandamiento, de donde sale gritando para expulsar a las viejas impías a las que obliga como penitencia previa a besar 100 veces las losas del altar. Soberbia que traslada a las aulas impartiendo unos extraños conocimientos que llevan a la destrucción las obras de Honorato de Balzac por estar impresas por Vicente Blasco Ibáñez, recibiendo por atropellos similares un clavo en la silla que un alumno rebelde ha colocado como venganza.

En “El maestro de esgrima” (Pedro Olea 1992), donde para ser solo una colaboración hace un extraordinario papel, da vida a Jenaro Campillo, el jefe superior de policía de Madrid que acompaña al maestro de esgrima Jaime de Astarloa (Omero Antonutti) hasta el cadáver de Luis de Ayala (Joaquín de Almeida) cuando va a darle su clase diaria. El Marqués de los Alumbrales yace en el suelo bajo una sábana ensangrentada y su gabinete se encuentra revuelto, por lo que el policía le pregunta si sabe algo al respecto. Poco después se volverán a encontrar en otro escenario diferente aunque por los mismos motivos, en casa de Adela de Otero (Assumpta Serna) cuya casa es un reguero de sangre aunque no se encuentra el cadáver, que aparentemente aparece unos días después en estado de descomposición flotando sobre el Río Manzanares.

Dubitativo toca al piano la “Alborada gallega” mientras reflexiona en voz alta ante el maestro, que a su vez intenta hacer una composición lógica de lo que los asesinatos tienen que ver con los documentos que el Marqués le entregó poco antes de morir. La decisión la tomará tras ver a su amigo Cárceles (Miguel Rellán) torturado en su taller de imprenta, por lo que ya sin dudas acusa al banquero Salanova (Alberto Closas) de estar detrás de las muertes, por lo que el policía pondrá en su mano una pistola ante la importancia del enemigo y le aconsejará que abandone la capital. Tras encontrar un último documento comprometedor el banquero será procesado por traición.

* Autor de “Aunque los cubran de sal. Historia de los cómicos españoles”, un vademécum del cine español.

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