La cosa es un poco más compleja

La cosa es un poco más compleja

Juan Gabalaui*. LQS. Agosto 2020

Esos relatos justificadores y exculpatorios del golpe de estado y la dictadura fascista que sirven para invertir la responsabilidad y señalar a las fuerzas de izquierda como causantes de todos los males…

Hay personas que creen que la historia comienza cuando ellas nacieron. De esta manera cada experiencia que viven es única y se vive como una primera vez, sin importar el contexto ni la historia. Personas o partidos políticos. Hace unos días el secretario de programa de Podemos, Pablo Echenique, en relación a la investigación judicial sobre su partido escribía que solo te pasa si eres de Podemos. Se le olvidó decir que si eres abertzale, anarquista o independentista también te pasa. Años de cárcel, torturas y asesinatos. Echenique no tardó mucho en rectificar ante el aluvión de contestaciones de tuiteros. Aún así estas declaraciones son habituales en la política y son un ejemplo de la era del narcisismo en la que nos encontramos. Lejos de hacer un análisis histórico de la persecución estatal y sistémica sufrida durante la posdictadura por diversos movimientos políticos, se opta por el simplismo de analizar la realidad desde el yo y el aquí y el ahora.

No tengo dudas de que Podemos, y la réplica institucional de Unidas Podemos, está siendo objeto de una campaña de acoso y derribo por parte del sistema en el que se incluye un sector del poder judicial, la prensa y las redes sociales. Pero esta campaña se engloba dentro de una estrategia de ataque a la izquierda que dista mucho de ser algo reciente. Entendiendo de forma amplia el concepto de izquierda en el cual se engloba hasta al PSOE. Esta izquierda tan abierta convierte a un partido socialdemócrata como Podemos en una partido comunista. En el fondo da igual. La derecha tiene claro quiénes son los que entorpecen la consecución de sus objetivos, no solo económicos sino socioculturales, y esto provoca que su estrategia pase por la desactivación del discurso, que denomina progresista, utilizando métodos agresivos. Sin importar las consecuencias de instrumentalizar los poderes del estado. Para eso están, para ser utilizados.

Esta campaña agresiva contra cualquier discurso que atente contra la cosmovisión de la derecha nació hace más de una década. No es que antes no existiera un debate agresivo, descalificador y deshonesto sino que a partir de un determinado momento se diseñó una estrategia activa de descrédito del discurso de izquierdas, progresista o como queramos llamarlo. Hay dos hechos relevantes que anticipan lo que posteriormente iba a suceder. El primero es el acceso al poder madrileño de Esperanza Aguirre gracias al Tamayazo. Esto sucedió en el año 2003. El segundo es la victoria del PSOE de Zapatero en las elecciones legislativas posteriores al mayor atentado terrorista sufrido en el estado español en el año 2004. El primero hecho nos revela cómo se realiza un golpe institucional para conseguir el poder. Fue un éxito del equipo de Aguirre. El segundo nos revela cómo se puede utilizar la mentira y el control de la información para instrumentalizar el voto y mantener el poder. Fue un fracaso del gobierno de Aznar.

La pérdida del poder es un estímulo extremadamente poderoso. La derecha española ha demostrado históricamente que por el poder hacen lo que haga falta. No hay límite moral y legal que se lo impida. En este caso se dieron cuenta de que la batalla era mediática. En aquel momento, el año 2005, se estaba desarrollando la televisión digital terrestre y la reciente presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, concedió las licencias a sectores afines. En otras comunidades gobernadas por el Partido Popular sucedió lo mismo como en la balear de Jaume Matas o la gallega de Manuel Fraga. En el caso de Madrid se concedieron licencias al Arzobispado, El Mundo de Pedro J. Ramírez, Grupo Intereconomía o Libertad Digital de Federico Jiménez-Losantos, Alberto Recarte, vinculado a FAES, y el ultracatólico Julio Ariza. Con estos mimbres se construyeron plataformas de comunicación, inicialmente con muy poca audiencia, dirigidas a emponzoñar el debate político utilizando la mentira, la falsedad y la tergiversación como principales herramientas. César Vidal y Jiménez-Losantos fueron sus principales protagonistas.

Muchos de los periodistas que participan actualmente en programas de debate de gran audiencia de Antena 3 y Telecinco, así como en otras cadenas, se bregaron en estas televisiones más modestas. Se convirtieron en la cantera de los periodistas más reaccionarios. El leitmotiv era el descrédito de los planteamientos de izquierda y el revisionismo histórico. Es en estas cadenas donde antiguos relatos franquistas, tan en boga actualmente, se desempolvan y se vuelven a vender como si fueran novedosos. Esos relatos justificadores y exculpatorios del golpe de estado y la dictadura fascista que sirven para invertir la responsabilidad y señalar a las fuerzas de izquierda como causantes de todos los males. También utilizaron la tragedia del 11M para construir una teoría conspiratoria dirigida a desgastar y desacreditar la victoria pesoista de Rodríguez Zapatero. Esta deslegitimación de las victorias de los otros es una constante, como se puede observar actualmente con el gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos.

El estilo de comunicación, que pusieron en práctica, ha superado los límites de estos programas para contaminar los espacios de debate político de las cadenas de televisión con grandes audiencias. La agresividad y la mentira son dos de los elementos que acompañan muchas de las intervenciones de los periodistas afines. Noticias sin contrastar, interrupciones constantes, ataques personales, burlas y mofas, estrategias de distracción de lo relevante, manejo de argumentarios partidistas. Han convertido el periodismo en hooliganismo. Estas prácticas han influenciado, a su vez, a los receptores de información y se ha trasladado a los debates políticos interpersonales y al uso de las redes sociales, donde la división y el enfrentamiento es cada vez más notorio. Las redes sociales son, de esta forma, otro factor de la ecuación que ayuda a la difusión de noticias falsas y al enfrentamiento beligerante contra el que piensa diferente. Este perfeccionamiento de la estrategia permite incorporar a cualquier persona que compre y defienda ideas reaccionarias mediante el uso de Twitter, Instagram o Facebook.

Al cuarto [prensa] y al quinto poder [Internet/redes sociales] se les une el poder judicial. Al menos una parte del mismo. Vivimos en un estado en el que un anarquista estuvo un año y medio en prisión porque en su casa había sopa de lombarda, lejía y bicarbonato. Posteriormente fue absuelto junto al resto de compañeras. Un estado en el que se han cerrado medios de comunicación como Egunkaria por acusaciones de colaboración con el terrorismo. Más de siete años después se absolvió a los detenidos, que denunciaron torturas, de todos los cargos. Un estado que, en connivencia con los poderes legislativo y ejecutivo, ha impuesto más de dos millones de multas gracias a la ley mordaza. Algunas de ellas por llamar colega a un policía o hablar en catalán. Un estado que condenó a Arnaldo Otegi, Rafa Díez, Miren Zabaleta, Arkaitz Rodríguez y Sonia Jacinto por pertenencia a organización antiterrorista en el caso Bateragune. Ingresaron en prisión y en 2018, seis años después, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos sentenció que el juicio, en la sección cuarta de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, no había sido justo por la falta de imparcialidad de la magistrada Ángela Murillo. Dos años después el Tribunal Supremo español anuló la sentencia. Sin olvidarnos de los presos políticos catalanes. Así que, no, todo esto no solo pasa por ser de Podemos. La cosa es un poco más compleja.

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