La economía de la palangana

La economía de la palangana

Que se me perdone lo imperdonable, pero la magnitud de lo que está sucediendo en el país no me dejaba constatar la realidad en su justa dimensión. Hay siglos en los que uno está despistado. Sin embargo, esta mañana me he levantado algo más perspicaz y a continuación me he caído del burro. España es un país que se vende. Una nación en venta. Busca prestamistas que mantengan su traquetreante tren de vida. A nivel institucional el país es una colonia de Alemania; Merkel y sus cuadriculados contables han venido a supervisar las instalaciones de este patio de monipodio. Se trataba de comprobar que el solar residencial de los jubilados tipo pilsen sigue siendo un buen lugar para los negocios inmobiliarios y para poner las barrigas al sol que más calienta, sin perturbarse por turbantes de desasosiego islámico. Somos cristianos en dólares, convertibles en euros. Tenemos sol y sangría. Somos una potencia en la paella de encargo.

A ras de tierra España está de rodillas, dispuesta ante quien mejor pague por el polvo salvífico del pimentón. Claro que, entre col y col, hay momentos de debilidad en que se ofrecen servicios gratuitos por pura inercia del comercio. Son casos de necesidad o de calentura climática, donde además de puta se pone la cama.

No digo que esto haya sido así en caso de ese pomposo prostíbulo llamado Eurovegas. ¿O es Eurovergas, o Eurobragas? No sé, estoy confundido. Me distraigo con el estruendo de la calderilla cayendo en las máquinas tragaperras. También me imagino lo que le caerá encima al vecino de Alcorcón, corriente y moliente, en cuanto aterrice en el barrio la parafernalia de Adelson; ese hijo prodigio del capitalismo del bacarrá, el lujo macarra y la ingle a todo gas por cualquier tubo de escape.

Las calles de Spanien son una loa erótica a la actividad mercantil. Rajoy es el mandarín de la chufa ibérica. Más que un país esto parece un bazar. Paseo y no veo a mi alrededor más que erotismo febril, anunciado por papeles de impresora láser con el imperativo SE VENDE. Pisos, urbanizaciones enteras con piscina de ínfulas de grandeza; reclamos puestos con su precio en las lunas de coches, de todas las marcas y potencias, aparcados por falta de combustible; se venden cuerpos y almas, se venden bosques quemados, los apellidos, se vende lo indefinible… o se alquila.

Pero está mal visto hacerlo a la intemperie, sin ningún recato. La civilización no es un estadio cultural y humanístico: son las apariencias. Por eso las autoridades de Catalania imponen multas a las putas y a sus clientes. Todo es más discreto y cuando va convenientemente envasado al vacío, y va mejor lubricado el negocio cuando las cosas del joder se hacen en casinos de juego (léase lúdico). Algo así como folle usted con profilaxis y espasmos garantizados en Eurotrempania… La pela es la pela y la peladura moral es tan sólo un despreciable pellejo del circunciso busilis.

Y así, las aguerridas Celestinas, según calificativo literario de nuestro clásico Fernando de Rojas (con perdón), muñían entre bastidores contra la concurrencia de la crema catalana de la calaña Artur “Mandíbula” Más. Ellas se han llevado la palangana (hoy jacuzzi) a su molino.

Pero lo que se sabe menos es que ya llueve sobre mojado en estas cuestiones del metesaca. Se puede comprobar que hay precedentes medievales de Eurovegas en la España profunda, aunque plasmados con más arte y menos codicia. Basta con visitar los canecillos de la bonita iglesia románica de Cervatos (Palencia) para constatar hasta qué punto la iglesia católica es la madre de todas perversiones sexuales. No hay que pagar, porque los canecillos contra natura están por fuera del templo. Lo cierto es que, en su retorcida espiritualidad, han inventado todas las variantes genitales que no nos podíamos ni imaginar cuando púberes. En esa disciplina pornográfica, como en la vieja cuestión de las treinta monedas y los intereses bancarios, los que se asientan a la derecha de dios padre son aventajados discípulos.

Pero, en mi imperdonable inopia, tampoco me podía imaginar a la señora Aguirre, la aristocrática presidenta de Madrid, ni a la plebeya alcaldesa Botella de Ansar, ejerciendo al alimón y fondo el brujeril oficio de alcahuetas.

* Director del desaparecido semanario "La Realidad"

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