La memoria, como estrategia de resistencia contra el olvido

La memoria, como estrategia de resistencia contra el olvido

“Los pueblos no recuperan su voluntad de manos de su expoliador solo para depositarla en los museos.”  G. A. Nasser

Prefiero mil veces antes pertenecer a la “republiquita” de San Marino que ser ciudadano de una “sólida democracia” de afectados por el mal del Alzheimer colectivo y que se da a la singular tarea de dar al olvido los millares de asesinatos de  su anterior verdugo. Una democracia que hunde sus más “poderosas raíces” en la técnica del golpe de Estado, en el exterminio sistemático de sus opositores, en la  red de campos de concentración, comisarías, en la tortura y el ejército de soplones; en el encarcelamiento, la muerte en el exilio y en prisión de sus poetas más preclaros y sus intelectuales más destacados; el “garrote vil”, el expolio de otros pueblos, la connivencia con el sátrapa que niega los más elementales derechos humanos en el país invadido; su misma alineación del lado de los ejércitos de un bloque que no duda en devastar países por la sola sospecha de que éstos poseen armas de destrucción masiva (precisamente las mismas que no duda en emplear aquí y allá cuando otra potencia entra en competencia en ese brutal juego del imperialismo).

Triste, pobre símbolo para unidad de la Patria si no disponen ustedes de otro que esta mala reproducción de jefe de Estado que, aparte de un pasado más bien poco glorioso, cuenta entre sus antepasados a los más despreciables y viciosos ejemplares que diera la patria de aquel hidalgo manchego que dedicó parte de sus andanzas a “desfacer entuertos”, en lugar de a acumular una suculenta fortuna y a la caza, sin importar mayormente el tamaño ni la naturaleza de la pieza, y a sellar “sólidos lazos de amistad” con destacados emiratos donde la prioridad no es precisamente el respeto por los Derechos Humanos.

Lo cierto es que esa familia no precisa que nadie la desprestigie: ellos mismos llevan a cabo, solitos, una importante labor de zapa que los hundirá, más temprano que tarde –por usar aquí las palabras de aquel digno presidente Allende- y sin mayores ayudas, en el más desolador olvido.

Triste símbolo para que se desarrollen nuestros valores, así como los de las nuevas generaciones, si éste es un tipo que, con el mismo pulso, lo mismo le da relevar en el cargo al último fürer de la Península Ibérica, abatir un manso -y encima beodo- oso, que “abortar” un intento de golpe de Estado, o  “bendecir” con sus palabras nuestras mesas en los días de la Navidad; con el mismo pulso y el mismo buen royo que aquel gallego cainita pescaba salmones y cazaba comunistas en las aguas y en las tierras del suelo patrio. Mientras, a nuestro alrededor se desmonta el “estado del bienestar”, que duramente conquistamos los trabajadores en calles y tajos en el pasado.

Desde determinados sectores se nos acusa de fomentar la ruptura del País. Lo curioso es que nos acusan a nosotros, los que en el pasado levantamos éste de las ruinas en que lo dejó el fascismo tras ser derrotado en una cruenta lucha que no hubiesen ganado si no hubiesen contado con el apoyo internacional, a partir de la indiferencia de aquellos que nada pudieron contra la URSS al triunfo de ésta en 1917 y luego hacia aquella joven democracia española, y contando con el devastador aparato militar nazifascista de Hítler y Mussolini juntos, incluyendo a los salvajes cabileños que hasta aquí acarrearon los generales africanistas para degollar españolitos y violar a nuestras mujeres -que ya le manda…tras tanto pobre diablo sacrificado inútilmente en aquellas tierras africana quince años antes-.

No deja de ser cruel que sean ellos, los que desmontan las conquistas del pasado, los que, con unos sueldos fabulosos, imposibilitan ya el acceso a la Universidad a amplios sectores de nuestra juventud, los que aplauden a la tropa, los que reciben a los Papas como si del mismísimo rey de los cielos se tratase, los que emplean millones de euros en restaurar el Valle de los Caídos, los que reivindican un Gibraltar español pero mantienen la base de Rota, los que nos abochornan con su complicidad con la potencia USA, manteniendo durante casi cuarenta años ya al pueblo saharaui en la inclemente Hamada, tras las bochornosas claudicaciones desde 1975. Precisamente los que quieren convertir a la España de Santa Teresa y a aquella del Siglo de Oro en un inmenso garito con derecho a roce y sembradas sus aguas de plataformas petrolíferas, para, en lugar de beneficiarnos con el crudo usurpado en esas aguas al mismísimo pueblo saharaui, luego despacharles cerveza en nuestras playas a los que verdaderamente se van a lucrar con las extracciones.

Lo que debiera extrañarles a esta gente es que, tras la poco edificante Transición después de la muerte del dictador, todavía hayamos gentes que confiemos en las urnas como vehículo para transformar este conjunto de pueblos al que llamamos España.

Yo, por la generación a la que pertenezco y por la educación que recibí en aquellas escuelas del caralsol a la puerta de aquellos colegios franquistas, nada me entristece más que la posibilidad de que esa realidad concreta por la que pelearon y tantos murieron en el pasado -incluyendo a mi propio padre- se desbaratara de la noche a la mañana, o que las más o menos justas aspiraciones de algunos de nuestros pueblos nos sumergieran en una nueva guerra civil, teniendo en cuenta los costes de la pasada. Mas no es culpa de muchos de los que agitan en las calles sus enseñas soberanistas que este país, sus políticos, por más señas, no hayan sido capaces de hallar la fórmula -como si lo hicieran tantos otros pueblos en el pasado- con la que reconducir todas estas realidades nacionales de hoy, todos esos sueños, hacia una fórmula, un compromiso histórico -que no fue otra cosa aquella II República de hace ochentaidós años-.

Por eso, los republicanos vamos a seguir saliendo a las calles de estos pueblos con las banderas de nuestros abuelos y padres. Con riesgo de repetirme aquí una y otra vez diré que soy uno de esos millones de españoles que confían, sueñan, aspiran a una República democrática donde, desde el más sencillo representante sindical hasta el mismísimo Jefe del Estado, todos ellos sean cargos elegidos por aquellos que pagamos, desde sus alimentos, hasta sus viajes y sus automóviles. Y eso es todo. Algo tan sencillo como que aquí no haya nadie más que nadie, qué se acabe de una vez por todas con la España de los privilegios, la de las recomendaciones, la España de los apellidos y las castas. Puede resultar de ilusos este sueño, pero creo que nos merecemos soñar, más que perecer de tedio en un país con realidades tan enfrentadas, y condenadas a no entenderse. Si otros países hallaron en el pasado formulas que les mantienen unidos siglos después de aquel compromiso inicial, necesariamente nuestros pueblos y nuestras gentes están condenados a entenderse. Y si hay gentes que ven una guerra civil tras cada una de las reivindicaciones de esos que agitamos la bandera del Progreso y la igualdad en calles y plazas de España, es cuestión de ellos; pues no podemos seguir representados eternamente por individuos cuya honestidad y legalidad está más que en cuestión y no representan el sentir de amplios sectores de la población; además de que nos fueron impuestos en unas circunstancias excepcionales.

La república por sí misma no va a resolver los problemas que tiene planteados la clase trabajadora hoy día -eso es más que evidente-, pero es un paso hacia lo que bien puede ser la solución para muchos de ellos. La II República no resolvió de un plumazo, de la noche a la mañana, las graves cuestiones que heredó de Alfonso XIII, pero la sola apertura de aquellas 27 000 escuelas en los diez primeros meses de  república, es algo que la sigue reivindicando, por muchos conventos e iglesias que se quemaran y muchos curas que fueran asesinados por las justamente indignadas y hambrientas gentes de entonces.

Bien sé que mis palabras pueden sonarle a sermón conciliador a muchos de los que se asoman a este espacio de lucha de ideas y de justas reivindicaciones, pero no se podrá decir nuca que los republicanos no tendimos puentes de entendimiento entre los pueblos, como se dijo tras la perdida de la guerra del treintaiseis. Nos preocupa la paz; mas no desde la claudicación, la renuncia a todo aquello de lo que fuimos desposeídos en el pasado, como se nos va despojando hoy, día tras día, de conquistas que fueron ganadas en las calles -con muertos con nombres y apellidos-, mientras se incrementa en un 13% el número de millonarios en España, la mujer muestra sus pechos en protesta a un Congreso mayoritariamente machista y cavernario, veo asomar las piernas de un indigente por la boca del contenedor de basura –no sé si se quiere arrojar allí o pretende salir de ella-, leo en alguna parte que solo alcanzaron la Isla de Lampedusa 155, de las 500 personas que viajaban hacia Europa en el barco de la muerte, y mientras se preparan nuevas leyes para perseguir la mendicidad, la protesta, la miseria que otros van dejando tras de sí con sus medidas para intentar acabar con la crisis que ellos mismos generaron, mientras que ya asciende a doce millones el número reconocido de pobres en el Borbonato, tres millones de ellos “pobres severos”,según Caritas.

Porque no hay otra salida para estos pueblos que la república y el socialismo –o dinamitar aquel viejo proyecto de los Reyes Católicos, mediante el referéndum o a las bravas-, hoy como ayer…¡viva la República!, ¡viva la clase obrera del Mundo!    

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