La piedra de la locura, ¿se cura en las cárceles?
Nònimo Lustre. LQS. Marzo 2019
“El Ministerio del Interior ha paralizado cautelarmente una investigación científica que, desde 2016, ha aplicado una estimulación eléctrica cerebral a 41 presos violentos, 15 de ellos homicidas, para estudiar su agresividad… El experimento, realizado en las cárceles de Huelva y Córdoba, consiste en suministrar una leve corriente de 1,5 miliamperios en la frente de los reclusos y evaluar antes y después sentimientos como la hostilidad y la rabia.”
Esta es la bomba informativa con la que me he desayunado y voto al chápiro verde que me ha puesto las pilas antes de probar el café. Nunca creí que acabaría aprobando una medida del ministerio del Interior -antes, Gobernación- pero hoy acepto mi fatum interior, reprendo suavemente al ministerio por no haberse percatado mucho antes de lo que se cocía en las cárceles -auténticos sesos al ajillo- y aplaudo con sordina a tan alta institución -que será muy alta pero algunos conocemos sólo sus bajuras.
Raquel Martín, una psicóloga de 25 años que conduce estos experimentos -tienen otro nombre pero es más feo- declara muy ufana que “Antes de la estimulación eléctrica, los presos suelen responder de manera muy violenta… Después de las tres sesiones, se sienten relajados y muchos dicen notar una especie de paz interior“. ¡Qué bonito bonitísimo!, ¡meditación trascendental por el precio de pocos voltios! Lástima que su jefe, el profe Molero, acabe confesando que “La estimulación transcraneal con corriente directa es una técnica no invasiva, portátil, barata y sencilla. Si hay evidencia científica de que funciona, sería cuestión de regular su uso”. Leo, releo y me quedo con la sentencia final: ‘si funciona, la regularemos’, lo cual, traducido al castellano, quiere decir que NO hay pruebas de que funcione pero, si las encuentran, las aplicarán a todos los violentos de este planeta.
Temerario me parece que se envíe a las cárceles a una recién licenciada en Psicología y peor me parecería si, como sospecho, trabaja como becaria pero, en cualquier caso, debo explicar a Martín que los presos suelen ser violentos -motivos no les faltan estando entre rejas-, pero, aun así, no son mucho más feroces que el resto de los mortales. Por ejemplo, esos mosquitas muertas que bombardean con drones desde su casita o esos jueces que mandar agarrotar a un reo mientras meriendan picatostes con el cura del lugar. Resumen: comparados con los genocidas de guante blanco, los homicidas y asesinos presos son tiernos cervatillos. Además, los presos están obligados a ser excelentes actores y mejores conejillos de indias; Sra. Martín, ¿qué esperaba que la dijeran después del electrochoc light?, ¿no sabe usted que las pacificaciones están en razón directa a la fuerza empleada por las fuerzas de Paz? Pues si no lo cree, pregúntele a los sambenitados por la Inquisición o a los indígenas que han padecido las evangelizaciones. Es más, le aseguro que, si en lugar de 1,5 miliamperios, les atiza usted 150 mA, cualquier paciente -no sólo los presos- se hace jainita… si sobrevive.
En cuanto al profe Molero, discrepo que ese tipo de electrochoc sea una técnica no invasiva, etc. ¿quién puede creer que sacar a un preso de su celda,
colocarle unos cascos eléctricos y dejarle pa’ los restos no sea invasivo? -lo de que es barato y sencillo se lo dejamos a los contables y que sea portátil sólo indica que da facilidades para su uso y nada más. Ahora bien, con todos los respetos que impone la Academia, no es cierto que todavía no haya pruebas científicas de que funcione la estimulación transcraneal con corriente directa. Hay pruebas, y muchas, de que esta clase de psicocirugía NO funciona. Si me permite un dato histórico, debe saber que el médico persa Rhazes, allá por el año 900, ya denunciaba que curar la epilepsia con incisiones craneales, era un timo; y hablaba de ‘incisiones’, una técnica menor comparada con las trepanaciones, sean éstas mecánicas o eléctricas.
Por lo demás, esto de electrificar el córtex prefrontal es la simplísima actualización de la superstición paramédica de La Piedra de la Locura, cuya curación -es un decir- enriqueció a multitud de charlatanes desde el Medioevo y cuya plasmación en telas y tablas fue caricaturizada y denunciada por grandísimos pintores, empezando por El Bosco y por su famosísima tabla titulada precisamente La extracción de la piedra de la locura (ca. 1475)
Aunque ha sido comentada hasta la saciedad, esta tabla merece alguna explicación adicional: su protagonista, el paciente trepanado, se hace llamar Lubber Das, arquetipo literario del imbécil y su título viene a decir “Soy tonto”. El cirujano, barbero o médico, lleva un embudo, signo de ignorancia, su faltriquera está apuñalada, signo de fraude, y el fraile y la monja están para demostrar la sempiterna complicidad del clero en todo lo que huela a sinrazón.
Pero todo pasa. La piedra de la locura fue olvidada o, mejor dicho, hace 150 años fue sustituida por la Frenología, una seudociencia que hizo estragos entre los científicos. Comenzó siendo una mera craneometría y terminó encontrando el alma
dentro del cráneo e incluso llegó a ubicarla y analizarla según los lóbulos, hemisferios, etc. De las circunvoluciones cerebrales, si eso ya tal.
No vamos a perdonar a los frenólogos porque representan una tradición de materialismo tan extremo como irracional y arbitrario. Ni olvido ni perdón puesto que vamos a reírnos dellos, ahora que han sido reemplazados por los neo-doctores penitenciarios. A éstos últimos, les preguntaría: Observen el mapa frenológico de abajo; ¿creen ustedes que la localización de las funciones que vemos se mantiene todavía?, o, al contrario, ¿han variado de ubicación? No hay más preguntas, señoría.
Pero hay una razón más -y es bastante pesada- para despotricar contra los frenólogos de ayer y de hoy: que caucionaron (pseudo)científicamente las teorías más extravagantes de los nazis, aquellas que navegaban del racismo puro al Tibet como cuna de la Humanidad (aria, of course) pasando por delirantes leyendas como la de la Tierra Hueca.
Podemos reírnos de las majaderías de los científicos alemanes de ayer pero Europa comenzó con la piedra de la locura, siguió trepanando como posesa y terminó, hace escasos años, inventando el electrochoc.
Pero, como Occidente no aprende o como las ciencias adelantan que es una barbaridad, ahora ya no se necesitan barcos negreros ni presos para experimentar: hay voluntarios para todo, para ir en patera o para electrocutarse -pero con cariño y plenas garantías hospitalarias-. Mártires por la ciencia ha habido a millones y siempre los habrá pero, por favor, “los experimentos con gaseosa”, dijo aquella lumbrera socialista de ministro con patada a las puertas.
Para terminar, electrificar la corteza prefrontal, tal y como han pregonado los mengeles de las cárceles españolas, no sólo es un abuso de fuerza similar al de alimentar a la fuerza al preso en huelga de hambre sino algo peor: es volver a las andadas irracionalistas denunciadas hace más de un milenio por el persa Rhazes. El cortex de marras, funcionará mucho, poco o nada -no podemos saberlo- pero es seguro que su actividad también se rige por la palabra -los antiguos pueden decir ‘alma’-. Ahora bien, mal vamos cuando la palabra es introducida a martillazos -perdón, a amperiazos- en las anfractuosidades cerebrales. Mezclar lo físico con lo metafísico suele ponerse episódicamente de moda pero hoy estamos ante una viejísima macedonia desacreditada por siglos de experiencias. Por favor, la próxima vez experimenten no con presos sino con gaseosa o, al menos, sean más originales. Además, observando la última ilustración, ¿qué significan criterio, solucionar problemas o cualesquiera otra de las supuestas funciones?; o, disparando por elevación, ¿es que el cerebro, con o sin ese cortex, tiene más funciones?
¿Cuál de estas 13 funciones se puede decir de otra manera?
NB. En venezolano, “me saca la piedra” significa ‘me irrita’. No creo que sea sensato vincular esa expresión común con la Piedra de la Locura que acabamos de comentar.
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