La política según Esperanza Aguirre: guapos, terroristas y… ciudadanos

La política según Esperanza Aguirre: guapos, terroristas y… ciudadanos

Pablo Iglesias Turrión es ETA. Alberto Garzón es ETA. Fu Manchú es ETA. Zurg es ETA. DarthVader es ETA. Todos son ETA, clama Esperanza Aguirre, y no solo ETA. Estos ilustres villanos, además, son chavistas, castristas, prosoviéticos y antiespañolistas. Dicho de forma más rotunda y sencilla: son peligrosos antisistema o, lo que es lo mismo, huestes disolventes de pavorosas distopías totalitarias. En cambio, Pedro Sánchez –la nueva cara del PSOE- es sencillamente “guapísimo” y José María Aznar, aunque no tan agraciado, será recordado como el nuevo Don Pelayo, pues gracias a su audaz intervención en la isla de Perejil nos libramos de otros ocho siglos de dominación musulmana. Esperanza Aguirre no hace demagogia. Sabe de lo que habla, pues a fin de cuentas solo es una pobre sexagenaria que ha sobrevivido a un atentado terrorista en Bombay y a las insidiosas multas de los agentes de movilidad de Madrid, una horda que la trató “como a una terrorista” por aparcar en el carril bus de la Gran Vía. Esperanza Aguirre ya ha superado los 60, sí, pero no es manca. Al terrorismo islámico respondió con unos flamantes calcetines blancos, y al terrorismo de los estólidos funcionarios con un golpe de volante digno del Vaquilla, huyendo de la Guardia Civil. Su estrella, lejos de apagarse, fulgura como una bombilla de larga duración, capaz de sobrevivir a cualquier calamidad. Ni el cáncer ni un accidente de helicóptero han logrado enmudecer a la “Juana de Arco liberal” (según las inspiradas palabras de Vargas Llosa, eximio cortesano en la escabrosa y turbulenta corte de Juan Carlos I). De hecho, ha sembrado la semilla de la Malicia Absoluta en Cristina Cifuentes, Delegada del Gobierno en Madrid y azote de republicanos, sindicalistas, perro-flautas, ecoterroristas y rojo-separatistas. Aunque haya cedido su cetro al insípido y antipático Ignacio González, que pasará a la historia por su desmedida afición a los áticos de lujo, Esperanza sigue velando por nosotros. En la España de Felipe VI, el Borbón que soporta el peso de una corona esculpida por Juan de Ávalos en el Valle de Cuelgamuros, la ex presidenta de la Comunidad de Madrid se ha convertido en faro de la Cristiandad y reserva espiritual de Occidente, enseñando a los ciudadanos quién es guapo, quién es un patriota y quién es un terrorista.

 ¿Qué es un verdadero patriota? Según Esperanza Aguirre, el que no se escandaliza por nimiedades como la desnutrición infantil, el descenso de los salarios, el paro masivo, los desahucios o el incremento de las desigualdades. Siempre han existido ricos y pobres, y solo un pérfido antisistema puede atribuir este hecho natural a supuestas injusticias. Un auténtico patriota asistió a la coronación de Felipe VI con la bandera de España anudada al cuello y la cara pintada con los colores de enseña nacional. Un patriota se compró el Hola para que sus hijos y nietos pudieran disfrutar de un acontecimiento tan solemne como la inauguración de un pantano en los felices años del franquismo. Un patriota no habla de casta, oligarquías o lucha de clases, sino del gentil atavío de Letizia Ortiz durante la coronación. ¿No es una prueba de progreso moral, social y espiritual que una sencilla chica de clase media pueda lucir un abrigo y un vestido de crepe blanco roto con bordado degradé en cristales rubí, ámbar y rosa talco, con micro perlas en crema? ¿Acaso sus zapatos en color nude de Magrit no son la evidencia incontestable de que España es un país democrático y avanzado, donde cualquier jovencita puede llegar a ser Reina? La democracia no es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, sino el cuento de Cenicienta transformado en acontecimiento histórico. Los patriotas no leen a Marx o Rousseau, sino a Perrault, Corín Tellado y Arturo Pérez-Reverte, un macarra con sillón de académico y una legión de idiotas que le hacen genuflexiones cada vez que eructa y suelta un improperio misógino o descaradamente reaccionario.

¿Quién es un terrorista? Según Esperanza Aguirre, el que se atreve a cuestionar el derecho de los bancos a recuperar sus préstamos con intereses de usura, el que difama a la policía por desahuciar a las familias, apalear a los manifestantes o multar a los que piden trabajo y dignidad, el que censura las sentencias judiciales con penas de cárcel para los piquetes de huelga, el que protesta por la corrupción política e institucional, el que atenta contra la unidad de España con sus fantasías separatistas. Terrorista es todo el que no piensa como la derecha de toda la vida o el que pide la abolición de los toros. “Los antitaurinos son esencialmente antiespañoles”, afirma Esperanza Aguirre, pues “los toros simbolizan mejor que nada la esencia misma de nuestro ser español”. Todo el que ha contemplado a un toro vomitando sangre en la plaza y con el terror en la mirada sabe que eso es España. Es decir, una mezcla de crueldad, ignorancia, desprecio por el sufrimiento ajeno y horripilante casquería.

¿Quién es guapo? Según Esperanza Aguirre, Pedro Sánchez, uno de los delfines del PSOE. Tal vez un enlace matrimonial entre un “socialista” y una jovencita de las Nuevas Generaciones del PP podría salvar a España de la posibilidad de ser gobernada por la extrema izquierda, proetarra, castrista y bolivariana. Quizás Federico Jiménez Losantos no se equivoca cuando afirma que el 11-M fue un golpe de estado urdido por Rodríguez Zapatero, los servicios secretos marroquíes y ETA, casi tan poderosa y ubicua como Spectra. Sin embargo, las circunstancias históricas han cambiado, y PP y PSOE podrían pactar para evitar que Pablo Iglesias Turrión, Alberto Garzón o Ada Colau (tres despiadados etarras) nos lleven a una hecatombe semejante a la del 36, cuando el Frente Popular quiso convertir a España en una colonia de la Unión Soviética. Para dar ese paso, hay que tener una sangre “valiente y torera”, como la que se atribuye a sí misma Esperanza Aguirre. Solo alguien como ella, capaz de “echar la pata p’alante”, puede preservar las esencias de la Raza: “el amor a los toros, el cristianismo y el amor a la Patria”.

¿Y qué sucede con los ciudadanos? Me temo que en España no hay ciudadanos, sino súbditos y el destino de los súbditos es pasar hambre, frío y dormir a la intemperie. No es una hipérbole, sino una observación corroborada por los datos: cuatro millones de parados sin ningún tipo de prestación o subsidio, casi dos millones y medio de niños y niñas viviendo por debajo del umbral de la pobreza (lo cual significa comer poco y mal), más de 400.000 familias desahuciadas, miles de personas multadas, humilladas y maltratadas por la policía. Todo es ETA, claro, pero yo me pregunto si en el concepto de terrorismo no habría que incluir también los gastos de coronación de Felipe VI (cuyo coste se oculta como un secreto de Estado), el obsceno incremento de las rentas del capital o los beneficios del IBEX-35. Pienso que Ignacio Ellacuría, el jesuita y teólogo de la liberación asesinado en El Salvador en 1989, estaba cargado de razón al sostener que “nadie tiene derecho a lo superfluo cuando no todos tienen lo esencial”. Las 15.890 flores costeadas por el Ayuntamiento de Madrid para celebrar la entronización del nuevo Borbón constituyen una forma de terrorismo. No se me ocurren argumentos para justificar que se tire la casa por la ventana en una ceremonia medieval, mientras se recortan derechos y libertades. El bipartidismo alumbrado por la inmodélica Transición no sabe vivir sin ETA. Imagino que Esperanza Aguirre, sobrina del poeta Gil de Biedma, ha leído el famoso poema de Cavafis, que finaliza con dos versos clarividentes: “¿Y qué va a ser ahora de nosotros sin los bárbaros? / Esta gente, al fin y al cabo, eran una solución”. Afortunadamente, Pablo Iglesias Turrión, Alberto Garzón o Ada Colau han ocupado el lugar de ETA y son esos bárbaros sin los cuales el régimen del 78 no puede subsistir. Seguiremos escuchando tonterías y calumnias hasta que los ciudadanos, hartos del bipartidismo y la monarquía neofranquista, echen a escobazos a los políticos sinvergüenzas, los banqueros desalmados y los empresarios corruptos. Por cierto, mi madre, con 89 años, opina que Pedro Sánchez no es tan guapo. La parece más atractivo el Che y ella nunca se equivoca.

* Rafael Narbona

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