La Shoah y la Nakba

La Shoah y la Nakba
¿Se pueden establecer semejanzas entre la Shoah y la Nakba? ¿Se puede decir que el Estado de Israel ha seguido los pasos de la Alemania nazi? Este planteamiento me parece malicioso e injusto, pues aunque es cierto que el gobierno de Benjamín Netanyahu impulsa las colonias ilegales en Cisjordania y bombardea la Franja de Gaza, no se puede hablar de una política de exterminio. Israel actúa como una potencia colonial, imitando a los europeos del XIX. Sionismo y nazismo no son lo mismo.
El sionismo surgió como una respuesta a la exclusión y la violencia contra los judíos de la Diáspora e incluye una vertiente socialista plasmada en los kibutz. La Nakba o “Desastre”, que expulsó a 711.000 palestinos de sus tierras y desencadenó varias masacres (Deir Yassin, al-Damaymah), es tan execrable como la matanza de Setif en 1945, cuando el ejército francés mató a 8.000 argelinos que pedían la independencia. Sin embargo, nadie compara a la Francia de De Gaulle con la Alemania de Hitler. Actualmente, los chechenos, los kurdos, los saharauis o el pueblo mapuche sufren tanto como los palestinos, pero se alzan pocas voces para protestar en su nombre.
Todas las políticas coloniales constituyen un crimen contra la humanidad, pero la tragedia palestina ha monopolizado el interés de la opinión pública, olvidando el carácter excepcional del Holocausto. Sólo en la “Aktion Reinhardt” murieron 1.750.000 judíos, casi todos polacos, asfixiados por el monóxido de carbono de motores (Wolfgang Benz, El Tercer Reich).
Tengo 49 años. Cuando era niño, el peor insulto que podían dirigirte era “perro judío”. Hablo de 1973, más o menos. Por desgracia, el antisemitismo no se ha extinguido. En Shoah (1985), el brillante y sobrecogedor documental de Claude Lanzmann sobre el exterminio del las comunidades judías europeas, los polacos no ocultan la antipatía que sentían hacia los judíos. Algunos incluso mencionan su responsabilidad en la muerte de Cristo. No creo que muchos recuerden la masacre de Jedwabne, donde 400 judíos polacos fueron asesinados por sus vecinos, que en 1941 los quemaron vivos en un granero. El gobierno polaco no pidió perdón hasta 2001, atribuyendo hasta entonces el crimen a los nazis. No fue un caso aislado. El Reichsführer Himmler, que ordenó “acabar hasta con la última abuela judía y pisotear a los niños de cuna como sapos venenosos”, siempre contó con la colaboración de las milicias fascistas locales.
El antisemitismo está en la raíz de la cultura occidental, pues según el relato del evangelio de Mateo (27:25), cuando (presuntamente) Poncio Pilatos defendió la inocencia de Jesús, el pueblo judío (presuntamente) gritó: “¡Que su sangre caiga sobre nuestras cabezas y la de nuestros hijos!”. Detesto la política del Estado de Israel con el pueblo palestino, pero me parece injusto establecer semejanzas con la política de exterminio del nazismo. Entre el 29 y el 30 de septiembre de 1941, 150.000 judíos fueron asesinados en el barranco de Babi Yar, a las afueras de Kiev.
Es cierto que Israel ha cometido atrocidades, pero sus crímenes se parecen a los de Francia en Argelia o a los de Inglaterra en la India, no a los de los Einsatzgruppen o grupos operativos que entre 1941 y 1943 fusilaron a 1.400.000 judíos, gitanos, discapacitados, comisarios políticos y prisioneros de guerra. No siento ningún aprecio por el judaísmo ultraortodoxo, pero estimo mucho el legado del pueblo judío: Spinoza, Heine, Stefan Zweig, Kafka, Marcel Proust, Marx, Freud, Walter Benjamin, Mahler, Felix Mendelssohn, Henri Bergson, Emmanuel Levinas, Aharon Appelfeld, Primo Levi, Isaac Bashevis Singer, Jean Améry, Kertész, Hans Jonas, Hannah Arendt, Einstein, Günther Anders. Es un legado de tolerancia, ética y rigor estético e intelectual.
Raul Hilberg, el autor del estudio más concienzudo sobre el Holocausto (La destrucción de los judíos europeos, 1961), sostiene que el antisemitismo se divide en tres etapas: la conversión forzosa, el confinamiento en guetos y la liquidación física. El Estado de Israel nunca se ha planteado la conversión de los palestinos, pero sí les ha confinado en espacios que recuerdan la vida infrahumana de los guetos.
En el caso de Cisjordania, la división del territorio mediante carreteras y autopistas ha roto cualquier posibilidad de un Estado palestino digno de ese nombre. La construcción ininterrumpida de colonias y asentamientos confirma la intención de fragmentar la zona y debilitar progresivamente la identidad palestina, incitando a la emigración. En la Franja de Gaza, la situación es infinitamente más grave. Al margen de los salvajes bombardeos, la demolición de casas y los asesinatos selectivos, se aplican restricciones en alimentos, medicinas, electricidad, comunicaciones y material de construcción.
Gaza es una gigantesca cárcel al aire libre, con niños malnutridos y hospitales desabastecidos. Israel no reconoce la Corte Penal Internacional porque su ejército utiliza sistemáticamente la tortura y mantiene en prisión a miles de palestinos sin una acusación formal ni derecho a juicio. Su encarnizamiento con los más jóvenes es particularmente abominable, pues en el Campamento Offer se hallan recluidos menores con edades cada vez más bajas.
El historiador israelí Ilan Pappé menciona casos de niños menores de doce años. Actualmente juzgado por corrupción, el ex ministro de asuntos exteriores Avigdor Lieberman, pidió en 2002 el lanzamiento de una bomba atómica sobre Gaza y Teherán: “No dejar piedra sobre piedra… destruir todo”. El diario israelí Haaretz deploró sus comentarios y dijo que su lengua desatada llevaría el desastre a toda la región. Israel está pisando una línea cada vez más peligrosa, que alienta su aislamiento y su creciente desprestigio internacional. Sin el apoyo de Estados Unidos, ya sería una “nación paria”.
Ningún país puede depender del apoyo de una superpotencia, pues el recurso de la fuerza nunca es imperecedero y puede desaparecer por los inesperados cambios históricos. Si Israel quiere ganarse el derecho moral a existir como nación y garantizar su porvenir, debe cambiar radicalmente su política y reconocer el derecho de los palestinos a constituirse como Estado libre y soberano, aceptando el regreso de los refugiados y restableciendo las fronteras anteriores a la Guerra de los Seis Días. No hacerlo es poner en peligro su propio futuro.
El antisemitismo nunca desapareció y puede llegar a brotar en los lugares más insólitos gracias a las imágenes de niños palestinos asesinados por misiles israelíes. Israel debería leer a sus filósofos y recordar que –según Emmanuel Levinas- el reconocimiento del otro y el respeto a su existencia y dignidad es la piedra angular de la vida y la moral. Más allá, sólo hay oscuridad.

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