La variolización entre los negros

La variolización entre los negros

Nònimo Lustre*. LQS. Julio 2020

Sea como fuere, esa vacuna sui generis era común en el África del año 1700 y se llamaba variolización –un término que debería ser más conocido…

En la España o Castilla del año 1405, arrasaban enfermedades contagiosas como “La lepra, sama, tiña, tísica, fiebres de la pestilencia, viruelas, sarampión, bermejura del mal de ojos y las llagas feas”. Estos dos últimos males parecen indicar la conjuntivitis primaveral y la sífilis. (Alfonso Chirino; capítulo De las enfermedades que se pegan, en el libro Menor daño de Medicina publicado en 1505)

En 1414, las enfermedades más frecuentes en Castilla eran “las calenturas pútridas, sarampión, viruelas, tercianas, catarros, destilaciones, esputos de sangre, tisis, asmas, dolores de cólicos nefríticos y afectos espasmódicos” (Samuel ben Waqar)

Entre 1391 y 1420, se reportan epidemias de paludismo, viruela, sarampión, tuberculosis, y peste bubónica. Además de la disentería epidémica, la conjuntivitis epidémica, la fiebre tifoidea y el tifo exantemático. Y una epidemia catarral en 1405 que pudiera tratarse de influenza o gripe (Juan de Aviñón)

Sin embargo, en 1992, la derechona científica (¿) española seguía sosteniendo que la gripe llegó a las Yndias por culpa de una gorrina [cerda y mujer, lo peor de lo peor], y que la viruela llegó poco después porque, en 1518, “llegó al puerto de Santo Domingo un barco negrero portugués [extranjero tenía que ser] de los que tenían la contrata de esclavos con la Corona española, que introdujo de contrabando un cargamento donde había esclavos con viruela activa”…

Pero, añade este impresentable, “donde la viruela ocasionó mayor número de víctimas y decidió por otra parte la conquista de México fue en Tenochtitlán, hoy ciudad de México, cuando por el asedio de los españoles quedó convertida en un área epidemiológicamente confinada. La entrada a Tenochtitlan de un indio con viruela [indio y con viruela, ¿cabe mayor irresponsabilidad?] en septiembre de 1520, poco antes de que se cerrara el cerco, hizo que prendiera la enfermedad entre los sitiados, muriendo muchos jefes principales [o sea, que no los asesinaron las mesnadas hispanas sino la ligereza criminal de uno de los suyos]” (FG, no voy a dar más indicaciones del autor de estas simplezas fascistoides. En todas las citas anteriores, nuestras cursivas para la viruela)

Pues bien, pese a la evidente insalubridad de los Invasores, la culpa de las epidemias de viruela u otras que asolaron las Yndias recae sobre los amerindios. Ni siquiera sobre su indefensión biológica sino sobre su irresponsabilidad. No comment. En general, la mayoría de los primeros cronistas menores de Yndias –los mayores escribían de oídas- informan de que la viruela llegó al Caribe en 1507 y que la primera epidemia monstruosa ocurrió en 1520-1522 en Nueva España, hoy México. ¿Quién la llevó?: no los españoles sino ‘los esclavos negros’, concretamente uno de aborrecido nombre Francisco Eguía. Dicho en castizo, vuelve la burra al trigo.

En la España del siglo XVI abundaban los esclavos –no sólo negros africanos sino también berberiscos y hasta europeos. No obstante, el pecado de sembrar la viruela siempre cae sobre los afros que arribaban al Nuevo Mundo en los barcos negreros. Ahora bien, ¿qué interés podían tener esos esclavos en contraer una enfermedad mortal? Se nos puede contestar que, siendo proclives al suicidio y a la, dicho en términos antiguos, la ‘melancolía’, bien podían pensar que “de morir, morir matando”. Pero esa reacción no es frecuente ni entre los negros ni entre los blancos suicidas. Dicho lo cual, es cierto que, en el universo carcelario de los barcos, eran frecuentes los intentos de suicidio y esto a pesar de los rituales destinados a combatir la desesperación mediante el olvido de su identidad. Así, en Benin, todavía se puede ver la estela del árbol del olvido en torno al cual los esclavos tenían que dar la vuelta varias veces para olvidar su identidad antes del cautiverio. Pero, también era conveniente dar tres vueltas al árbol del retorno para que el alma del cautivo volviera al país de sus antepasados. Además, desde el primer año de la trata esclavista transatlántica, existió un control sanitario en los puertos de salida y de entrada. Obviamente, a los negreros les horrorizaba una epidemia a bordo e igualmente a los Invasores en sus encomiendas. Aquí no cabe humanitarismo alguno; es la ética del ganadero que agasaja a sus semovientes hasta que los lleva al matadero.

En la infame trata existían unos contratos de compraventa (bills of sale) donde el vendedor certificaba que sus esclavos no eran borrachos, ni ladrones y mucho menos que tenían alguna “tacha o enfermedad”. A pesar de lo cual, la inhumanidad de los tratantes fue tal que algunos negros llegaban en tan pésimas condiciones que eran descritos como “bulto con cabeza, alma en boca, huesos en costal”.

Más controles: antes de que el barco negrero atracara en el puerto indiano, el Protomédico llevaba a cabo la visita de sanidad, exigida para certificar que los esclavos no padecían ninguna enfermedad contagiosa. Entre las dolencias peligrosas podía darse alguna de las siguientes: hostrucciones (intestinales en su mayoría), manchas (quizá signos de frambesía, pian, yaws, buba, guiñada, etc), empeynes (tiña), humor galicoso (sífilis), flema salada (quizá tuberculosis), dropecía de humores (¿escorbuto?) y mal de San Lázaro (lepra) [ver en King, J. F. (1943). “Descriptive Data on Negro Slaves in Spanish Importation Records and Bills of Sale”. The Journal of Negro History, 28(2), 204–219. doi:10.2307/2714878]

Después procedía al palmeo o medición del cuerpo en palmos o cuartos de varas de Castilla equivalente a unas ocho pulgadas inglesas. La categoría superior se llamaba “pieza de Indias” y se adjudicaba al esclavo entre 15 y 30 años de edad, en buena salud y de más de siete palmos de estatura. Fuera de ella, estaban los “mulecones” (menos de 7 palmos) y los “muleques” (menores de 15 años)

Drapetómano brasileño

Existía, pues, algún remedo de sanidad pública pero el racismo estaba tan arraigado en los médicos –veterinarios, más bien- que siguió rigiendo la praxis hipocrática hasta bien avanzado el siglo XIX –por no decir hasta hoy mismo. Ejemplo, en 1851, el prestigioso Dr. Samuel Cartwright, identificó en Luisiana dos nuevas enfermedades endémicas y exclusivas entre los negros esclavos: la Drapetomania, que se caracterizaba por un comportamiento insatisfactorio y cuyo síntoma clave era la irrefrenable tendencia de los negros a huir cuando veían a un blanco. Cartwight recomendaba un único remedio: azotarlos. Y la Dysaethesia Aethiopica, caracterizada por el entumecimiento de la mente y la ‘obtusa’ sensibilidad del cuerpo que provocaba contusiones y cicatrices corporales. Para esta segunda dolencia, el insigne doctor recomendaba lo mismo: azotazos. Lo cual, obvio, causaba más lesiones aunque posiblemente corrigiera la drapetomania pues ya se sabe que la letra con sangre entra.

Variolización

Sería una especulación aventurar que, en el siglo XVI, África era un continente más salubre que Europa. Por supuesto, la ‘ciencia’ europea no se aventura sino que afirma que África estaba podrida por miles de epidemias pero, a nuestro juicio, son manifestaciones arbitrarias e infundadas de su eurocentrismo militante. Sin embargo, con respecto a la viruela, sí sabemos que África descubrió un remedio, una especia de vacuna sui generis, muchos siglos antes que Jenner implantara su archifamosa vacuna ca. 1800 –China y el Indostán los veremos en otra ocasión pero podemos avanzar que, como casi todo, los chinos también fueron los primeros en ‘vacunarse’.

Hacia el siglo IV ane, los médicos africanos ya sabían que los supervivientes de la viruela se vuelven inmunes a esa plaga. Hasta es probable que los europeos también se hubieran percatado de ese fenómeno. Pero eso no significa que ambos continentes pusieran igual empeño en descubrir un tratamiento eficaz o una vacuna. O quizá ambos pusieron manos a la obra con parecido énfasis pero lo cierto es que los africanos tuvieron más tesón… o más suerte. Sea como fuere, esa vacuna sui generis era común en el África del año 1700 y se llamaba variolización –un término que debería ser más conocido.

La variolización consiste en inocular en la persona sana una dosis del patógeno variólico. Para ello, los africanos solían utilizar polvo seco de las pústulas de un enfermo y lo insuflaban en la nariz del sano –igual que los Yanomami se soplan epena-. Era el método chino pero, con el tiempo, pasaron a introducir el patógeno con una espina en una incisión superficial que hacían sobre la persona a variolizar [todavía se usa este método, ver Imperato, P. J. (1968). “The practice of variolation among the songhai of Mali “ Transactions of the Royal Society of Tropical Medicine and Hygiene, 62(6), 868–873. doi:10.1016/0035-9203(68)90015-1]

Cincuenta años antes que Jenner, en 1753, Colden describió la variolización africana en la literatura científica europea. Pero, años antes, ocurrió en EEUU una estupenda casualidad gracia a la cual, a Occidente no le cupo otra que admitir las bondades de la variolización –de hecho, Jenner se variolizó de joven.

Onesimus

A principios del siglo XVIII, era evidente que una buena mayoría de los esclavos negros en EEUU se inmunizaban sistemáticamente mediante la variolización. Pero, por motivos obvios, no lo pregonaban. Los blancos se percataban de que los brazos de sus esclavos solían presentar una cicatriz en el antebrazo pero no la prestaban atención –bah, magia negra- y, desde luego, no la vinculaban con la viruela.

Pero, en 1706, sus feligreses regalaron al Reverendo Cotton Mather (1663-1728) un esclavo dizque del pueblo Garamante –de la Libia meridional aunque otros le hacen originario de la Costa de Oro. Mather le ‘bautizó’ como Onesimus y con ese nombre pasó a la Historia. Simultáneamente, Benjamin Colman escribió que, en sus conversaciones con sus esclavos, había constatado que ‘varios’ negros habían sido inoculados ¡en África! Y el médico Jacob Pylarinius, escribiendo desde Turquía, añadió en 1716 que esa ‘vacuna’ había sido enseñada desde 1660 en Constantinopla por una mujer griega [por fin, una buena mujer] y que desde siempre la usaron los cristianos pobres hasta que, en 1700, una epidemia de viruela había obligado a todos los cristianos a variolizarse.

De todo ese maremágnum de fechas se desprende que, al comenzar el siglo XVIII, la variolización era practicada en medio mundo y conocido en aún más países. No obstante, Mather se hizo con la fama porque era un puritano de Massachusetts, un racista, un prolífico panfletario y un feroz jurista que trabajó para llevar a la horca a las Brujas de Salem (1692) Y porque tuvo la suerte de que su ‘descubrimiento’ salvara a los bostonianos que afrontaban la epidemia de viruela de 1721.

Onesimus fue lo contrario de runaway. Pero ni siquiera por eso hay imágenes suyas

El caso es que, en la señalada fecha de 1706, Mather le hizo a su nuevo esclavo las preguntas rutinarias que formulaban todos los amos: ¿has tenido viruela? La leyenda popular afirma que Onesimus le contestó –Sí y no. Es decir, la tuvo pero muy leve y luego no la volvió a sufrir. Para calmar la confusión de su amo –que sería muy reverendo de la horca pero que no parecía muy informado de las ciencias médicas-, Onesimus le explicó que había sido variolizado en África (subrayemos este dato) lo cual subió automáticamente el precio de todos los esclavos que exhibieran la cicatriz de la inoculación -bien sabían los negreros y los colonos por qué. Mather se interesó enseguida y predicó a las autoridades para que la implantaran en toda Nueva Inglaterra.

En 1714, Mather se internacionalizó y publicó un ensayo en las Philosophical Transactions de la London Royal Society en el que incluyó citas de Onesimus en su particular inglés: “People take Juice of Small-Pox; and Cutty-skin, and Putt in a Drop.” Pero las autoridades, como era de prever, no le hicieron mucho caso… hasta que estalló la epidemia de 1721 durante la cual Mather convenció al médico y boticario Zabdiel Boylston de las bondades de la variolización y éste la ensayó en su único hijo y en 287 personas más entre las que sólo hubo seis víctimas mortales. Huelga añadir que, pese a que viajó a Londres cuatro años después para publicar su experiencia, la Historia nunca más supo de Boylston.

Como era no menos de prever, fue feroz la oposición de los colonos anti-vacunas (anti-vaxxers). Consideraron que la variolización era una forma de terrorismo, como si “a man should wilfully throw a Bomb into a Town.” Los conspiranoicos brotaron como las setas llegando al extremo de propalar que la inoculación era un contubernio de los esclavos afros para exterminar a los Blancos. En ese mismo año epidémico de 1721, llegaron a arrojar a la casa de Mather una bomba con el mensaje “COTTON MATHER, You Dog, Dam You; I’l inoculate you with this, with a Pox to you.

Por su parte, Onesimus compró su libertad pero no se conoce nada de su vida posterior –excepto que tuvo esposa e hijo. Pero, a la postre, triunfó la variolización, sobre todo desde que, como Jefe del ejército continental en la Guerra de la Independencia, George Washington inoculara a todas sus tropas en 1777. Pero su decisión fue muy controvertida porque, pese a haber demostrado su eficacia durante más de 50 años, muchos médicos la continuaban rechazando.

Yndias Occidentales (América Latina)

Es inevitable que, para comentar la suerte de la variolización en las Yndias Occidentales, debamos comenzar con su peripecia en la metrópoli. Obviamente, eso de inocular pus seca repugnaba al sector conservador –léase, religioso- de la intelligentsia española. Situándonos en el siglo de las Luces, es obvio que esa técnica enfrentó a los ilustrados (empiristas) con el poder de la Iglesia.

No se permitía la variolización por ser un “hecho empírico que fue el que siguieron los médicos y pensadores ilustrados del XVIII, y que fue rechazado por mentalidades más conservadoras de inspiración religiosa… La práctica de la variolización fue dada a conocer en España por el ilustrado benedictino padre Feijoo; se conoce su aplicación hacia 1733 en Jadraque (Guadalajara) Con menor certeza, el también benedictino padre Sarmiento refiere que se practicaba la variolización en Lugo (Galicia) desde tiempo inmemorial. Con toda certeza, en 1766, o incluso en 1748 y 1749, se practicaba en Riaza (Castilla)” (en Viñes, J. J. (2008) “La inoculación de la viruela y de la vacuna entre el empirismo (siglo XVIII) y la experimentación (siglo XIX). Primera parte: la variolización”. Vacunas, 9(1), 39–45. doi:10.1016/s1576-9887(08)71921-6)

Si de la metrópoli navegamos a las Yndias ‘españolas’, lamentamos constatar que no hemos encontrado demasiadas pistas sobre tan polémica técnica terapéutica. Hay muchas páginas oficialistas que la desconocen. Un ejemplo de que la Historia oficial (desde arriba) no aporta casi nada a la historiografía que desarrollamos en este trabajo:

“A causa de la epidemia de viruela, iniciada en agosto de 1779 en la Nueva España, el médico francés Henri Etienne Morel presentó al cabildo civil de la capital novohispana una memoria manuscrita, en la que proponía el empleo del procedimiento de la inoculación o variolización. El entonces virrey don Martín de Mayorga aprobó el uso cauteloso del método y ordenó que en el Hospital de San Hipólito “se reserven y construyan una o varias salas para inocular ahí todos aquellos que voluntariamente quieran someterse a esta operación, una vez que el Real Tribunal del Protomedicato haya determinado si su empleo en época de epidemia puede ser útil o no”. Sin embargo, no hubo en aquel centro sanitario el concurso de público esperado. Por lo contrario, durante el brote epidémico de los años 1796-1798, el método de la variolización, impulsado y patrocinado por las autoridades civiles y eclesiásticas, se aplicó ampliamente en la capital y en las ciudades de provincia. Como resultado de esta intensa campaña, en la metrópoli el número de víctimas bajó de 18.000, cifra establecida en 1780, a 7.147” (de Micheli-Serra, Alfredo (1998-2002), Doscientos años de la vacunación antivariolosa, en http://www.anmm.org.mx/bgmm/1864_2007/2002-138-1-83-87.pdf)

En lo que respecta a Brasil, también allí abunda el prejuicio de achacar a los negros esclavos la difusión de la viruela o plaga de las pústulas (bexigas, bexiguentos, mal das bexigas] Pero sí se cita la variolización desde un punto de vista crítico e incluso se le añaden detalles sumamente ricos sobre la peculiar ‘etnomedicina’ de los negreros:

“O comércio de escravos desde o século XVII havia ajudado a fazer a doença [viruela] circular por meio dos negreiros. Os agentes coloniais observavam que os escravos se tornavam imunes por meio por meio da prática da variolização, que desde o final do século XVII fazia parte da cultura Yorubá do sudeste da Nigéria, através dos rituais do “Soponha”, uma entidade responsável pela fertilidade das terras e o cultivo dos grãos (Watts)… entendia-se que quando a entidade “Soponha” se mostrava furiosa, causava pústulas como grãos de morte na pele… Vale a pena acrescentar que, os comerciantes de escravos, obrigados a ter ao menos sangradores em suas embarcações davam preferência aos que vinham da região da África Centro-Ocidental, da região angolana e costa da Mina, entendendo que o conhecimento desses sangradores africanos era aceito pelos escravos dentro das embarcações e que os traficantes de escravos reconheciam o talento desses homens na arte de curar (Rodrigues) (cit. Watts y Rodrigues, en Ribeiro Rocha Fagundes, Fernanda (sd) As práticas de cura africanas, que viajaram nas redes de informaçoes do Império Ultramarino portugués: Final do século XVIII e início do XIX, disponible en academia.edu)

La frase “os comerciantes de escravos, obrigados a ter ao menos sangradores em suas embarcações” es tan clara como desaprovechada por la mayoría de los autores consultados. Exceptuando a algún historiador de la economía que nos informa: “a exigência da presença do perito cirurgião a bordo dos navios [negreros], permitindo sua substituição por “pretos sangradores inteligentes e experimentados”… aunque la fama de esos sangradores no era precisamente la mejor posible, como protestaba un”memorialista baiano diz também que, na falta dos médicos e cirurgiões, os pretos são entregues a “uma alveitaria, qual é a dos pretos sangradores” e que “esses sangradores são os péssimos cirurgiões, que embarcam para a costa do Leste” (en Borges Martins, Roberto (2017) A obsessão com o tráfico, a legislação escravista e os códigos negreiros portugueses, ver pdf en http://www.abphe.org.br ) Lamentamos no haber encontrado apenas referencias a los avatares colectivos y al papel jugado por esos personajes.

En cuanto al Amazonas brasilero, sabemos que, en 1743, “a região do baixo Amazonas sofreu uma epidemia de varíola que dizimou grande parte da população indígena… Charles-Marie de La Condamine, que se encontrava no Pará, deixou registrado em seu diário de viagem o quanto a doença havia sido funesta para os indígenas, atingindo principalmente os recém-chegados às missões religiosas [nuestras cursivas] Condamine comentou com pesar não estar sendo utilizada a variolização nos índios cativos, técnica que havia sido introduzida com sucesso na região cerca de 16 anos antes, por um missionário carmelita. De fato, Frei José Madalena [José da Magdalena, de las Missões del Rio Negro] foi o primeiro a utilizar a técnica de variolização na Amazônia durante um surto de varíola que irrompera na região na década de 1720, salvando inúmeros índios. La Condamine assim descreveu o feito do missionário carmelita: “Há 15 ou 16 anos antes um missionário carmelita das cercanias do Pará, vendo todos os seus índios morrerem um após outro, e tendo sido informado pela leitura de um jornal do segredo da inoculação, que tanto estardalhaço fazia na Europa, (…) ousou mandar inocular a varíola em todos os índios que ainda não haviam sido atacados, e não perdeu um sequer. (…) Outro missionário do rio Negro seguiu seu exemplo com o mesmo sucesso”. (cit. en Magali Romero Sá, A “peste branca” nos navios negreiros: epidemias de varíola na Amazônia colonial e os primeiros esforços de imunização, en doi.org/10.1590/S1415-47142008000500008)

Sin embargo, esta misma autora cede a la discriminación ‘científica’ hegemónica y, a pesar de que los indios cativos fueron los primeros y más numerosos dolientes de viruela –esclavizados y reducidos en las misiones, era previsible que perecieran de esa plaga-, acaba atribuyendo a los esclavos negros -escasos en Amazonas- la principal causa de las epidemias variólicas: “A preocupação com a disseminação da doença fez com que Portugal ordenasse que embarcações fossem vistoriadas e aquelas vindas de portos infeccionados ou com escravos doentes fossem submetidas a longas quarentenas (Vergolino-Henry e Figueiredo, 1990). A falta de vigilância adequada permitiu que navios entrassem e descarregassem no porto escravos doentes de varíola, desencadeando assim novos surtos epidêmicos. Nesse sentido, a construção de lazaretos próximos aos portos passou a ser uma prioridade, sendo a construção dos mesmos aprovada pela Coroa portuguesa em 1787 com a exigência de que todas as embarcações que chegassem ao porto e que trouxessem escravos ficassem indistintamente em quarentena” (ibidem)

Por lo demás, escasa atención se presta a hechos cuando menos promisorios como que el capitán general paulista Lobo de Saldanha ordenara en 1775 que, para luchar contra la viruela, el ganado vacuno se paseara dentro de las ciudades –cuarto de siglo antes de que Jenner investigara a Sarah Nelmes y otras mozas vaqueras-.

Arte ‘etnomédico’ africano y su reflejo en foto moderna

Una final voz crítica con algún detalle a criticar: “Apesar das bexigas terem estancado por inúmeras vezes o cotidiano da Europa medieval e moderna, o colonizador português invariavelmente atribuía aos africanos a responsabilidade pela ocorrência das epidemias variolosas em suas colônias… A razão de se imputar aos negros a disseminação da moléstia talvez se deva ao fato de, nos séculos XVII e XVIII, algumas regiões da África terem se constituído em destacados centros propagadores da varíola. Naquelas centúrias, em vários momentos o tráfico de escravos foi interrompido devido ao terror dos tumbeiros em visitar os reinos do Congo, Angola e Benguela – áreas de abastecimento de escravos – exatamente por estarem estas localidades infestadas pelo mal das bexigas” (en Bertolli Filho, Claudio (2008) História da vacina e da vacinação em São Paulo: séculos XVIII e XIX; en http://periodicos.ses.sp.bvs.br/pdf/chci/v4n1/a06v4n1.pdf ) A nuestro entender, la historia nos dice que el tráfico esclavista no se detuvo en esos siglos; por ende, no creemos que ese ‘terror dos tumbeiros’ se debiera a la viruela sino que, si existió, fue un epifenómeno localizado y originado por cualquier otra causa –por ejemplo, disputas comerciales entre los negreros blancos y los africanos.

Coda

La historiografía oficial (administrativa, estatal, desde arriba) decreta que la viruela no tuvo cura hasta la vacuna de Jenner (1796-1798) Su sección española, decreta asimismo que el universo de las epidemias variólicas comienza cuando son atajadas por la expedición de Balmis (1803 y ss) La variolización no existe oficialmente -menos aún su práctica en África. Y las epidemias variólicas son culpa de los esclavos negros o de irresponsables indios mexicas. Aunque, ojo, ello no quiere decir que la variolizción no comportara peligros porque, en efecto, los tenía como toda práctica empírico-popular, sea o no revestida de magia contracultural.

En estos tiempos de pandemia vírica, sirvan estas peripecias de los esclavizados como recordatorio de la marginación que padecen las medicinas populares –en especial las africanas- en los campos historiográficos, antropológicos y epidemiológicos. Por cada Onesimus en el altar de la Historia, hay miles de anónimos negros aunque alguno se llame Francisco Eguía (cf. supra) Pero bien sabemos que las etnomedicinas son inanes ante los virus posmodernos; además, aunque diera la increíble casualidad de que el pueblo descubriera algún remedio contra ellos, el caso de la variolización nos enseña que su aceptación por el establishment farmacéutico-médico se demoraría por los siglos de los siglos. Y no por motivos económicos –que también- sino por prudencia, competición y geopolíticas, factores todos ellos tan elusivos como arbitrarios y casuales.

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