Los Borbones en el banquillo

Los Borbones en el banquillo
El descarado amparo dado al tesorero de Nóos y actual secretario de la Casa Real es un afrenta a todos los ciudadanos y una burla del espíritu del Estado de Derecho y de la mínima ética democrática. Se trata de un acto de flagrante nepotismo que denuncia la naturaleza parasitaria de una institución que vive a costa del sudor ajeno gracias a la inmunidad blindada por la Constitución.
 
Crimen organizado
 
Del duque- em-Palma-do a la banda del mon-arca. Mientras la cúpula del PP se reparte el botín, la Casa Real respalda la corrupción. Golfos al poder, se consagra la política de la Real gana, el crimen organizado. Eso es lo que se desprende del comunicado que Zarzuela ha emitido tras conocer que el juez del caso Nóos ha imputado al secretario de las hijas del rey. La decisión de mantener en su cargo de alto cortesano a Carlos García Revenga ha venido de lo más alto. Seguramente ordenada por el propio Juan Carlos, aconsejado por el lobby del Grupo Prisa destacado en Zarzuela, que coordina su Jefe de Comunicación, el periodista Javier Ayuso, y por el responsable de su casa civil, el diplomático Rafael Sppottorno, ex director de la Fundación Caja Madrid. Ciertamente, existen formas más elegantes de suicidarse.

 

La Casa Real debe ser en estos momentos un auténtico pudridero, donde quien más quien menos mira la forma de salvarse caiga quien caiga. El papelón que la Corona tiene ante sí permite pocas opciones. Quizás por eso los dos grandes contendientes en presencia están movilizando en su favor a los peones afines. De un lado el Rey, como jefe de la Casa Real y cabeza de fila de la dinastía, apoyado por una parte del gran empresariado, la banca tradicional y los medios de comunicación de estricta obediencia, como ABC y Vocento. Su tesis, que no resiste el más mínimo debate, es que nadie como el monarca garantiza la estabilidad del sistema. Al otro lado, y cada vez más enfrente, su hijo Felipe de Borbón, Príncipe de Asturias, que junto a la imprevisible Letizia intenta marcar distancias con la estela del padre para evitar el contagio. Por eso, el heredero utiliza para promocionarse a los monárquicos de conveniencia, como el diario El País y los sectores más avispados de la Marca España. Los ditirambos lanzados con ocasión de su 45 cumpleaños por el periódico de la falsa foto de Chávez (“El tiempo del Príncipe”) compiten en babosearía con las loas de La Razón (“Un Príncipe de sobresaliente”), el órgano más rancio del conservadurismo, propiedad del Grupo Planeta, dos corporaciones compinchadas en negar el derecho a decidir de los ciudadanos.
 
En realidad la sarracina que el caso Nóos ha desatado en la Casa Real no pilla desprevenidos a sus inquilinos. Forma parte de su histórico saber hacer. Al fin y al cabo, lo que el príncipe Felipe ambiciona ahora no es ni más ni menos que lo que antes perpetró Juan Carlos con su propio padre. La traición está en los genes de la estirpe. Cuando el Franco reinstauró la monarquía borbónica en la figura del Juan Carlos I, saltándose a la torera el orden sucesiorio que correspondía a su progenitor don Juan, el aspirante no hizo ascos al dedazo del infausto caudillo, y aceptó la designación como una lotería. Por eso ahora el tironeo puede estar de nuevo en la agenda de la Familia Real.
 
Sin embargo, la falta de escrúpulos de la Corona a la hora de transigir con la corrupción es la nota diferencial de este caso, lo que le hace la madre de todas las corrupciones. De nada sirve la traca propagandística que últimamente ha prodigado Zarzuela para intentar conjurar la crisis. Quitar del protocolo a Urdangarín, excluirle por la vía de las prisas de la web de la Casa Real o declarar en el mensaje de Navidad que todos son iguales ante la ley, sólo demuestra una cara de cemento armado cuando en paralelo trasciende la intermediación del propio Juan Carlos ante presidentes autonómicos para nutrir el sucio negocio de Nóos o el fichaje estrella de su amiga Corinna para lustrar la trama criminal.
 
El descarado amparo dado al tesorero de Nóos y actual secretario de la Casa Real es un afrenta a todos los ciudadanos y una burla del espíritu del Estado de Derecho y de la mínima ética democrática. Se trata de un acto de flagrante nepotismo que denuncia la naturaleza parasitaria de una institución que vive a costa del sudor ajeno gracias a la inmunidad blindada por la Constitución. Mientras el pueblo español soporta más de seis millones de parados a consecuencia de la crisis provocada por la avidez de la plutocracia surgida de la transición, la dolosa tolerancia de la Monarquía del 18 de Julio con la corrupción en su propio seno no puede entenderse como un accidente, la obra de una desalmado o la fechoría de una oveja negra. El amparo real es la prueba más palpable de que la corrupción es el mismio sistema.
 
El sistema de la Real gana, la banda del mon-arca. Una madre en apuros puede dar con sus huesos en la cárcel por utilizar una tarjeta de crédito extraviada para comprar pañales y alimentos para su bebé, pero si un poderoso es imputado en un asunto de mayor cuantía nadie se inmuta Si excepcionalmente algún tribunal osa condenarle, siempre queda el gobierno de turno para induntarle.
 
 

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