Los dioses de la izquierda también destruyen a las mujeres

Los dioses de la izquierda también destruyen a las mujeres

Por Tania Pasca Parrilla*

La historia oficial adora las paradojas. Nos enseñó que la derecha es cruel y patriarcal, mientras la izquierda se proclamaba faro de progreso, igualdad y justicia. Y sin embargo, tras los bastidores del discurso impecable, tras la pancarta feminista sostenida con firmeza por ciertos varones de izquierdas, se oculta un patrón tan antiguo como el poder mismo: el uso del discurso para esconder la violencia. El feminismo como disfraz. La autoridad moral como coartada. El carisma como tapadera. Y ellas, siempre ellas, como carne sacrificada al mito del genio, del líder, del hombre imprescindible, del eterno niño con derecho a feroz rabieta.

Pablo Picasso pintaba la lucha del pueblo en el Guernica y mientras tanto destruía a las mujeres que amaba. Dora Maar terminó internada. Marie-Thérèse Walter se suicidó. Françoise Gilot, una de las pocas que logró escapar, escribió años después que Picasso las dividía en “diosas o felpudos”. El artista comprometido con la modernidad era, en su vida íntima, un déspota emocional, un maltratador impune, protegido por el aura del genio revolucionario, que lo de genio nadie lo discute, pero que usaba su posición de persona pública para ganarse la confianza, la admiración y el amor ciego de sus víctimas, es algo que se suele soslayar, porque claro, era un genio y de los nuestros.

El tiempo ha pasado, pero el guion se repite con otras máscaras. Íñigo Errejón se presentó como un político joven, culto y sensible (que la ternurita infantiloide cala mucho), de verbo pulcro y principios progresistas. Defiende la igualdad, se fotografía en manifestaciones del 8M, apoya leyes feministas. Y sin embargo, en los márgenes de esa puesta en escena, en el silencio doloroso de quienes no tienen poder ni espacio en los medios, surgen testimonios de humillación, manipulación, abuso emocional. Mujeres a las que se acerca desde su pedestal de superioridad moral, de saber más, de ser más sabio. Mujeres a las que seduce con el mismo discurso con el que después las invisibiliza o desprecia.

No se trata de casos aislados. Se trata de un patrón. De una maquinaria infernal que permite a ciertos hombres autoproclamados feministas, aliados deconstruyendo su masculinidad desde la falsa humildad, blindarse contra cualquier acusación, precisamente por hablar en nombre del feminismo y de la izquierda roja, rosa, morada o rojinegra. La impunidad no la da ya el silencio, sino el ruido ensordecedor del discurso justo. Como si decir las palabras correctas pudiera eximirte de los actos. Como si tu ideología te absolviera de tus crímenes íntimos.

A veces la violencia no llega con golpes ni gritos. Llega con gaslighting, con manipulación emocional, con el uso del lenguaje como arma para anular, desacreditar, infantilizar. Llega con la capacidad de hacerte sentir culpable por cuestionar a alguien tan “deconstruido”. Llega con el control basado en supuestos principios inalienables de libertad individual, del libre albedrío, del poliamor sustentado desde la cultura del porno que admite perversiones sexuales enmascaradas en la confianza y la amistad. Llega con la certeza de que, si hablas, nadie te va a creer. Porque él lee a Cristina Fallarás. Porque él te explicó lo que era el patriarcado porque muchas mujeres le confiaron sus cuitas amorosas fracasadas. Porque él es amigo de todas. Porque él tiene un perfil en el que cita a La Pasionaria.

¿Hasta cuándo vamos a seguir protegiendo a estos hombres? ¿Hasta cuándo vamos a aceptar que se nos pida comprensión, prudencia, discreción, por el bien del proyecto, del partido, del arte? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que el feminismo sea instrumentalizado por quienes en realidad solo desean mantener intacto su poder?

No, no basta decirte feminista si luego destrozas a quien duerme contigo. No basta con ir a manifestaciones convocadas por cualquier colectivo de izquierdas, ya sea por Palestina, contra la OTAN o por la III República, si en privado anulas, chantajeas o abandonas emocionalmente a mujeres que confían en ti. No basta con leer teoría si no eres capaz de verte como parte del problema. La coherencia no se declama, se practica. Y el feminismo no es una estética ni una estrategia de marketing, ni mucho menos una táctica para ligar: es una ética radical que comienza en lo más íntimo.

Tal vez ha llegado el momento de levantar también el velo sobre nuestros mitos izquierdistas. De exigir a los hombres que se dicen aliados que abandonen el escenario si no están dispuestos a actuar con honestidad. De creer a las mujeres incluso cuando el agresor lleva una camiseta del Che. Incluso cuando nos gusta su discurso. Incluso cuando es “uno de los nuestros”. No, no se puede separar al “personaje revolucionario”, de la persona machista que hay detrás.

Porque ya no nos vale con el arte si viene manchado de miedo. Porque no nos basta con las palabras si no están encarnadas en actos. Porque no queremos más dioses: queremos MUJERES con derecho a vivir en paz.

* Activista por la Justicia Social. Enfermera de vocación en la sanidad pública, y escritora con dos trabajos publicados: UNA AUXILIAR ANTE EL CORONAVIRUS. Cuaderno de bitákora (2020) Ediciones El Garaje, y la novela Sinfonía para cuerdas rotas (2025) Ediciones El Garaje.
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