Los flagelantes en la Semana Santa española

Por Nònimo Lustre
Autoflagelarse públicamente es una superstición cuasi universal. Si nos circunscribimos al Occidente europeo-mediterráneo, su origen sigue siendo dudoso pero, una de las teorías más difundidas, es que comenzó en 1259 merced al eremita Raniero Fasani de Perugia quien así cumplimentó la penitencia que le dictaminaron en sus apariciones la Virgen y san Bevignate -otras fuentes señalan que, antes dello, los padrinos de su bautizo fueron el benedictino Pedro Damián y el fraile Dominicus Laricatus. Casi huelga añadir que los auto-flagelamientos se expandieron por Europa durante las décadas de la Peste Negra.
En esta nota, nos ocuparemos sólo del autoflagelamiento público en España. Por ende, no mencionaremos otras formas de penitenciar la carne pecadora como son las mortificaciones privadas que se manifiestan en el cilicio, hoy fervorosamente practicadas por los acólitos del Opus Dei -también en España y nos maliciamos que en todos los países donde tengan influencia; por si acaso, no palmeen los muslos ni la cintura de los sospechosos de opusdeismo porque pueden provocar un doloroso respingo.
Diferencia entre el cilicio y la disciplina
La mortificación más repetida por los media occidentales: ashura de los fieles chiítas azotándse en Peshawar, Paquistán.
La Semana Santa española
Uno de los fortines mejor amurallados del Catolicismo español es la Semana dite Santa (en adelante, SS) Para comprobar su vigencia, basta con prender la tele y soportar al pésimo actor Charlton Heston mientras nos lamentamos de que sólo se emitan películas religiosas -en realidad, bíblicas. Incluso, si detestamos la tele, tampoco encontraremos solaz yendo a un restaurante porque pudiera ocurrir que sólo tengan pescado santo -durante el franquismo, comer carne en SS, era una gastronomía de alto riesgo.
Siempre fue así pero, hoy, la SS española está calculada para mostrar las indisolubles nupcias entre la Iglesia y el Estado -i.e., pura barbarie. Además de Heston y de la preceptiva ictiofagia, la censura eclesial/estatal (real o simulada) nos oculta su mayor epítome, paradigma y espectáculo: a saber, el autoflagelamiento público.
Ex aequo con los inquisitoriales Autos de Fé, los penitentes públicos (con sangre) fueron y son el gran atractivo de las procesiones pero, la corrección política que nos apabulla desde el franquismo quiere negarnos su no-tan-petite histoire. ¿Por qué?: por las muchas razones que van desde el oscurecimiento del morbo masoca consustancial a cualquier religión hasta la monopolización oficial del espectáculo. Precisamente por ello, estas notas subrayarán la penitenciación procesional con un deje de tristeza porque la Modernidad nos escamotea el pío circo de la sangre (¿salvífica?) a cambio de engatusarnos con mucha más sangre… pero bélica, sea en Gaza sea en Yemen.
Ciertamente, el éxito de los flagelantes no fue difícil puesto que nunca tuvieron competidores. Y es que no hay comparación posible entre unos ídolos de palo cuya imaginería se repite mecánicamente desde hace dos o tres siglos y unos feligreses vivaces ávidos de sangre -propia. No duró y no podía durar el torneo entre unas enjoyadas muñecas de vestir (las Vírgenes) y unos crucificados con lágrimas postizas (ambos pretendidamente hiperrealistas), y el realismo-religioso de los rebenques y la hemoglobina. Donde esté una tortura en tiempo real, las veneraciones en diferido no tienen nada que hacer. Llegadas la SS y otras francachelas místicas, las personas religiosas prefieren la nuda materia al espíritu pío.
Para avanzar en la Historia de la flagelación en España, hemos preferido empezar por las narraciones de los extranjeros -las historietas escritas por hispanos, suelen ser muy edificantes pero poco apegadas a los hechos comprobables. Desde su atalaya del siglo XVII, Madame d’Aulnoy es un buen punto de partida:
Madame d’Aulnoy (1679-1681)
La condesa Marie Catherine Le Jumel de Barneville, conoció bien la España de su tiempo -o, por lo menos, la historia de la aristocracia española. A continuación, un extracto en francés de sus impresiones sobre los flagelantes seguidas de unos comentarios en castellano que ayudarán a ‘traducir’ el original:
<<C’est une chose bien désagréable de voir les disciplinants. Le premier que je rencontrai pensa me faire évanouir. Je ne m’attendais point à ce beau spectacle, qui n’est capable que d’effrayer; car, enfin, figurez-vous un homme qui s’approche si près qu’il vous couvre toute de son sang: c’est là un de leurs tours de galanterie. Il y a des règles pour se donner la discipline de bonne grâce, et les maîtres en enseignent l’art comme on montre à danser et à faire des armes. Ils ont une espèce de jupe de toile de batiste fort fine qui descend jusque sur le soulier; elle est plissée à petits plis et si prodigieusement ample qu’ils y emploient jusqu’à cinquante aunes de toile. Ils portent sur la tête un bonnet trois fois plus haut qu’un pain de sucre et fait de même; il est couvert de toile de Hollande; il tombe de ce bonnet un grand morceau de toile qui couvre tout le visage et le devant du corps; il y a deux petits trous par lesquels ils voient; ils ont derrière leur camisole deux grands trous sur leurs épaules; ils portent des gants et des souliers blancs, et beaucoup de rubans qui attachent les manches de la camisole et qui pendent sans être noués. Ils en mettent aussi un à leur discipline; c’est d’ordinaire leur maîtresse qui les honore de cette faveur. Il faut, pour s’attirer l’admiration publique, ne point gesticuler des bras, mais seulement que ce soit du poignet et de la main; que les coups se donnent sans précipitation, et le sang qui en sort ne doit point gâter leurs habits. Ils se font des écorchures effroyables sur les épaules, d’où coulent deux ruisseaux de sang; ils marchent à pas comptés dans les rues; ils vont devant les fenêtres de leurs maîtresses où ils se fustigent avec une merveilleuse patience. La dame regarde cette jolie scene au travers des jalousies de sa chambre, et, par quelque signe, elle l’encourage à s’écorcher tout vif, et elle lui fait comprendre le gré qu’elle lui sait de cette sotte galanterie. Quand ils rencontrent une femme bien faite, ils se frappent d’une certaine manière qui fait ruisseler le sang sur elle. C’est là une fort grande honnêteté, et la dame reconnaissante les en remercie. Quand ils ont commencé de se donner la discipline, ils sont obligés, pour la conservation de leur santé, de la prendre tous les ans, et, s’ils y manquent, ils tombent malades. Ils ont aussi de petites aiguilles dans des éponges, et ils s’en piquent les épaules et les côtés avec autant d’acharnement que s’ils ne se faisaient point de mal>> (Neuvième Lettre, A Madrid, ce 17 avril 1679) (en nuestras negrillas, los párrafos sustanciales)
Sus comentaristas
Quizá por ser francesa en una España regida por los Habsburgo -los ‘austrias’-, Aulnoy fue una fuente distinta a las cortesanas y, por ende, fértil y digna de exégesis. Siempre centrados en su 9ª Carta, añadimos un primer comentario contemporáneo antes de reproducir un texto ‘sevillano’ de finales del siglo XIX:
<<Semana Santa: Penitencia pública y procesiones. La práctica de la penitencia y la flagelación pública hirió la sensibilidad de la Condesa, hasta el punto de considerarla rayana en la barbarie (carta novena). Se citan varias modalidades. Se practicaba desde el Domingo de Ramos al de Pascua, sobre todo el Viernes Santo.
El cortejo oficial de Madrid es la luctuosa del Viernes Santo, jornada en la que, engalanadas las calles con ricos tapices y colgaduras, “reunidos todos, forman parte de la única procesión que recorre las calles de la villa, y a la cual asisten todas las parroquias y todas las Órdenes. […] La procesión sale a las cuatro y a las ocho muchas veces no ha terminado todavía. Me sería imposible mencionar a las innumerables personas que acuden a formarla, desde el Rey, don Juan de Austria, los cardenales, los embajadores y la nobleza, hasta los últimos dignatarios de la Corte y de la Villa. Cada uno lleva un cirio en la mano y le acompañan muchos de sus criados con antorchas. Todos los estandartes y todas las cruces van cubiertos con una gasa negra. Multitud de tambores, también enlutados con gasas, redoblan lastimeros. La Guardia Real […] llevan sus armas enlutadas y abatidas hasta el suelo. Hay grupos de imágenes que representan los ‘Misterios’ de la vida y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Las figuras son bastante malas, mal vestidas, y pesan tanto que a veces no bastan cien hombres para llevar una plataforma sobre la cual se ostenta el Misterio” (cf. Ramón de la Campa Carmona. 2003. Iglesia y religiosidad española según la condesa d’Aulnoy (Segunda mitad del siglo XVII); en I Coloquio Internacional “Los Extranjeros en la España Moderna”, Málaga) Como vemos, de la Campa apenas presta atención al cortejo de disciplinantes.
Retrocediendo en el tiempo, henos ahora con un comentario de finales del siglo XIX que comienza con una cierta confusión sobre los orígenes de la autoflagelación pública donde las cifras son contradictorias desde el principio: “en el año 1.100, llegó una plaga de langostas… el Papa, compadecido por los españoles, envió a Gregorio, santo obispo de Ostia, quien estableció la disciplina pública, ordenando numerosísimas procesiones de sangre… [item más] En 1.397, hallándose la corte romana en Aviñón, el Papa Clemente VI mandó que ninguno se disciplinase en público… Entonces los dedicados á ese ejercicio inventaron un medio, cual fué cubrirse el rostro con un lienzo; práctica que admitida dió causa y origen á la túnica blanca que vistieron después los que se azotaban.” (cf. infra, Bermejo: 6 y 23) Sin embargo, páginas atrás, el mismo cronista escribe que “la disciplina de la sangre en ellas ó comenzaron ó crecieron, que es lo más cierto, continúa, después del año de 1.408, predicando en esta ciudad el glorioso San Vicente Ferrer” (ibid.: 3)
Dejando por superfluo inmiscuirse en las perennemente arbitrarias dataciones eclesiásticas, Bermejo nos cuenta algunos pormenores de los disciplinantes y de sus ‘asistentes’, los Hermanos de la Luz:
“Los hermanos de luz llevaban hachas, y los de sangre, disciplinas de manojos con rodezuelas. Estas rodezuelas eran como unos bolillos de cera, cubiertos de hilo basto, cuyas extremidades terminaban casi en punta, y en su centro, que figuraba una rueda, estaban embutidas várias piedrecitas, adelgazadas sus puntas, con las cuales se herian notablemente los que se disciplinaban… A su regreso se hacía el lavatorio de los disciplinantes: práctica que usaban todas las cofradías de sangre en aquel tiempo. Reducíase este acto á lavar las heridas causadas por la disciplina en la procesión, con un baño compuesto de varias plantas y yerbas medicinales, para lo cual se destinaba siempre cierto número de hermanos de luz” (Ibid: 74-75)
Bermejo ocupa su libro pormenorizando los ritos de varias cofradías sevillanas de las que, por su mayo relación con los disciplinantes -y con la sangre-, escogemos la Cofradía de los Azotes: “Esta hermandad, dedicada á contemplar la sangrienta flagelación de nuestro Señor Jesucristo en su Pasión dolorosa, tuvo principio por los años de 1563 (ibid: 155)… Su procesión tenía lugar en la tarde del Jueves Santo, llevando en ella tres pasos. En el primero se representaba la degollación de San Juan Bautista. En el segundo el monte Calvario con Nuestro Señor Jesucristo clavado en la Cruz, y á sus piés una gran porcelana llena de sangre que caía de sus cinco llagas, y los cuatro doctores de la Iglesia; dos de estos, en ademan de recoger la sangre de la porcelana, y dos en acción de derramarla por el monte, representando la Iglesia de Jesucristo, cuya sangre depositada en ella y sacada por los Santos Padres se derrama por toda la tierra para remedio del género humano. En el último paso iba la Santísima Virgen” (ibid.: 423)
Y un apunte final de índole indumentaria que no se refiere a la cofradía de los Azotes: “En la procesión de Semana Santa los hermanos de Sangre llevaban túnicas de angeo [=lienzo de estopa, o lino basto y grosero], con capirotes y escapularios negros, cordón de cáñamo y los piés descalzos; y los de luz, túnicas y escapularios de igual color, y alpargates de cáñamo… la estación de disciplina en la mañana del Viernes Santo yendo los hermanos de sangre descalzos, con túnicas de angeo crudo, çapirotes romos, escudo al lado del corazón, con la O, y disciplina con carretilla de plata” (Ibid: 477 y 523) (cf. José Bermejo y Carballo. 1882, Glorias religiosas de Sevilla, o Noticia histórico-descriptiva de todas las cofradías de Penitencia, Sangre y Luz fundadas en esta ciudad; Sevilla) Más adelante (cf. infra # Una pizca de disidencia) podremos observar que la devoción a la sangre del Cristo, bien sea en su materialización de las Cinco Llagas o en la de Primera Sangre, olvida que la primera sangre fue vertida mucho antes de la Pasión puesto que el bebé de Nazareth fue circuncidado.
Una autora española contemporánea
La contemporaneidad nos llega con reflexiones que suelen negligir a los disciplinantes. Las raras ocasiones en las que se menciona la Sangre, se refieren más a la liturgia de los ritos católicos que a los cofrades masoquistas. Aun así, el espigueo es una útil aunque vetusta técnica agrícola que, de tarde en tarde, complementa nuestras pinceladas sobre los flagelantes. Por ejemplo, en 2016, Gijón Jiménez escribe:
“En el siglo XVI ya existían otro tipo de actos extralitúrgicos de corte popular que solo fueron recogidos por Lalaing [siglo XVI]: las procesiones de flagelantes. La práctica de la penitencia pública comenzó a generalizarse en Europa a partir del siglo XIII. Las reflexiones de San Anselmo y San Bernardo sobre la pasión de Cristo iniciaron la valoración de su dimensión humana. Pero fue con San Francisco de Asís, cuando verdaderamente se comenzó a contemplar la humanidad de Jesús y a reflexionar sobre su sufrimiento durante la Pasión. Las cofradías de penitentes nacieron de una forma espontánea a comienzos del siglo XIII en Italia, desde donde se extendieron paulatinamente al resto de Europa gracias las órdenes mendicantes. En principio, esta penitencia no estaba ligada a la Semana Santa. La divulgación de la penitencia pública en España está muy relacionada con las predicaciones del dominico San Vicente Ferrer… [además de Aulnoy] El único viajero del siglo XVI que menciona las procesiones de flagelantes fue Lalaing. Hemos visto que la primera cofradía de Semana Santa surgió en 1448, y a continuación, se extendió al resto de Andalucía, pero ¿es posible que Lalaing viera estas procesiones de disciplinantes en Castilla? La fundación de las cofradías de la Vera Cruz en Castilla comenzó a finales del siglo XV. En Valladolid una cofradía bajo la misma advocación, ya hacía penitencia en 1498; en Salamanca está documentada en 1506 y en Toledo apareció en 1480.” (cf. Verónica Gijón Jiménez 2016. “Una mirada sobre la semana santa en España a través de los viajeros extranjeros de la Edad Moderna”; en Meditaciones en torno a la devoción popular, J.A. Peinado y Mª del Amor Rodríguez; ISBN 978-84-608-8515-3)
Una pizca de disidencia
Dícese en la Hª Oficial-Sagrada que Carlos III abolió las disciplinas públicas con especial empeño en suprimir el espectáculo de los disciplinantes. Pero, hoy, en España subsiste al menos uno: el que ofrecen Los Picaos del pequeño pueblo de San Vicente de la Sonsierra (La Rioja) que, en 2005, fue declarada Fiesta de Interés Turística Nacional -es más, probablemente, en alguna manera edulcorada, haya otros pueblos en los que se mantenga tan ‘medieval’ superstición. Sea como fuere, estos penitentes riojanos se azotan la espalda con unas madejas de algodón propinándose entre 10 y 20 minutos unos mil latigazos. Tras finalizar la penitencia, el práctico se encarga de curar las heridas “picando” tres veces la espalda del sufridor paisano con una esponja -una bola de cera virgen con 6 cristales incrustados de dos en dos- hasta completar 12 pinchazos en honor a los 12 Apóstoles. La susodicha esponja contiene agua de romero y una crema secreta. Los paisanos de Sonsierra creen que su fiesta (¿) fue inaugurada en los siglos XV y XVI aunque reconocen que, en 1799, fue oficialmente suprimida o reducida a su celebración privada.
Si dejamos aparte este sustancioso caso riojano, hay otros aspectos de los disciplinantes españoles que han sido citados casi al desgaire por los autores precedentes pero que ameritan un par de citas:
a) “No siempre la causa de esta penitencia era la fe. Oyó que a veces eran alquilados por Órdenes religiosas o cofradías para incrementar su prestigio o que era un simple alarde de fuerza o galantería, al ofrecerse a una dama, cuyo mayor homenaje era salpicarle con la propia sangre” (cf. supra; de la Campa, op. cit.)
b) “Ya durante el siglo XVII estos viajeros denunciaron los abusos que se cometían durante estas fiestas: mujeres que se veían con sus amantes, penitentes que solo buscaban la notoriedad social o consumo de alcohol durante las procesiones.” (cf. Verónica Gijón Jiménez, n/d, “Una mirada sobre la Semana Santa en España a través de los viajeros extranjeros de la Edad Moderna”)
En resumen, el vernáculo espectáculo de los flagelantes no fue puramente indígena sino que, a menudo, era utilizado por la aristocracia para reverdecer sus laureles sin peligro alguno -i.e., sin sangre propia. Por ende, las actuales discusiones sobre la identidad popular como contrapeso de la religión, deben ser reexaminadas. Asimismo, aunque fuera la inmarcesible SS, la juerga de los ricos nunca estuvo ausente. Lo cuenta Aulnoy y lo corroboran varias de las anteriores citas. A estas alturas del siglo XXI, salvo los vampíricos neofranquistas, nadie quiere la flagelación con sangre pero, sabidores de la evolución de la Sangre devota, ahora nos parecen grotescos sus sucedáneos -penitentes arrastrando cadenas, capirotes inocuos, descalzos resbalando en aceras de cera, costaleros ateos…
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