Los recortes

Los recortes

Por Manuel Salguero. LQSomos.

Me lo había señalado el médico, pero no me había percatado de la gravedad. Tal vez había contribuido a mi falta de atención el hecho de que al preguntarme si arrastraba los pies, yo había considerado que se refería a la suela de los zapatos, menuda imbecilidad la mía, y la referencia que hizo a si me quitaba las durezas de los talones rascándome con piedra pómez, me pareció de una atención de menor cuantía.

También podría contribuir a no darme cuenta de lo que me estaba pasando, a que los pies son de las cosas que más lejos se encuentran de nuestros ojos, y más la planta de los mismos, que ni siquiera las vemos. O puede que suceda algo parecido a lo que ocurre con nuestra cabeza, que es algo que nunca nos vemos, por eso es de lo último que hemos estudiado y de lo que menos sabemos con respecto a otras partes del cuerpo.

Puede que también tenga que ver que nuestra cabeza es la parte crustáceo de nuestro cuerpo, frente al resto que es vertebrado, ya reptil, pez o mamífero. El caso es que si no es por el médico no me hubiese dado cuenta de la dolencia.

Para intentar paliarla, fui poniéndome plantillas blandas, creyendo que así frenaría aquello de un dedo de grosor que amenazaba ya con llevarse por delante los dedos de los pies, valga la redundancia. Y cuando eso sucedió, rellené su lugar con algodones, a modo de cómo hacen las chicas adolescentes cuando quieren aparentarlos los pechos más grandes de lo que su cuerpo se va ocupando de dotarlas.

Aquello me llevó a considerar la idiotez que estaba haciendo, pues con ponerme un calzado de varios números menos solucionaría el problema de manera menos laboriosa.

Pero aquella solución fue un tanto efímera, pues cuando aquello llegó a la altura del tobillo pese a los números menores de calzado, la parte de los dedos quedaba vacía con lo que el problema persistía de nuevo, teniendo que recurrir al relleno otra vez.

Con el tiempo iba asumiendo el problema con resignación y con la preocupación que requería tras llegar por encima del tobillo, lo que ya requería un apoyo adicional que el médico prometió facilitar con la receta de medios ortopédicos como muletas, porque ya comenzaba a parecer que fuese en zancos, y empezaba a peligrar mi equilibrio.

La falta de la escandalosa sangre facilitaba que el asunto no resultase escandaloso mientras ascendía pantorrilla arriba, y puede que contribuyese a que el médico y en general el sector de sanidad no echase yerro al asunto, tal vez porque ellos también adolecían. Por ejemplo, ya había observado yo la falta de mobiliario como la silla del acompañante del paciente, así como el número de bolígrafos que mantenía en el recipiente a tal efecto, la ausencia de enfermera, o la reducción de armaritos donde tienen material aséptico o medicinas y la cantidad de las mismas en ellos.

Yo contaba los dedos de las manos del médico por ver si la cosa pasaba a mayores, y miraba los días de los meses del calendario que mantenían en la pared de la consulta por si acaso hubiesen pasado a tener menos días, pues aquello no tenía visos de detenerse.

Cuando la cosa llegó a las rodillas, la situación parecía haberse hecho insostenible, sobre todo porque la prensa se enteró de alguna manera y me sacaron en primera página de los periódicos revistas, etc. Me preparé al efecto con un sombrero blanco al ser verano, una sahariana de color marfil y unos pantalones, por supuesto que cortos y a juego.

La imagen era espectacular, pero el espectáculo no duró más de dos semanas, quedándose el tema como algo superficial o anecdótico, como algo que no iba a subir fémur arriba. Cuando la realidad era que también la prensa estaba contagiada de la extraña enfermedad y ya daba muestras de ello perdiendo sílabas, y en lugar de informar pasaba a formar, cuando no a deformar u olvidar esa realidad que nos estaba comiendo poco a poco.

Mientras, estoicamente esperaba a que el problema llegase a la cintura sin ninguna esperanza de solución.

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– Imagen: “Adán” de Nick Quijano

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