Los robots están aquí

Los robots están aquí

La humanidad industrializada da síntomas de estar fatigada de disentir sin que nada cambie en realidad. Somos habitantes de una inercia sólida y gaseosa, donde unos se dejan la piel de la vida por un puñado de euros, y otros que no lo pueden hacer desean trabajar con locura. Todo ello adobado con eternas promesas constantes de futuro mejor, esparcidas por doquier desde un presente perfumado de sexo comprimidor. Un añadido muy útil al mercado, que sirve como panacea para salpimentar y tener a raya el tedio.

Luego, civilizados como somos, nos parece una barbaridad que jóvenes fanáticos del Islam se inmolen por la promesa de unas huríes de caderas ardientes, bailando los siete velos del deseo en el paraíso de paz mahometano. No veo el fondo diferenciador. Todo nuestro entorno es una férrea tela de araña tejida con los nudos del miedo a la caducidad y a las carencias. Todo es religión y retórica trascendental para beneficio de los que sostienen el púlpito. La única diferencia para los crédulos es de ritmo existencial. Unos se suicidan de golpe y por Alá; otros lo hacen en un gota a gota constante por Cristo o por Yaveh. Simple cuestión de apariencias. El asunto estriba en manos de qué o de quién dejas tu única vida.

Con la fatiga del alma como pesado lastre de Sísifo para la libertad, ésta empieza a ser la era de los robots de carne y hueso. Estarán programados por el reglamento litúrgico de la publicidad y los estimulantes postulados de Paulov. No hicimos caso a Arthur Rimbaud cuando proclamó que no habia que cambiar la sociedad sino la vida. Aunque el poeta fue también, en un momento dado, traficante ocasional de armas, si se compara a las facturaciones de los países sin escrúpulos. Rimbaud, después de todo, fue un aficionado. Entre esos países mortuorios está España, con sus bomas de racimo y sus pistolas.

Se traspasó el fielato horripilante de una sociedad de corte estalinista, la que ilustró magistralmente George Orwell en su anticipatoria novela “1.984”. Es decir, la anulación de la conciencia individual, en nombre del Estado, por la vía del control total y el terror físico. Ahora mismo estamos inmersos en una crisis inducida y profunda del sistema a la que no es ajena la superpoblación del planeta. Los planes de natalidad fracasan. Somos 7.000 millones de seres y la cifra galopando. Las élites del neoliberalismo conductista han comprendido que es el momento de las aplicaciones químicas del cerebro y alterar de manera esencial la democracia. Lo que está en juego es una equidistancia libertaria entre el Estado totalitario y la tiranía asesina del Mercado. El supremo objetivo del dinero es convertir el mundo en un dócil y manejable hormiguero de soldados.

Un asomo de lo que viene es la lógica de China. Los autómatas de ojos rasgados. Una vez suavizadas las aristas más duras de “1.984”, solo queda implantar el entusiasta modelo consumidor descerebrado del “Mundo Feliz” con sus recompensas materiales a la virtud ciudadana. Si eres bueno no te faltará el soma. Si eres dudoso o directamente incrédulo, la química punitiva será contigo.

* Director del desaparecido semanario "La Realidad"

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