Los tontos útiles de Trump

Los tontos útiles de Trump
Ilustración de Mr. Fish

Por Chris Hedges*

Los medios de comunicación, las universidades, el Partido Demócrata y los liberales, al abrazar la ficción del «antisemitismo rampante», sentaron las bases de su propia desaparición. Columbia y Princeton, donde he enseñado, y Harvard, a la que asistí, no son incubadoras de odio hacia los judíos. El New York Times, donde trabajé durante quince años y al que Trump llama «enemigo del pueblo», es servilmente servil a la narrativa sionista.

Lo que estas instituciones tienen en común no es el antisemitismo, sino el liberalismo. Y el liberalismo, con su credo de pluralismo e inclusión, está condenado por nuestro régimen autoritario a la destrucción.

La fusión de la indignación por el genocidio con el antisemitismo es una táctica sucia para silenciar las protestas y aplacar a los donantes sionistas, a la clase multimillonaria y a los anunciantes. Estas instituciones liberales, al armar el antisemitismo, silenciaron y expulsaron agresivamente a los críticos, prohibieron grupos estudiantiles como Jewish Voice for Peace y Students for Justice in Palestine, permitieron que la policía realizara cientos de detenciones de protestas pacíficas en los campus, purgaron a profesores y se arrastraron ante el Congreso. Utiliza las palabras «apartheid» y «genocidio» y te despiden o te humillan.

Los judíos sionistas, en esta narrativa ficticia, son los oprimidos. Los judíos que protestan contra el genocidio son calumniados como títeres de Hamás y castigados. Judíos buenos. Judíos malos. Un grupo merece protección. El otro merece ser arrojado a los lobos. Esta odiosa bifurcación pone al descubierto la farsa.

En abril de 2024, la presidenta de la Universidad de Columbia, Minouche Shafik, junto con dos miembros del consejo y un profesor de derecho, testificaron ante el comité de educación de la Cámara de Representantes. Y aceptaron la premisa de que el antisemitismo era un problema importante en Columbia y en otras instituciones de enseñanza superior.

Minouche Shafik. AFP – Alex Wong

Cuando el copresidente del Consejo de Administración de la Universidad de Columbia, David Greenwald, y otros declararon ante el comité que creían que «del río al mar» y «viva la intifada» eran declaraciones antisemitas, Shafik se mostró de acuerdo, arrojando a estudiantes y profesores a los pies de los caballos, incluido el veterano profesor Joseph Massad.

Al día siguiente de las audiencias, Shafik suspendió a todos los estudiantes de las protestas de Columbia y llamó al Departamento de Policía de Nueva York (NYPD, por sus siglas en inglés), que detuvo al menos a 108 estudiantes.

«He decidido que la acampada y los disturbios relacionados con ella suponen un peligro claro y presente para el funcionamiento sustancial de la Universidad», escribió Shafik en su carta a la policía.

Sin embargo, el jefe de la policía de Nueva York, John Chell, declaró a la prensa que «los estudiantes que fueron detenidos eran pacíficos, no ofrecieron ningún tipo de resistencia y estaban diciendo lo que querían decir de forma pacífica.»

«¿Qué medidas disciplinarias se han tomado contra esa profesora?». preguntó la representante Elise Stefanik en la audiencia sobre la profesora de Derecho de Columbia Katherine Franke.

Shafik respondió voluntariamente que Franke, que es judía y cuyo puesto en la facultad de Derecho donde había enseñado durante 25 años fue eliminado, y otros profesores, estaban siendo investigados. En una aparente referencia al profesor visitante de Columbia Mohamed Abdou, afirmó que había sido «despedido» y prometió que «nunca volverá a enseñar en Columbia». El profesor Abdou ha demandado a Columbia por difamación, discriminación, acoso y pérdidas económicas y profesionales.

El Centro de Derechos Constitucionales escribió sobre la traición a Franke:

En un atroz ataque tanto a la libertad académica como a la defensa de los derechos de los palestinos, la Universidad de Columbia ha llegado a un «acuerdo» con Katherine Franke para que abandone su puesto de profesora tras una estimada carrera de 25 años. La medida -«un despido disfrazado en términos más aceptables», según la declaración de Franke- se deriva de su defensa de los estudiantes que se manifiestan en apoyo de los derechos palestinos.

Su ostensible delito fue un comentario en el que expresaba su preocupación por el hecho de que Columbia no abordara el acoso a los palestinos y sus aliados por parte de estudiantes israelíes que llegan al campus directamente del servicio militar, después de que estudiantes israelíes rociaran con un producto químico tóxico a manifestantes a favor de los derechos de los palestinos. Por ello, fue investigada por acoso y se determinó que infringía las políticas de Columbia. La causa real de su marcha forzada es la represión de la disidencia en Columbia a raíz de las históricas protestas contra el genocidio israelí de los palestinos en Gaza. El destino de Franke quedó sellado cuando la expresidenta de Columbia Minouche Shafik la arrojó por la borda durante su cobarde comparecencia ante el Congreso.

Pueden ver mi entrevista con Franke aquí.

A pesar de su capitulación ante el lobby sionista, Shafik dimitió poco más de un año después de asumir su cargo al frente de la universidad.

Desalojo universidad Columbia. ALLISON DINNER/ EFE

La represión en Columbia continúa, con unas 80 personas detenidas y más de 65 estudiantes expulsados tras una protesta en la biblioteca en la primera semana de mayo. La experiodista de televisión y presidenta en funciones de Columbia, Claire Shipman, condenó la protesta, declarando: «Las interrupciones de nuestras actividades académicas no serán toleradas y constituyen violaciones de nuestras normas y políticas… Columbia condena enérgicamente la violencia en nuestro campus, el antisemitismo y todas las formas de odio y discriminación, algunas de las cuales hemos presenciado hoy».

Por supuesto, el apaciguamiento no funciona. Esta caza de brujas, ya sea bajo la administración Biden o Trump, nunca se basó en la buena fe. Se trataba de decapitar a los críticos de Israel y marginar a la clase liberal y a la izquierda. Se sustenta en mentiras y calumnias, que estas instituciones siguen abrazando.

Ver cómo estas instituciones liberales, hostiles a la izquierda, son calumniadas por Trump por albergar a «lunáticos marxistas», «izquierdistas radicales» y «comunistas», expone otro fracaso de la clase liberal. Fue la izquierda la que podría haber salvado a estas instituciones o al menos haberles dado la fortaleza, por no mencionar el análisis, para adoptar una postura de principios. La izquierda al menos llama apartheid al apartheid y genocidio al genocidio.

Los medios de comunicación publican regularmente artículos y editoriales en los que aceptan acríticamente las afirmaciones de estudiantes y profesores sionistas. No aclaran la distinción entre ser judío y ser sionista. Demonizan a los estudiantes que protestan. Nunca se molestaron en informar con profundidad u honestidad sobre los campamentos estudiantiles en los que judíos, musulmanes y cristianos hicieron causa común. Rutinariamente califican erróneamente los eslóganes y las demandas políticas antisionistas, antigenocidio y proliberación palestina como discursos de odio, antisemitas o que contribuyen a que los estudiantes judíos se sientan inseguros.

Algunos ejemplos: The New York Times: Why the Campus Protests Are So Troubling; I’m a Columbia Professor. The Protests on My Campus Are Not Justice y Universities Face an Urgent Question: What Makes a Protest Antisemitic?; The Washington Post: Call the campus protests what they are; At Columbia, excuse the students, but not the faculty;The Atlantic: Campus Protest Encampments Are Unethical y Columbia University’s anti-Semitism Problem; Slate: When Pro-Palestine Protests Cross Into Antisemitism; Vox: The Rising Tide of Antisemitism on College Campuses Amid Gaza Protests; Mother Jones: How Pro-Palestine Protests Spark Antisemitism on Campus; The Cut (New York Magazine): The Problem With Pro-Palestine Protests on Campus; y The Daily Beast: Antisemitism Surges Amid Pro-Palestine Protests at U.S. Universities.

El New York Times, en una decisión digna de George Orwell, ha dado instrucciones a sus periodistas para que eviten palabras como «campos de refugiados», «territorio ocupado», «matanza», «masacre», «carnicería», «genocidio» y «limpieza étnica» cuando escriban sobre Palestina, según un memorando interno obtenido por The Intercept. Desaconseja el uso mismo de la palabra «Palestina» en textos y titulares rutinarios.

En diciembre de 2023, la gobernadora demócrata de Nueva York, Kathy Hochul, envió una carta a los rectores de universidades y escuelas superiores que no condenaban ni abordaban el «antisemitismo» ni los llamamientos al «genocidio de cualquier grupo». Les advirtió de que el estado de Nueva York les impondría «medidas coercitivas agresivas». Al año siguiente, a finales de agosto, Hochul repitió estas advertencias durante una reunión virtual con 200 dirigentes de universidades y escuelas superiores.

En octubre de 2024, Hochul dejó claro que consideraba que los lemas a favor de Palestina eran llamamientos explícitos al genocidio de los judíos.

«Hay leyes en los libros -leyes de derechos humanos, leyes estatales y federales- que haré cumplir si permitís la discriminación de nuestros estudiantes en el campus, incluso llamando al genocidio del pueblo judío, que es lo que significa ‘Del río hasta el mar’, por cierto», dijo en un acto conmemorativo en el Centro del Templo de Israel en White Plains. «No son palabras que suenen inocentes. Están llenas de odio».

La gobernadora presionó con éxito a la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY) para que retirara una oferta de empleo para una cátedra de estudios palestinos en el Hunter College que hacía referencia al «colonialismo de los asentamientos», el «genocidio» y el «apartheid».

El líder de la minoría del Senado, Chuck Schumer, en su nuevo libro «Antisemitism in America: A Warning», encabeza los esfuerzos del Partido Demócrata -que tiene un pésimo índice de aprobación del 27% en una reciente encuesta de NBC News– por denunciar a quienes protestan contra el genocidio como si llevaran a cabo «un libelo de sangre» contra los judíos.

«Cualquiera que sea la opinión de cada uno sobre cómo se llevó a cabo la guerra en Gaza, no es ni ha sido nunca la política del gobierno israelí exterminar al pueblo palestino», escribe, ignorando cientos de llamamientos de funcionarios israelíes para borrar a los palestinos de la faz de la tierra durante 19 meses de bombardeos de saturación y hambruna forzada.

La espeluznante verdad, abiertamente reconocida por los funcionarios israelíes, es muy diferente.

«Estamos desmantelando Gaza y dejándola hecha montones de escombros, con una destrucción total que no tiene precedentes a nivel mundial. Y el mundo no está deteniéndonos», se regodeaba el ministro israelí de Finanzas, Bezalel Smotrich.

«Anoche murieron casi 100 gazatíes… y eso no le interesa a nadie. Todo el mundo se ha acostumbrado al hecho de que podemos matar a 100 gazatíes en una noche durante una guerra y a nadie del mundo le importa», declaró el 16 de mayo Zvi Sukkot, miembro de la Knesset israelí, al Channel 12 de Israel.

La perpetuación de la ficción del antisemitismo generalizado, que por supuesto existe pero que estas instituciones no fomentan ni consienten, unida a la negativa a decir en voz alta lo que se está transmitiendo en directo al mundo, ha destrozado la poca autoridad moral que les quedaba a estas instituciones y a los liberales. Y da credibilidad al esfuerzo de Trump por paralizar y destruir todas las instituciones que sostienen una democracia liberal.

Trump se rodea de simpatizantes neonazis, como Elon Musk, y de fascistas cristianos que condenan a los judíos por crucificar a Cristo. Pero el antisemitismo de la derecha tiene vía libre, ya que estos «buenos» antisemitas aplauden el proyecto colonial de exterminio de los colonos israelíes, un proyecto que estos neonazis y fascistas cristianos querrían replicar sobre los marrones y los negros en nombre de la gran teoría del reemplazo. Trump pregona la ficción del «genocidio blanco» en Sudáfrica. Firmó una orden ejecutiva en febrero que aceleró la inmigración a los EE. UU. para los afrikáners, los sudafricanos blancos.

Harvard, que intenta salvarse de la bola de demolición de la administración Trump, ha sido tan cómplice de esta caza de brujas como todos los demás, flagelándose por no ser más represiva con los críticos del genocidio en el campus.

La expresidenta de la universidad, Claudine Gay, condenó el lema propalestino «Del río hasta el mar, Palestina será libre», que reivindica el derecho a un Estado palestino independiente junto a Israel, por tener «significados históricos específicos que para mucha gente implican la erradicación de los judíos de Israel».

En enero de 2024, Harvard endureció sustancialmente su normativa relativa a las protestas estudiantiles y aumentó la presencia policial en su campus. Prohibió la graduación de 13 estudiantes, alegando supuestas infracciones de la normativa relacionadas con su participación en una acampada de protesta, a pesar de un acuerdo anterior para evitar medidas punitivas. Puso a más de 20 estudiantes en situación de «baja involuntaria» y, en algunos casos, los desalojó de sus viviendas.

Estas políticas se reprodujeron en todo el país.

Desde el 7 de octubre de 2023, las capitulaciones y represión contra el activismo propalestino, la libertad académica, la libertad de expresión, las suspensiones, expulsiones y despidos no han librado a los colegios y universidades estadounidenses de nuevos ataques.

Desde que Trump asumió el cargo, al menos 11.000 millones de dólares en subvenciones y contratos federales de investigación han sido recortados o congelados en todo el país, según NPR. Esto incluye a Harvard (3.000 millones), Columbia (400 millones), la Universidad de Pensilvania (175 millones) y Brandeis (entre 6 y 7,5 millones anuales).
El 22 de mayo, la administración Trump intensificó sus ataques contra Harvard al poner fin a su capacidad de inscribir a estudiantes internacionales que representan alrededor del 27% del alumnado.

«Esta administración está responsabilizando a Harvard por fomentar la violencia, el antisemitismo y coordinarse con el Partido Comunista Chino en su campus», escribió Kristi Noem, secretaria del Departamento de Seguridad Nacional en X, al publicar capturas de pantalla de la carta que envió a Harvard revocando la inscripción de estudiantes extranjeros. «Que esto sirva de advertencia a todas las universidades e instituciones académicas del país».

Harvard, como Columbia, los medios de comunicación, el Partido Demócrata y la clase liberal, interpretaron mal el poder. Al negarse a reconocer o nombrar el genocidio en Gaza, y perseguir a quienes lo hacen, proporcionaron las balas a sus verdugos.

Y ahora están pagando el precio de su estupidez y de su cobardía.

* Nota original: Trump’s Useful Idiots.
– Traducido por Sinfo Fernández en Voces del Mundo.
Chris Hedges
es un escritor y periodista ganador del Premio Pulitzer. Fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times.

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