Mali: la mentira de la intervención humanitaria

Mali: la mentira de la intervención humanitaria
Una ya hace tiempo, demasiado, que sabe que los movimientos en el damero donde se juegan las partidas geopolíticas y culminan, en forma de guerras o genocidios, los planes largamente gestados por los gobernantes que repentinamente se erigen representantes de “la ciudadanía” y “de la intervención con fines humanitarios”, son en realidad movimientos que esconden intereses. Siempre ha sido así, con lo que no debería producirnos ni el mínimo asombro. Tras una guerra siempre ha habido una boca que vende y una mano que compra: Vietnam, guerras eternas y eternizadas (como la que propicia Israel sobre el pueblo palestino o la guerra encubierta, descarada e inadmisible que los USA realizan contra Cuba) Libia, Irán, Siria, Sudán, Kosovo, Sierra Leona, Congo, Mali y un etcétera que jamás va a cesar porque no cesa el hambre de poder y las interesadas transacciones económicas que forman las bambalinas de los enfrentamientos bélicos. Tradicionalmente, las guerras enfrentaban países, territorios, impulsados por la defensa de una identidad, la rebelión contra la construcción externa de esa realidad robada o por la conquista de territorios lindantes. En la era contemporánea, las guerras han ido convirtiéndose en un eufemismo, un laboratorio de ensayo de nuevas armas y estrategias, incluido el desarrollo hasta cotas increíbles del terrorismo mediático como el mejor pestillo para cerrar la fase inicial del conflicto, el preparar ideológicamente a la sociedad para que asuma como inevitable, lógico e incluso beneficioso, el conflicto y las muertes civiles que conlleva. Desde hace unas décadas, las guerras encubren tratos económicos, tráfico de armas, intereses imperialistas no por motivos étnicos o religiosos (ese el disfraz con el que quieren los políticos vestir las guerras actualmente) sino por aseguramiento de la posesión de fuentes de energía y riqueza, petróleo, electricidad.
 
La guerra del Golfo significó no solo un inmejorable escenario, preparado de modo cuidadoso con atrezzo falso y todos los ingredientes con los que caracterizaríamos a las nuevas guerras. Significó un ejemplo óptimo de planificación de la estrategia social previa  a la guerra: el mundo entero creyó en la madre de todas las guerras y el todo social la concibió, tras las convenientes acciones del terrorismo mediático, tan útil y certero como los drones, como una cuestión social, un deber del mundo para salvar a un país de un monstruo. Unió a unos y a otros, a quienes miraron absortos, aliviados y emocionados, la muerte de civiles, cayendo como moscas muertas en las pantallas de televisión, porque cualquier cosa valía, todo era lícito, para conseguir salvar a otros, a un pueblo que, hasta la fecha de la guerra, no nos había importado lo más mínimo. A partir de ella, una telenovela, ciertamente sangrienta y letal, con un aparente final feliz, escrita tras un guión firmado por americanos y europeos, nunca más una guerra conservó su perfil tradicional. Aquella madre de todas las guerras pario hijos de muerte, más preparados si cabe para el genocidio y la aniquilación: los países ya no se enfrentarían entre ellos para generar una guerra. Eso quedó atrás. Un país comenzó a ser susceptible de formar parte de la lista de posibles escenarios de un conflicto bélico si cumplía uno de los requisitos de un perfil, silenciado, no aceptado oficialmente, pero obvio, resumido, en dos puntos principales:
 
– Poseer yacimientos de petróleo, diamantes, uranio, plantas productoras de energía eléctrica;
 
– Estar situado (el azar les dispuso en territorio estratégico, los llamados enclaves prioritarios) en puntos clave por los que  se accede a países con potencial energético o son zonas de paso para el comercio;
 
– Ofrecer buenas perspectivas para empresas, relacionadas con los políticos que darán el pistoletazo de salida para empezar el conflicto, que “reconstruirán” el país que, premeditadamente, quedará asolado.
 
Y empieza el juego, una partida del póker en la que la banca siempre gana. Se introducen elementos que, hasta la guerra del Golfo no habían sido utilizados con excelsa maestría:
 
Se ven las guerras como…
 
– Una oportunidad de incalculable valor para justificar los presupuestos millonarios, pagados por los ciudadanos que, como es de suponer, no participan en las decisiones sobre el conflicto, que sustentan las  aberrantes transacciones militares y tráfico de armamento que se autorizan en determinados organismos e instituciones, verdaderas empresas de la muerte, como la OTAN.
 
– El marco que socialmente hará creíble la necesidad de crear bases militares con las que trazar la cartografía que sustentará posteriores conflictos, una telaraña de conexiones mortales en las que espera la tarántula venenosa imperialista.
 
Pero el mundo está en crisis, ha sido paulatinamente llevado a una aparente crisis. Digo aparente porque la crisis no es real para los gestores de la guerra: son más las oportunidades de negocio, los planes de inversión en países derruidos, a un coste mínimo, que después darán sus frutos, cuando ellos, los que iniciaron la guerra, lo decidan. En un mecanismo curioso, pero ya demasiado frecuente, en el mundo decrecen, aparentemente, los recursos, pero crecen, por el contrario, los intereses y el hambre de los gobiernos, aliados con extraña facilidad cuando se trata de clavar la cuchara en una guerra. Y tienen que inventar, diseñar planes les llaman ellos, nuevas formas de invasión. Y encuentran un filón magnifico, que enternece al ciudadano, el mismo que lloró y se emocionó, como en una final apoteósica de una importante liga de futbol, con la caída de la estatua de Hussein: la llamada intervención humanitaria, la tapadera menos creíble y más voraz para impulsar, costear y avivar una guerra.
 
Tradicionalmente, el gobierno americano era el que se ponía, con frecuencia periódica, ese uniforme de héroe de Marvel Group y, sin dudarlo, desinteresadamente se embarcaba en guerras para ayudar a un amigo indefinido contra un enemigo, indefinido también. Desde hace unos años, al guerrero sin antifaz americano le ha salido un amigo sincero: una esquizoide Europa, una medusa de tantas cabezas como estados poderosos que se devoran entre sí, pero que, al toque desafinado del banjo del Tío Sam, se une para acompañarle en cruzadas que, obviamente, esconden intereses económicos y energéticos. Es la misma Europa que debe favores al Tío Sam, que no ha acabado de digerir, aunque lo lleva fingiendo mucho tiempo,  que su pasado de “ama de colonias y territorios de salvajes africanos” terminó hace mucho. Es la mima Europa que mira hacia otro lado ante los desahucios, los suicidios por hambre, la guillotina creciente del paro. Es la misma Europa que, misteriosamente, se unió como una secta para apoyar el genocidio de Libia. La misma que ensaya el Himno de la Amistad que precede a la intervención, por motivos humanitarios, de Mali.
 
El terrorismo mediático, muy bien definido por Alfredo Oliva como  el protocolo o acción previamente diseñada en la que se utilizan los medios de comunicación nacionales e internacionales (prensa, radio, televisión, cine, Internet, redes sociales, celulares, vallas, etc.) para crear atmósferas y/o sembrar miedo, odio y terror en la población con el propósito de desestabilizar y/o derrocar gobiernos, destruir su economía, destruir liderazgos, horadar apoyos populares, provocar confrontaciones violentas entre la población, guerras civiles, etc., prepara el terreno, abona la programación ideológica y mental, mostrando, es el caso de Mali,  imágenes de un país que vive en la pobreza y que, sospechosamente, no nos había importado en lo más mínimo, ni había despertado el instinto maternal de la vieja Europa, hasta que empezó a correrse la voz, entre el grupo de amigachos europeos-americanos de los negocios de la guerra, que Mali cumplía a la perfección el perfil de próximo escenario de guerra.
 
Es una vergüenza que nos lleven con ellos, que con su inercia nos arrastren a contemplar y consentir una guerra que esconde EXCLUSIVAMENTE la pretensión de apropiarse del URANIO de Mali. La burla adquiere dimensiones insoportables, cuando además, nos obligan a escuchar sus evangelizadores voces: “Francia solo lleva a Mali valores. No nos mueve ningún otro interés, ni mucho menos ningún motivo económico”, ha dicho Hollande, vocero de la secta del grupo de amigos-de-la guerra, en un acto que yo considero, además de una burla, un ejemplo de terrorismo político, mucho más peligroso que esa invención-exageración de los terroristas islamistas asesinos, necesaria para que los que lloraron e hicieron la ola cuando Hussein fue ejecutado vuelvan a ponerse en pie y se propinen golpes de pecho ¿De dónde han salido los terroristas islamistas y todos los –istas que caben en las etiquetas de la muerte? ¿Han estado hibernando mientras ustedes no hacían ni caso de ellos y no sentían la necesidad de “protegernos” de ellos?
 
Me ha avergonzado, ya no debería provocármelo ningún ejemplar de la especie corrupta del politicus oficinalis vulgaris,  escuchar a Hollande burlarse del nosotros social. Francia solo lleva a Mali valores. Será el valor de la muerte, el valor del negocio, del expolio, del asesinato, de la violencia. Siento vergüenza mientras intento protegerme de la campaña europea que se pone en marcha para que veamos como salvación la muerte que llevamos al continente africano, pero no me escandalizo demasiado de la caradura, deshonestidad y falta de ética que Hollande y los suyos esconden, incluido el político-empresario-maquiavélico que gobierna Españistán, y que de repente, en nombre de la mayoría electoral, que no suelta ni un segundo, ha decidido colaborar con la intervención de Francia en Mali con el beneplácito, extremadamente ágil si lo comparamos con las medidas contra desahucios y otras “necesidades del pueblo”, del Consejo de Ministros -lo que pase con los españoles le importa un bledo ahora que hay en Mali negocios a la vista.
 
No me escandalizo porque, para cara dura e hipocresía, nos deberían servir las palabras-aviso de las Santísimas Naciones Unidas (otra secta de mentiras) que se atreven a incluir en su página oficial, bajo el  irónico epígrafe PAZ Y SEGURIDAD, las mentiras encubiertas que cito a continuación:
 
“La principal motivación para la creación de las Naciones Unidas, cuyos fundadores vivieron la devastación de dos guerras mundiales, fue salvar a las generaciones venideras del azote de la guerra. Desde que se fundó, se ha pedido con frecuencia la colaboración de la ONU para prevenir que las disputas desencadenen guerras, para ayudar a restaurar la paz en conflictos armados que ya hayan estallado, y para promover la paz duradera entre las sociedades que salen de las guerras. El Consejo de Seguridad, la Asamblea General y el Secretario General desempeñan papeles muy importantes y complementarios a la hora de promover la paz y seguridad. A lo largo de estas décadas, la ONU ha contribuido a erradicar numerosos conflictos. A menudo, lo ha conseguido gracias a las acciones del Consejo de Seguridad, el órgano que, como establece la Carta de las Naciones Unidas, tiene como principal responsabilidad mantener la paz y la seguridad internacionales. Cuando se presenta ante Consejo la queja de que alguna situación pone en peligro la paz, el primer paso suele ser recomendar a los involucrados que lleguen a un acuerdo de forma pacífica. En algunos casos, el propio Consejo lleva a cabo tareas de investigación y mediación. Puede enviar a representantes especiales, o pedir al Secretario General que participe o que interponga sus buenos oficios. También puede establecer sucesivas bases para lograr un acuerdo pacífico. Cuando una disputa desencadena la lucha, la primera preocupación del Consejo es que conseguir que termine lo antes posible”.
 
* Publicado en La Mosca Roja
 

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