Metamorfosis en el Ártico

Metamorfosis en el Ártico

Cuando el papa Bergoglio despertó una mañana tras un sueño inquieto, se encontró en su cama convertido en una horrible oruga (1). Yacía sobre el blando carapacho de su espalda, y veía, al alzar un poco la cabeza, su vientre arqueado y oscuro, surcado por encorvadas callosidades, cuya prominencia apenas podía aún sostener la colcha. Muchas patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor del resto del cuerpo, le centelleaban desesperadas ante los ojos.

Madre Inuit con niño. Antiguo dibujo de J. White

Su mansión, aparecía como de ordinario, entre sus cuatro bien conocidas paredes. Por encima de la mesa sobre la cual estaba esparcido un muestrario de encíclicas –Bergoglio era viajante de hostias en el mercado de futuros-, reposaba en un lindo marco dorado la estampita que recortó de una hoja parroquial. Representaba una esquimal con un gorro de piel, envuelta en una boa también de piel, y que, muy erguida, alzaba contra el feligrés un amplio manguito, igualmente de piel.

“¡Ay Dios! –pensó–. ¡Qué agotadora profesión he elegido! Un día tras otro siempre de viaje. La preocupación de los negocios es mucho mayor cuando se trabaja en las misiones que si se trabaja en la misma diócesis y no hablemos de esta plaga de los viajes: cuidarse de los aviones, demasiadas comidas protocolarias, relaciones que cambian con frecuencia, que no duran nunca, que no llegan nunca a ser verdaderamente cordiales… ¿Por qué estaré condenado a trabajar en una casa en la cual la más mínima ausencia despertaba inmediatamente las más serias sospechas? ¿Acaso los frailes y empleados, todos en general y cada uno en particular, no son sino unos pillos?”.

Para incorporarse, la dificultad estaba en la extraordinaria anchura de Bergoglio. Habría necesitado de los brazos y las manos; pero, en su lugar, tenía sólo innumerables patitas en constante agitación y que eran imposibles de controlar. Si intentaba encoger alguna, ésta era la primera en estirarse; y si al fin lograba con esta pata el movimiento deseado, todas las demás trabajaban como liberadas en febril y doloroso desorden… los lóbulos de sus patas tenían una especie de viscoso pegamento. “No conviene estar de ocioso en la cama”, se dijo Bergoglio.

Intentó salir del tálamo pontificio pero calculó mal la dirección dándose un golpe tremendo contra los pies de la cama y el dolor que esto le produjo le demostró que aquella parte inferior de su cuerpo –el bajo vientre- era, precisamente en su nuevo estado, la más sensible… volvió a ver sus patitas presas de una excitación y comprendió que no disponía de medio alguno para poner orden y serenidad en tal arbitrariedad. No se preocupó por los dolores en el abdomen. Se dejó caer contra el respaldo de una poltrona cercana, a cuyos bordes se agarró fuertemente con sus muchas zancas:

“La voz me ha cambiado; quizá sólo es el preludio de un resfriado mayúsculo, la enfermedad profesional del viajante de comercio”… Sus palabras resultaban ininteligibles, lanzó un ligero carraspeo, tomándose a hacerlo muy ahogadamente por temor a que también este ruido sonase a algo que no fuese una tos humana, cosa que ya no tenía seguridad de poder distinguir.

Quería decirle al Gerente: “Puede uno tener un momento de incapacidad para el trabajo; pero es precisamente entonces cuando deben recordar lo útil que uno ha sido y pensar que, una vez pasado el impedimento, se volverá a ser tanto o más activo y se trabajará con mayor celo… tengo que atender a mis indiecitos. Hoy me encuentro en un grave aprieto, pero trabajaré para salir de él. Señor Gerente, póngase de mi parte pues el Gran Amo se equivoca con frecuencia desfavorablemente respecto de un empleado… Ya sé que mis indiecitos no me quieren; todos creen que gano dinero a espuertas montones y que me doy la gran vida.”

Un anciano de Naujaat, mencionó a un etnógrafo varios insectos beneficiosos, entre ellos la oruga qukluriak. Otro le contó que el Héroe Kiviuq había logrado escapar de la Gran Abeja pero que aún tenía que revolver el cúmulo de lo que ellos llaman qupirrui. Lo primero era solucionar el problema de que dos colosales ausivaluit, orugas gigantes, corrían sobre sus peludas patas tratando de robarle su kayak.

Sor Regina María, su madre, no obstante hallarse tan sumida en sí, al ver al monstruo dio de pronto un brinco y se puso a gritar, extendiendo los brazos y separando los dedos: “¡Socorro! ¡Por amor de Dios! ¡Socorro!”

Las patitas de uno de los lados colgaban en el aire, y las del otro eran dolorosamente prensadas contra el suelo… En esto, el Gran Amo le dio por detrás un golpe enérgico y salvador, que lo precipitó dentro del cuarto, sangrando en abundancia. Luego la puerta fue atascada con el bastón divino y todo volvió por fin a la calma aunque, por culpa de sus prodigadas rodillas, cojeaba, alternativa y simétricamente, sobre cada una de sus dos filas de piernas.

Su hermana sor Angustias le trajo un surtido completo de alimentos y los extendió sobre un periódico viejo: allí había legumbres medio podridas; huesos de la cena de la víspera rodeados de salsa blanca cuajada, pasas y almendras, un panecillo duro y un pedazo de queso que, dos días antes, Bergoglio había declarado incomestible. Los alimentos frescos no le gustaban; su olor mismo le era insoportable.

Los Ivaluardjuk cuentan que una mujer adoptó una oruga como si fuera su hija. La alimentaba con la sangre de sus axilas. La acariciaba en su regazo y la cantaba nanas: “Pequeñita, me traerás nieve cuando crezcas. Pequeñita, me traerás carne cuando seas mayor”. Según los Cooper Inuit, en una versión del mito de Kiviup, la Mujer Oruga es sustituida por el Abejorro como una mujer caníbal que intenta comerse al Héroe (2)

Iqaluit, capital de Nunavut. Trilingüe, con alfabeto inuit

El hospital de enfrente, cuya visión demasiado imperativa había maldecido con frecuencia, ya no lo divisaba; y de no haber sabido que vivía en una calle tranquila, aunque urbana, hubiera podido creer que su ventana daba a un desierto en el cual se fundían indistintamente el cielo y la tierra, grises por igual.

Sor Regina María quiso entrar en el cuarto de Bergoglio y fue menester impedírselo por la fuerza. Cuando exclamaba “¡Déjenme entrar a ver a Jorge Mario! ¡Pobre hijo mío! ¿No comprenden que necesito entrar a verle?”, éste pensaba que tal vez conviniera que su madre entrase a verle.

Para distraerse, fue adquiriendo la costumbre de trepar zigzagueando por las paredes y por el techo. En el techo, particularmente, era donde más a gusto se encontraba; aquello era cosa harto distinta que estar echado en el suelo; allí arriba se respiraba mejor y el cuerpo se sentía agitado por una ligera vibración.

Interior de un iglú tradicional

Le llamó la atención, en la pared ya desnuda, el retrato de la esquimal envuelta en pieles. Trepó, precipitadamente hasta allí y se agarró al cristal, cuyo contacto calmó el ardor de su vientre. Al menos esta estampa que él tapaba ahora por completo, no se la quitarían.

Bergoglio se pasaba horas enteras con la mirada puesta en ese traje de ordenanza, lustroso y lleno de lamparones pero con los botones dorados siempre relucientes, dentro del cual su viejo padre dormía bastante incómodo, aunque tranquilo.

Escultura inuit de un parásito cualquiera

El tren de la casa se redujo cada vez más. Se despidió a la criada y se la sustituyó en los trabajos más duros por una asistenta, una especie de gigante huesudo, con un nimbo de cabellos blancos en torno a la cabeza… Esta viuda, bastante crecida en años y a quien su huesuda constitución debía haber permitido resistir las mayores amarguras, no sentía hacia Gregorio ninguna repulsión propiamente dicha. Incluso le llamaba, con palabras que sin duda creía cariñosas como: “¡Ven aquí, bicharraco! ¡Vaya con el pedazo de bicho este!”. Las paredes estaban cubiertas de mugre, y el polvo y la basura se amontonaban en los rincones.

Un día, Bergoglio se irritó a tal punto que se volvió contra la asistenta, lenta y débilmente, pero en disposición de atacar. Ella, en vez de asustarse, se limitó a levantar en alto una silla que estaba junto a la puerta y se quedó en esa actitud, con la boca abierta de par en par, demostrando su propósito de no cerrarla hasta después de haber descargado sobre la espalda de Bergoglio la silla que apretaba en las manos. –¿Con que no seguimos adelante? –preguntó al ver que Gregorio retrocedía. Y tranquilamente volvió a colocar la butaca en el rincón.

El esposo de una Inuit no salía de casa. Se sentaba en la cama para peinar y recortar las lámparas. Dentro, se estaba muy calentito. El joven se quitó la camisa. Un día, a la Oruga la entró hambre pero la mujer estaba fuera y no podía amamantarla con su propia sangre. Oruga salió de su cama y comenzó a chupar sangre del costado del joven esposo quien se sintió herido y arrojó a Oruga a los perros. Les oyó aullar por las picaduras de Oruga. No terminaron hasta que Oruga fue devorada. Su sangre se derramó por el porche y por las pieles.

Minería del oro en la región autónoma de Nunavut. Baffinland y Agnico son sus principales multinacionales

Por su mente volvieron a cruzar, tras largo tiempo, el Gran Amo y el Gerente, el diácono y el monaguillo, dos o tres amigos que tenía en otras diócesis, una camarera de una fonda provinciana y un recuerdo amado y pasajero: el de una cajera de una sombrerería a quien había formalmente pretendido, pero sin bastante apremio… Todas estas personas se le aparecían confundidas con otras extrañas hacía tiempo olvidadas; mas ninguna podía prestarle ayuda, ni a él ni a los esquimales.

Uno de los cuartos de la casa había sido cedido a tres mineros del oro. Estos señores, muy formales los tres usaban barba, según comprobó Bergoglio una vez por la rendija de la puerta, cuidaban de que reinase el orden más escrupuloso no sólo en su propia habitación, sino en toda la casa.

Escultura inuit de la oruga del oso lanudo del Ártico.

A Bergoglio le resultaba extraño percibir siempre, entre los diversos ruidos de la comida, el que los dientes hacían al masticar, como si quisiesen demostrarle que para comer se necesitaban dientes y que la más hermosa mandíbula –la suya-, desposeída de dientes, de nada puede servir. “¡Que apetito tengo! –se decía- Pero no son éstas las cosas que me apetecen…¡Como comen estos huéspedes! ¡Y yo, entre tanto, muriéndome!”

Cuando la mujer regresó, preguntó a su esposo: “¿Es ésta la sangre de la oruga?”. Miró en sus pantalones y notó que la oruga había desaparecido. El esposo la contó lo ocurrido y la contestó: “No era humana. ¿Por qué quisiste criarla?”. Ella gritó, se acostó en la cama y murió enseguida

¡Qué bien tocaba el violín la hermana! Con el rostro ladeado seguía atenta y tristemente leyendo la pauta de música. Bergoglio salió de su pieza para escucharla; se arrastró hacia adelante y mantuvo la cabeza pegada al suelo, tratando de encontrar con su mirada la mirada de la hermana. ¿Acaso era un animal, que la música tanto le impresionaba?

Una de las dos especies de la oruga Gynaephora groenlandica

Al ver al monstruo que se les acercaba, los mineros pidieron explicaciones al Gerente padre. Alzaron a su vez los brazos al cielo, se pellizcaron la barba con un gesto inquieto y no retrocedieron sino con mucha lentitud hasta su habitación… “Comunico a ustedes –dijo el líder-, que, en vista de las repugnantes circunstancias que en esta casa y familia ocurren, en este mismo momento me despido. Claro está que no he de pagar lo más mínimo por los días que aquí he vivido; antes al contrario, meditaré si he de exigir a usted alguna indemnización”.

Una mujer adoptó una Oruga y la amamantó; así logró que creciera. Al final se hizo muy grande, y cada vez que salía, su madre tenía que dejarla atada al banco. Era una oruga peluda y con un aspecto terrible. Un día, sin embargo, al oír los gritos de unos niños, se soltó de sus cadenas y escapó, salió tras ellos y devoró a un pequeñín.

–Queridos padres –dijo la hermana–, esto no puede continuar así, me doy cuenta de ello. Ante este monstruo, no quiero ni siquiera pronunciar el nombre de mi hermano sólo diré esto: es forzoso intentar liberarnos de él… ¿Cómo puede ser esto Bergoglio? Si así fuese, ya hace tiempo que hubiera comprendido que no es posible que seres humanos vivan en comunidad con semejante bicho… Este animal nos persigue, echa a los huéspedes y demuestra que quiere apoderarse de toda la casa y dejarnos en la calle.

En 1824, un militar escribió: “He descubierto que las mujeres Inuit temen a las orugas. No logré que ninguna tocara a las que tengo guardadas en una caja”.

Bergoglio apenas si notaba ya una manzana podrida que tenía en la espalda ni tampoco la inflamación revestida de blanco por el polvo. Se hallaba aún más firmemente convencido que su hermana de que tenía que desaparecer (3). Y en tal estado de apacible meditación e insensibilidad apuntó el alba. Luego, a pesar suyo, su cabeza se hundió por completo y su hocico despidió débilmente su último aliento (4) .

El cuerpo de Bergoglio aparecía completamente plano y seco porque ya no lo sostenían sus patitas y ninguna cosa distraía sus miradas.

Mitos inuit contados por antropólogos.
La adopción de Oruga como paliativo de la esterilidad.

Franz Boas en Baffin Island 1883-1884

Boas. Principalmente, Bulletin American Museum of Natural History, vol. XV, 1901. La segunda hija de Uumarnituq se había casado con un jovenzuelo demasiado niño para procrear. Pero seguía queriendo tener un bebé. Al final, encontró una miqqulingiaq [una oruga peluda] a la que permitió chupar su propia sangre humana. A partir de ahí, necesitaba mucha comida, tanta que se la tenía que pedir a sus vecinos. Su esposo era tan joven que todavía no sabía cazar focas.

Cuando hubo comido lo suficiente, la mujer volvió a su casa para amamantar con su sangre a la oruga. Pero, mientras estaba fuera, dejó a la Oruga en sus escarpines y en una de las piernas de su pantalón. La Oruga crecía y crecía hasta que, finalmente, rellenó por completo sus calcetines y sus pantalones. Cuanto más crecía, más a menudo tenía la mujer que mendigar más comida.

Su esposo no salía de casa. Se sentaba en la cama para peinar y recortar las lámparas. Dentro, se estaba muy calentito. El joven se quitó la camisa. Un día, a la Oruga la entró hambre pero la mujer estaba fuera. Salió de su cama y comenzó a chupar sangre del costado del joven esposo quien se sintió herido y arrojó a Oruga a los perros. Les oyó aullar por las picaduras de Oruga. No terminaron hasta que Oruga fue devorada. Su sangre se derramó por el porche y por las pieles [en otras versiones, es el nieto quien arroja Oruga a los perros]

Cuando la mujer regresó, preguntó a su esposo: “¿Es ésta la sangre de la oruga?”. Miró en sus pantalones y notó que la oruga había desaparecido. El esposo la contó lo ocurrido y la contestó: “No era humana. ¿Por qué quisiste criarla?”. Ella gritó, se acostó en la cama y murió enseguida (Boas, 1901)

Ounoukpok (=coito), cuna de gato infantil

Rasmussen. Varias publicaciones. Por haberlo aprendido de niño en la misión luterana que sus padres regían en Groenlandia, el danés Knud Rasmussen hablaba correctamente el Inuit. Por su dominio de los dialectos del idioma inuit, puede añadir dos variantes al mito de la Oruga: entre los Inuit Ivaluarjuk contada por los Inuit Iglulik, la mujer llora copiosamente pero no muere. Y, en la Inukpasujjuk, la mujer tampoco muere sino que adopta a un osezno.

“Una mujer adoptó una larva y la amamantó; así logró que creciera. Al final se hizo muy grande, y cada vez que salía, su madre tenía que dejarla atada al banco. Era una larva peluda y con un aspecto terrible. Un día, sin embargo, al oír los gritos de unos niños se soltó de sus cadenas, escapó, salió tras ellos y devoró a un pequeñín. Las gentes del lugar quedaron horrorizadas, pero la mujer se negaba a darle muerte, porque era su hija. Finalmente, los hombres se emboscaron junto a la boca del pasadizo que conducía a su casa e hicieron gritar a los niños. Cuando la larva salió corriendo, la mataron. Le habían cogido miedo por comerse a un niño.” (Narrado por Tâterâq; libro de divulgación editado en España donde oruga se traduce por larva)

Los Ivaluardjuk le cuentan que una mujer adoptó una oruga como si fuera su hija. La alimentaba con la sangre de sus axilas. La acariciaba en su regazo y la cantaba nanas: “Pequeñita, me traerás nieve cuando crezcas. Me traerás carne cuando seas mayor”.

Otras variantes: los Caribou Inuit sostienen que Oruga no bebió sangre sino que bebió leche de los pechos de su madre adoptiva. Según los Polar Inuit, la mujer adopta a un gusano a quien, finalmente, echa a los perros. Todas las narrativas insisten en que esos bichos son parásitos; pueden adoptarse pero sólo pueden vivir parasitando al cuerpo humano. Son de temer. Según los Cooper Inuit, en una versión del mito de Kiviup, la Mujer Oruga es sustituida por el Abejorro como una mujer caníbal que intenta comerse al Héroe.

Joannes Rivoire, oblato, ahora con 91 años escondido en Francia

Un anciano de Naujaat, le mencionó varios insectos beneficiosos, entre ellos la oruga qukluriak. Otro le contó que el Héroe Kiviuq había logrado escapar de la Gran Abeja pero que aún tenía que revolver el cúmulo de lo que ellos llaman qupirrui. Lo primero era solucionar el problema de que dos colosales ausivaluit, orugas gigantes, corrían sobre sus peludas patas tratando de robarle su kayak.

Otro explorador: en 1824, el capitán Lyon reportó que los gusanos (qumait) y las orugas están íntimamente relacionadas: “He descubierto que las mujeres Inuit temen a las orugas. No logré que ninguna tocara a las que tengo guardadas en una caja”.

Noticia. Canadá ha pedido a Francia la extradición de Joannes Rivoire, un misionero acusado de muchos delitos contra los niños/as encerrados en los internados.

Estas notas surgieron tras una primera lectura de la etnografía inuit –es decir, que no comenzaron con Kafka. Los textos de la Primera Parte, están copiados literalmente de Kafka, La Metamorfosis, 1915. Sólo se han cambiado los nombres propios y se ha actualizado a la visita penitencial del Papa Francisco (Canadá, Nunavut, julio 2022) Intercaladas con otro tipo de letra, las etnografías de Boas y de Rasmussen.

Notas:
1.- Seguramente, una de las dos variedades de Gynaephora groenlandica, conocidas como la oruga del oso lanudo del Ártico o del Arctic woolly bear. Esta oruga peluda recibe varios nombres según la localidad: qulluriaq o miquligia en Iqaluit; koglogiak en Kugluktuk; autviq en Taloyoak; miqquligiaq en Clyde River. Asimismo, una oruga peluda es aabjiq y una lampiña, quglugiaq. Muchas orugas son urticantes pero no ésta. Pero hay muchas variedades, mitológicas y biológicas: en 1931, el fundador de la Esquimología, Knud Rasmussen, publicó un dibujo de “Afserssuaq, the giant caterpillar, enormous and frightful.
2.- En algunos sitios inuit, existía la poliandria –en otros, la esposa pasa a vivir en la casa de la familia de su esposo (patrilocalidad). En Hudson Strait, Smith Sound y Ponds Bay, las mujeres acostumbraban a portar sus niños dentro de sus enormes botas articuladas con aros de hueso de ballena (Boas, 1901) Asimismo, los Tuniit, antepasados míticos de los Inuit, se entrenaban para ser veloces “llenando sus botas con todo tipo de insectos y de orugas que prosperaban comiéndose la carne humana”
3.- La tasa de suicidio entre los Inuit, una de las mayores del mundo, es 10 veces superior a la tasa nacional de Canadá.
4.- Entre los Ivaluarjuk, en un mito contado por los Inuit Iglulik, la mujer oruga llora copiosamente pero no muere. Y, en la comarca Inukpasujjuk, Oruga tampoco muere sino que adopta a un osezno. Hay más versiones

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