Mi derecho a disentir
Tengo derecho a disentir, es simple.
Somos muchos los que estamos en esta acera asustados con el porvenir de las ideas fulgurantes, con la libertad de expresión, con el destino de la palabra única, emancipadora.
Es frecuente encontrar a personas que defienden estas fronteras imposibles porque creen firmemente que todo vale, que todo ruido es música, que con un sólo pensamiento se combate el pensamiento único y cuando alguien discrepa del buenrollismo, saltan a la yugular.
Tengo derecho a disentir, es simple.
Me tomo muy en serio las luchas, los riesgos que asumen los pueblos, me tomo muy en serio el hambre, las cárceles, las huelgas.
Por eso discrepo de la mediocridad puesta en venta en las plazas, me escuecen los mesías contemporáneos que se hidratan con acuarius caritativos y dicen estar en huelga de hambre hasta que su salud empiece a correr peligro, porque la salud, dicen, es sagrada.
Discrepo de todo esto, no por capricho, no por pataleta, no por creer que tengo una vara para medir la corrección ni la pureza
Simplemente lo hago porque admiro a esa parte de la humanidad que sí están expuestos a las rejas, al plomo, al desahucio, a la censura, a la barbarie, por respeto a todos esos seres, casi siempre anónimos, que van edificando con ternura y lucha un mundo mejor.
Y sobre todo, porque la lista de muertos en huelgas de hambre, de obligados a comer, de torturados, es larga.
Sus nombres me pesan como una piedra inmensa.
Viñeta de J. Kalvellido