Mitologías con paramilitares
Por Nònimo Lustre. LQSomos.
En los años 1960’s leíamos que las sociedad israelí se articulaba con varios estratos de judíos. Los askenazis eran los más poderosos seguidos a larga distancia por los sefardíes y por otros sumandos cuya judeidad era controvertida –i.e., los falasha etíopes. Como grupo con menor poder, estaban los Sabra, entonces definidos como los auténticos indígenas es decir, como judíos que habitaban Palestina “desde tiempo inmemorial”. Hoy, los Sabra son políticamente más poderosos incluso que los askenazi. No era extraño que los Sabra fueran los aherrojados sino algo completamente habitual porque así lo acostumbra el estigma de lo indígena pero nos intrigó que unos indígenas ascendieran en pocos años de la nada a las poltronas. Pronto percibimos que los Sabra actuales, aunque se crean herederos de los antiguos Sabra -en unos pocos casos lo son biológicamente hablando- no tienen mayor relación con ellos. Principalmente porque no existe ninguna caracterización de los viejos Sabra. No sabemos quiénes eran ni etnográfica ni etnohistórica ni geográfica ni, probablemente, desde el no-tan-infalible punto de vista genético o del ADN. Sin embargo, es natural creer que, en Palestina, siempre hubo indígenas si por ello entendemos gentes que vivieron allí como colectividad identificable étnicamente no sólo por su lengua. Por todo ello, nos preguntamos, antes de que, en 1948, se declarara la independencia del Estado de Israel ¿Quiénes habitaban esa tierra?
Para responder a esta pregunta sería inútil remontarnos hasta los homínidos o hasta el Paleolítico. Será suficiente con observar el final de la Edad de Bronce, concretamente el período Amarna. In illo tempore, la minúscula porción de tierra que se conocía como Palestina estaba dominada por cinco potencias: Egipto, Ḫatti (Hititas), Babilonia, Mittani (Ḫurri o Ḫanigalbat) y, tras el colapso de este última, Asiria. Controlada Siria-Palestina por el imperio egipcio desde las campañas expansionistas de Tutmosis III, esos poderes subordinados se organizaban en las primeras ciudades sin fortificaciones regidas por unos mlk que han pasado indebidamente a la posteridad como reyes. La excesiva relevancia acordada a los mlk –repito-, señala la ideología monárquica de este período y de los subsiguientes en especial el predominio del ideal babilónico del imposible šar mīšarim o rey justo, tan frecuente en el Viejo Testamento (VT).
Seguramente, una manera expedita de rastrear en aquel maremágnum imperial a los indígenas ‘palestinos’ es guiarnos por las lenguas. Aquellas taifas gozaban de lenguas propias. El acadio y el cananeo-acadio eran la lingua franca pero también se hablaba hurrita, hitita, chipriota-minoico y egipcio. Fueron idiomas escritos con varios alfabetos lo cual es relevante puesto que la ligazón interna del Imperio dominante comenzó a centrarse en el lenguaje escrito con la grafía –a menudo cuneiforme- como litterae francae. En este sentido, el VT es una ayuda menor porque, independientemente de que su condición de palimpsesto lo invalida a menudo, no aclara si los pueblos mencionados –cananeos, samaritanos, amorreos, etc.-, son pueblos indígenas anteriores a la invasión mosaica y/o son judíos per se. En cualquier caso, el aluvión de datos literario-genealógico-doctrinarios que inundan el VT, nos aconseja evitarlos y nos propone saltar de la Edad de Bronce a tiempos definitivamente históricos:
En 1517, los turcos del Imperio de la Sublime Puerta conquistan Palestina. La historiografía europea no explica por qué pasaron 364 años hasta que, en 1881, los pogromos desencadenados por el Zar de Rusia provocan la primera oleada de inmigrantes judíos hacia Palestina –léase, los turcos no molestaban a sus súbditos judíos pero los cristianísimos europeos sí puesto que entendían los pogromos como su deporte favorito.
Otras fechas clave: 1897, Basilea (Suiza) Primer Congreso Sionista. Proclama que su objetivo es conseguir para los judíos un hogar nacional… en Palestina. 1916, sublevación palestina –descrita maliciosamente como árabe- contra los Otomanos. Las potencias europeas, con el Reino Unido a la cabeza, prometen independencia a los ‘árabes’ mientras, simultáneamente, pergeñan el Agreement Sykes-Picot donde Francia y UK –ésta con la asesoría técnica del espía Lawrence ‘de Arabia’- se reparten Oriente Próximo a mandobles de tiralíneas. El resultado de la I Guerra Mundial (IGM) estaba cantado pero, cuando todavía no se había desmembrado al Imperio Turco, ya estaba repartido el botín. En 1917, la Declaración Balfour (DB) lo decidía y certificaba para la comarca, taifa o autonomía de Palestina.
1917, Declaración Balfour, DB: Londres regala Palestina a Lord Rothschild. No aparece el término ‘Israel’ pero sí el de ‘Palestina’. La extrema duplicidad: garantiza que se respetarán los derechos de los non-Jewish que vivían en Palestina –entonces, el 93% de la población que, además,
era propietaria del 95% de la tierra.
1917, Declaración Balfour, DB: Londres regala Palestina a Lord Rothschild. No aparece el término ‘Israel’ pero sí el de ‘Palestina’. La extrema duplicidad: garantiza que se respetarán los derechos de los non-Jewish que vivían en Palestina –entonces, el 93% de la población que, además, era propietaria del 95% de la tierra.
La DB no fue comunicada a los palestinos y/o árabes del Oriente Próximo. Era secreta… hasta que, cinco días después de su firma, los bolcheviques tomaron el poder en Rusia y publicaron a los cuatro vientos secretos de Estado como los chanchullos del Zar con los Aliados y con los Otomanos, el no menos secreto Tratado Sykes-Picot y la infame DB. La primera reacción de los reyezuelos árabes fue de incredulidad: ¿habían luchado al lado de los anglo-franceses contra los Turcos y así les pagaban? Pidieron explicaciones a Londres quien se lavó las manos tildando todas esas marramucias de ser ‘meras mentiras propagandísticas de los otomanos’. Si citamos estas fechas es porque, desde las décadas de 1920 y 1930, comienza a escribirse el término sabra.
Itinerario del término sabra
Pero, antes de que la IGM culminara con la desaparición del Imperio Otomano, desde finales del siglo XIX, ya hubo judíos que se aproximaron al concepto sabra no como plenamente étnico sino como una aproximación pseudo-indígena ajustada al ius solis germánico que, al final, intentará congeniar con el ius sanguinis latino –identidad concedida por la tierra de nacimiento y/o por herencia genealógica. La primera generación que tuvo el hebreo como lengua materna, fue encandilada en la Rumanía de 1881 por la propaganda sionista. Fueron los hijos de los colonos que llegaron a Palestina durante la Primera Aliyah (Aliyah es antónima de Naqba o diáspora –deportación y exterminio- palestina) Su conformación como grupo no fue fácil pero no por rechazo de los palestinos sino, llamativamente, porque ellas/os se autodenominaron etrogim siendo sabra-tzabar el insulto con el que los denigraron los colonos que les siguieron en la 2ª y 3ª Aliyah. Nadie es profeta en su tierra, tampoco cuando es una tierra nueva por mucho que ésta sea terreno abonado para visionarios.
El periodista sabra Uri Kesari publicó un artículo (“¡Somos las hojas del sabra!”, diario Doar HaYom, 18.abril.1931) protestando contra los recelos entre los judíos ya asentados en Palestina y los judíos inmigrantes. Además, dícese que Kesari acuñó el término sabra para que sustituyera a schmuel, nombre utilizado en la Diáspora. Y, de paso, por imitación de una chumbera muy espinosa pero de dulces carnosidades. En ese año, los judíos registrados como tales eran 175.000 personas de las que el 42% era plenamente sabra por el hecho único y exclusivo de haber nacido en Palestina. Desde la década anterior, ya eran lo suficientemente compactos como para desarrollar una cultura sabra cuyo objetivo era crear una cultura judía autóctona.
En 1926, Lila Techrkov, aunque europea del Este, fue la sabra que fungió como
la primera miss Esther de los recién llegados pero ya hablantes del hebreo.
Tan fuertes estaban los Sabra de esos años 1930-1940 que llegaron a ser definidos por Gad Nashshon como “new Hebrew ancient superman”. Antes de la IIGM, se empecinaban en crear los mitos de que estaban superando la cultura del ghetto y promocionando la cultura del Judío saludable y, asimismo, el mito de que sólo ellos llevaban a buen puerto la revolución sionista y la hebrea. En efecto, eran jóvenes zelotes que constituían el núcleo de las Palmach (antecesora de la Haganá), la Irgun y la Lehi del grupo Stern, bandas paramilitares tristemente célebres para los palestinos.
Pero llegaron los años 1950’s y con ellos, la enorme inmigración de judíos provenientes del mundo árabe. Y, sobre todo, llegó la cultura norteamericana. Después de las guerras de los Seis Días y de Yom Kippur, el término sabra se desvaneció. Los que habían nacido en el país después de la Independencia (1948), pasaron a llamarse Dor haMedina (= generación estadista), caracterizados menos por el nacionalismo y el socialismo que por el pragmatismo y la cultura de masas europea.
Los Sabra han muerto de éxito pues ahora, la mayoría de los israelíes son sabras. Obviamente, ese Estado quiere a toda costa que sus súbditos sean absolutamente ‘indígenas’ en el sentido del ius solis –por lugar de nacimiento. Hoy, sabra (o tzabar; plural: tzabarim) es un término “informal-devenido-formal” (wikipedia dixit) de la moderna lengua hebrea para designar a cualquier judío nacido en Israel –incluyendo sus Territorios Ocupados. De ahí que se haya popularizado la expresión “mythological sabra”. Cuando hayan muerto los viejos –sabra o no-, que creyeron ser una nueva tribu de Israel, todos y ninguno serán sabra y el término carecerá de sentido.
Mitología política
Una sociedad militar y teocrática como la actual israelí necesita fundar una mitología utilitaria, tendenciosa y hasta cuasi racional pero propia. En este sentido y puesto que Israel sigue siendo un Estado Aliyah, el heroísmo, el terrorismo y la impunidad de los Sabra fueron sus primeras piedras -legendarias pero con intención de hipostasiarse en mitológicas. Otras fueron y algunas todavía lo son:
El olvidado mito del primer Sabra: toda mitología que se precie debe escoger un Padre Fundador. En este caso es Avshalom Feinberg (1889-1917), connotado sabra y espía al servicio de los británicos, quien creó varias células sionistas clandestinas antes de ser asesinado cerca del Sinaí dizque ‘por unos beduinos’ cuando volvía a Egipto. Ha sido etiquetado como “el primer sabra” y es una muestra de cómo la fantasía popular sionista gusta de aprovechar tanto el VT como el Nuevo Testamento. Un ejemplo obviamente inspirado por la novotestamentaria huida de la Sagrada Familia, nos lo aclara: nadie sabía dónde estaban los huesos de Feinberg cuando, después de la guerra de los Seis Días (1967), fueron encontrados debajo de una palmera que había crecido a partir de las semillas de dátiles que portaba en su bolsillo. Acostumbrados a que, en Europa, a diario se ‘descubran’ auténticas espadas de los fortachones ancestrales, sarcófagos royales con dos cabezas y hasta el primer templo de la Humanidad (Gobekli Tepe), sólo nos atrevemos a preguntar humildemente: semejantes dátiles, ¿mantienen una dormancia genesíaca durante medio siglo? Es más que dudoso pero no mezclemos las semillas con esa arqueología utilitarista y sectaria que progresa en Israel y, tampoco, con la invención de la tradición sabra.
El mito del desierto florecido: los sionistas se vanaglorian de que supieron cultivar las peores tierras. Pero un estudio de su modelo de agricultura denuncia que es falso que su productividad sea superior a 1 –una marca normalita- pues es más cierto que, si se contabilizan los insumos utilizados previamente –los fósiles los primeros-, la productividad de sus sembradíos cae debajo del -2 pasando a ser rotundamente inviable. Hace bastantes años, estudiamos un ejemplo de desastre agrario (ver infra): durante la dominación británica, los Beduinos del Neguev -aunque básicamente pastores- cultivaban el 16% del desierto. Habían construido miles de pequeñas albercas para retener el agua de lluvia y hasta habían domesticado una cabra adaptada al desierto… hasta que el Tsahal (ejército) y su Patrulla Verde, destruyeron las represitas y mataron a las cabras.
En una comarca urbanizada desde hace milenios, es peliagudo identificar a los indígenas pre Independencia. Podemos solventar el problema etiquetándolos como “palestinos” pero, siendo rigurosos, sabemos que sólo existe una etnia indiscutible: los beduinos –autodenominados arab (singular) y a´rab (plural). Pero sin olvidar que beduino (= habitante del desierto) no es un etnónimo sino un apelativo utilizado por los urbanitas que terminaron llamándoles badawi, singular y badu, plural (cf. A.P., “De la cabra asesina al neutrón clandestino: Los Beduinos del Neguev y el modelo de desarrollo israelí”, Nación Árabe 16-17, pp. 37-44; Madrid, 1992)
El mito del enemigo interno: Puesto que el enemigo externo es tan conocido como menguante –Israel se ha hecho amigo de varios países árabes-, nos queda otro enemigo, el interno: obviamente, los palestinos. Pero no sólo son los fedayines –nombre en desuso-, sino muy especialmente los judíos descontentos los que retrasan el progreso sionista. Ejemplo, el héroe judío Mordechai Vanunu, siempre preso o medio preso por haber denunciado la existencia de Dimona, la ex secreta la central nuclear construida por Francia y camuflada como fábrica textil.
El mito de la supremacía telemática: en ese portaaviones nuclear que es Israel, cuando ya no funciona el mito de florecer el desierto, los sionistas se refugian en el mito telemático con el famoso Pegasus como programa estrella. Naturalmente, olvidan que sus empresas cibernéticas son filiales de otras multinacionales. Y no podía ser de otra forma porque la espina dorsal de Ciberia es la masa de programadores –huelga añadir, esclavizados-, infinitamente mayor en India y en China que en el minúsculo Israel.
El mito de Adán: más que un mito escrito y consolidado, en este caso hablamos de una obsesión metodológica: el adanismo. Es decir, más que un Padre Fundador, observamos el prejuicio de esos sionistas que tienen la fea costumbre de creerse los primeros en hacer tal o cual proyecto. Pero, ¿de verdad que nunca antes se había cultivado la tierra prometida? Pues sepan los adánicos que, en aquella Edad de Bronce con la que comenzamos estas notas, hay vestigios indudables de que los proto-sabra y los proto judío-cananeos, gozaban de un modelo agrario más efectivo que el moderno del desierto florecido. Otrosí, el terrorismo de los primeros Sabra es una bronca en patio de colegio comparado con el terror que exudan las páginas del VT. Item más, ¿qué tiene de inédito convertirse en un portaaviones nuclear y en un campo de exterminio como Gaza todo ello al servicio de potencias occidentales? Además, ¿se puede ser original, adánico, en una comarca tan pateada y estudiada como la antigua Palestina?
Los Sabra, hoy
En 2010, el 70% de los israelíes eran sabras; en 2020, habían ascendido al 78%, muchos dellos jóvenes.
Menorá como apoteosis de lo israelita. El monigote Srulik deviene el arquetipo del judío colono.
Pioneros militarizados con sombreros tembel especializados en deportar palestinos.
Nos parece harto extravagante que, cuando estaban desapareciendo sus versiones de principios del siglo XX, el término “sabra” se mantuviera durante unas agónicas décadas gracias a un extravagante predicamento: la popularidad de Srulik un personaje de tebeo que es la antítesis de un personaje popular anterior: el bravo soldado Švejk (J. Hasek, ca. 1920). Al contrario del escéptico y apático checo de la IGM –hoy atracción turística en Praga-, el Srulik (calzonas, sandalias y sombrero tembel) diseñado por el dibujante Dosh es escandalosamente sionista (militar nuclear, imperialista y activo genocida) Irritante pero más aún cuando resulta que Srulik fue apresuradamente traducido al inglés como Sabra y debe buena parte de su popularidad a que es una marca que identifica a las mercancías sionistas. Sabemos que las identidades se inventan y mantienen merced a las referencias populares –i.e., el español franquista como émulo de los policías Roberto Alcázar y Pedrín o del caballero Guerrero del Antifaz- pero nos acongoja que prosperen como símbolos nacionales aglutinantes personajillos como un niño invasor, unos torturadores y la soldadesca medieval.
NB. Comenzamos estas notas espoleados por una cuestión etnohistórica que finalizó en un cul-de-sac mayormente terminológico -¿existieron los Sabra?-. Las terminamos indignados por una cuestión humanitaria: la enésima matanza de gazatíes perpetrada a finales de julio de 2022 por Israel contra el enorme campo de exterminio (lager, en teutón) de Gaza. La aplastante propaganda sionista que ha justificado esta fase del genocidio juega con uno de los fundamentos del Estado de Israel: que Palestina es tierra judía ‘desde tiempo inmemorial’. Pues no, recomendaría a los actuales rabinos y coroneles que se queden en David-Goliat y, quien idolatre al VT, que les compre esta mercancía etnohistórica tan falsificada. Estas notas han buscado olvidar los amarillentos palimpsestos para demostrar que, hoy mismo, el sionismo adultera y corrompe esa noción adánica –la veterotestamentaria, aparentemente sólo hereditaria y patrimonial pero expansionista y genocida en la práctica-, hasta en el caso extremo de sus supuestos indígenas primigenios: los ayer-y-hoy arcaicos e ignotos Sabra.
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