Narración criminal entre muros de plantas: Los mejores placeres suelen ser verdes (2013)

Narración criminal entre muros de plantas: Los mejores placeres suelen ser verdes (2013)

Por Francisco Cabanillas*. LQSomos.

Desconfiad del Yagrumo,
que en los amores
la confianza muy ciega
cuesta dolores;
y al soplo leve,
del Yagrumo la hoja
se cambia en breve.
Alejandro Tapia y Rivera

Prólogo
Una versión de este trabajo fue presentada el 18 de noviembre de 2022 en el XI Congreso de Literatura Detectivesca en Español, titulado —como referencia encubierta por parte de uno de los organizadores, Rodrigo Pereyra, a la primera novela, Los muros de agua (1941), del escritor mexicano José Revueltas (1914-76)— “Narración criminal entre muros de agua,” celebrado en la Universidad de Puerto Rico de Arecibo para homenajear a tres escritores boricuas del género negro: Wilfredo Mattos Cintrón, Max Chárriez y Francisco R. Velázquez.

En tensión complementaria con los muros de agua del congreso, presenté este trabajo con muros de plantas sobre la novela breve, pero experimental, de Edgardo Nieves Mieles, Los mejores placeres suelen ser verdes (2013); texto idóneo para el que, junto a lo noir, guste de la literatura que hace referencias a la pintura, la música, el cine…: “Al entrar [ella] vio que en medio de la sala del apartamento había un piano negro de cola cubierto por un mantón de Manila. Un piano para un cuento de Felisberto Hernández” (14).

Una búsqueda rápida en Google del título a secas de la novela, “los mejores placeres suelen ser verdes,” más temprano que tarde nos lleva a un ensayo sobre la historia del cannabis, “Breve historia sobre la marihuana en Occidente” (2018), cuya conexión entre lo verde y la botánica coincide con la nuestra. Es decir, los mejores placeres son verdes porque, en el fondo, de lo que se trata en la novela de Nieves Mieles es de clorofila literaria.

Entre los registros que articula esta novela breve, el noir es clave. Como advierten desde sus respectivas reseñas en la contratapa del texto los escritores Alberto Martínez-Márquez y —uno de los homenajeados en el congreso— Wilfredo Mattos Cintrón, se trata de un “thriller perfectamente calibrado” en el cual se “invita al lector a convertirse en el detective de una trama multipolar.”

Sin embargo, el registro noir no es el único eje concéntrico que articula la dinámica escriptural de la novela; los ejes que abordamos en este ensayo, el metaliterario y la autoficción, se enlazan con el registro del crimen para hacer de esta una novela breve, pero dinámica, demasiado dinámica, en la cual es necesario naufragar para experimentar la materialidad sinestésica del texto.

Introducción
Caribe noir; botanocéntrico: “El laberinto del jardín, volcado sobre sí mismo, extendía sus dominios hasta los helechos del parque” (Nieves Mieles, 37).

Imantación vertiginosa hacia la flora, no el mar; sobre todo, la hoja de yagrumo que, fuera de su entorno botánico isleño, aparece para testimoniar el encuentro improbable, pero encuentro al fin, entre asesino y víctima. Apariciones azarosas ambas —la de la hoja de yagrumo que se interpone entre él y ella por un lado, y, por el otro, la aparición de ella en la casa de él— que enmarcan el botanocentrismo de la micronovela verde.

Como centro simbólico del microthriller, la hoja de yagrumo marca la dialéctica entre la confianza excesiva del amante agresor y la transformación inesperada de la amada pasiva que conllevan al asesinato fetichista; dialéctica que, desde 1862, Alejandro Tapia y Rivera delinea en su poema “La hoja de Yagrumo,” del cual se extrae el fragmento que sirve de epígrafe a este trabajo donde se hace referencia a la “confianza cienga” y al cambio o tranformación.

Botanocentrismo bipolar; el de las dos caras del yagrumo, con su hoja verde por un lado y blanca por el otro, sienta las bases para las tres dualidades que, en pocas páginas y desde un minimalismo fragmentariamente poético (o antipoético), articula el crimen fetichista que la micronovela encubre (neobarrocamente) para que el lector-detective con la lupa más potente —y con suerte— esclarezca, armándola, la escena del homicidio (contada lo más fragmentadamente posible).

Botanocentrismo sinestésico que, desde el verde, asume el relato del crimen fetichista a partir del goce del amante, adicto a las mujeres de ojos verdes. “Los mejores placeres suelen ser verdes” porque esa es la perspectiva del deseo masculino que la micronovela promueve (engañosamente, como veremos). Al fragor de las lecturas y relecturas requeridas para “leer” el microthriller, el placer de lo verde se expande hacia la dimensión metaliteraria acoplada a la centralidad del relato criminal; en la cual “los mejores placeres suelen ser verdes” porque ese el color de la clorofila literaria que acopla el relato clave del crimen con lo metanovelístico y la autoficción.

Crimen fetichista
A partir de la dualidad botánica del yagrumo, la micronovela plantea un crimen entre dos personajes inusuales, demasiado inusuales, cuya relación conforma una dinámica de opuestos complementarios. Especularidad; a él y a ella les gusta lo mismo desde colores diferentes. A él le gusta fornicar con mujeres de ojos verdes, retratarlas y matarlas para sacarles los ojos. A ella le gusta fornicar con hombres de ojos azules, matarlos y sacarles los ojos. El tiene ojos azules; ella, verdes.

A ambos les gusta hablar de literatura, cine, pintura, horticultura, música… El colecciona nacimientos en miniatura; ella, mariposas. El trabajó de proyeccionista en un cine de poca monta; el padre de ella es un reconocido director de cine.

Desde el goce masculino, ella es el manjar verde que llega a la casa de él —un Don Juan demasiado confiado en su trayectoria sexual— el único día que se vieron y fornicaron como parte del ritual erótico que, en principio, él orquestaba con el fin coleccionar las fotos de las mujeres de ojos verdes con las que había estado antes de “desojarlas.”

Confiados todos, incluido el lector primerizo, en la agencia masculina del Don Juan de ojos azules, la micronovela se vale de esa “confianza ciega” de la que habló Alejandro Tapia y Rivera para socavar, de manera poco conspicua, casi imperceptiblemente, la agencia masculina del Don Juan horticultor, mediante su opuesto simétrico: ella, mujer de ojos verdes obsesionada con hombres de ojos azules, a quien, trágicamente para él, el Don Juan fetichista subestima (por lo que no se da cuenta, por ejemplo, de que, de querer emborracharla, es ella la que lo emborracha a él).

De ese modo, en vez de la masculinidad ostensible del Don Juan que marca el grueso de la narrativa engañosa, prevalece, tras un giro de 180 grados, el fetichismo subrepticio de ella, quien, después de haberlo poseído, lo mata de un tajo en la yugular, le saca los ojos en su cuarto verde, y sale impune de su crimen perfecto. Triunfo de género que, en rigor, requeriría pensar en una sinestesia como ¡los mejores placeres suelen ser azules!

Metaliteratura
Segunda especularidad. Del fetichismo erótico al literario: la novela dentro de la novela. Dualidad estimulada por el deseo verde de la clorofila literaria que, insaciable, no se conforma con la textualidad del microthriller.

La lubricidad entre la literatura y la metaliteratura se dramatiza desde la corporalidad escriptural de la micronovela, compuesta de 198 fragmentos, mayormente breves, muchas veces poéticos (o antipoéticos), metonímicos, minimalistas, conceptistas, sin claro sujeto de enunciación —¿habla él o ella?—, en función de los cuales la micronovela fragmentada y minimalista apuesta por la ostensible hibridez de su escritura, en la que se cruzan poéticamente los géneros literarios.

Desde esa corporalidad marcada por la literaturidad, la micronovela, obsesionada con la metaficción, se multiplica en su interior. Paralelamente al encuentro con su fetiche de ojos verdes, el Don Juan se ojos azules empieza a leer el libro que acaba de comprar. Por supuesto, no se trata de cualquier libro, sino de Los mejores placeres suelen ser vedes, cuya lectura, en varias ocasiones, lo sacude, haciéndolo hablar, en uno de los vuelcos más dramáticos, como si fuera Jorge Luis Borges: “Yo, el otro, el usurpado. Reo condenado a ser el alias de una criatura de ficción”(41).

Personaje que se lee a sí mismo como personaje de la misma novela que lee el lector. Personaje que, a diferencia del lector, no termina de leer la novela, porque ella lo mata antes, pero que, lo que pudo leer, lo sacudió: “Saboreaba [dice el narrador] el placer de dejarse arrastrar blandamente hacia abajo por la lectura, cuando sintió el electrizante zarpazo que le activó esa zona del alma donde dice con letras rojas PELIGRO, y la imperiosa necesidad de sacar la cabeza fuera del agua para respirar, se apoderó de él” (39).

Antes de abandonar la escena del crimen, ella vuelve a entrar al cuarto del Don Juan “desojado” para asegurarse que no quede evidencia que la incrimine, como la foto de ella que él le pidió, la cual se traga, y sobre todo el libro que el Don Juan no pudo terminar, libro que mete en su bolso, sobre el que ella comenta: “LOS MEJORES PLACERES SUELEN SER VERDES. Mmm, con tan sugestivo título (y mejor recuerdo) no podría ser otra cosa que un texto para ser leído frente a un cuadro erótico de Egon Shiele. El que preside mi altar personal” (68).

Autoficción
Tercera especularidad. Del fetichismo metanovelístico a la autoficción minimalista, trabada entre el breve fragmento 3 y el 198, el último fragmento de la micronovela y el más surrealista, escrito en el párrafo más largo y más denso que, tras varios sujetos de enunciación, termina en la voz del personaje-lector-desojado: “De pronto, descubres que tu muñeca de trapo recién comienza a menstruar… La noche está deliciosa y es como si ahora le tocara a Marat acechar impúdicamente el instante del baño de Charlotte Corday. Pero yo no tengo miedo, ¿verdad que no?” (75).

Entre ambos fragmentos, y solo en ellos, la figura de un personaje que parecería sacado de una película de Alejandro Jorodowsky, “el ángel de la bicicleta roja,” interpela al Don Juan de ojos azules, echándole en ambos casos una “nube de confeti” en los ojos.

En la primera interpelación, cínico, demasiado cínico, el ángel, como el mago que en verdad es, le pregunta al asesino lector de ojos azules: ”¿Tienes algún sueño que quieras vender?” (13). En la última interpelación, le “susurra al oído” palabras que el Don Juan considera “dulces”: “Si tus labios logran pronunciar las 19 letras de mi nombre, verás cómo baila el Sol sobre una taza de café” (75).

Autoficción; el “ángel de la bicicleta roja” se llama Edgardo Nieves Mieles. Por supuesto, el Sol baila sobre una taza de café titulada Los mejores placeres suelen ser verdes.

Ficcionalizado, el autor reclama la autoridad de la micronovela que el lector, obnubilado por dualidades y sinestesias, tendrá que leer varias veces antes de poder formular una pregunta clave como está: ¿se plantea el autor como el mejor detective del microtrhiller metanovelístico?

De la autoficción a la narración criminal: sí, el autor se considera el mejor detective; no, el autor no es sino el ángel de la bicicleta roja, otro personaje. Fin de la primera espiral; el autor se mira en el espejo del detective. Comienzo de la segunda espiral en función de la cual, desde la clorofila literaria, el propio texto invitaría a socavar la autoridad del ángel de la bicicleta roja (en la cual jugaría un papel clave el desplazamiento de género en la primera espiral).

Más artículos del autor
* Francisco Cabanillas (1959, Puerto Rico) enseña lengua castellana, cultura y literatura hispanoamericana en Bowling Green State University, Ohio. Ha publicado cuatro libros de ensayo: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012) y Ensayos silenistas (2014). Miembro de LoQueSomos

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