No es por criticar pero esto no es una democracia

No es por criticar pero esto no es una democracia

No es por criticar eso que la derecha y la socialdemocracia española llaman Democracia, alrededor de la cual se han reunido para honrar al falangista Suárez, pero es que la realidad se empeña en recordarnos que lo que vivimos dista mucho de serlo. Habría que clarificar el concepto. Hay demasiadas interpretaciones y la que maneja el poder es paradójica.

En el Estado español podemos votar y para muchos esto es una señal inequívoca de la existencia de democracia. También se vota en Guinea Ecuatorial, donde todos sabemos, aunque no nos lo cuenten los medios de comunicación, que en este país hay una cosa que se llama dictadura y un dictador que se llama Obiang. En Corea del Norte también hay elecciones cada cinco años y no, tampoco es una democracia.

El poder también nos dice que aquí tenemos libertad de expresión y sí, yo puedo decir lo que me de la gana, aunque si insulto a Juan Carlos, igual me cae una multa, pero ¿de qué sirve la libertad de expresión si no puede cambiar realidades? La libertad de expresión en el Estado español es una especie de derecho al pataleo y ya. Así lo conciben los políticos: quéjate pero no molestes.

La presencia de miles y miles de personas en las calles apenas les genera alguna inquietud y tratan sus reivindicaciones como si fuera cosas de delincuentes. Para eso diseñan operativos policiales desmesurados que conviertan en delincuentes a esos que protestan a los ojos de los que ven la televisión y siguen las tertulias televisivas, cuyas opiniones se basan en cómo les cuentan la realidad esos que se declaran periodistas.

Si la policía entra en la universidad, con la autorización de un rector, hijo de uno de los padres de la constitución, algo no está funcionando en esta sociedad y no son los miles de estudiantes que claman por una mejor enseñanza. Las protestas se callan a golpe de porrazo, con detenciones, con la conversión de ciudadano en delincuente y en vándalo, de estudiante en gamberro.

Para que nos quede claro que los que protestan son unos vándalos, los medios de comunicación mostrarán una y otra vez las imágenes de encapuchados agrediendo a policías o a furgones policiales  y nos dirán que eso es intolerable. Y los periodistas, que hablan con la voz de su amo, nos dirán que si no condenamos la violencia, no somos demócratas e intentarán de todas las maneras que lo condenemos mientras se niegan a hacer análisis complejos de realidades complejas. Lo simple funciona: encapuchado malo.

Pero, sí, estamos en una democracia. Votamos cada cuatro años y tenemos la capacidad de elegir a nuestros gobernantes. Los mismos que se dirigen a nosotros a través de una televisión de plasma, que mienten sobre las armas de destrucción masiva o sobre el mayor atentado de la historia de este Estado, o los mismos que justifican el terrorismo de estado y participan en entramados de corrupción. A todos esos se les ha votado cada cuatro años porque vivimos en democracia.

Y además podemos decir lo que queramos. Otra cosa es que lo que digamos tenga algún efecto porque para eso delegamos en los representantes que acuden al Parlamento para decir que la culpa es del otro y que el otro lo hizo peor. De verdad, que no es por criticar, pero a mí me da que lo que tenemos en este Estado dista mucho de ser una democracia. Y, sobre todo, me temo que los que gobiernan, los que están detrás de los que gobiernan o los que nos cuentan las cosas a través de los medios, poco les importa que lo sea.

* El Kaleidoskopio de Gabalaui

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