Por qué hay que quemar contenedores

Por qué hay que quemar contenedores

En 1998, el Informe sobre Desarrollo Humano de Naciones Unidas afirmaba que las 225 personas más ricas poseían un patrimonio de un billón de dólares. Es decir, los mismos recursos que el 47% más pobre. Sólo con el 4% de la fortuna de los 225 más ricos se podían resolver el problema del hambre, regularizar el abastecimiento de agua, universalizar la enseñanza, prestar la atención básica sanitaria y garantizar un sistema de saneamiento y alcantarillado. Sin embargo, 1.442 millones de personas vivían por debajo del umbral de la pobreza y 3.000 sobrevivían con menos de 2 dólares al día. 1.000 millones no disponían de agua potable, 800 millones sufrían desnutrición crónica y 30 millones morían al año por culpa del hambre, la mitad niños y niñas. Había 1.000 millones de analfabetos, de los cuales 600 eran mujeres. Según el Fondo Internacional Agrícola de la ONU, la situación podría agravarse en los próximos 15 años, extendiéndose la pobreza extrema a 2.000 millones y 1.500 millones no tendrían acceso al agua corriente. El analfabetismo también aumentaría, pues 130 millones de niños no estaban escolarizados en países del Tercer Mundo. Algunos ya opinaban que se podía hablar de un genocidio causado por las políticas del FMI y el BM. “Los que diseñan la economía internacional –escribe Noam Chomsky- exigen con dureza que los pobres acepten la disciplina de mercado, pero se aseguran de estar protegidos de sus estragos”.

En 2014, las miserias del Tercer Mundo se han propagado a los Estados miembros de la OCDE, donde hay 200 millones de pobres, 40 millones de desempleados y ocho millones de personas desnutridas. En España, el paro afecta a seis millones de personas, el 21’1 de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y dos millones y medio de niños sufren malnutrición. En una escala mundial, la crisis ha incrementado las desigualdades de una forma escandalosa. 85 súper-ricos tienen tanto dinero como las 3.750 millones de personas más pobres. Según Intermón Oxfman, el 1% posee la mitad de la riqueza del planeta. Es la consecuencia de aplicar “políticas fiscales injustas y prácticas corruptas que arrebatan los recursos a los ciudadanos”. En España, antes de 2008, los más ricos ganaban 5’3 veces más que el 20% más pobre. Ahora esa cifra ha aumentado hasta 7’5. Los 20 españoles más ricos poseen un patrimonio de 77.000 euros, lo que equivale a la renta del 20% más pobre. Si prosigue esta tendencia, en el 2025 los más ricos ganarán 18 veces más que ese castigado 20%. España es el país con más desigualdades de la UE. Sólo Letonia nos aventaja en ese dato vergonzoso.

Hace unos días la Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicaba su informe anual: Tendencias mundiales del empleo 2014: ¿Hacia una recuperación sin creación de empleo? La OIT denuncia que incluso en los países más avanzados de la OCDE apenas se destina un 0’6% del PIB a promover la creación de empleo. Si esa cantidad creciera hasta el 1’2% podrían crearse casi 4 millones de empleos en las economías más desarrolladas. Sin embargo, se destinan enormes cantidades a pagar una deuda odiosa e ilegítima. En España, en 2013 se empleó 19% del PBI para pagar la deuda externa y sus intereses. La deuda ya representa un 88’2% del PIB y seguirá creciendo por culpa del rescate bancario y las cifras de paro. Dado que el 85% de las empresas del IBEX  protegen su dinero en paraísos fiscales, las arcas de la Hacienda Pública seguirán dependiendo de los asalariados. Se ha suprimido el impuesto por patrimonio y el impuesto de sucesiones y las rentas del capital pagan un máximo de un 18%. Por el contrario, las rentas del trabajo tributan hasta un 50%. El sistema fiscal español, lejos de ser progresivo y redistributivo, es regresivo y promueve la desigualdad. La desigualdad –advierte el Nobel de Economía Joseph Stiglitz- no  solamente es injusta, sino que además actúa como un factor que impide el desarrollo económico.

Los datos a veces aburren y abruman, pero son el único baremo que nos permiten conocer la situación real del mundo. El nivel de injusticia y desigualdad es obsceno, hiriente, intolerable. El capitalismo es una forma de organizar la economía que esclaviza, excluye y mata. La socialdemocracia y el neoliberalismo aplican la misma política, pues los amos del mundo son los que imponen las reglas del juego y el margen de maniobra es insignificante o tal vez inexistente. Podemos berrear en las redes sociales, pero el poder sigue moviendo su rueda de triturar seres humanos. Es un centro lejano y opaco, que no responde por sus actos. Son 147 corporaciones trasnacionales, con el 80% de sus acciones en manos de los grandes bancos.

La democracia ya no funciona como una alternancia de poder, sino como la máscara del poder. “La verdad siempre es revolucionaria”, afirmó Lenin. Este martes 21 se cumplió el 90 aniversario de su muerte y muchos consideran que su legado debería caer en el olvido, pero algunas de sus frases describen el presente con una lucidez sobrecogedora: “Decidir una vez cada cierto número de años qué miembros de la clase dominante han de oprimir y aplastar al pueblo en el parlamento: he aquí la verdadera esencia del parlamentarismo burgués, no sólo en las monarquías constitucionales parlamentarias sino en las repúblicas más democráticas”. Esta reflexión, tan políticamente incorrecta, nos muestra la esencia de un capitalismo globalizado, donde la lucha de clases parece que ha llegado a su final, con la derrota de la clase obrera y campesina. La plataforma Podemos plantea nacionalizar la banca y realizar una auditoría de la deuda externa para excluir el pago de los intereses ilegítimos. Son medidas revolucionarias y las revoluciones –me temo- no se gestan en las urnas, sino en las calles. Por eso, Podemos suscita dudas, vacilaciones e incluso rechazos. Algunos consideran que sólo es una fuerza política convencional condenada a fundirse con IU o a ocupar su espacio electoral.

Lo cierto es que si los vecinos de Gamonal no hubieran levantado barricadas y quemado contenedores, sus protestas no habrían prosperado. Nadie escucha a los palestinos cuando dejan de tirar piedras. La policía y los periodistas hablan de provocadores e infiltrados en el barrio de Gamonal, básicamente células anarquistas. Eso sí, afirman que Gamonal no es un modelo de revolución exportable al resto del Estado español. Son los mismos comentarios que utilizaba la prensa franquista para justificar la brutalidad de la policía en las manifestaciones convocadas para exigir amnistía y libertad. Dolores de Cospedal, presidenta de Castilla-La Mancha por el PP, apunta que la persistencia de las manifestaciones, cuando la alcaldía ya ha suspendido las obras del bulevar, revelan que hay algo más, un objetivo más ambicioso. Sin duda. Puede decirse lo mismo de los disturbios de 2005 en la periferia de París, cuando ardieron más de mil coches. El inmundo Sarkozy, por entonces Ministro del Interior, afirmó despectivamente que era la revuelta de la gentuza. Sus palabras sólo lograron exacerbar la violencia.

¿Por qué se queman coches, contendores o se arrojan piedras contra los bancos?

Para hacer visibles a los invisibles, para que el sufrimiento de los más débiles y vulnerables no pase inadvertido y para demostrar que a veces es posible vencer. Las piedras no vuelan por capricho, sino por impotencia y surgirán nuevos casos como el de Gamonal, salvo que la clase trabajadora se resigne a vivir humillada y explotada. Gamonal no es la Comuna de París, pero ha encendido la esperanza de los que sueñan con un mundo diferente.

* Rafael Narbona

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