Pudo desplomarse cuanto era sólido en el pasado…

Pudo desplomarse cuanto era sólido en el pasado…

Ángel Escarpa Sanz*. LQS. Mayo 2019

Detengamos nuestra vista en las viejas fotos de nuestros antepasados: los que fueron sorprendidos por el fotógrafo en Sol aquella luminosa jornada de abril de 1931, los que roturaron estas duras, tantas de ellas dulces tierras…

Pero aún nos siguen esperando, pacientes, los vigorosos poemas de Miguel Hernández, las hermosas páginas de “Campos de Castilla”, los poderosos libros de Max Aub, Mª Teresa León, Manuel Tagüeña, I. Hidalgo de Cisneros, Mercé Rodoreda, Manuel Rivas, A. Muñoz Molina, J. Llamazares, M. Delibes, Montserrat Roig, Rafael Chirbes. Como nos siguen aguardando las hermosas iglesias románicas que se salvaron de las numerosas guerras, y los bellos valles que heredamos. Nos siguen esperando los poemas de Rosalía, Blas de Otero, Celaya y Lorca, las canciones de la Piquer, Carlos Cano, Luz Casal, Paco Ibáñez, Lluis Llach, Ana Belén y Sabina. Escuchemos sobrecogidos las composiciones de Albéniz, las de Turina, Tárrega, Falla. Vamos a extraviarnos por las galerías de los museos donde se exponen los lienzos de Goya, Velázquez, Zurbarán, Murillo, El Greco, Sorolla, Antonio López. Vamos a detenernos otra vez ante el Guernica de Picasso y las fotos en blanco y negro de Robert Capa en el Ebro, en Madrid, en Andalucía.

Subamos a Peñalara, a los Picos de Urbión, a Las Tres Sorores, al Veleta, y pongámonos un copo de nieve en la punta de la lengua. Bebamos en las fuentes de Aigües Tortes. Detengámonos en algún lugar apacible, algún pueblo de provincias, y pidamos unas migas extremeñas, un cocido castellano, una fabada, unos zarajos, una caldereta, una fideuá de pescado y marisco; un arroz negro en Ibiza, un potaje de alubias y garbanzos, regados todos por un ribeiro, un vino del Priorato, un Ribera del Duero, o algo del Penedés.

Compremos unas rosas para el ser amado en las Ramblas de Barcelona. Traspasemos las puertas de ese cementerio y detengámonos ante las tumbas de aquellos que en el pasado hicieron este país de países: ante el mausoleo de Pablo Iglesias, los de Pi y Margall, Salmerón, Figueras; las tumbas de Lluis Companys, el teniente Castillo, los Bardasano, los Giner de los Ríos.

Subamos a la Laguna Negra, entremos en el acogedor ambiente de esas librerías de viejo que sobreviven como pueden y embriaguémonos con el olor penetrante de los viejos volúmenes.

Subamos al Teide, escuchemos las hermosas canciones de estas islas, oigamos a los virtuosos del timple y degustemos la pella de gofio en cualquier guachinche de la cumbre canaria, arrojemos una flor al fondo de ese tubo volcánico donde fueron arrojados por los falangistas los republicanos canarios. Descendamos a los valles donde estas sencillas gentes cultivan la papa, el millo y el plátano, sudan y se esfuerzan por mantener vivas las tierras, las piedras, la cultura que heredaron.

Vaguemos por las callejuelas empedradas de viejos cantos de La Alberca, sentémonos a la sombra de esos corceles de hierro desde los que nos contemplan Pizarro y los reyes de nuestro pasado más arcaico, en las plazas mayores de nuestra geografía, bajo las viejas arcadas que vieron pasar a los tiranos del pasado, a Azorín, al Arcipreste, a Quevedo, a Calderón, A Lope, al Rojas de “La Celestina”, a los personajes de los dramas de Buero Vallejo, a los verdugos de Riego, a Mariana Pineda, a las putas de “El Lazarillo”, a los capadores de marranos, a Cortés y a Isabel de Castilla.

Sumerjámonos en las aguas donde pescaron los personajes de aquella novela de Baroja, de Ignacio Aldecoa y de Blasco Ibáñez, a los hombres y las mujeres de las películas de J. A. Bardem.

Detengamos nuestra vista en las viejas fotos de nuestros antepasados: los que fueron sorprendidos por el fotógrafo en Sol aquella luminosa jornada de abril de 1931, los que roturaron estas duras, tantas de ellas dulces tierras donde se cultivan las naranjas, las manzanas, las flores, las cerezas, donde crece el romero, el cantueso, la salvia, el almendro, el azafrán, la canela, el tomillo y el pimentón.
Tierras de cigüeñas, de torres con viejos relojes, de ruinas que fueron anfiteatros y fortalezas, palacios, atalayas, alcázares. Árboles añosos que dieron nueces, higos y ciruelas con Prim y que seguirán dando sus frutos mucho después de que nosotros no seamos más que ceniza y olvido.

Vamos a leer también las obras de Tuñón de Lara, de Arturo Barea, de Josep Pla, de Galdós y de Valle Inclán, de Bécquer, la Zambrano; de aquel amante hombre de estas tierras, M. Azaña, y luego vamos a hablar de España.

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