50 años de salsa de El Gran Combo

50 años de salsa de El Gran Combo

Pocas agrupaciones musicales han perdurado medio siglo manteniendo inalterable su identidad rítmica, superando los empujes de la industria discográfica y resistiendo los avatares de la cultura de consumo como lo ha hecho El Gran Combo de Puerto Rico

Distinto a otras orquestas salseras, en particular las surgidas en Nueva York desde finales de la década de 1960, nuestros denominados “Mulatos del Sabor” siempre han protegido su timbre musical de innovaciones y experimentos complejos, salvaguardando el sonido propio, sencillo y cadencioso que le ha caracterizado desde su fundación, el 26 de mayo de 1962.

No quiere decir que a lo largo de 50 años de historia hayan evadido la significación de las nuevas técnicas y tendencias armónicas arribadas por nuevos tiempos y nuevas generaciones. Por el contrario, las estudian y disfrutan pero, por lo general, las mantienen en cautelosa distancia para evitar contagiar los rasgos identitarios de su sonoridad.

Gracias a esa circunspección creativa, el grupo, comandado por Rafael Ithier Nadal, ha logrado establecer una rúbrica como muy pocas otras agrupaciones afroantillanas. La muestra está en su catálogo musical, por lo que basta escuchar, por ejemplo, la armonización de “Acángana”, tema producido en su tercer trabajo discográfico, a finales de 1963, y continuar un viaje por su historia a través de melodías como “Ojos chinos”, “A ti te pasa algo”, “Las hojas blancas” o “Sin salsa no hay paraíso” para confirmar la tesis.

Parte de la receta del éxito de esta famosa agrupación está en hacer temas cotidianos con arreglos sencillos, cadenciosos e inteligibles; una buena sección rítmica y mucha clave, siempre pensando en el gusto del público sin apartarse –y esto es importante– de las raíces de la música popular puertorriqueña.

El propio Rafael Ithier lo explica con candidez en una entrevista que forma parte del borrador de sus memorias: “Al no contar con una educación formal en música, no puedo pensar en las obras de Beethoven ni Bach, pero sí en Chuíto (Jesús Sánchez Eraso) y Ramito (Flor Morales Ramos) al momento de componer mis arreglos”.

Su vigencia responde, además, a la sincronía entre creación artística, que suma música y talento, y fraternidad colectiva, zurcidas en una ética de trabajo singular que se sostiene en la filosofía del cooperativismo.

Pero más allá del sonido y la rítmica de sus canciones, si ponderamos otros elementos creativos y sociológicos concluimos que El Gran Combo de Puerto Rico es el grupo que mejor define lo que denominamos salsa y, sin temor a equivocarnos, nadie en el entorno latinoamericano y caribeño, dentro o fuera de Estados Unidos, ha alcanzado igualar su distinción y su preeminencia histórica.

Sonido de la modernidad

Desde su fundación, El Gran Combo de Puerto Rico cultiva un espacio importante en nuestro cancionero puertorriqueño y antillano, destacándose como una de las pocas instituciones musicales que asumen la representación social e histórica del desarrollo de nuestra modernidad melódica, transitando con vigorosidad por la interpretación de ritmos como bomba, guaracha, merengue, boogaloo, jala-jala, bolero, tango y, por supuesto, salsa.

Es, sin dudas, seña de la identidad nacional y afrocaribeña que se nutre de la rica tradición cultural que emerge y se consolida en la última mitad del siglo XX y que permanece fortalecida hasta el presente.

Su propuesta artística matiza una nueva época. Curtidos a la sombra del veterano percusionista Rafael Cortijo Verdejo, los músicos que originaron El Gran Combo en 1962 lograron imponer un sonido cadencioso que de inmediato cautivó la audiencia nacional y, en poco tiempo, durante su primera década, comenzó a echar fuertes raíces en escenarios alrededor de Estados Unidos, Colombia, Venezuela y Panamá.

La amplitud de su repertorio, lo chispeante de sus coreografías, el carisma de sus integrantes y la sapiencia de incorporar en su cancionero melodías jocosas y narraciones cotidianas atizaron la clave del éxito.

De esa manera, el grupo que fundó Rafael Ithier, Quito Vélez, Martín Quiñones, Miguel Cruz, Héctor Santos y Eddie Pérez junto a Milton Correa, Daniel “Maninín” Vázquez, Micky Duchesne, Chiqui Rivera y Pellín Rodríguez despuntó por su capacidad para entretener y provocar el baile entre los amantes de la buena música.

Poco tiempo después de su creación, y tras la incorporación al colectivo de Roberto Roena y Andrés “Andy” Montañez,  el trabajo de El Gran Combo refulgió en la televisión, constituyéndose en el primer conjunto musical del País en dominar, cabalmente, ese medio masivo de comunicación.

Su presencia pública fue imponente: por siete años consecutivos mantuvieron una participación diaria por las ondas radiales y doce programas de televisión a la semana, convirtiéndose en la gran sensación musical del País. Determinaron, además, las pautas del desarrollo de la música popular nacional justo al momento en que se generaba la gran transformación socioeconómica de la sociedad puertorriqueña.

Durante sus primeros siete años, el arte de El Gran Combo se consignó en las producciones “Menéame los mangos” (1962),“El Gran Combo… de siempre” (1963), “Acángana” (1963), “Ojos chinos-Jala jala” (1964), “El caballo pelotero” (1964), “El swing del Gran Combo” (1965), “En Navidad” (1966), “Maldito callo” (1967), “Esos ojitos negros” (1967), “Boleros románticos” (1967), “Fiesta con El Gran Combo” (1967), “Boogaloo con El Gran Combo” (1967), “Tú querías boogaloo” (1967), “Pata pata, jala jala, boogaloo” (1967), “Tangos por El Gran Combo” (1968), “Merengues” (1968), “Los nenes sicodélicos” (1968), “Bombas” (1968), “Guarachas” (1968), “Latin power” (1968), “Smile” (1968) y “Este sí que es” (1969) .

Al mismo tiempo, el poderío de la agrupación se hizo sentir en los principales escenarios musicales de la ciudad de Nueva York, donde se asentaba una poderosa colonia de puertorriqueños.

Empero, la gloria alcanzada por El Gran Combo en sus primeros años comenzó a troncharse en 1969. Ese año se cancelaron todas sus comparecencias en radio y televisión, su casa productora de discos, Gemma Records, rescindió su contrato, minaron sus contrataciones públicas y se produjeron las primeras dimisiones importantes del colectivo con la partida de Roberto Roena y Elías Lopés, quienes de inmediato armaron la agrupación el Apollo Sound.

Al mismo tiempo, el mercado musical se tornó más competitivo. Avanzaba, también, la aparición de nuevas orquestas de sonido afroantillano que, desde Nueva York, determinaron un nuevo curso para la música popular bailable. El novel movimiento de la salsa, articulado bajo la empresa Fania, impuso nuevos desafíos para las orquestas que, como El Gran Combo, ya habían establecido su señorío.

El empresarismo del Combo

La “Universidad de la Salsa”, comandada por el ingenio de Rafael Ithier, sobrevivió las inclemencias de esa nueva época. La vacante de Roberto Roena se llenó con el famoso bailarín Mike Ramos, quien aportará nuevas coreografías al colectivo.

Como paliativo a la crisis, además, se aventuraron a crear su propio sello discográfico, EGC Corp., para producir sus trabajos musicales y no desaparecer de la escena artística.

Bajo esa estampa apareció el disco “Estamos primero” (1970), seguido por “De punta a punta” (1971), trabajo en el que se exploró, por primera vez, el sonido del trombón en la orquesta, y “Boleros románticos” (1972). A pesar de su calidad, estas producciones no penetraron el mercado con la fuerza que se esperaba, aunque contribuyeron a la sobrevivencia del grupo.

Mas fue el lanzamiento del álbum “Por el libro” (1972), seguido de “En acción” (1973) y “Número 5” (1973) los que retornaron a El Gran Combo a su cima, gracias a la popularidad que lograron los temas “Hojas blancas”, “El barbero loco”, “Guaguancó de El Gran Combo”, “Julia” y, especialmente, “Los zapatos de Manacho”.

El éxito que comenzó a saborear la agrupación en ese periodo sufrió un trago amargo al producirse la salida del cantante Pellín Rodríguez, quien en 1973 optó por impulsar su carrera como solista.

El veterano cantante, artífice del éxito “Amor por ti”, fue reemplazado inicialmente por Marcos Montañez, hermano menor de Andy, aunque su sustitución formal se concretó con el reclutamiento del vocalista y sonero Charlie Aponte, un joven de voz espléndida, entusiasta y disciplinado que representó un gran acierto para el colectivo.

Con nuevos bríos, El Gran Combo comenzó a brillar como una de las instituciones salseras más importantes dentro y fuera de Puerto Rico, consignando su fuerza en los discos “Disfrútelo hasta el cabo” (1974), “Número 7” (1975), “Los sorullos” (1975) y “Mejor que nunca” (1976).

Fue, entonces, cuando la agrupación, justo cuando recuperó su sitial, sufrió la salida del cantante Andy Montañez, en 1977. El recordado “Niño de Trastalleres” aceptó una seductora oferta artística para grabar como solista e integrar, a su vez, la plantilla de la orquesta venezolana Dimensión Latina.

La decisión de Andy Montañez afectó los ánimos de la mayoría de los integrantes del grupo pues, por un momento, fue inconcebible su ausencia, máxime cuando era considerado como el “hijo mayor” de Rafael Ithier. El malestar que produjo su partida fue transformado en aliento, perseverancia y voluntad para continuar un proyecto musical que siempre ha estado por encima de cualquiera de sus integrantes.

El vacío de Andy Montañez fue llenado por el cantante Jerry Rivas, a quien le correspondió asumir un gran reto. Sin embargo, la fuerza melódica que caracterizaba a este joven vocalista, que inició en la orquesta el 19 de abril de 1977, comenzó a seducir a los amantes del grupo, quienes fueron persuadidos con las interpretaciones “Buscando ambiente”, aparecido en el álbum “Internacional” (1977), y “La clave y el bongó”, incluido en la producción “En Las Vegas” (1978), el ultimo disco hecho para el sello EGC.

La década de 1980 marcó varias rutas importantes en la historia de El Gran Combo. Este periodo inició con la puesta en el mercado, en 1979, del álbum “Aquí no se sienta nadie”, la producción más refulgente en la carrera musical del grupo y la que selló el cierre de operaciones de la productora EGC, propiedad del colectivo, para comenzar una nueva relación comercial con la compañía Combo Records.

El valor de “Aquí no se sienta nadie” se inscribe en la fuerza que esta producción generó en el mercado, al extremo de abatir la invasión salsera neoyorquina, importada de la familia, que hasta entonces copaba las ondas radiales y el comercio discográfico del País.

Como dato histórico, este es el primer trabajo de El Gran Combo en el que todos sus temas fueron éxitos abrumadores: “Más feo que yo”, “Así son”, “Celos de mi Compay”, “Adela”, “Nido de amor”, “Brujería”, “Oprobio” y “Mujer boricua”.

Así las cosas, el impacto derivado de esta producción revirtió en una intensa agenda de presentaciones dentro y fuera de Puerto Rico que elevaron la insignia de “Los Mulatos del Sabor” a un nuevo sitial. El tránsito de los años 80 continuó con la salida al mercado de las producciones “Unity” (1980) y “Happy Days” (1981), marcando el paso con éxitos como “Compañera mía”, “Te regalo el corazón”, “Pico pico”, “A la reina”, “El menu” y “Timbalero”.

Hasta entonces, la historia de gloria trazada por el grupo aterrizó en la celebración de sus primeros 25 años de carrera musical, para lo que se produjo el disco compilatorio “Nuestro aniversario” (1981), que incluyó los temas más relevantes cultivados por la agrupación en ese periodo remozados con arreglos frescos y rejuvenecidos en las voces de Charlie Aponte y Jerry Rivas. La década de 1980 prosiguió con el lanzamiento de “La universidad de la salsa” (1983), recordado, entre otros, por las melodías “Mujer celosa”, “Pordiosero”, “Y no hago más na’”, “Las hojas blancas” y “Bomba de Puerto Rico”. Con la misma fuerza e ímpetu, en 1984 sacaron al mercado la producción “Breaking the Ice” que es muy recordada por el éxito “Carbonerito”, interpretado por el corista y bailarín Luis “Papo” Rosario, quien se integra a la agrupación a principios de la década de 1980 en sustitución del bailarín Mike Ramos. A mediados de 1980 surgió el álbum “Innovations” (1985), que produjo, entre otros, los éxitos “Juan Cabeza Dura”, “Camino de amapolas” y “La loma del tamarindo”.

Antes de terminar ese año, El Gran Combo sorprendió a sus seguidores con el lanzamiento del disco “Nuestra música” (1985), un proyecto que rescató el espíritu navideño del colectivo consignando en una producción melodías con aires festivos que se convirtieron en el cancionero musical de esa celebración.

“La fiesta de Pilito”, “No hay cama pa’ tanta gente”, “El arbolito”, “Desenfunda”, “El jíbaro listo”, “El alma de la fiesta”, “Asalto navideño” y “Cosas del campo” fueron las melodías de este espectacular trabajo musical.

En 1986 llegó al mercado la producción “El Gran Combo y su pueblo” (1986), recordado por los temas “Lírica Borinqueña”, “Garantía” y “Le dicen papa”. Luego apareció un disco en celebración de los 25 años del grupo, “25th Anniversary” (1987).

En esa época, la industria discográfica salsera comenzó a sufrir alteraciones. Modificaciones en las escalas de la producción, nuevos avances tecnológicos y, lo más importante, el dominio del consumo femenino y las “nuevas” preferencias rítmicas que se impusieron en el mercado alteraron, inevitablemente, la concepciones armónicas salseras.

Fueron los años del arribo del movimiento de la salsa romántica y erótica que, por un momento, dominó el género y desplazó a los “viejos” exponentes salseros. Ante esa nueva escena, El Gran Combo optó por reinventar y “evolucionar” su sonido, como se aprecia en el disco “Romántico y sabroso” (1988).

Ese álbum, que incluyó temas como “Quince años”,“Potro amarra’o” y “Cupido”, se midió frente a fórmulas salseras más estilizadas colmadas de arreglos más suaves e intérpretes jóvenes que transportaban al género la imagen de un “baladista rítmico refinado”.

Nuevos retos del mercado

La nueva ruta que marcaba la salsa despertó cierta preocupación en el líder del colectivo, Rafael Ithier, quien para enfrentar los nuevos desafíos que se imponían en el mercado optó por aderezar el sonido de su agrupación con las destrezas técnicas de jóvenes arreglistas como Ernesto Sánchez, Louis García y Lenny Prieto.

Entonces, pensó Ithier que la “sangre joven” que despuntaba con brillo en las lides salseras podía aportar a redimensionar el sonido de El Gran Combo sin alterar su fórmula original. Un primer experimento en esta dirección produjo el disco “¡Ámame!” (1989), que caló en el “nuevo” gusto salsero gracias a los temas “Ámame” y “Aguacero”. No obstante, el mantenimiento de una nueva línea melódica, menos cadenciosa que la fórmula original del grupo, colisionó con la producción “Latin-up” (1990), álbum que pasó a la historia como el mayor desatino del colectivo.

A partir de entonces, el veterano músico decidió nunca más abandonar la dirección de los arreglos musicales de la orquesta. Así las cosas, y sin apartarse de las tendencias del mercado y el gusto del nuevo colectivo de consumidores salseros, produjo “Erupción” (1991), un disco que rescató el poderío y la esencia rítmica  de El Gran Combo.

“Agua pasada”, “Gotitas” y “Trinchera”, este último abordando el tema de los soldados puertorriqueños que fueron llevados a combatir en la guerra que Estados Unidos emprendió contra Irak, fueron la apuesta al éxito del grupo entrada la década de 1990.

Poco después apareció el trabajo “First Class International” (1993), disco que fue antecedido por “Gracias, 30 años de sabor”, un álbum compilatorio de festejo por las tres décadas del grupo, proyecto que se complementó con la salida al mercado de tres volúmenes de viejos éxitos en formato original.

De forma consecutiva, El Gran Combo lanzó al mercado los álbumes “La ruta del sabor” (1994), “Para todos los gustos” (1995), “Juntos de nuevo con… Andy Montañez” (1995),“Por todo lo alto” (1996) y “Pasaporte musical” (1998).

Aunque la fuerza rítmica del grupo se mantuvo, y la aceptación de los salseros nunca minó, la presencia del grupo en las ondas radiales y en apariciones público de corte festivo comenzó a disminuir. La razón se atribuye a las pautas del mercado, más que al estandarte del grupo.

A manera de ejemplo, en los cuatro años transcurridos, de 1994 a 1998, se produjeron cuatro discos –además de la producción conmemorativa “35th Anniversary: 35 Years Around The World” (1997) – mas el tema más memorable en el cancionero puertorriqueño, durante ese periodo, es “Que me lo den en vida”.

Esos años sirvieron, en tanto, para que el grupo consolidara otros mercados en Europa, Centro y Sudamérica y Estados Unidos. De hecho, es el periodo de más despunte internacional aun cuando “La Universidad de la Salsa” siempre desarrolló una agenda de trabajo intensa fuera de la Isla.

Los integrantes del colectivo arribaron a la década de 2000 con el trabajo “Nuevo milenio, mismo sabor” (2001), que antecedió a la producción especial “40 años en vivo” (2002) en la que se recogió las incidencias del gran festejo con que se conmemoraron las cuatro décadas de historia del grupo en un gran concierto celebrado en el coliseo Rubén Rodríguez de Bayamón.

Luego del acontecimiento de celebración de sus 40 años, del que se produjo el álbum “Los 40 de El Gran Combo” (2003), la agrupación da un salto en su historia musical al concluir su maridaje con la firma Combo Records para unirse a la discográfica Sony Discos. Esta era la primera vez que el grupo sellaba un acuerdo comercial con una empresa multinacional.

En esta nueva etapa, el grupo salsero más importante del mundo produjo el álbum “Aquí estamos y de verdad” (2004), recordado sólo por los éxitos “El matrimonio” y “Mi gorda bonita”.

Pero no fue hasta el lanzamiento de “Arroz con habichuelas” (2006) que El Gran Combo, habiendo cumplido 42 años de trayectoria, marcó un nuevo hito en la historia de la salsa al colocarse como la agrupación más venerada en el género, por encima de todas las orquestas de todos los tiempos, logrando la hazaña de convertir todos los temas de esa producción en grandes éxitos comerciales.

“Si la ves por ahí”, “Te veo, nena”, “No hay manera”, “Arroz con habichuela”, “Esa mujer”, “Como tiembla el alma”, “Yo no mendigo amor”, “Piénsalo”, “No te detengas a pensar” y “No sé qué”.

El resultado de ese trabajo derivó, entre otras cosas, en varias e importantes distinciones, incluyendo una estatuilla de los premios “Grammy” y un galardón del “Premio Lo Nuestro”.

Con “Arroz con habichuelas”, el maestro Rafael Ithier refrendó que la salsa marca su éxito en el sabor de la esencia armónica que se destila en la clave. Ahí está la fórmula ganadora de esta expresión sonora, el mensaje rítmico que la distingue y, por supuesto, la personalidad indiscutible de El Gran Combo.

Al éxito de “Arroz con habichuelas” le sucedió la producción “Sin salsa no hay paraíso” (2010), un trabajo cadencioso, con arreglos sencillos y bailables que reafirma el sonido tradicional de la agrupación con temas como “Sin salsa no hay paraíso”, “El problema está en el coco”,“Es la mujer”, “Achilipú”, “Colombia tierra querida”, “A mí me gusta mi pueblo”, “La espuma y la ola”, “El comején”, “La receta de amor” y “Alguien que me quite tu amor”.

Todos estas canciones transitan entre melodías variadas con matices de jocosidad, reflexión social y otras inscritas en el dulce dilema del amor.

Un merecido homenaje producido por el Banco Popular de Puerto Rico, el especial “Salsa” lanzado en diciembre de 2010, cerró con broche de oro la primera década del nuevo milenio. Ese proyecto fue un rotundo éxito en el mercado y le ganó al grupo varios premios importantes en la industria musical.

Hoy, con medio siglo de historia, El Gran Combo continua vigente y vigoroso marcando el tempo rítmico de la salsa con una línea melódica distintiva y un sabor único que resalta lo mejor de nuestra herencia antillana.

“Sobrevivimos porque representamos la música de una nación que es rica por su herencia cultural. Por eso la salsa es y será siempre música afroantillana, porque esto es derivado de África, ahí empezó todo, allí esta nuestra raíz. Esto lo heredamos porque viene de ahí, no podemos quitarle el mérito que pueda tener una orquesta alemana o suiza pero no pueden producir más que nosotros porque no tienen nuestra riqueza (cultural)”. Palabras con luz de Rafael Ithier.

Publicado en 80 Grados

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