Romper las reglas

Romper las reglas
Escultura de Eugenio Merino. "Franco vota"

Juan Gabalaui*. LQS. Septiembre 2019

La ley no es la democracia lo cual no implica que la democracia no esté regulada por reglas. La democracia radical, para distinguirla de las mediocracias actuales, se ajusta a un marco de acuerdos entre ciudadanos libres y se basa en la defensa de la dignidad humana y de sus derechos básicos…

A la democracia representativa le gusta confundir la democracia con el cumplimiento de las reglas que los propios representantes políticos crean. Una de las cuestiones es saber a quiénes representan. Según el funcionamiento formal de las democracias representativas, estos representan a aquellos que les han votado y, por consiguiente, han delegado su capacidad de acción y de decisión en otros. Según el funcionamiento práctico no queda claro. Hay ejemplos de representación honesta y múltiples ejemplos de representación falsa, y basada en intereses ajenos a los de sus electores. El abordaje de la crisis de 2008 es un claro ejemplo de ejercicio político contrario a los intereses de la mayoría. Esta crisis de legitimidad de la representación política no deja de agrandarse ante la mediocridad de gran parte de los actuales políticos y las estrategias ombliguistas de los partidos del sistema.

Otra de las cuestiones tiene que ver con las reglas. En el Estado Español tenemos la Constitución de 1978, incumplida e ignorada por una amplia mayoría de los representantes políticos de la posdictadura, que ante la tesitura de defender la constitución o los derechos privados y minoritarios de las élites no han dudado en defender a estos últimos. Además se menosprecia el hecho de que su redacción se hizo en un contexto coactivo que irremediablemente afectó a su contenido. No es una constitución redactada en libertad sino condicionada por los intereses de los poderes de la época que, como no podría ser de otra manera se asentaban en el ejército, la iglesia católica, el privilegiado conglomerado económico que medró durante la dictadura y el sector político heredero y protector del franquismo. Esto no es contradictorio con que en la Constitución existan artículos necesarios, ya que está basada en otras constituciones de países con democracias representativas como la alemana, sino que la define como un elemento que defiende y protege los intereses de determinados sectores de la sociedad española minoritarios y privilegiados.

Felipe González afirmaba en un artículo de El País que alguien diga que la democracia está por encima de las reglas institucionales y que están dispuestos, por tanto, a romperlas porque lo hacen de “manera democrática” es impresionante. Y no le falta razón cuando alude a personajes como Trump, Bolsonaro y Salvini, aunque yo añadiría a algunos políticos amigos suyos, dirigentes de la Unión Europea y presidentes de países europeos. Las reglas institucionales se han incumplido cuando el poder económico lo ha exigido. Las reglas, según González, se pueden modificar siguiendo los cauces establecidos. Obvia que quien hace la ley, hace la trampa. Quien hace la regla, establece los mecanismos para que esa regla no se pueda romper. Y en muchas ocasiones obliga a la desobediencia de leyes injustas, que atentan contra derechos básicos y humanos, lo cual implica consecuencias muy graves para los desobedientes. En el Estado español los insumisos, un movimiento social y político que se negaba a cumplir con el servicio militar obligatorio, afrontaban años de cárcel por su desobediencia. Rosa Parks, un ejemplo muy manido, desobedeció una regla que le impedía sentarse en la plaza de autobús que más le apetecía, desafiando las reglas y las leyes segregacionistas estadounidenses. El conductor del autobús, que bien podía haberse llamado Felipe González, se lo recordó claramente: debía ceder su asiento a un hombre blanco porque es lo que marcaba la ley.

La ley no es la democracia lo cual no implica que la democracia no esté regulada por reglas. La democracia radical, para distinguirla de las mediocracias actuales, se ajusta a un marco de acuerdos entre ciudadanos libres y se basa en la defensa de la dignidad humana y de sus derechos básicos. No tiene que ver con la libertad de internet, ni empresarial ni el libre mercado sino con la capacidad de las personas para participar y construir activamente cómo queremos relacionarnos y organizarnos social y políticamente, sin falsas e interesadas representaciones. La democracia radical tiene que ver con la desobediencia de las leyes injustas, y no son justas aquellas que atentan contra derechos fundamentales de las personas y contra el medio ambiente. Tiene que ver con romper las reglas y desafiar las leyes. Tiene que ver con introducir una norma que permita que quien no quiera estar conmigo, siga el camino que elija. Felipe González dice que no introduciría nunca en una reforma constitucional un elemento autodestructivo de lo que compartimos todos los españoles, en referencia a la independencia de Catalunya. Pero, ¿de qué tiene miedo? ¿De que los catalanes, los gallegos, los castellanos, los vascos, los andaluces o cualquier otro decidan cómo les gustaría relacionarse con el Estado español? ¿Que puedan conformar un espacio político, económico y social propio? La democracia no puede tener nunca miedo a la capacidad de decisión de las personas. Está en su propia naturaleza.

– Imagen, montaje de Eugenio Merino: Franco vota
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* El Kaleidoskopio

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