Rosa, “realidad” demasiado empalagosa

Rosa, “realidad” demasiado empalagosa

Beatriz Figueroa*. LQS. Octubre 2018

La “cultura rosa” no tiene en cuenta en qué medida las mujeres están en posición de atender sus necesidades socioeconómicas y si cuenta con los medios para recuperarse y reinsertarse sin estigma en la sociedad

En septiembre del 2011, cuando estaba recibiendo quimioterapia después de una mastectomía radical y a la espera de ser intervenida nuevamente para otra mastectomía , el libro “Sonríe o muere” de una de las feministas norteamericanas más críticas de la cultura de la Rosa, Bárbara Einrach, fue un gran consuelo. Mi cáncer de mama tampoco era rosa: enferma y desempleada mis únicos ingresos eran 426,00€ mensuales, una reciente hipoteca que superaba ese importe y además tenía que pagar el 40 % de la aportación de mis medicinas. El panorama tan negro no me dejaba ver el rosa por ninguna parte.

En este movimiento de la “cultura rosa” no se encuentra ira, ni dolor y son pocas las quejas de las mujeres por los efectos nocivos , en ocasiones permanentes, de los tratamientos . Sólo hay buenos testimonios de las mujeres supervivientes. El efecto de esta implacable cultura es transformar el cáncer de mama en un rito de paso y no en una injusticia o una tragedia para las mujeres. La cultura rosa centra como objetivo la supervivencia “heroica” de las mujeres teniendo una “abundancia de oportunidades” que predomina en la tiranía del positivismo. El rosa como símbolo de lo femenino promulga la suavidad del cáncer de mama convirtiendo el padecimiento en un objeto muy atractivo para el marketing con poder pastoral muy típico de Norteamérica. El negocio y los intereses económicos son los mejores “amigos” de esta causa en un muy rentable, comprometido y solidario mercado femenino por la “causa”.
La “cultura rosa” no tiene en cuenta en qué medida las mujeres están en posición de atender sus necesidades socioeconómicas y si cuenta con los medios para recuperarse y reinsertarse sin estigma en la sociedad.

Estos son fragmentos de sus (nuestros) testimonios:

Susana G, asturiana, casada y con un hijo fue diagnosticada de carcinoma de mama en 2011, con 41 de años su situación . Su marido también es paciente de cáncer. Estuvo en Vigo acompañando a Beatriz Figueroa en septiembre del 2015 cuando se rodó el cortometraje denuncia “Ir a ningún sitio. Cáncer y desamparo.” Susana me escribe hoy para denunciar que el cáncer no es de color rosa “mi situación actual es que soy una mujer, con 48 años, miembro de una familia azotada por el cáncer dónde la lucha no cesa, con un hijo que sacar adelante, desempleada y plagada de incertidumbre ante un futuro que está claro no me pertenece Una mujer que ha tenido que reinventarse. Me levanto cada día para enfrentar con la esperanza de no caer en una depresión o en una exclusión personal y laboral”.

Anne Claire S., se casó y enfermó de cáncer de mama en Barcelona. En 2013 creó una tienda online para la venta de productos cuidarse durante el cáncer . No ha dejado de estudiar y formarse desde ese momento con un gran esfuerzo con sus dos hijos menores. Estas son sus palabras “me molesta mucho esa visión ‘angelical’ del cáncer de mama. El color rosa, es tan bonito, tan glamuroso¡¡¡. Viene a ser muy leve, insignificante cosa de mujeres, es casi nada. Podríamos decir que es algo más de una gripe, ¿no? Pues lo siento, pero el cáncer de mama no es esto que nos hacen ver o que nos transmiten, es cirugía con ablaciones y cicatrices, es quimioterapia, tratamiento duro, difícil, tanto física como emocionalmente, es radioterapia con quemaduras, es… es el miedo constante a perder una parte importante de una misma, a perder tu vida a morir, a marchar, a faltarle a tus seres queridos…”

Marga Prado padeció un segundo cáncer en 2010. Esta vez era de mama. Cuando se reincorporó a la empresa fue despedida. El pasado año fue nuevamente intervenida de una mama. En febrero acompañó a Beatriz Figueroa a Madrid al Defensor del Pueblo y a las reuniones con todos los partidos políticos con representación en el Congreso. Su testimonio lo concluye diciendo “Después de 17 años cotizados, dependo totalmente de la renta de mi marido, qué vive y trabaja fuera de Vigo durante toda la semana, encontrándome sola para llevar adelante el cuidado de mis hijos, el mío propio y el intento por todos los medios de incorporarme de nuevo al mundo laboral.”

Beatriz, 53 años. Como el INSS considera que estoy “apta” para trabajar en “algo” y tengo reconocida una discapacidad, acepté una oferta de trabajo porque no podía seguir subsistiendo con 550,00 € que percibo por la incapacidad permanente total que tengo reconocida. La empresa no se pudo portar mejor, fue sobresaliente. En el puesto de trabajo tenía cierta flexibilidad y me facilitaban medios para adaptar las tareas a mis limitaciones. La sorpresa vino por parte de mis “compañer@s” más cercanos; es@s que el 19 de octubre lucirán un lacito rosa en su solapa y por supuesto participaran en un evento para recaudar fondos para prevenir e investigar el cáncer. Los mismos “solidarios” que sin ningún escrúpulo le han puesto un muro en vez de peldaños a una superviviente de cáncer. Pero no soy la única …

“La loca de la pancarta”, cinco años y medio después de su huelga de hambre, parece que no lo estaba tanto a la vista de los datos presentados en febrero por la AECC en su informe en el que concluía que el cáncer empobrece hasta la exclusión social a muchos de nosotros.

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