Sor Juana: “Yo, la peor de todas”

Por Daniel Alberto Chiarenza
Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana nació en San Miguel de Nepantla, Tepetlixpa, México, el 12 de noviembre de 1648 o 1651. La mayor figura de las letras hispanoamericanas del siglo XVII; fue una verdadera exponente del Siglo de Oro de la literatura española, aunque también integró a sus escritos el náhuatl clásico a su creación poética.
17 de abril de 1695: muere en la ciudad de México la poeta y escritora sor Juana Inés de la Cruz
Se tienen pocos datos de sus padres, tanto es así que algunos la consideran hija “ilegítima”, aunque esto es desmentido puesto que Juana Inés fue la segunda de las tres hijas de Pedro de Asuaje (o Asbaje) y Vargas Machuca –pero así fue como lo escribió sor Juana en el Libro de Profesiones del Convento de San Jerónimo-; aunque se sabe que los padres nunca se unieron en casamiento eclesiástico y, de allí tal vez, una visión tan obtusa y prejuiciosa desde el vamos. Su madre fue Isabel Ramírez de Santillana del pueblo de Huichapan, perteneciente al marquesado del Valle. En 1635 toda la familia se mudaría a San Miguel Nepantla, a una hacienda de labor denominada “La Celda”.
Algunos analistas literarios la consideran la décima musa (y fue así como la llamó el historiador Guillermo Schmidhuber de la Mora), incorporando varios géneros a su producción: la lírica, el auto sacramental, el teatro y la prosa. Leía y escribía desde los tres años y a los ocho produjo su primera loa. Admirada por su talento, a los catorce fue dama de honor de Leonor Carreto, esposa del virrey Antonio Sebastián de Toledo Molina y Salazar, marqués de Mancera y 25° virrey de la Nueva España (México). Brilló en la corte virreinal de Nueva España por su erudición.
En 1667 ingresó en el convento de las carmelitas descalzas de México y permaneció en él cuatro meses, abandonándolo por problemas de salud. Dos años más tarde entró en un convento de la Orden de San Jerónimo. Su vocación religiosa era escasa, pero sor Juana Inés de la Cruz prefirió el convento para seguir gozando de sus aficiones intelectuales y, el por siempre, anhelante conocimiento: “Vivir sola… no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”. Sus mecenas fueron los virreyes de Mancera, el arzobispo virrey Payo Enríquez de Rivera y los marqueses de la Laguna de Camero Viejo; todos virreyes de la Nueva España, los que publicaron los dos primeros tomos de sus obras en la Metrópolis (España). También debe la edición de sus escritos a Juan Ignacio María de Castorena Ursúa y Goyeneche, obispo de Yucatán, a quien se le debe haber sacado de las sombras a la obra de que sor Juana tenía inédita, aunque –por ellas- fue condenada a destruir sus escritos. Fue tarde, porque gracias al aporte a la inteligencia humana fueron publicadas, finalmente, en España.
Su celda fue punto de reunión de poetas e intelectuales, como Carlos de Sigüenza y Góngora, amigo del nuevo virrey, Tomás Antonio de la Cerda, marqués de la Laguna, y de su esposa, María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Paredes. Ésta y otras mujeres fueron inspiradoras de sus poemas eróticos, por los cuales fue estigmatizada y tuvo que ser víctima de los prejuicios de la época, tanto, que algunos la recuerdan sólo por este aspecto de su deslumbrante personalidad.
Allí también realizó experimentos científicos, reunió una nutrida biblioteca, compuso obras musicales y escribió una extensa obra que abarcó diferentes géneros, desde la poesía y el teatro, donde se aprecia la influencia de Góngora y Calderón.
Entre los escritos en prosa que se conservan destaca Respuesta a sor Filotea de la Cruz, seudónimo de Manuel Fernández de la Cruz, obispo de Puebla. En 1690, éste hizo publicar la Carta atenagórica, en la que sor Juana hacía una crítica al “sermón del Mandato” del jesuita portugués Antonio Vieira sobre las “finezas de Cristo”, acompañada de una “Carta de sor Filotea de la Cruz”, en la que, aun reconociendo el talento de la autora, le recomendaba que se dedicara a la vida monástica, más acorde con su condición de monja y mujer, que a la reflexión teológica, ejercicio reservado a los hombres.
Su respuesta fue contundente, pues reivindicaba el derecho de las mujeres al aprendizaje, pues el conocimiento “no sólo les es lícito, sino muy provechoso”, la crítica del obispo la afectó profundamente, tanto, que después sor Juana vendió su biblioteca y todo cuanto poseía, destinó lo obtenido a beneficencia y se consagró por completo a la vida religiosa.
Murió socorriendo a sus compañeras enfermas, durante la epidemia de cólera que asoló a México, el 17 de abril de 1695 en el Convento de San Jerónimo.
Sus obras completas se publicaron en España en tres volúmenes: Inundación castálida; Segundo volumen; y Fama; y obras póstumas del Fénix de México.
Su obra parece inscribirse dentro del culteranismo de inspiración gongorina y del conceptismo, tendencias características del barroco, el ingenio y originalidad de Sor Juana Inés de la Cruz, pero la han colocado por encima de cualquier escuela particular. Desde la infancia emprendió una aventura intelectual y artística con disciplinas tales como la teología, la filosofía, la astronomía, la pintura, las humanidades y, por supuesto, la literatura, que la convertirían en una de las personalidades más complejas y singulares de las letras hispanoamericanas.
En la poesía de sor Juana hay numerosas composiciones profanas (redondillas, endechas, liras y sonetos), entre las que destacan las de tema amoroso, como los sonetos que comienzan con “Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba…” y “Detente, sombra de mi bien esquivo…”. Abunda en ella la temática mística, en la que una fervorosa espiritualidad se combina con la hondura de su pensamiento, tal como sucede en el caso de “A la asunción”, delicada pieza lírica en honor a la Virgen María.
Primero sueño es un poema de casi mil versos escritos a la manera gongorina en el que sor Juana describe, de forma simbólica, el impulso del conocimiento humano que rebasa las barreras físicas y temporales para convertirse en un ejercicio de puro y libre goce intelectual. El trabajo poético de la monja se completa con varios hermosos villancicos que en su época gozaron de mucha popularidad.
Fue ella quien junto a Bernardo de Balbuena, Juan Ruiz de Alarcón y el, ya nombrado, Carlos de Sigüenza y Góngora, ocuparon un destacadísimo lugar en la literatura de Nueva España (México). Si hablamos del trabajo de sor Juana en la lírica lo debemos adscribir dentro de los lineamientos del barroco español, aunque en su etapa tardía. También utilizó elementos del culteranismo de Góngora, aunque tampoco se pudo divorciar de la obra conceptista de Quevedo y Calderón.
Lo que podemos definir como obra dramática de Juana Inés abarca de lo religioso a lo profano, entre los cuales podemos nombrar Los empeños de una casa (1683) y Amor es más laberinto (1689); y como autos sacramentales El divino Narciso y abundante poesía; estos últimos concebidos para representarse ante la corte.
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