Suráfrica después de Mandela

Suráfrica después de Mandela

El ícono ha muerto. ¿Que viva qué? En diciembre, el mundo compartió la increíble celebración del funeral de Nelson Mandela. Las elegías fueron interminables. Más jefes de Estado, pasados y presentes, que en ningún otro funeral en la historia, vinieron a rendirle homenaje. Sin duda hubo algunas voces disidentes entre los comentaristas, pero realmente muy pocas. No hay duda de que hubo también un poco de hipocresía en la celebración, pero también hubo expresiones de pesar genuino y aprecio real por una persona extraordinaria. Fue la última hurra por quien los sudafricanos llamaban Tata Madiba.

Pero ahora qué sigue. La realidad de Sudáfrica es una en la que no importa qué papel jugó Mandela en la lucha contra el apartheid, luego en la (re)construcción de una nación y posteriormente en el traspaso del poder político a otros: no puede ya jugar estos roles nunca más. Sudáfrica está ahora sola, para bien o para mal –sin la gracia especial que le brinda un ícono viviente. ¿Cuáles son sus conflictos actuales y su actual posición geopolítica? ¿Y qué podemos esperar que ocurra en los 10 o 20 años próximos?

Lo primero que puede ocurrir es que continúe la decadencia, tal vez rápida, de la organización de Mandela, el Congreso Nacional Africano (CNA). El CNA fue una fuerza conducente en la lucha contra el apartheid (aunque no la única). Pese a todos los enormes pronósticos contrarios, el CNA ganó la batalla política. Logró su exigencia primordial: un sistema político basado en una persona, un voto. En la primera elección basada en el sufragio universal en Sudáfrica, Mandela fue electo presidente en 1994 y el CNA ganó más de dos tercios de los escaños en la legislatura. Repitió su demostración electoral en las dos subsecuentes elecciones presidenciales, la de Thabo Mbeki y la de Jacob Zuma, así como en casi todas las elecciones regionales y locales.

No obstante, está visiblemente en decadencia. ¿Por qué? La primera explicación es que todos los movimientos de liberación nacional que logran el poder tras una lucha prolongada tienen un periodo inicial de enorme respaldo electoral al que le sigue una decadencia que con frecuencia es drástica. Esto ocurre por tres razones: 1. Las expectativas populares de que se logren mejoras enormes, sobre todo en la esfera económica, no se cumplen. De hecho, en muchos modos la situación empeora para gran cantidad de personas. 2. Al mismo tiempo, hay una gran corrupción entre los funcionarios electos y otros favorecidos por ellos, y ocurre una lucha interna siempre creciente entre los dirigentes principales en pos de los despojos del cargo saliente. 3. A como van los tiempos, hay más y más votantes que están demasiado jóvenes para tener un recuerdo vivo de cómo se vivía en el régimen previo.

En el caso de Sudáfrica, los problemas genéricos a todos los movimientos de liberación nacional se conjuntan con una historia política nacional. El CNA ha estado vinculado a una alianza política tripartita junto al Partido Comunista Sudafricano y el Congreso de Sindicatos Sudafricanos (SACP y Cosatu, respectivamente, por sus siglas en inglés). Ambas organizaciones se han visto afectadas por la decadencia del Congreso Nacional Africano.

El SACP ha jugado por largo tiempo un papel político que va más allá de su potencial fuerza electoral. Esto ha hecho que esté muy cerca del CNA por el obvio temor de que cualquier fractura signifique un desastre electoral que los vuelva políticamente irrelevantes. Algunos miembros del SACP, o ex-miembros de éste, están ahora entre los proponentes principales de una orientación neoliberal del gobierno. Otros han remodelado sus aspiraciones socialistas como perspectiva de muy largo plazo.

A diferencia del SACP, el Cosatu cuenta con una base numérica significativa. Pero el Cosatu es una federación de sindicatos cuyos intereses varían y cuyos líderes tienen análisis divergentes de la situación política actual. La versión resumida de los debates internos del Cosatu es que algunos de los grandes sindicatos están listos para romper con el CNA y adherirse activamente a otras afiliaciones políticas. Otros llaman, precisamente, a la política opuesta. Esto divide a los sindicatos, entre ellos y al interior de cada uno. El Cosatu se encuentra en el momento álgido de un viraje importante, que probablemente implicará una división organizativa. De ocurrir esto, es bastante incierto que los sindicatos continúen siendo actores importante en el escenario sudafricano en la década venidera.

Finalmente, el CNA mismo está en gran escisión. Ha habido otras fracturas antes de ésta, pero ninguna parecía tener un efecto en lo electoral. Esta vez, es probable que la escisión tenga consecuencias más serias. Hay dos grietas básicas al interior del CNA. Una es étnica, entre los dirigentes enraizados a uno u otro de los dos más grandes grupos –los xhosa y los zulúes. La segunda tiene que ver con la apuesta más grande de Sudáfrica, lo que le dio fama mundial: el carácter no racial del régimen. Hay ahora una facción grande que está llamando a rechazar el así llamado arcoiris y a afirmar la precedencia de los africanistas. El punto candente es la redistribución de derechos agrarios, que en gran medida sigue en las manos de los granjeros blancos.

Además de los conflictos internos, Sudáfrica ha estado jugando un papel relativamente importante en el escenario mundial y su actividad geopolítica se ha vuelto objeto de crítica creciente.

Sudáfrica es uno de los cinco miembros del grupo conocido como BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) y es el más pequeño y económicamente débil de los cinco. Hay mucho debate en Sudáfrica acerca del grado en que este vínculo le permite a los otros, en especial a China, sacar ventaja de Sudáfrica.

Sudáfrica es, al mismo tiempo, el peso completo en el continente africano, y su ejército ha jugado un papel activo en mantener la paz en varios estados africanos. La cuestión planteada es la siguiente: ¿es esto subimperialismo o imperialismo directo que refleja los intereses económicos de Sudáfrica, o es más bien la expresión virtuosa de una autonomía y solidaridad regionales?

Finalmente, como en otras muchas partes del mundo, hay un desempleo creciente y masivo. Y como en otras muchas partes del mundo, la reacción política ha sido una xenofobia creciente, que conduce a ataques contra los mozambicanos y otros que han emigrado en busca de mejoramiento económico.

De muchas formas, Sudáfrica es un polvorín a punto de explotar. Sin embargo, en el lado positivo tiene la Constitución más progresista del mundo (siempre y cuando sus previsiones sean respetadas). Sigue gozando de una de las arenas de debate político más vivas y abiertas. Y tiene un número impresionante de movimientos sociales construidos desde abajo.

Dentro de 10 años es probable que Sudáfrica se mire muy diferente. La cuestión es: ¿Se mirará mejor o peor?

* Traducción para “La Jornada” de Ramón Vera Herrera

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