Tal galardón recibe quien a dios y a sus santos sirve

Tal galardón recibe quien a dios y a sus santos sirve

Dice La Historia o, mejor, cuenta, que don Gonzalo Ruiz de Toledo, señor de Orgaz en tiempo de don Sancho el Bravo y ayo de su hija, la infanta doña Beatriz, más auténtica que las gallinas, fue hombre muy dado a obras de virtud y piadosas; edificó y ayudó mucho a las iglesias y conventos, mientras al pueblo le tenía metido en guerras y muerto de hambre, lo normal. Era aficionado a  Gunderico, rey de los vándalos en los primeros años del siglo V, quien precedió inmediatamente a  Genserico, que condujo a su nación  a Africa desde España, construyendo, ya entonces, otra trágica, cruel y criminal valla en Melilla.

El tal Gonzalo siempre llevaba en su puño una Gura, especie de paloma filipina, pegada con goma  del euforbio, y que algunos carabobos piadosos y tontas del culo admiraban como espíritu venido de lo alto.

Sancho el Bravo era Gurdo, necio, simple, insensato, por mucho que la Historia ,digo el cuento, le cuente como bravío. Entre otras cosas declaró un día  que dejaba la cabeza del buey con sus ojeadas por todo el campo de Montiel y Calatrava y gran parte de Sierra Morena.

A los dos, Gonzalo y Sancho les cegaba la virtud de la Lujuria y les encantaba entrar  en buenos negocios con la confianza de las buenas hipotecas del yeyuno, segunda porción  de los intestinos que comienza en el duodeno y acaba en el íleon. Les encantaba, en sus correrías amatorias, hacer sexo entre yezgos y saúcos. Gonzalo se sentía a semejanza del polluelo que está en el huevo y lo engullía el otro, piando en el gaznate.

Sancho el Bravo, en verdad que era un tipo característico de pinta y encornadura. Era jabonero, tirando a barroso por la bragada; algo meleno y bien armado, eso sí. Gonzalo, por otra parte, era lombardo, chorreao en verdugo, estrellao, ancho de cuna, retardo y colín. Les encantaba “guarrear”, como ellos decían en Gurrea, de Gállego, villa de la provincia de Huesca. De esta villa tomó  apellido un linaje noble de Aragón, varios de cuyos individuos figuran mucho en la  historia de la Edad Media.

Ahora les vemos que están leyendo en una piedra de canto el Testamento de la Zorra. Gonzalo lleva asomando en su bolsillo derecho del pantalón un paño de lienzo o algodón de menores dimensiones que el mantel, que se emplea en  la mesa para cubrir ciertas partes de ella, para el servicio de cada persona, para que los que la sirven enjuaguen los platos y cubiertos y sostengan las fuentes sin quemarse las manos. Era el paño con el que la puta , de profesión Vidente,  a la que recién habían visitado les había limpiado la eyaculación, estimulando, provocando, irritando, lo mismo que frotándose las manos,   el “peni”, como dijo ella, “parecido al lagarto de América”, en su eyaculación, entre sesameos, plantas herbáceas, después y no antes de la lavativa servicial, cuando las pasiones y los afectos van montados en bicicleta en tarea puramente mecánica que no exige sino en muy pequeño grado el concurso de la inteligencia.

-Mira, decía Sancho, cómo devana el sexo, conjurando a la piedra, el ladrillo caravista, o cualquier otro objeto con agujero con que calzar  Amor para que asiente en su evidencia de seta, cerda del puerco, hongo, pavesa o moco de luz

Tanaquil, se llama ella, como aquella mujer de Tarquino Prisco, el soberbio, que le hacía pajas a Servio Julio contemplando Roma desde un risco, y que fue muerto por orden de su esposa Tulia por querer establecer la República en vez de la monarquía, “asistiendo al mismo palo que mi hijo”, como afirmaba ella en coito servil, bajamente, con desdoro.

Cierta pastilla que les dio a los dos, al marchar, les dio la virtud y eficacia para hacerse evaporar la parte de la cabeza que está en el sexo, torcida a un lado o atravesando grave y seriamente el semblante por la masa nerviosa contenida en la cavidad del cráneo, apareciéndoseles en un Evónimo, cierto arbusto, los cuatro evangelistas, de espaldas y en cueros, queriéndoles llevar a su huerto, y que les hablaron de la evección, para ellos erección, o desigualdad periódica que por efecto de la atracción del Sol experimenta la forma y posición de la órbita de la Luna, como la aptitud del alma para percibir por los órganos corporales.

Entre los cuatro evangelistas se asomaba Leovigildo, mozuelo ingenioso y ágil para la mercancía, primer pajillero gótico de Sevilla, capital en un tiempo de los godos,  al estilo de los curas pedófilos, hablándoles con desaire marcado, llevando en sus manos una feminela, pedazo de zalea en que se envuelve el zoquete que forma la cabeza de la lanada o escobillón; los evangelistas callados en otorgamiento, y él diciendo:

–          Todos sois hijos de la gran puta, y seréis descuartizados en potro de tormento por la Suprema. Verlas venir.

Y desaparecieron.

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