Tenemos memoria

Tenemos memoria
Siempre es lo mismo. Tras una llamada te quedas mudo. Es el aliento de la muerte que te habla, que te dice que ya nada volverá a ser igual. Que a quien querías ya no lo volverás a ver más. Que tu familiar, tu amigo, tu enamorado ha sido asesinado. El mundo se para y no escuchas más.

Somos muchos, demasiados, los que hemos pasado por el infierno de asistir al asesinato de un ser querido. Testigos inútiles de algo que no podemos cambiar. Asumiendo día a día el vacío que deja la ausencia provocada por la mano criminal.

El luto se hace difícil. No fue un accidente. A veces lo intuyes, otras lo presencias y las peores eres, de pronto, protagonista de las noticias. No sabes que hacer y solo puedes recurrir a no olvidar, a no callar, a recordar. Descubres que tienes memoria.

Memoria. A muchos no les gusta esta palabra. Estas letras unidas que recuerdan. Nos quieren desmemoriados porque el olvido entierra la culpa. Es curioso cómo molesta a algunos que haya familias que recuerdan públicamente a sus muertos. Ciertamente les enerva que seamos impúdicos, que nos neguemos a encerrar nuestro dolor en la intimidad aséptica del hogar o los cementerios. Nuestros gritos les dan miedo, rompen la neblina del silencio cómplice de los que esconden. De quienes con su muda colaboración, en realidad, asienten. No quieren voces. Ni siquiera argumentan o están a favor, aunque lo estén. En público, no están orgullosos de sus crímenes, o de la complacencia con estos, al contrario, sienten vergüenza. Saben que está mal. Por eso pretenden incluso hurtarnos el dolor colectivo, pues el estruendo llama a investigar, a conocer, a comprender y el entender hace buscar, pedir, exigir reparación y justicia.

Hace diez años que asesinaron a nuestro familiar y desde el mismo momento en que supimos las circunstancias que rodearon su asesinato, enmarcadas en una operación contra todos los medios de comunicación que se encontraban en Bagdad, decidimos buscar públicamente justicia.

A lo largo de estos años de lucha, inmersos en una dolorosa batalla ciudadana y judicial, hemos percibido en su total acepción el significado de las palabras memoria y olvido. Sabemos que no somos cómodos, que nuestra insistencia disturba. No nos perdonan el permanente recuerdo. Unos lo dicen suavemente; “…ya está muerto. Dejadlo ya. No sufráis más”, otros sin tapujos; “no seáis plañideras. Dejad de vivir del muerto. Sabía los riesgos que corría….”. Pero tanto unos como otros quieren el olvido y el silencio para mantener la impunidad de los asesinos. Lo digan con subterfugios o con palabras llanas.

Nosotros, en este camino de memoria viva, hemos decidido unirnos a gentes de todo el mundo que claman por sus asesinados. Da igual que sean familiares de desaparecidos en Argentina, en Chile, en El Salvador, en Palestina, en Irak, o que estén en nuestro mismo suelo buscando a sus más de cien mil familiares enterrados clandestinamente en las cunetas. Todos formamos una gran familia que ensordece el ambiente de los sordos, de los que no quieren oír, de los que olvidan, de los desmemoriados.

Frente a los que quieren matar a nuestros muertos dos veces olvidándolos, nos alzamos quienes los revivimos recordándolos.

El silencio y el olvido son la impunidad de los asesinos.

El ruido y la memoria son, a partes iguales, la reivindicación de la justicia para nuestros familiares.

Publicado en la revista Números Rojos

 
 
 

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