Tirandentes: patrón cívico de Brasil

Por Daniel Alberto Chiarenza
21 de abril de 1792: muere el héroe nacional brasileño “Tiradentes”
“Hace apenas medio siglo se creía que las minas del Brasil durarían tanto como el mundo, pero cada vez hay menos oro y menos diamantes y cada vez pesan más los tributos que es preciso pagar a la reina de Portugal y su corte de parásitos.
“Desde allá envían muchos voraces burócratas y ni un solo técnico en minería. Desde allá impiden que los telares de algodón tejan otra cosa que ropa de esclavos y desde allá prohíben la explotación de hierro, que yace al alcance de la mano, y prohíben la fabricación de pólvora”. Eduardo Galeano: Memoria del Fugo II. Las caras y las máscaras. Argentina, Siglo XXI, 1988.
Un tal Joaquim José da Silva Xavier, o “Tiradentes”, nació en un pueblo del distrito de Pombal, Minas Gerais, el 16 de agosto de 1746. Hijo del portugués Domingos da Silva Santos -propietario rural- y de la brasileña Maria Antônia da Encarnação Xavier. Era el cuarto de siete hermanos. Fue autodidacta, pero se puso bajo la tutela de un padrino, que era cirujano. Trabajó ocasionalmente como minero y en diversas tareas relacionadas con la farmacia y la odontología, lo que le valió su apodo de “Tiradentes”.
Con sus conocimientos de minero se hizo técnico en reconocimiento de terrenos y en exploración de recursos. Empezó a trabajar para el gobierno. En 1780 se alistó como alférez de caballería en el ejército de Minas Gerais, y en 1781 fue nombrado por la reina María I, comandante de patrulla de Caminho Novo, que conducía hasta Río de Janeiro y que garantizaba el transporte del oro y los diamantes de la región. En ese periodo, comenzó a criticar las misiones de exploración del Brasil por parte de la metrópolis, lo que resultaba evidente cuando se comparaba el volumen de riquezas tomadas por los portugueses y la pobreza en la que seguía viviendo el pueblo. Descontento, renunció a la carrera militar en 1787, demostrando el carácter de su espíritu: vehemente e impulsivo.
Durante un año vivió en la capital de la colonia portuguesa, Río de Janeiro. De regreso a Minas Gerais, empezó a incentivar en Vila Rica y sus alrededores la creación de un movimiento de independencia para Brasil. Un grupo de estudiantes brasileños, que se hallaba en las aulas de la Universidad de Coimbra, propuso a Tomás Jefferson (1785) que la América Anglosajona, ya libre, ayudara a la emancipación de Brasil. Poco después volvieron a América varios de esos estudiantes, entre ellos el más famoso mineralogista, José Álvarez Maciel, quien se comunicó con “Tiradentes”, y éste con el poeta y coronel Ignacio José de Alvarenga Peixoto; el poeta y oidor Tomás Antonio Gonzaga; el doctor Claudio Manuel da Costa, ya ilustre en la literatura brasileña, y con los sacerdotes José da Silva Oliveira Rolim, Carlos Correa de Toledo, Luis Vieira da Silva, etcétera.
En los hechos, todos siguieron el llamado “Plan Maciel”, puesto que la revuelta tendría como pretexto el cobro de las “derramas” o atrasados quintos del rey. Aunque, también es cierto, que los propósitos no estaban bien definidos. Acaso lo más concreto era el significativo lema del motín, extraído por el poeta da Costa de un verso de Virgilio: “Libertas quae, será tamen repexio inertem” (La libertad, aunque tarde, vuelve su mirada hacia el débil). Estas palabras fueron inscriptas en la bandera del movimiento, en cuyo triángulo central, no faltó quien viera en ello, un signo claro de la masonería.
Los precursores ganaron apoyo ideológico con el triunfo de la independencia de las colonias británicas del Norte del continente y la formación del nuevo país. Factores regionales, sobre todo económicos, influyeron en consolidar la rebelión en Minas Gerais, pues la región producía cada vez menos oro. Los colonos no estaban en condiciones de cumplir con el pago anual requerido en oro destinado a la Real Fazenda, motivo por el que se unieron a la rebelión.
El movimiento de liberación alcanzó su punto más alto con la implantación de un nuevo impuesto por parte del gobierno colonial: una tasa obligatoria de oro en impuestos atrasados (desde 1762) –como ya se dijo-, orden que debía ser ejecutada por el nuevo gobernador de Minas Gerais, Luís Antônio Furtado de Mendonça, vizconde de Barbacena. Comienza la insurrección, cuando los líderes del movimiento salieron por las calles de Vila Rica dando vivas a la República, obteniendo la inmediata adhesión popular. Antes que la tentativa conspirativa se transformara en revolución fue delatada por los portugueses: coronel Joaquim Silvério dos Reis, teniente coronel Basílio de Brito Malheiro do Lago y el natural de Azores Inácio Correia de Pamplona. La traición se explicaba en que habían sido condonadas sus deudas con la Hacienda Real.
El vizconde de Barbacena suspendió el impuesto y ordenó la prisión de los conjurados (1789). Tiradentes se refugió en casa de un amigo en Río de Janeiro, pero fue delatado por el miserable de Joaquim Silvério dos Reis, que cobraría por la felonía el título de Fidalgo.
Mientras tanto, el vizconde de Barbacena ordenó que a los rebeldes se los trasladara a Río de Janeiro, excepto al poeta da Costa “que fue hallado muerto en la cárcel el 1 de julio (1789)”.
Los infieles a la corona portuguesa habían sido, desde un comienzo, los religiosos Carlos Correia de Toledo e Melo, José de Oliveira Rolim y Manuel Rodrigues da Costa; el teniente coronel Francisco de Paula Freire de Andrade, los coroneles Domingos de Abreu y Joaquim Silvério dos Reis (el traidor); los poetas Cláudio Manuel da Costa, Inácio José de Alvarenga Peixoto y Tomás Antônio Gonzaga.
Querían establecer un gobierno independiente de Portugal, crear una universidad en Vila Rica, formar industrias y hacer de São João Del-Rei la nueva capital de la región.
“Para romper con Europa, que nos chupa como esponja, conspiró un puñado de señores. Dueños de minas y haciendas, frailes, poetas y doctores, contrabandistas de larga experiencia, organizaron hace tres años un alzamiento que se proponía convertir esta colonia en república independiente, donde fueran libes los negros y mulatos en ella nacidos y todo el mundo vistiera ropa nacional”. Eduardo Galeano, Op. Cit.
Tiradentes, era probablemente el participante en la revuelta que estaba más abajo en la escala social (alférez y dentista práctico). Por esa razón, fue el único que asumió la responsabilidad de la revolución, tratando de exculpar a sus compañeros. Encarcelados todos los rebeldes, esperaron durante tres años la finalización del proceso por traición a la corona portuguesa: algunos fueron condenados a muerte y otros al destierro. Luego, por orden de la reina Doña María I, todas las sentencias fueron conmutadas por el destierro, excepto la de Tiradentes, que continuó condenado a muerte.
La mañana del sábado 21 de abril de 1792, el iluso conspirador Tiradentes recorrió en procesión las calles engalanadas del centro de la ciudad de Río de Janeiro hasta el cadalso. Ejecutado y descuartizado, con su sangre se firmó la certificación de que se había ejecutado la sentencia de muerte y se declaró su memoria infame. Su cabeza se plantó en un poste en Vila Rica y sus restos mortales se distribuyeron a lo largo de Caminho Novo: Cebolas, Varginha do Lourenço, Barbacena y Queluz, la antigua Carijós; lugares en los que expuso sus discursos revolucionarios. Su casa fue destruida y todos sus descendientes deshonrados.
En la historia de Brasil se conoce este episodio con el nombre de “infidencia mineira”, porque “Hubo un hombre que calló. El alférez Joaquim José da Silva Xavier, llamado Tiradentes, Sacamuelas, sólo habló para decir: –Yo soy el único responsable”.
Aunque nunca se casó, Tiradentes tuvo dos hijos, João, con la mulata Eugênia Joaquina da Silva, y Joaquina, con la pelirroja Antonia Maria do Espírito Santo, que vivía en Vila Rica.
“Parecen cadáveres a la luz de los candiles. Atados por enormes cadenas a los barrotes de la ventana, los acusados escuchan al juez, desde hace dieciocho horas, sin perder palabra.
“Seis meses ha demorado el juez en redactar la sentencia. Muy al fin de la noche, se sabe: son seis los condenados. Los seis serán ahorcados, decapitados y descuartizados.
“Calla entonces el juez, mientras los hombres que querían la independencia de Brasil intercambian reproches y perdones, insultos y lágrimas, ahogados gritos de arrepentimiento o protesta.
“Y llega, en la madrugada, el perdón de la reina. No habrá muerte, sino destierro, para cinco de los seis condenados. Pero uno, el único que a nadie delató y fue por todos delatado, marchará al patíbulo al amanecer. Por él vibrarán los tambores y la lúgubre voz del pregonero recorrerá las calles anunciando el sacrificio.
“Tiradentes no es del todo blanco. De alférez entró al ejército y alférez por siempre quedó, arrancando muelas para redondear el sueldo. Él quiso que los brasileños y fueran brasileños. […]”. Eduardo Galeano: Op. Cit. Pág. 92.
Tiradentes está considerado actualmente Patrón Cívico de Brasil, ya que fue el primero en plantear independencia y republicanismo, sólo aceptado por la burguesía positivista que destronó al imperio esclavista en 1889.
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