Tres historias de Gerineldo

Tres historias de Gerineldo
Gerineldo Fuencisla
Mi amigo Gerineldo es un caso. Su sentimiento es el mismo toque de Campana en la  alameda de la Fuencisla,  paseo escondido que bordea la muralla y el alcázar de Segovia. El me cuenta orejeando, moviendo las orejas,  que, cuando estudiaba para Orden, sacramento de la iglesia  mediante el cual se consagran los ministros del culto, en el Seminario Conciliar de Segovia, un día que se examinaba de latín había traducido aquel “qui tollit pecata mundi”, en mala interpretación y dicción,  por un “clitoris pecata mundi”, pronunciado de viva voz en examen oral, de cuatro palabras haciendo tres, lo que le valió una colleja en el pescuezo, que aun hoy día le duele, teniendo que ir a confesar a darle al padre cuenta de sus actos, y una gracia del Rector, por la sucesión natural de las cosas, de vestirle con el hábito de Santiago y enviarle al cráter del volcán de Popocatepetl, el Infierno, para que una vez allí, suplicase, rogase, pidiese la salvación por su poco juicio, y consiguiese como Itis, hijo de Teseo, muerto por Procne, convertirse en faisán o esfera cristalina para cada uno de los padres superiores, que están sin madre o hierro.
Gerineldo Fuencisla vende oro
“! Que ha vuelto Gerineldo¡”, son palabras de una aldeana viuda, que acababa de enterrar a dos maridos, uno en el cementerio, otro dentro de la iglesia.
Ha venido de las Indias provocativo y lujurioso, cargado de piñones, caracoles y cantáridas, pero no de oro; por eso, viene a vender el relleno de oro que ocupa el hueco o picadura de tres de sus dientes y dos de sus muelas.
Viene leyendo el Zendavesta, libro sagrado de los adoradores del fuego en la religión de Zoroastro,  donde Ormuz es el nombre del principio del bien, y Arimán, el mal, Ormuz es un poco malicioso, como todos los buenos, En un párrafo del texto leemos que le dice a Arimán: “ Qué putas son las zorras, y además de eso no tengo ganas”. El muy cuco lo decía porque no pudo alcanzar las uvas de una mulata del Cuzco, en Perú.
Arimán es un poco zazoso, pronuncia las eses y las cees como zetas. “¡Y siempre pensando en lo mismo¡”, pensó Gerineldo.
Cuando bajó en la AT-4 del Aeropuerto de Barajas, el día era muy mojado Había escuchado que por la Andalucía infeliz se habían desbordado algunos ríos. Y por la Cataluña, a lo que había replicado un boyero españolista: “Ojala se inunde toda”. Qué mala leche se cuece  por acá, se dijo Gerineldo. Un curita de Huete, en Cuenca le había escrito y contado que por aquí nos gobierna un milagrero, que colgado lleva el milagro. En la foto de él, que me adjunta, se le ve que está contemplando ese espacio de terreno en una dehesa en que pueden mantenerse mil ovejas o dos hatos de ganado Y me dice que dijo: “Hágase el milagro, y hágalo el diablo”; y, al momento, aparecieron unas cuantas de manifestaciones contra la crisis y los recortes. Y me sigue contando que es muy milagrero, embauca a la gente con milagros fingidos, pues es dado en creer en ellos. Que adora a la beata Merkel, en mimesis, imitación de otros, que pronto será canonizada por el Euro y con el Euro por crianza, Que es como el milabro azulado de la achicoria, y que, por circunstancias dadas por gracia de la plebe, sale de rositas en manifestaciones y huelgas, enderezando las orejas cuando ve algo que le sorprende o le infunde recelo.
Que con respecto a Europa, y gracias a su beata, se siente como un Milciades en la victoria de Maratón sobre los persas. Millaradas se gastan en actos de ostentación vana y de jactancia. Que la miseria avanza en un pueblo holgazán, pues el toro de Osborne ni se mueve y sigue paralizado en la montaña auque brame la vaca.
El taxi ha llevado a Gerineldo hasta la iglesia de San Isidro, en Madrid. El, que fuera tocador de órganos, piensa si tocar un organillo, tocar un órgano o un organito, especie de tordo. Ya sabéis.
Gerineldo va a misa
Gerineldo, por solidaridad con las víctimas de género,  pero no con las mujeres y menos con esa diputada pepera despreciadora de las familias desahuciadas, que aguija al hígado del poder como la vaca  brama a los huevos, va al “oficio” de misa de réquiem, pero, como otros muchos,  no entra y se queda a las puertas de la iglesia, porque para él el rito es una tomadura de pelo, “un cuento para enanas y para tontos de baba, en la transustanciación de la falacia o hábito de emplear falsedades en daño ajeno”, como le decía su abuelo. Un contertulio, un tipo con la cabeza de imprenta menor que el peticano y mayor que el parangona, le dice: “¿En qué pararan estas misas? ¿Cómo acabará esto de las víctimas de género? La misa, dígala el cura; por oír misa y dar cebada, nunca se perdió jornada” Es la cuarenta y tanta víctima. Gerineldo lleva en el pecho al lado del corazón un corazón rojo con siete puñales atravesados y ensangrentados en las puntas; debajo una frase estampada en morado que dice “No a la Violencia de Género”. También lleva una pulsera comprada en un mercadillo de Vilallar de los Comuneros, en Valladolid, con la efigie de Oppas, aquel arzobispo de Sevilla, hijo del rey Witiza, que con sus hermanos y el conde Julián, contribuyó a la invasión de España por los árabes.
A el le da también pena el desgraciado y lastimosamente ahorcado, después de haber cometido el criminal acto. Otro contertulio, especie de miriñaque o tontillo que ahuecaba la falda de su esposa y que tampoco entró en la iglesia, decía: “El mísero, miserable, y misero, aficionado a oír muchas misas, tuvo que salir de esta vida contento. Dicen los que le vieron que tenía la cara de asco, y que, sobre la mesa de la cocina había un frutero con frutas de las Indias, aguacates podridos, provocativos a lujuria”. A esto contestó la esposa: “Vaya canalla, granuja”-
El miserere, salmo cincuenta de David, oído tras el portón de la iglesia nos hizo volver nuestras miradas hacia nuestro reino de Pénjamo, donde Perogrullo Peróxido, el más cargado de oxígeno, puede formar un cuerpo cualquiera, perquiriendo y buscando un “perqué” en composición cuasi poética de preguntas y respuestas con decreto per se, por sí o por si mismo, ordeñando, sacando  a la hembra de un mamífero leche de la ubre.

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