Trilcero

Trilcero

Por Francisco Cabanillas. LQSomos.

El corazón del poeta / es una abeja que se devora / a sí misma.
Yván Silén
Se nos dice que la yuca humanitaria que están probando en Isabela [PR] nada tiene que ver con los intereses de lucro de la industria de biotecnología. Pero, ¿cuán independiente es esta yuquita?
Carmelo Ruiz Marreo
Vengo de tocar en otra parte, estuve tocando con un saxo que me prestaron, un saxo increíble por lo viejo y gastado, con iniciales de nácar y una boquilla casi inservible. Olía a incienso de iglesia, te das cuenta, tocar en él era…
Julio Cortázar

Novela. Prendo el libro, La casa de Ulimar (1988); abro la luz. Según leo, las páginas se oscurecen. Pronto, la novela se multiplica en tres historias simultáneas. Tres espacios y tres tiempos diferentes. El presente en Nueva York. El pasado medieval en España. La antigüedad bíblica: Jesús.

Los narradores se multiplican a la velocidad de los peces. Los boricuas en Nueva York… El Cid en España… Jesús y María por las arenas y las piedras…

Las erratas estallan; las ratas merodean. La novela se llena de roedores muertos. María los indaga con el pie. Revolotean las moscas. Mientras más leo, más me multiplico en el vértigo de la lectura; hasta que, en uno de los estallidos de la novela atroz de Yván Silén, La casa de Ulimar, reviento: drogado, Jesús le hace el amor a María. La página se llena de tinta edipal. El libro se alborota. Salpica leche.

Varias décadas después, la cólera de La casa de Ulimar, una novela guerrera, se transforma. Ahora, desde la poesía, el verbo arremete contra el “anti-edipo” de Deleuze, el cual, liberado de la madre, desancla el deseo de las definiciones cerradas, liberándolo a un flujo cambiante y errante de acoplamientos e interrupciones. Máquina deseante. En un poema reescrito en noviembre de 2013 (originalmente escrito en 1996, un año después del ocaso del filósofo francés, el 4 de noviembre de 1995), el poeta le reprocha el suicidio al filósofo de los rizomas, porque lo entiende como una derrota política. Por eso, para la poesía, el suicidio de Deleuze testimonia el fracaso de la filosofía:

Te arrojaste al vacío con tu sombrilla
mohosa. De nada te valieron los conceptos
y tu Edipo de trapo. De nada te
valió tu amor homosexual contra
la nada. Porque la muerte es invencible como
Dios (como el destino, como la mala fe sartreana y
el salto de las gárgolas infinitas). Deleuze,
de nada te valió tu capa de superhombre descosida,
agujereada, rota. De nada te valió el diálogo
incierto con Zaratustra. De nada el asalto,
de nada el amor, la filosofía, de nada
la muerte. Hoy celebramos tu suicidio. ¿Para qué, entonces,
tu filosofía? ¿Para qué tu testa rota,
tu amor gay roto, tus conceptos rotos, tu bicho roto?  (Yván Silén)

La casa de Ulimarse alza. Arremete contra las páginas del realismo, tanto social como mágico, desde otro realismo: el esquizo. Por ello, escupe tinta política, la cual, desde un “orgasmo,” salpica de la novela a la pintura de Elizam Escobar; artista que, de 1980 a 1999, realizó su obra pictórica y literaria desde varias cárceles federales de Estados Unidos, donde fue apresado junto a otros por su actividad política a favor de la independencia de Puerto Rico.

En Desvelo (1990), cuadro de Escobar, vemos que al preso en la celda lo visitan tres apariciones irreales, todas infantiles. El propio reo parece que tiene cuerpo de niño, aunque su mirada (y la cara) es la del adulto que busca lo que está detrás de las apariciones infantiles (¿quién mueve las cuerdas?); como si lo que tuviera en frente fuera una quimera de Disney, manipulada por otro que ellos (los personajes) ven, pero nosotros no. Así, desde nuestra perspectiva, vemos al preso subido al armario, como si fuera otro niño más que busca con la mirada al autor del infantilismo, cuya aparición, presencia política, ha interrumpido la lectura del preso, por lo que el libro que leía queda abierto, bocabajo, sobre la cama.

Sobre todo, desde nuestra mirada tenemos acceso a la biblioteca del preso: seis libros alineados en la parte superior izquierda de la celda, cuyos títulos, algunos ilegibles, rezan así: Crimen y castigo, Ulises, Odiseo, La casa de Ulimar…

Comida. Plato lleno, puesto al centro de la mesa redonda, hecha de una metáfora gastroliteraria. Yuca, pan y plátanos. Sobre el arroz blanco, las habichuelas coloradas, con pedacitos de calabaza. El olor a sofrito llega desde la novela, La casa de Ulimar, donde el aroma a “recao” (culantro) se confunde con el olor a mujer que la madre, María, esconde (hasta que Jesús la monta).

Con el tiempo, la historia entre el pan y los plátanos va dejando fuera del plato criollo a la yuca. En 1905, Ramón Frade pinta el plátano como si fuera el pan de cada día del campesinado boricua, cuya hambre retrató Jack Delano en la década de 1940. Muchos años después (2008), la cámara de Víctor Vázquez cambia de foco. En relación con la pintura de Frade, la centralidad del plátano boricua se mueve de sitio. Ahora el racimo le cuelga, como si fuera un pene con sus testículos, al cuerpo desnudo de una mujer fibrosa, áulica, de piel tostada, puesta en pose de asumir la enormidad del plátano al que se agarra desde una transexualidad más bien retórica, como si fuera una erección que, angular e incisiva, se le mete entre los senos. Como en La casa de Ulimar, la propuesta fotográfica de Vázquez, un montaje en sepia, guerrea con sus monstruos desde el cuerpo multiplicado.

En 1942, antes de Operación Manos a la Obra (1948), el poeta Luis Palés Matos abre un restaurante transcaribeño en la costa sur de Puerto Rico: “Mi restorán abierto en el camino / para ti, trashumante peregrino. / Comida limpia y varia / sin truco de especiosa culinaria.” Entre otros platos, como el “racimo de bohíos” y el “soufflé de platanales sobre el viento,” el menú de Palés ofrece comida vegetariana para los de “propensión” “puritana.” Para los gustos más finos, tiene “pinos a la francesa / en verleniana salsa de crepúsculo.” Para los gustos más criollos, de “ajiaco y ajopollo,” tiene un “calalú maravilloso” con “embrujado condimento,” plato “con que la noche tropical aduna / su maíz estrellado y luminoso.” Sin embargo, en la mesa de Palés falta la yuca taína.

¿Es que nos hemos olivado de la yuca? No, contesta el periodista-ambientalista-activista Carmelo Ruiz Marrero. Las compañías como Monsanto, aliadas al “filantro-capitalismo” de Bill Gates y la Fundación Rockefeller, la tienen muy presente. En el proyecto que llevan a cabo desde la Universidad de Mayagüez, PR, junto a otras 10 universidades del mundo, trabajan con la yuca —Carmelo se torna irónico— para “mejorar el contenido nutricional de la mandioca y otros tubérculos esenciales para la nutrición de África mediante técnicas de fitomejoramiento y biotecnología transgénica.” Con amigos como Gates, Rockefeller y Monsanto, dice Ruiz Marrero, ni África ni la yuca necesitan enemigos.

Por eso, el periodista encara a los boricuas en 2010 desde el activista que no se amilana frente al poder: “Si no tomamos acción a tiempo para cambiar esta situación, Puerto Rico quedará en el papel ridículo y tragicómico de haber prestado su territorio y sus egresados universitarios para facilitar el desarrollo de una biotecnología innecesaria, de riesgos inaceptables, y que es objeto de un rechazo creciente por el mundo entero.”

Música. Sobre la “mesa blanca” (de Victor Hernández Cruz), llena de libros y de platos, algunos vacíos, otros rebosantes, el tenor de David Sánchez —su potens— brilla en la luminosidad saxofónica de su mestizaje político. “Que se oiga la conga ahora,” dice el poeta Hernández Cruz con un poemario de Federico García Lorca en la mano. Desde el pie que lo sostiene sobre la mesa como si fuera una escultura, el tenor plateado encarna su turbulencia, la cual, en el furor del jazz, latinizante o no, se toca a sí misma con gusto. David: nombre de una estrella con aliento a melaza boricua. Política cultural del tenor: saxo rítmico.

En la oscuridad de la luz que le da de lado, el tenor improvisa en clave afrocaribeña 2/3. Como si estuviera saltando un estanque de sapos en la primera novela de Yván Silén, La biografía (1984), el saxofón escupe poesía cuando brinca de un tema latino a otro del postbop.

Desde el plateado que lo marca como lo que es, un tenor ronco y rítmico, que grita también desde el soprano, David le habla a los gentiles que lo escuchan desde el saxofón sobre el Caribe, las Antillas, Puerto Rico, el cañaveral, la esclavitud, la melaza, la biculturalidad, el bilingüismo. Como si fuera un acólito de la “devoción secular” de Timothy Brennan, para quien la política del goce del cuerpo (esclavizado) afrolatino se constituye, en sí misma, en la crítica más feroz que la afrolatinidad le hace al poder cristiano-capitalista instaurado en las Américas, el tenor de David se deleita en el hedonismo político de su ataque, a veces angular.

“Tal es el lugar que yo me sé” (César Vallejo).La novela de Silén abre sus páginas; la comida de Palés se deja comer. En The Departure (1994), el tenor de David se toca a sí mismo en un tributo al cuadrado: “Cara de payaso.” Tema que enlaza por un lado el universo de Tito Rodríguez y el de Maelo (Ismael Rivera); y por el otro, el bilingüismo del swing latino enlazado al jazzístico, idiomas que Sánchez entrecruza como si fuera —y lo es— un diálogo entre el español y el inglés.

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