Trump es vulgar, pero la extorsión global de EEUU es la misma de siempre

Por Jonathan Cook*
Si hay algo por lo que podemos estarles agradecidos al presidente estadounidense Donald Trump es por haber desmantelado decisivamente la noción ridícula, cultivada durante mucho tiempo por los medios occidentales, de que Estados Unidos es un policía global benigno que impone un «orden basado en reglas».
Washington se entiende mejor como el jefe de un imperio de gánsteres, que abarca 800 bases militares en todo el mundo. Desde el fin de la Guerra Fría, Trump ha buscado agresivamente la «dominación global de espectro completo», como lo denomina cortésmente la doctrina del Pentágono.
O se rinde pleitesía al Don o se termina tirado en el río. El viernes pasado, el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky recibió un par de botas de cemento “diseño Casa Blanca”.
La innovación fue que todo sucedió frente al cuerpo de prensa occidental, en la Oficina Oval, en lugar de en una habitación trasera, fuera de la vista. Fue un gran espectáculo televisivo, se jactó Trump.
Los expertos se apresuraron a asegurarnos que el intercambio de gritos fue algo raro propio de Trump. Como si ser inhóspito con los líderes estatales e irrespetuoso con los países que se dirigen fuera algo exclusivo de esta administración.
Tomemos como ejemplo el caso de Iraq. El gobierno de Bill Clinton pensó que «valía la pena» –como dijo de forma infame su secretaria de Estado, Madeleine Albright– matar a medio millón de niños iraquíes mediante la imposición de sanciones draconianas durante los años 90.
Bajo el sucesor de Clinton, George W. Bush, Estados Unidos libró en 2003 una guerra ilegal, basada en argumentos totalmente falsos, que mató a alrededor de medio millón de iraquíes, según estimaciones posteriores a la guerra, y dejó a cuatro millones sin hogar.
Quienes se preocupan por la humillación pública de Zelenski por parte de la Casa Blanca tal vez deberían reservar su preocupación para los cientos de miles de hombres, en su mayoría ucranianos y rusos, muertos o heridos en una guerra completamente innecesaria, que, como veremos, Washington diseñó cuidadosamente a través de la OTAN durante las dos décadas anteriores.

Zelenski, el secuaz
Todas esas bajas sirvieron al mismo objetivo que en Iraq: recordarle al mundo quién manda.
El público occidental no entiende este simple punto porque vive dentro de una burbuja de desinformación creada para él por los medios de comunicación del establishment occidental.
Henry Kissinger, el veterano administrador de la política exterior estadounidense, dijo aquella famosa frase: «Puede que ser enemigo de Estados Unidos sea peligroso, pero ser su amigo es fatal».
Zelensky lo ha descubierto de la peor manera. Los imperios de gánsteres son tan volubles como los gánsteres que conocemos de las películas de Hollywood. Bajo la administración anterior de Joe Biden, Zelensky había sido reclutado como secuaz para cumplir las órdenes de Washington a las puertas de Moscú.
El contexto -que los medios occidentales han mantenido en gran medida fuera de la vista- es que, tras el colapso de la Unión Soviética, Estados Unidos rompió tratados que eran cruciales para haber tranquilizado a Rusia sobre las buenas intenciones de la OTAN.
Visto desde Moscú, y dado el historial de Washington, el paraguas de seguridad europeo de la OTAN debe haber parecido más bien una preparación para una emboscada.
Aunque Trump está ahora deseoso de reescribir la historia y presentarse como un pacificador, fue central en las tensiones crecientes que llevaron a la invasión rusa de Ucrania en 2022.
En 2019, se retiró unilateralmente del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio de 1987. Eso abría la puerta a que Estados Unidos lanzara un posible primer ataque contra Rusia, utilizando misiles estacionados en Rumania y Polonia, países miembros de la OTAN cercanos.
También envió armas antitanque Javelin a Ucrania, una medida que había evitado su predecesor, Barack Obama, por temor a que fuera vista como provocativa.
En repetidas ocasiones, la OTAN prometió incluir a Ucrania en su seno, a pesar de las advertencias de Rusia de que la medida se consideraba una amenaza existencial y de que Moscú no podía permitir que Washington colocara misiles en su frontera, al igual que Estados Unidos no aceptó los misiles soviéticos estacionados en Cuba a principios de la década de 1960.
De todos modos, Washington siguió adelante, e incluso colaboró en un golpe de Estado al estilo de una revolución de colores en 2014 contra el gobierno electo de Kiev, cuyo delito fue mostrarse demasiado comprensivo con Moscú.
Con el país en crisis, los ucranianos eligieron al propio Zelenski como candidato por la paz, para poner fin a una brutal guerra civil –desatada por ese golpe– entre fuerzas antirrusas y “nacionalistas” en el oeste del país y poblaciones étnicamente rusas en el este. El presidente ucraniano pronto rompió esa promesa.
Trump ha acusado a Zelenski de ser un “dictador”. Pero si lo es, es sólo porque Washington lo quiso así, ignorando los deseos de la mayoría de los ucranianos.

La línea roja más roja de todas
El trabajo de Zelensky era jugar con Moscú a ver quién era más valiente. La suposición era que Estados Unidos ganaría, fuera cual fuera el resultado.
O bien se descubría el farol del presidente ruso Vladimir Putin. Ucrania sería bienvenida a la OTAN, convirtiéndose en la más avanzada de las bases avanzadas de la alianza contra Rusia, lo que permitiría estacionar misiles balísticos con armamento nuclear a pocos minutos de Moscú.
O bien Putin finalmente cumpliría con sus años de amenazas de invadir a su vecino para impedir que la OTAN cruzara la línea roja más roja que había establecido sobre Ucrania.
Washington podría entonces gritar «autodefensa» en nombre de Ucrania y asustar ridículamente a los públicos occidentales sobre que Putin está considerando a Polonia, Alemania, Francia y Gran Bretaña como próximos países a invadir.
Esos fueron los pretextos para armar a Kiev hasta el tope, en lugar de buscar un rápido acuerdo de paz. Y así comenzó una guerra de desgaste por poderes contra Rusia, utilizando a los ucranianos como carne de cañón.
El objetivo era desgastar a Rusia militar y económicamente, y provocar el derrocamiento de Putin.
Zelensky hizo exactamente lo que se le exigía. Cuando pareció vacilar al principio y consideró firmar un acuerdo de paz con Moscú, el entonces primer ministro británico, Boris Johnson, fue enviado con un mensaje de Washington: seguir luchando.
Ese es el mismo Boris Johnson que ahora admite despreocupadamente que Occidente está librando una «guerra por poderes» contra Rusia.
Sus comentarios no han generado ninguna controversia. Esto es particularmente extraño, dado que los críticos que señalaron este hecho muy obvio hace tres años fueron denunciados de inmediato por difundir «desinformación de Putin» y «temas de conversación» del Kremlin.
Por su obediencia, Zelensky fue agasajado como un héroe, el defensor de Europa contra el imperialismo ruso. Todas sus «demandas» -demandas que se originaron en Washington- fueron satisfechas. Ucrania ha recibido al menos 250.000 millones de dólares en armas, tanques, aviones de combate, entrenamiento para sus tropas, inteligencia occidental sobre Rusia y otras formas de ayuda.
Mientras tanto, cientos de miles de hombres ucranianos y rusos han pagado con sus vidas, al igual que las familias que dejan atrás.
Etiqueta de la mafia
Ahora el viejo Don en Washington se ha ido. Y el nuevo Don ha decidido que Zelensky ha sido un fracaso costoso. Rusia no está mortalmente herida. Es más fuerte que nunca. Es hora de una nueva estrategia.
Zelensky, al imaginar aún que era el secuaz favorito de Washington, llegó a la Oficina Oval solo para recibir una dura lección en forma de etiqueta de la mafia.
Trump está haciendo pasar su puñalada por la espalda como un «acuerdo de paz». Y en cierto sentido, lo es. Con razón, Trump ha llegado a la conclusión de que Rusia ha ganado, a menos que Occidente esté listo para luchar en la Tercera Guerra Mundial y arriesgarse a una posible guerra nuclear.
Trump ha afrontado la realidad de la situación, aunque Zelensky y Europa todavía estén luchando. Pero su plan para Ucrania es en realidad una variante de su otro plan de paz, el de Gaza. Allí quiere limpiar étnicamente a la población palestina y, sobre los cadáveres de los miles de niños muertos en el enclave, construir la «Riviera de Oriente Medio» o la «Gaza de Trump», como se la llama en un video surrealista que compartió en las redes sociales.
De manera parecida, Trump ahora ve a Ucrania no como un campo de batalla militar sino como un campo económico donde, mediante acuerdos inteligentes, puede generar riquezas para él y sus amigos multimillonarios.
Ha puesto una pistola en la cabeza de Zelensky y Europa: Llegue a un trato con Rusia para terminar la guerra, o estará solo contra una potencia militar muy superior. Y mire a ver si los europeos pueden ayudarlo sin un suministro de armas de Washington.
No es sorprendente que Zelensky, el primer ministro británico Keir Starmer y el presidente francés Emmanuel Macron se reunieran el fin de semana para encontrar un acuerdo que apaciguara a Trump. Todo lo que Starmer ha revelado hasta ahora es que el plan «detendrá los combates».
Eso es bueno, pero los combates se podrían haber detenido, y se deberían haber detenido, hace tres años.
El dinero, no la paz
Es profundamente imprudente dejarse llevar por el tribalismo con todo esto, el mismo tribalismo que las élites occidentales tratan de cultivar entre sus públicos para que sigamos tratando los asuntos internacionales como si fueran un partido de fútbol de alto riesgo.
Aquí nadie se ha comportado, ni se está comportando, de manera honorable.
Un alto el fuego en Ucrania no tiene que ver con la paz, sino con el dinero, como lo fue la anterior guerra. Como, en última instancia, lo son todas las guerras.
Un alto el fuego aceptable para Trump, así como para Putin, implicará un reparto de los bienes de Ucrania. Los minerales de tierras raras, la tierra y la producción agrícola serán la verdadera moneda que impulsará el acuerdo.
Zelensky ahora lo entiende. Sabe que él y el pueblo de Ucrania han sido estafados. Eso es lo que suele pasar cuando uno se hace amigo de la mafia.
Si alguien duda de la falta de sinceridad de Washington respecto de Ucrania, que mire a Palestina para aclararse.
En su presidencia anterior, Trump intentó lograr lo que denominó el «acuerdo de paz del siglo«, cuyo eje central era la anexión de gran parte de Cisjordania ocupada.
La esperanza era que los Estados del Golfo financiaran finalmente un programa de incentivos –la zanahoria contra el palo de Israel– para alentar a los palestinos a construir una nueva vida en una gigantesca zona industrial levantada especialmente para ese fin en el Sinaí, junto a Gaza.
En el trasfondo, ese plan todavía se está cocinando a fuego lento. El fin de semana, Israel recibió luz verde de Washington para reanimar su hambruna genocida de la población de Gaza, después de que Israel se negara a negociar la segunda fase del acuerdo original de alto el fuego.
La administración Trump y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, están haciendo pasar ahora su propia mala fe como «rechazo» de Hamás.
Ellos y la cámara de resonancia que son los medios occidentales están culpando al grupo palestino por negarse a dejarse engañar con una «extensión» de lo que nunca fue más que un falso alto el fuego: el fuego de Israel nunca cesó. Israel quiere que todos los rehenes regresen sin tener que abandonar Gaza, para que Hamás no tenga influencia para impedir que Israel reanude el genocidio total. El pueblo de Gaza sigue siendo alimentado por la mafia de Washington, al igual que el pueblo ucraniano.
Trump quiere sacarlos del camino para poder desarrollar un patio de recreo mediterráneo para los ricos, pagado con el dinero del petróleo del Golfo y las reservas de gas natural hasta ahora sin explotar justo al lado de la costa de Gaza.
A diferencia de sus predecesores, Trump no pretende que Ucrania y Gaza sean algo más que bienes raíces geoestratégicos para Washington.
La gran extorsión
La extorsión a Zelensky no surgió de la nada. Trump y sus funcionarios la habían estado anunciando con mucha antelación.
Hace dos semanas, el corresponsal industrial del Daily Telegraph de Gran Bretaña escribió un artículo titulado “Esta es la razón por la que Trump quiere convertir a Ucrania en una colonia económica de Estados Unidos”.
El equipo de Trump cree que Ucrania puede tener minerales de tierras raras bajo tierra por un valor de unos 15 billones de dólares, un tesoro que será fundamental para el desarrollo de la próxima generación de tecnología.
En su opinión, controlar la exploración y extracción de esos minerales será tan importante como lo fue el control de las reservas de petróleo de Oriente Medio hace más de un siglo.
Y lo más importante de todo, Estados Unidos quiere que China, su principal rival económico (si no militar) quede excluida del saqueo. China tiene actualmente un monopolio efectivo sobre muchos de estos minerales críticos.
O como lo expresa el Telegraph: Los “minerales de Ucrania ofrecen una promesa tentadora: la capacidad de Estados Unidos de romper su dependencia de los suministros chinos de minerales críticos que se utilizan en todo, desde turbinas eólicas hasta iPhones y aviones de combate furtivos”.
Un borrador del plan visto por el Telegraph, en sus palabras, «equivaldría a la colonización económica estadounidense de Ucrania, a perpetuidad legal».
Washington quiere tener derecho de preferencia sobre todos los yacimientos del país.
En su enfrentamiento en la Oficina Oval, Trump reiteró este objetivo: «Vamos a utilizar eso [los minerales de tierras raras de Ucrania], a tomarlo, a usarlo para todas las cosas que hacemos, incluida la inteligencia artificial, las armas y el ejército. Y va realmente a satisfacer nuestras necesidades».
Todo esto significa que Trump tiene un gran incentivo para terminar la guerra lo antes posible y detener el avance territorial de Rusia. Cuanto de más territorio se apodere Moscú, menos territorio le quedará a Estados Unidos para saquear.
Autosabotaje
La batalla contra China por los minerales de tierras raras tampoco es una innovación de Trump, y agrega una capa adicional de contexto a por qué Washington y la OTAN han estado tan interesados durante las últimas dos décadas en arrebatarle Ucrania a Rusia.
El verano pasado, un comité selecto del Congreso sobre la competencia con China anunció la formación de un grupo de trabajo para contrarrestar el «dominio de minerales críticos» de Pekín.
El presidente del comité, John Moolenaar, señaló que la actual dependencia de Estados Unidos de China para estos minerales “se convertiría rápidamente en una vulnerabilidad existencial en caso de un conflicto”.
Otro miembro del comité, Rob Wittman, observó: “El dominio sobre las cadenas globales de suministro de minerales críticos y tierras raras es la siguiente etapa de la competencia entre grandes potencias”.
Lo que Trump parece apreciar es que la guerra por delegación de la OTAN contra Rusia en Ucrania ha llevado a Moscú, por defecto, a un mayor abrazo de Pekín. Ha sido un autosabotaje a gran escala.
Juntos, China y Rusia son un oponente formidable, con uno de ellos en el centro del grupo BRICS en constante crecimiento, compuesto por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Han estado tratando de expandir su alianza agregando potencias emergentes para convertirse en un contrapeso a la agenda global intimidatoria de Washington y la OTAN.
Pero un acuerdo con Putin sobre Ucrania brindaría una oportunidad para que Washington construya una nueva arquitectura de seguridad en Europa –una más útil para Estados Unidos– que coloque a Rusia dentro de la carpa en lugar de fuera de ella.
Eso dejaría a China aislada, un objetivo del Pentágono desde hace mucho tiempo.
Y también haría que Europa fuera menos central para la proyección del poder estadounidense, razón por la cual los líderes europeos, encabezados por Keir Starmer, han estado pareciendo y sonando tan nerviosos en las últimas semanas.
El peligro es que la «pacificación» de Trump en Ucrania simplemente se convierta en un preludio para fomentar una guerra contra China, utilizando a Taiwán como pretexto de la misma manera que se utilizó a Ucrania contra Rusia.
Como insinuó Moolenaar, el control estadounidense sobre minerales críticos -en Ucrania y en otros lugares- garantizaría que Estados Unidos ya no fuera vulnerable, en caso de una guerra con China, en caso de que llegara a perder el acceso a los minerales que necesitaría para continuar esa guerra. Liberaría las manos de Washington.
Trump puede estar comportándose de manera vulgar, pero el imperio de gánsteres que ahora dirige está llevando a cabo la misma extorsión global de siempre.
* Nota original: Yes, Trump is vulgar. But the US global shakedown is the same one as ever.
– Traducido del inglés por Sinfo Fernández para Voces del Mundo
* Jonathan Cook es autor de tres libros sobre el conflicto palestino-israelí. Ha ganado el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Vivió en Nazaret durante veinte años, de donde regresó en 2021 al Reino Unido. Sitio web y blog: www.jonathan-cook.net.
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