Turismo de masas, lujo para unos pocos

Turismo de masas, lujo para unos pocos
El año pasado hubo más de mil millones de desplazamientos. La crisis no ha adelgazado los bolsillos de una de las industrias que más beneficios obtiene. De todas formas, cada vez son más las denuncias y críticas en contra de ese modelo de turismo.
 
¿Quién no ha soñado alguna vez pasar una semana en una isla desierta? O perderse en alguna ciudad llena de luces,… quedarse dormido en una playa de arena blanca,… Sin compromisos, olvidándose de la hora que es, sin tener que estar continuamente pendiente del móvil, sin tener que hacer más esfuerzo que alargar la mano para coger lo que se quiera… Esas serían unas vacaciones formidables, si para conseguir ese sueño no fuera necesario el trabajo de miles de personas, que con frecuencia trabajan como esclavos.
 
En 1936 en Francia las vacaciones se convirtieron en un derecho. Según la Declaración Internacional de Derechos Humanos, los trabajadores tienen derecho a descansar y disfrutar de tiempo libre, con unas jornadas razonables de trabajo y con vacaciones remuneradas. Pero aunque las vacaciones sean un derecho, el turismo es un lujo que otros pagan caro, y por desgracia a veces esos dos conceptos se mezclan. Porque el capital de la mayor industria legal del mundo –el año pasado 9% de PIB– no es tan claro como parece. Porque para construir hoteles con forma de ciudad, que ofrecen a los visitantes todo tipo de ofertas, destruyen selvas y playas hasta entonces vírgenes. Porque los derechos de esos sirvientes que las 24 horas están a nuestra disposición son continuamente pisados. Y de todas formas pocas veces se critica su actuación. Pero, ¿por qué? Justamente porque los empresarios del sector trabajan mucho para esconder todo eso. “Es necesaria una movilización social, que analice cuál es la participación del turismo en la sociedad, que denuncie los daños ocasionados por el mismo, que reclamará que las cosas se pueden hacer de otra manera. Ese es uno de los puntos más importantes de la agenda del turismo responsable”, comenta el investigador Ernest Cañada. Cañada ha publicado El Turismo en el inicio del milenio. Una lectura crítica a tres voces, junto con Joan Buades y Jordi Gascón.
 
Cañada ha analizado sobretodo el efecto que tiene el turismo que mueve masas en Latinoamérica. Estos últimos años aquella zona se ha convertido en el destino de paquetes de viajes que ofrecen todo tipo de servicios, aunque la mayor parte de los beneficios obtenidos en ese negocio terminen en las arcas de empresas de Europa y Norte América. “El desarrollo que ha tenido el turismo y las viviendas para vacaciones en ciertos territorios han tenido un fuerte impacto ambiental, en la sociedad y en la economía. Para convertir esas tierras en zonas turísticas se han practicado expropiaciones, dejando a los campesinos sin tierras. Y la necesidad de responder a las necesidades del turismo choca con las necesidades de las comunidades nativas. De esa forma las tierras costeras se están quedando en manos de una pequeña élite”.
 
Muchos turistas viajan buscando tranquilidad. Buscan un sitio que les aleje del continuo ajetreo y estrés de las ciudades. Al poder ser en una playa perdida o en una isla pequeña. Eso explica que la mayoría de los edificios para el ocio con forma de ciudad estén en la costa. Pero eso produce una contradicción; a medida que las costas se llenan de gigantes de cemento, pierden su encanto. En consecuencia los empresarios buscan nuevos paraísos para consumidores. Empezando todo el proceso desde cero. Por poner un ejemplo, las especulaciones de tierras llevadas desde el sur de Europa, modificó los intereses industriales hacia los países en vías de desarrollo. De esta forma las empresas que anteriormente invertían en España, los Países Catalanes o Grecia, comenzaron a comprar tierras en el Este de Europa y la costa de Asia, aumentando la diferencia de clases entre los distintos grupos sociales. “Muchas de esas empresas no se limitan a comprar tierras. Muchas veces presionan a los gobiernos a que acepten sus condiciones, amenazándoles con no invertir en caso de que no acepten, y lo consiguen. Muchos son los empresarios que han conseguido acuerdos con las dictaduras”, añade Cañada.
 
Recursos naturales para las élites
 
Uno de los mayores problemas derivados de estas enormes zonas de ocio es la gestión de los recursos naturales, sobretodo del agua. Ocurre que, aunque el agua sea un derecho civil, estas zonas de ocio suelen tener preferencia para su adquisición en situaciones de escasez; en consecuencia se convierte no en derecho sino en un producto de consumo. En India tenemos un ejemplo de esto. Al sur de Allapuzhan los habitantes tienen problemas para conseguir agua potable. “Antes traíamos el agua del lago. Pero ahora está totalmente contaminada, como consecuencia de los barcos para los turistas”, indica un vecino de la población. Estos últimos años han construido muchos campos de golf y hoteles en esa zona, y el turismo se ha convertido en la principal fuente de ingresos de la zona, es por ello que los mandatarios no quieren tomar medidas contra él.
 
Ocurre lo mismo con la utilización de la tierra. Las tierras apropiadas para las zonas de ocio normalmente suelen ser tierras destinadas a la agricultura. De un día para otro los intereses de los países van cambiando; los sectores de la construcción y servicios ocupan el lugar de la agricultura, ya que los hoteles, además de los sirvientes, también necesitan aeropuertos, carreteras, puertos, redes de electricidad y demás. Y eso al mismo tiempo facilita la entrada de productos extranjeros el mercado interior, perjudicando todavía más la situación de los pequeños productores.
 
La situación del personal que trabaja en todas esas infraestructuras no es mejor. Muchas veces son inmigrantes que no les queda más remedio que aceptar las malas condiciones laborales, por miedo a perder su puesto de trabajo renuncian a sus derechos. Otro ejemplo ocurrido hace dos años en el hotel Sheraton de Argelia. Los responsables de ese hotel de lujo despidieron cientos de trabajadores porque se unieron con intención de formar un sindicato. Fue más grave lo sucedido hace tres años en Costa Rica. Uno de los trabajadores que estaba construyendo un hotel en Matapalo falleció envenenado y meses más tarde enfermaron otros 200 empleados a consecuencia de las malas condiciones de vida que tenían en el campamento en el que vivían. Los trabajadores llevaron a cabo actos de protesta como quema de autobuses y cortes de carreteras. El Ministerio de Sanidad tuvo que paralizar la obra.
 
Según Cañada, por desgracia éstos no son casos aislados. “Normalmente estos trabajadores reciben salarios bajos aunque sean superiores a los que recibirían trabajando como campesinos. Pero a su vez el tener que vivir en la ciudad les supone un gasto mayor, por tanto, no hay tanta diferencia entre uno y otro trabajo. Al no tener defensa frente a la empresa muchas veces son despedidos sin pagarles las liquidaciones que les deben. Los propios contratos suelen ser de palabra; tienen que soportar duras condiciones laborales, y también la falta de seguridad”.
 
Otro turismo diferente
 
La única forma de luchar contra todo eso es fomentar otro tipo de turismo, basado en la solidaridad, pero que a su vez sea atractiva. “Hay que hacer pedagogía política, mostrando la información verdadera y sensibilizando a la gente. Pero al mismo tiempo tenemos que presentar alternativas concretas, verdaderas, que harán posible un ocio que esté al alcance de todos, y que no creará dependencias. Tienen que ser alternativas basadas en la cercanía, que potenciarán la economía de sus habitantes, viables desde un punto de vista mercantil y que realizarán ofertas atractivas”, explica Cañada.
 
De todas formas a veces las alternativas pueden ser engañosas. En Río de Janeiro por ejemplo está de moda el turismo a los barrios de favelas. Las empresas que se dedican a ello venden la oferta como un turismo alternativo y real. Según los últimos datos cerca de 40.000 personas solicitan ese servicio en Brasil. Pero la oferta es amplia; se pueden realizar viajes similares en India, Kenya y Mexico. El argumento de esas empresas es que el dinero obtenido de esa industria sirve para mejorar la calidad de vida de las personas que viven en las favelas. Sería así si la gestión la llevara directamente la gente que vive en las favelas. Pero no siempre suele ser así. Rocinha es uno de los mayores barrios de la favela brasileña, y allí trabajan siete empresas-organizadoras y sólo una es de allí.
 
En opinión de Cañada, hay que tener mucho cuidado con este tipo de ofertas. “Algunas ofertas relacionadas con el turismo de pobreza son despreciables. Una cosa es conocer ciertas realidades porque se quiere cambiar aquello, y otra cosa muy diferente ofrecer la pobreza y exclusión como producto de mercado. Se puede hacer turismo con casas y actividades gestionadas por gente que vive en la pobreza, pero eso y presentar la propia pobreza como mercancía no es lo mismo”. En opinión del investigador, el proceso comienza con un cambio de sociedad. “Para hacer frente a la economía y el lujo artificial e insostenible de la economía de casinos, tenemos que volver a una auténtica economía, a crear riqueza comenzando desde los niveles inferiores. El modelo de turismo al que vamos es insostenible. Una vez admitido eso, tendremos opción de desarrollar un turismo adaptado a las necesidades y posibilidades de la mayoría”.
Para aquellos que quieran dar el paso a un turismo alternativo, el movimiento que lo apoya da varios consejos, entre otros, elegir agencias que respetan los derechos humanos y el impacto medioambiental, medir el uso de los recursos naturales e intentar conocer las costumbres del país.
 
 
FLOREROS DE CARNE Y HUESO
 
Cientos de personas de la etnia padaung de Myanmar están presas al norte de Tailandia. El gobierno los utiliza para atraer a los turistas.
En verano, más de 150 personas acuden diariamente a visitar la comunidad de Padaung al norte de Tailandia –a las niñas de esa etnia desde pequeñas les colocan anillas para que les crezca el cuello–. Cada turista paga entorno a 250 baht (alrededor de cuatro dólares) para poder ver a las que se han convertido en simples floreros de carne y hueso. “Las mujeres que llevan los anillos al cuello reciben 50 baht diarios, en época de turismo. Pero cuando llegan las lluvias el sueldo se queda en nada, y los propios habitantes viven dependiendo de la ayuda internacional”, comenta Mu Pawk, mujer que pertenece a la comunidad padaung. Son cientos los que escapando de la persecución de Myanmar se refugian en el norte de Thailandia, pero el gobierno no les quiere reconocer el estatus de refugiados argumentando que están muy lejos de la zona de refugiados de Thailandia y que no son refugiados políticos sino económicos –les imputan el querer vivir del turismo–. La verdad sin embargo es muy diferente; es el propio gobierno el que no les da opción a moverse de allí ya que son un medio barato y rentable de atraer al turismo.
 
“La mujeres padaung no pueden salir de la población sin permiso se los mandatarios. Sólo queremos que nos den permiso para salir de Thailandia, o que nos den la opción de permanecer como refugiados. Hoy día tenemos limitado el acceso a la educación y al ámbito laboral. Nos preocupa el futuro de nuestros hijos e hijas. Vivimos como pájaros en jaulas”. El gobierno ha prohibido trabajar a los indígenas de la etnia padaung y como consecuencia viven dependiendo del dinero que dejan los turistas. De todas formas el problema es que el sueldo lo reciben sólo las mujeres y chicas que llevan las anillas, los hombres no. Por consecuencia estos últimos viven de vender souvenirs a los visitantes. Según datos oficiales unas 500 personas de la etnia padaung tienen hoy día estatus de refugiado pero según han denunciado organismos no gubernamentales, son muchas más las que viven presas al norte de Tailandia.
 
Joan Buades ha analizado el turismo, la ecología y la globalización. Es muy crítico con el turismo de masa ya que en su opinión, aunque aparentemente es dócil, es uno de los mayores instrumentos para la globalización, y que constituye un nuevo tipo de dependencia.
 
Si el turismo habitual es tan perjudicial, ¿cómo se entiende que los medios de comunicación lo critiquen tan poco, o que algunas de esas empresas firmen convenios con organismos del tipo Intermon-Oxfam?
 
Es una globalización invisible. Desde ese punto de vista el marketing del turismo es perfecto, se puede decir que es la industria de los sueños y eso conlleva el que sea percibida como una industria no dañina. Estas industrias tan influyentes en el medio ambiente y en la economía, que dirigen parte de sus beneficios a paraísos fiscales, hacen lo mismo que cualquier otra empresa transnacional del mundo, destinar una mínima parte de los beneficios a la caridad o a ayudar a agentes sociales.
 
¿Podemos decir que el turismo es una nueva forma de colonización?
Sí, diría que el turismo es uno de los mayores instrumentos para la globalización del planeta. Es decir, el capitalismo global que estamos viviendo estos últimos 50 años, convierte al turismo en otro elemento para crear un nuevo tipo de dependientes; en países del norte o en países con tendencia a ascender como China, Rusia, Sudáfrica o Brasil, la idea es que una pequeña proporción de la sociedad –menos del 20% de la población mundial– pueda consumir otros países o subculturas, a un precio razonable. En ese sentido no es más que una parte del pan y del circo que le ofrece el capitalismo global a la sociedad. La industria del turismo continúa sin ningún límite. Así, se convierte en el caballo de Troya del turbocapitalismo que vivimos hoy día.
 
¿El turismo genera riqueza?
El turismo proporciona riqueza a una mínima-mínima parte de la gente, a los que son parte de esa superclase del capitalismo global. Por ejemplo el dinero que ha generado el turismo en España desde los años 50 en adelante ha pasado por paraísos fiscales, es decir, los que más se han beneficiado del éxito de ese turismo no han sido las Baleares o Costa del Sol, sino algunas empresas, que tienen sede en España pero la contabilidad en las islas Caimán, Luxemburgo, Suiza o Gibraltar. ¿Qué ocurre? Efectivamente el turismo genera riqueza pero para una mínima minoría que no paga sus impuestos en ese lugar. Así, zonas que han soportado una industrialización del turismo muy rápida, por ejemplo las Baleares o Yucatán, no reciben más que la espuma de ese turismo: puestos de trabajo muy precarios, que no son para todo el año y con salarios muy bajos; enorme desgaste de los recursos naturales o del paisaje, unidos por ejemplo a la utilización del agua; y a nivel social, por un lado, los jóvenes pierden oportunidades para su preparación, y por otro, si se realizan grandes inversiones en infraestructuras, ese dinero no se destina a satisfacer las necesidades de sus vecinos, ya que entre otros motivos, el Estado sólo ha invertido para ampliar ese turismo –construyendo súper puertos, trenes de alta velocidad, etc.– y esas empresas apenas pagan impuestos en el propio sitio.
 
¿Qué objetivos debería cumplir el turismo responsable como movimiento social?
Hay que tener en cuenta que según la Organización Mundial de Turismo, en el 2012 se superó la cantidad de mil millones de turistas. Todo ese volumen de tráfico –cuando la población mundial es de siete mil millones de habitantes– nunca se conseguirá transformar en un turismo responsable. Por otro lado los mil millones de turistas son sólo un 2% de la población mundial que puede pagarse algo así. En ese sentido hay que pensar que hay que reducir el nivel de factura medioambiental del turismo a nivel global, y como consecuencia hay que fomentar modos de viajar que tengan en cuenta, por ejemplo, factores como el cambio climático.
 
Se suele plantear el turismo comunitario como alternativa al turismo de masa, pero, ¿qué es exactamente?
El turismo comunitario sólo existe en algunos países del sur, y se está intentando que tanto empresas pequeñas o medianas o agentes sociales creados en Centroamérica, Sudamérica o este de Asia sean las que gestionen ese turismo. Ese turismo es, cada vez en mayor medida, a nivel regional y los beneficios se quedan en la propia comunidad, por tanto se pueden invertir en servicios sociales, en preparación de los jóvenes, etc. Sirve para promover el verdadero desarrollo de la comunidad. Es una iniciativa social y local de los países del sur, que no inventa nada nuevo sino que le saca rendimiento a la forma de vida del propio lugar, y por otro lado, generará beneficios reales para el bienestar comunitario.
¿Dirías que esa conciencia se está expandiendo?
Hay una tendencia global a viajar más y cada vez más lejos. Pero al mismo tiempo, dentro de esa tendencia es cierto que hay cambios positivos, por ejemplo, los mercados de Alemania o Reino Unido han notado cambios en la estructura de su demanda turística; por ejemplo, hay cada vez más gente del centro de Europa que en lugar de irse muy lejos viajan a lugares más cercanos, utilizando el tren o compartiendo coches. Es una tendencia que se está extendiendo. Desde un punto de vista generacional, el segmento de turismo alternativo al que nos referimos es mucho mayor en la franja de edad de entre 20 y 35 años; cuanto más joven es el turista hay mayor interés en planificar el viaje. La conciencia que hay en torno a este tema en esos países está cambiando cada instante. Una muestra de ello puede ser que por ejemplo en Alemania y el Reino Unido los gobiernos han impuestos tasas ecológicas, subiendo de manera considerable el precio de los vuelos al otro lado del mar. Algo está cambiando, aunque no sea a la velocidad que nos gustaría a los que queremos vivir de otra manera en este planeta.
 
¿A dónde puede dirigirse la gente en busca de alternativas?
Comienza a haber ONG y oficinas de turismo alternativo que ofrecen información contrastada explicando porqué merece viajar con ellos y no en paquetes turísticos. Es muy importante que la gente se separe de los paquetes turísticos estándar y busque otras maneras de viajar. Y si se viaja lejos, desde el punto de vista climático, pensar que es mejor viajar menos veces pero por más tiempo. Y desde el punto de vista del bienestar de las propias comunidades es muy importante conocer a través de estas agencias alternativas que hay gente tan inteligente como nosotros, que tiene tantos derechos como nosotros, pero que viven en un país del sur que está siendo explotada por un turismo industrial transnacional. Existen alternativas. Hay que probar; si no experimentamos o probamos a viajar de otra manera, no contibuiremos a que este planeta sea mejor en las próximas décadas.
 
* Reportaje publicado originalmente en euskera en el Igandea, domininal del diario vasco Berria, el 13 de enero de 2013. Traducción al castellano de Patri Arozena Gorostidi, para Alba Sud

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